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El desencuentro

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El desencuentro

Por fin nos habíamos decidido. Tras mucho rollo virtual, que si foros, chat y abundante correo electrónico, habíamos dado el gran paso. Nos queríamos conocer en persona, ver a que olíamos, de que color éramos, como sonaba nuestras voces y como era el tacto y la textura del otro.

Había surgido entre nosotros, ella y yo, un vínculo, primero ocasional, luego ya de furtiva complicidad. En ese marasmo de bites habíamos ido convergiendo. Nos fuimos aislando y casi de forma imperceptible, ella era mi único contacto virtual, que denominación absurda, virtual, si era más real que la realidad que me rodeaba.

Curiosamente aunque nuestras conversaciones habían vagado por todos los derroteros, y nos habíamos reído, y emocionado, y también frecuentemente, excitado, desconocíamos la imagen del ser que al otro lado de las teclas nos correspondía. Ni siquiera unas miserables fotos habían correteado troceadas para ser vueltas a ensamblar por la red, para que hablar de webcam, eso no tiene poesía.

Al final, de forma inocente, a lo tonto, concretamos una cita. Los dos éramos pobladores de esta misma ciudad. Nos habíamos conocido mediante unos servidores informáticos ultramarinos (como las tiendas antiguas de abarrotes que dirían en los libros de Mafalda), pero los dos respirábamos el mismo aire contaminado y seguro que más de una molécula de aire habría visitado ambos cuerpos y conocido nuestras lenguas, nuestras caras, nuestras pieles, y nosotros sin enterarnos.

El encuentro se programo; Tal sitio en tal plaza, un sábado por la tarde con determinado periódico debajo del brazo. Allí me plante yo, muy resuelto y natural, agazapado a la puerta de aquella cervecería, sentado en una mesita y leyéndome la sección de espectáculos como quien elige la película que va a ver en el cine aquella noche.

Fue entrando gente, les miraba con aire despreocupado y algo burlón, había decidido que eso de ser un poco decadente iba a ser una buena pose cara a mi exvirtual amiga. A medida que iba pasando el tiempo, ella como buena fémina se retrasaba, mi seguridad fue decayendo. Cada portador de periódicos que pasaba ante mi garita empezó a ser analizado con temor.

Primero fueron dos chicas, hablaban animadamente entre ellas. Estaban sentados en una mesa cercana y se reían, se reían mucho, tal vez se reían de mi, Tal vez mi corresponsal no fuera una, si no aquellas dos lesbianas, así las califique, sin ningún motivo aparente, pero las asigne ese papel. Mi amiga me habría estado engañando hasta en lo más básico, no solo su sexo, sus gustos, su edad, sino hasta su número. Una ojeaba la prensa y la otra repasaba son la vista el publico del lugar, y seguían riéndose haciendo comentarios malévolos de algo. No podría ser, no hubiera estado mal un trio salvaje con ellas, pero no era lo que buscaba en ese momento.

Claro que el sexo era una parte fundamental de nuestros diálogos ínternáuticos y muchas veces yo había acabado acalorado y con necesidad de un rápido desahogo, y creo que a ella también le había pasado, pero nunca habíamos metido por medio las relaciones lesbicas, o sea que esas dos no podían ser.

Poco después llego una mujer de mi edad, rondando los cuarenta, muy apañada y arreglada. Como envejecen las mujeres, al menos como nos damos cuenta los hombres de ello. Nosotros no envejecemos, no creemos envejecer, consideramos a las muchachas desde los dieciocho hasta los treinta , como presas lógicas de nuestra lujuria. Así pasa que cuando a veces lo intentamos, nos llevamos unos chascos maravillosos.

Aquella señora, no podía tener la ingenuidad, la frescura, la gracia que ella mantenía en nuestros encuentros escritos. Por mucho periódico que llevara debajo del brazo, esa no era mi cita. Esa mujer tenía otras cosas en la vida que estar conmigo, y yo se lo agradecía.

Otra hembra entrando y con periódico, no esta mal, joven, guapa, pero lo mío es de juzgado de guardia, viene en una silla de ruedas. ¿Será mi confidente una minusválida? Tal vez todas su fantasías, todas sus imaginaciones y todas nuestros requiebros sean su válvula de escape a su discapacidad. ¿Tienen sexo los paralíticos? ¿Cómo hacer gozar una carne insensible? Ya tuve una novia ciega, pero esto es aun más fuerte. Con esta solo podría tener sexo oral, hablado y chupado. Joder, que bestia soy…

Yo quisiera una chica joven, morenita, no muy inteligente pero simpática. Una chica con la que tomaría unas cervezas, iría a cenar, unos cafés noctámbulos, la deslumbraría un poco, pero no mucho. Reiríamos, nos lo pasaríamos bien, al fin y al cabo, los dos tenemos ya nuestras vidas. Podríamos acabar en algún sitio, ya no estoy para retozar dentro de un coche, recorrer nuestros cuerpos, profanar nuestra castidad y cuando ya al día siguiente por la mañana en una cama extraña, me despierte con una de mis manos encima de uno de sus pechos, con mis dedos aprisionando uno de sus pezones, poder levantarme y decir:- Hasta otra, guapa-, y desconectar el encuentro como cuando apagas el ordenador.

Mientras, mi quimera no aparece, entra un tío, muy puesto, de esos que ahora están de moda, que sin ser gay parece que lo son, y lleva el maldito periódico. Yo escondo el mío, no vaya a ser que esto acabe peor de lo previsto, y uno no esta para mariconadas.

Otra tía, súper buena, tetas como carretas, prendas caras y ajustadas, cara de chupar pollas, la imagen del vicio en un cuerpo de pija y con el famoso periódico, que debe haber sido el de mayor venta este día. Cuando ya me voy a levantar para abordarla, prometiéndome una noche de lujuria, con mi cabeza metida entre las piernas de esa hembra, saca un móvil y se pone a graznar, pues eso es lo que hace. No se con quien estará hablando pero el tono desagradable de la ciudadana esta, es el perfecto remedio para los deseos impuros.

Al final apuro mi cerveza, miro el reloj, hago como si me hubiera hartado de esperar a alguien, un gesto para la galería, y me marcho.

Una mujer, tal vez una de las descritas o tal vez otra, repara en que nuestro personaje se levanta y se va. No ve el escondido periódico y no cae en la cuenta de que es su amante virtual. Piensa que ese hombre que se va, sin ser perfecto, tenía buena pinta, que ojála hubiera sido ese individuo la cita que no llega y que por lo avanzado de la hora, nunca llegará.

¿Qué se dirán mañana, cuando enciendan el ordenador?

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