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Cosas que dejé en Barcelona

~~Nunca había sido muy dado a las celebraciones, y menos cuando el homenajeado era yo. Pero esa vez lo teníamos merecido. El presidente nos agradeció las últimas operaciones financieras (en estos tiempos inciertos para la bolsa) con un viaje a Barcelona con todos los gastos pagados, en un lujoso hotel para todos los de la oficina.
 Sí, esta vez el cerebro había sido yo, pero todo se habría ido al traste si no fuera por mis tres colegas de la oficina, todas mujeres, todas excelentes profesionales. y todas realmente hermosas.
 Sudor y lágrimas me ha costado guardar las distancias para con ellas. Mis deseos van mucho más allá de ir a sus despachos a llevarles el informe de turno, a compartir el café, o a criticar a tal o cual cliente.
 Al grano, allí estábamos los cuatro, con cinco días por delante para desconectar algo del ajetreado trabajo que habíamos tenido, y que seguro nos esperaría a la vuelta. Había que disfrutar y yo me conocía lo suficientemente bien esa ciudad como para dejar que mis compañeras se aburrieran un solo segundo.
 He de decir que aunque trabajemos en el centro mismo de Bilbao, en un lujoso edificio de oficinas, y nuestro salario sea más que aceptable; no somos gente snob. Por supuesto que nos gustan las ropas de D&G, los BMW, los equipos de música NAD. Pero todos somos de pueblo , y, en el fondo, acabamos por preferir el ambiente cosmopolita y distendido de los bares del Raval, a la marcha pija del Puerto Deportivo.
 De esos cinco días que estuvimos, los dos primeros fuimos a Cadaqués a bucear, pues todos somos amantes del fondo del mar. Y ya en este segundo día el ambiente se había distendido mucho. No dudaban en quitarse el top del bikini delante de mí para enfundarse el traje de neopreno. Las tres tenían unas tetas preciosas, ninguna de tamaño exagerado, bien puestas, vamos. Y yo, para no ser menos, no dudé en quitarme el bañador delante de ellas para ponerme el buzo. La directora de la oficina, al verme desnudo, se permitió un pequeño comentario picantito con el que nos estuvimos riendo un buen rato los cuatro.
 En el agua nos lo pasamos estupendamente. Unos peces preciosos, unos fondos increíbles y tres sirenas alrededor mío son el sueño de todo heterosexual enamorado de la mar.
 Cuando cayó la noche, y ya de vuelta en Barcelona, me propuse llevarles a un bar del Raval, llamada Marsella, al que había ido meses antes con unos amiguetes. Bar de aspecto viejo y dejado; botellas con una generosa capa de polvo, otrora animadoras de tertulias de hombres de saberes, adornando las paredes; mesas con cuadrillas de extranjeros hablando de alcoholes y experiencias sexuales. Preciosas mujeres por todos los lados. Rubias foráneas y morenazas autóctonas estaban despertando mi deseo más salvajemente sexual que debía tener aletargado mientras estuviera con las chicas de la oficina.
 Pedimos unas copas de absenta para no desentonar en el ambiente, y estuvimos un buen rato comentando la última operación exitosa (me volvieron a felicitar por ello), anécdotas jocosas, y prometiéndonos que había que repetir estos viajes más asiduamente, aunque los tuviéramos que pagar nosotros.
 En el poco tiempo que llevábamos de minivacaciones juntos nos habíamos compenetrado muy bien. Y aunque yo he sido la última incorporación a la oficina me había integrado perfectamente, y estoy seguro de tener en ellas a tres buenas, y buenas, amigas.
 Y como amigos empezamos a hablar de novios y novias, satisfacciones y decepciones. hasta que la cosa se puso bastante calentita. Yo no me lo poda creer, estaba hablando con mi jefa de las posturas apropiadas para estimular el punto G femenino; mi jefa, una mujer de no más de 35 que tenía cada oreja pegado a un teléfono y que todavía que quedaba capacidad auditiva para poner verde al abogado de turno que estuviese frente a ella. Mi jefa. que si más que el tamaño importa el grosor, que si se hace algo incómodo el chochito cuando te empiezan a salir los primeros pelos tras habértelo depilado.
 Y yo no me quedaba atrás, la absenta nos había desinhibido lo poco que necesitábamos y la franqueza era absoluta. Me estaban poniendo a 200 por hora. Sus escotes insinuantes, sus manos en mi muslo de forma amistosa. y yo que no podía quitarle el ojo de encima a una francesa con minifalda, largas piernas y estilizadas, y cara de cachonda en busca de carne que llevarse a la entrepierna.
 Mis acompañantes no tardaron en darse cuenta de ello; y me quedé petrificado cuando una de mis chicas acercó su silla a la de la francesa y le propuso (sin consultármelo a mi antes) un buen rato conmigo. Luego me enteré de que su conversación se centró en mis amplias dotes amatorias, por supuesto inventadas, que mi compañera aseguró que yo tenía. Y no digo que no fueran ciertas.
 Apenas tardó un par de minutos en girarse hacia mí y asegurarme que esta perra francesa te va a dejar más seco que una pasa .
 Parece ser que a todas les hizo mucha ilusión esta aventurilla y bromearon sobre mi posible dificultad para bucear al día siguiente.
 Como ya me habían dejado bastante fácil el asunto, me acerqué a la francesa para darle palique un rato, no sin volver a sorprenderme de lo buena que estaba.
 Sus dedos en mi brazo, mi dedo índice recorriendo el borde de su corta falda. los acontecimientos se precipitaron y no tardé en darle el primer beso, mi lengua buscó la suya, encontrándomela lasciva y juguetona.
 Daba la casualidad que ella estaba en el piso de veraneo de su padre, y que afortunadamente se encontraba de viaje de negocios por China.
 Yo le propuse ir a mi hotel, pero ella insistió en que fuéramos a su casa. A mi me dio un poco de pena desaprovechar una noche sin dormir en aquella grandísima cama de aquel magnífico hotel.
 Ella tenía su coche aparcado no muy lejos de allí, así que nos despedimos de nuestros respectivos acompañantes y nos dirigimos al aparcamiento con continuos besos y toqueteos, dejando atrás un murmullo de sonrisas cómplices y cuchicheos, que no hicieron sino que apreciara más a mis amigas.
 He de reconocer que la francesa aquella era una guarra de las que hay pocas. Y yo creo que estuve a su altura. Nada más meternos en el coche y sin mediar palabra empezó a tocarme la polla por encima del pantalón. Yo ya la tenía bastante grande así que ella se apresuró a soltarme los botones de los vaqueros y agarrarla con una mano empezando a masturbarme.
 Nuestras posiciones no eran muy cómodas, pero aquello también era excitante. Creí entender que le apetecía jugar un rato allí, en su coche, y que de camino a su casa ya recuperaríamos fuerzas.
 No me lo pensé dos veces. Corrí el asiento para atrás todo lo que pude y me bajé los pantalones para facilitarle los movimientos. Me la estuvo meneando un buen rato hasta que acercó su boca a mi glande y empezó a besarlo muy suavemente. Sus carnosos labios en forma de O aprisionaban la punta de mi polla, y su lengua en mi frenillo me estaba volviendo loco.
 La muy zorra lo sabía hacer bien. Poco a poco empezó a metérsela toda en la boca mientras con la mano seguía masturbándome. Era increíble. Cuando me corrí en su boca ella siguió chupando y moviendo su mano, prolongando mi placer un buen minuto, hasta que la dejó completamente limpia de semen.
 Yo no quería otra cosa entonces que abrirle las piernas y meterle un par de dedos por el coño hasta dejarla jadeando. Y me lo puso bastante fácil. Fue ella la que se quitó el tanga, se levanto la minifalda, y se empezó a tocar las tetas sensualmente. Acerqué mi mano a su coñito y le metí de golpe dos dedos dentro. Ella estaba muy mojada, por lo que opté por introducirle otro más. No paraba de moverse para atrás y para delante, lo cual dificultaba mis maniobras, su respiración se entrecortaba, pero tras un rato tocando su punto G no tardó en correrse en mi mano mientras blasfemaba en francés.
 Esperé a que ella misma sacara los tres dedos que tenía dentro con los movimientos de los músculos de su vagina y se los di a probar a su boca, lo cual agradeció efusivamente.
 Sellamos la sesión del coche con un largo beso en el que saboreé la mezcla de sus jugos vaginales con su saliva y los restos de mi corrida. Delicioso.
 Era cerca de la una y media de la madrugada y la noche no había hecho más que empezar.
 El coche empezaba a perfumarse con el penetrante (pero exquisito) olor a coño. Y yo estaba con unas ganas locas de llegar a su casa para hacerle mil y una guarrerías.
 La muy pija tenía un apartamento en Pedralbes, enorme y exquisitamente decorado con muebles de estilo minimalista.
 Nada más cerrar la puerta de su casa se subió la falda y se puso a cuatro patas. Allí, en la entrada. Y como el tanga ya se lo había quitado en el coche, quedó ante mis ojos el magnífico espectáculo de ver su precioso chochito rasurado y su culo durito y perfecto diciéndome cómeme .
 No tardé ni un segundo en poner mi lengua a trabajar en su ano. Primero lo rodeaba sensualmente, para luego meterle la lengua lo más profundo que podía. También le metía un dedo en su chocho mojado para pasarlo luego por su culo y abrírselo más.
 Ella, como en el coche, no paraba de jadear y de decir palabrotas en francés. Eso me excitaba mucho. Cuando ya consideré que tenía suficientemente dilatado el ano le introduje un dedo; no le costó mucho entrar, pero ella, entonces, echo su cuerpo hacía abajo y apoyó su pecho contra el suelo, conservando el culo arriba, y dejándome a mí una más que aceptable posición para continuar con cosas más trascendentales.
 Me coloqué tras ella y le puse mi rabo empalmado tocando su coño, procurando estimular su clítoris. Lo debí hacer bastante bien, porque así, y mientras le metía y sacaba un dedo de su culo, ella dio unas sacudidas que me asustaron. Le tembló todo el cuerpo durante unos segundos, como si le recorriese corriente eléctrica. La zorra de ella se había corrido como nunca, y eso que no le había metido nada en el potorro, aun. Me pidió que no cambiara mi posición, pero que le metiera otro dedo más por el culo. A mi me pareció algo extraño porque ella ya había acabado, pero enseguida supe por qué.
 El suave contacto de mi glande contra su zona erógena había despertado en ella la llamada de la naturaleza. Mis dedos fueron apretados por su esfínter y mi polla recibió una inesperada y agradable oleada de pis caliente. Antes de que acabara de mear decidí probar aquel licor, así que le pedí que retuviera un poco para que yo lo bebiera. Yo estaba muy caliente y no me dio asco ninguno hacerlo. Me puse bajo su potorro, abrí su vagina y pegué mi boca abierta a su coño para degustar su líquido secreto . Fue magnífico. No dejé que nada se desperdiciara fuera de mi boca, y cuando acabó, seguí lamiendo su chocho lo más profundamente que daba mi lengua. La orina lo había dejado más jugoso y más sabroso. Ella miraba para atrás para disfrutar de la escena también con los ojos, mientras me decía en francés que siguiera dándole caña con la lengua. Estábamos sobre un charco de excitante pis y yo no paraba de calentarme más y más. Mientras le lamía el potorro volví a meterle dos dedos en su culo para acelerar su orgasmo. Fue una excelente idea, dio un grito que se oyó en toda la escalera y se desplomó sobre el suelo mojado nada más sacar mi cabeza de su entrepierna.
 Ella había tenido su ración de placer, pero todavía faltaba la mía. La pobre no se recuperaría hasta pasados unos minutos, pero yo no podía esperar. Me puse encima de ella y se la metí por el culo muy suavemente para que no le hiciera daño. Empezó a ronronear como si fuera una gatita en celo. Cuando entró la punta, estuve sin moverme unos segundos para que su ano se acostumbrara a su nuevo huésped; pero después se la metí hasta el fondo sin contemplaciones. Ya no blasfemaba, ni gemía. Sólo un hilillo de sonido escapaba de su boca. Estaba aturdida de los intensos orgasmos que había tenido y me dejaba hacer. Yo se la metía hasta el fondo salvajemente. A veces la sacaba totalmente para ver el espectáculo de cómo se volvía a meter por aquel generoso agujero. Aceleré mis movimientos para correrme, y cuando lo hice ella volvió su cabeza para decirme que había notado cómo eyaculé dentro suyo. Era golfa hasta para eso.
 Permanecí encima suyo, todavía con mi pene en su culo, hasta que decidimos darnos una ducha para reponer fuerzas y limpiarnos un poco. Nos levantamos, y mientras ella miraba voluptuosamente el charco de sus líquidos, y todavía le resbalaba pis por la tripa, se pasó el dedo por el vientre mojado, lo pasó por mi entrepierna como para acariciarme los testículos y me lo metió por el culo. Me dio un morreo de campeonato y procedió a meter otro dedo dentro de mí hasta el fondo.
 Cuando acabó con ese juego se fue para la cocina y vino con una fregona y un par de toallas.
 La ducha nos reanimó totalmente. Nos besábamos y abrazábamos nuestros cuerpos resbaladizos. Le enjaboné todo el cuerpito y le lavé el increíblemente bonito cabello rubio que tenía.
 Una vez secos fuimos a su habitación. La cama tenía una preciosa cabecera de forja, ideal para usar cuerdas y cosas de esas. Yo nunca lo había probado, pero tampoco tenía muchas ganas de hacerlo entonces. Ella se echó boca arriba, dejándome ver sus tetas y su coñito. Lo tenía todo depilado a excepción de un pequeño triángulo en la parte superior, que le quedaba muy bonito. Con mi dedo índice empecé a recorrer los bordes de ese triangulito tan sensual mientras que con la otra mano le estimulaba la aureola de un pezón. Todo muy despacio, muy sensual.
 Mientras se lo hacía, estuvimos hablando sobre lo de su meada, pensó que igual me había ofendido, pero nada más lejos de la realidad. Le dije que nunca me lo habían hecho, pero que me pareció algo muy excitante. También le dije que ya empezaba a ser hora de que inaugurara su coño con mi polla, pero que me apetecía que fuera ella quien llevara la voz cantante. Nada más decírselo, se puso sobre mí y colocó sus tetas a la altura de mi boca. Yo se las empecé a mamar muy suavemente de los bordes a la aureola, y luego mi boca empezó a lamer los pezones algo más agresivamente, para pasar a succionárselos otra vez de forma pausada y sensual.
 El trabajo de mi boca en sus bonitas tetas, su chochito sobre mi polla, y sobre todo, ver a aquel hermoso cuerpo sobre el mío, no tardaron en hacer su efecto y mi pene volvió a tener una erección de infarto.
 Supongo que ella notaría como aquella cosa crecía más y más debajo suyo, porque cuando estaba bien dura (sin que yo le dijera nada) la agarró y se la metió por el chocho muy, muy lentamente. Cuando la tenía toda dentro se quedó quieta un rato como saboreándola dentro suyo. Y luego empezó a botar encima de mí, rápido pero acompasadamente. Yo, mientras, la agarraba por las caderas y disfrutaba del bamboleo de sus pechos. Ella no paraba quieta un segundo. Me dijo que le gustaba ver como yo disfrutaba viendo sus tetas, y empezó a tocárselas y a estrujarse los pezones con las puntitas de los dedos.
 Cuando se cansó de la postura, se tendió boca arriba en la cama y me pidió que se la metiera de un lado. A mi es una postura que me encanta. Mi boca se pudo entretener con su pecho derecho, y mi mano estuvo acariciando su vulva y su clítoris durante la penetración. Durante este tiempo que estuvimos así a ella le dieron varias sacudidas de esas que anteriormente he comentado. Deduje que eran los preludios de un gran orgasmo, pero yo quería acabar junto con ella. De un movimiento y sin sacar mi polla de su humeante potorro, le giré y la puse de lado también, permaneciendo yo detrás de ella. Me gustaba correrme de aquella forma, y era hora de acabar. Aceleré mis movimientos para conseguir mi orgasmo y prolongar lo más posible el suyo. Le estaba follando a una velocidad de vértigo, sin contemplaciones. Se la metía hasta dentro y se la sacaba casi hasta fuera en décimas de segundo. A este ritmo no pude aguantar mucho tiempo y exploté dentro de ella con un orgasmo bestial e iluminando su vagina con el escaso semen que debía tener para entonces.
 Siguió convulsionándose incluso cuando ya se la había sacado. Y así nos quedamos, cuerpo contra cuerpo, con mi ya maltrecha polla rozando sus genitales y su culo, y abrazándola fuertemente como queriendo que esa chica a la que acababa de conocer no se fuera nunca de mi lado.
 Las despedidas cuanto más cortas, mejor. Por la mañana nos intercambiamos los e mails, pero ambos sabíamos que otro encuentro sería harto improbable.
 Aun así, tengo el convencimiento de que a vosotras, mis queridas lectoras, también os gustaría pasar con este servidor una noche de pasión y sexo desenfrenado. Os espero.

Datos del Relato
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