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Categoría: Maduras

Casi Cincuenta (2)

Teníamos el resto de la noche por delante. Ella sola y sin ningún compromiso.



Yo con una llamada a mis padres para decirles que no dormiría en casa estaba cumplido.



La noche estaba dispuesta a ayudarme a derribar barreras.



Así concluía la primera parte de este relato.



Elisa me miraba embobada, sus ojos, muy abiertos, brillaban alegres. Después de dos intentos fallidos logró articular una frase:



 



¡Cómo me cogiste Manu! no pensé que se podía gozar así.



 



Casi enseguida se miró, desnuda de la cintura para abajo, y corrió a vestirse nuevamente.



 



¿Elisa, ya se acabó todo?



No querido, quiero que me sigas cogiendo, pero no me gusta que me veas así.



 



Resolví aceptar todos los absurdos caprichos. Al fin de cuentas este último me daba la oportunidad de empezar otra vez el juego de la seducción, y eso me calentaba sobremanera. Volvíamos al los inicios de la noche, también yo otra vez vestido.



 



Quedaba más de la mitad de la botella de whisky, de modo que volví a servir y nos sentamos juntos a beber.



Los dos estábamos muy calientes, el juego de Elisa contribuía a mi excitación. Eso de estar como al comienzo pareció borrar los efectos devastadores de mis dos descargas anteriores, la pija recuperó la rigidez de su mejor momento, y yo volví a intentar mi placer como si acabara de llegar.



 



Mis manos retornaron a las tetas que minutos atrás tenía libres y sin nada que las cubriera, ahora estaban de nuevo cubiertas por el sostén y la blusa. Pero percibía la dureza de los pezones entre mis dedos ávidos.



Elisa, como cohibida, miraba mis maniobras con la vista baja, mostrando una expresión avergonzada en su rostro casi hermoso.



Cuando intentaba besarla rehuía mi boca. Era como si estuviera otra vez jugando al juego de la virgen temerosa.



Temí que mi verga estallara a causa de la calentura que estaba alcanzando.



Con algo de violencia atraje su boca hasta la mía y la enredé con mi lengua en un beso sensual.



Llevé mi mano hacia sus muslos, levantando la falda. La acariciaba con todo el frenesí del deseo que me provocaba ese juego perverso de solterona.



Volvieron a salir disparados mis pantalones y slip.



Allí Elisa ya no pudo continuar haciendo la disimulada, era evidente que le gustaba mucho mamar verga. Ahora el condón me lo colocó ella, pese a su inexperiencia.



Y me la chupó, vaya si me la chupó, mejor que en la ocasión anterior.



Pero no quise dejar nuevamente mi leche dentro del látex, - ya vendrán tiempos mejores.- me dije.



 



Ella estaba completamente vestida, y eso conspiraba contra su placer y el mío. Pero después de haber cogido como la mejor puta se resistía a que la desnudara.



 



-Elisita, no te puedo coger así, vestida.



Probemos, nada cuesta probar.



Pretendía que bastaba con levantarse la pollera, correr hacia un costado sus calzones, y el resto a base de una suerte de contorsionismo ridículo.



Pero así apenas le entraba la punta, yo necesitaba ponérsela entera.



Allí capté algo que mi inexperiencia no me había dejado comprender antes.



Había que aplicar algo de violencia, un tantico de dominación. Esta mujer necesitaba que se le impusieran, que contrariaran lo que se suponía su voluntad.



Unos tirones y empellones la acostaron atravesada en la cama.



 



¡No, no me saques la ropa!



¡Callate puta, te saco y te pongo lo que quiera.!



¡Por favor, la bombachita no!!



Te saco los calzones y te pongo la verga donde yo quiera, en la concha o en el culo.



¡¡NOOO, en el culo no, me va a doler!!



 



Levanté sus piernas, recogí la pollera hacia la cintura hasta tocar sus bragas, de allí sacar fue muy simple. Se resistía solamente de palabra, de hecho colaboraba algo.



Había aprendido la manera de explotar su histerismo, así se calentaba más, así podría lograr lo que no había conseguido antes.



La pollera siguió el camino de los calzones.



La blusa no había alcanzado su punto de maduración y quedó allí, puesta.



Unas fuertes palmadas en el culo, para que supiera quién era el amo, fueron liquidando su resistencia.



 



Elisa, te voy a coger por el culo.



¡¡NOOO, eso no por favor!!



¿No me digas que sos virgen del culo?



No, pero las dos veces que me lo hicieron me dolió muchísimo, y de yapa no gocé nada.



Bueno, vas a probar la tercera, ¿a ver qué pasa?



NO Manu, el culo no, te lo ruego.



 



Sabía que todas sus protestas eran fingidas, o creía saberlo.



Muy seguro no estaba, pero no me iba a perder ese culo por un prejuicio tonto.



 



La dejé allí, tirada en la cama, y corrí a la cocina, en la heladera encontré manteca, eso me serviría, lo vi en un filme muy viejo.



Una buena enmantecada de culo sería el prólogo a mi goce.



 



Ese ano debía rondar los 100°C, la manteca se derretía con sólo acercarla. Mientras ella se debatía para evitarlo le fui untando el ano, meter un dedo no costó casi nada. El segundo dio algo más de trabajo, el tercero le arrancó un grito de dolor, pero fue sólo eso.



Los tres dedos dentro del recto iniciaron su tarea, las quejas amenguaron.



 



Llevé sus piernas hacia atrás hasta que sus rodillas casi apretaban las tetas. La puse hecha un arco, apoyada en la espalda.



El culo apuntaba hacia el techo. Parado cerca apunté la pija al dilatado y lubricado ano, no debería ser difícil entrar allí.



Apoyé el glande y, regulando mi peso, fui entrando.



 



Aunque Elisa trataba de contener sus gritos de dolor, estos eran notorios, creo que esta vez le dolía de verdad. Me rogaba que se la sacara.



A mí me habían contado que todas se quejaban al principio, pero que luego lo disfrutaban. De modo que no atendí a sus súplicas y se la fui metiendo inexorablemente.



Mi verga se sentía a gusto, el culo la apretaba, la lubricación era buena, ese canal era bien estrecho y la apretaba, haciéndole sentir un placer indescriptible.



Elisa pasó del dolor al placer casi sin solución de continuidad, las quejas se trocaron en gemidos y ronroneos muy dulces, estaba gozando como le hacía el culo. Casi quince minutos estuvimos así hasta que llegaron los orgasmos, primero los de ella y por fin el mío, mucho semen dentro del condón.



Con sus últimos gemidos se la saqué por completo. Confieso que me dio placer sentir cuando le dolía, será mi componente sado. Pero me emocionó ver como le había quedado el ano: brillante y dilatado, se destacaba entre la pelambrera hirsuta que lo rodeaba.



Manu, me lo hiciste de goma.



Bien que te gustó putita.



Reconozco que sí, pero quiero otra vez en la concha.



 



Elisa se estaba deshinibiendo, debía aprovechar esta circunstancia para dominarla totalmente.



Primero satisfacerla, luego obligarla, pero cuando estuviera llena.



La hice montar sobre mí y la penetré profundamente, su vagina ya estaba preparada y era dulce y cálida. Ella marcaba el ritmo del mete y saca, y lo hacía cada vez más rápido y violento.



Sus orgasmos se sucedían entre gritos y gemidos de goce.



Así Manu, así mááás poneme todo.



Tomá mamita, que te entre todo, gozalo.



 



Esto era coger, una mujer abundante, generosa, caliente y toda para mí solito.



 



Volví a llenar el condón, mi fuente de semen parecía ser inagotable, y todavía faltaba lo mejor.



Elisa jadeaba por la agitación, estaba cansada, había tenido un sinfín de orgasmos intensos.



 



¡Ay Manu, me dolió el culo, pero lo haría de nuevo! no hoy por supuesto.



Vos vas a hacer lo que yo quiera y cuando yo quiera. Ni se te ocurra rebelarte.



 



Su expresión me hizo entender que había dado en el clavo, esta mujer necesitaba que la hicieran marcar el paso, y si era a malas ¡mejor!.



 



A una orden mía, susurrada apenas pero en tono imperativo, se quitó la tan meneada blusa, y sin que le dijera nada sacó también el sostén.



 



Un valioso par de tetas se ofreció a mi vista, a mi tacto y a mi gusto. Justas, ni chicas ni grandes. Sí duras y casi nada caídas.



Comprendí de repente que ese cuerpo se había estado reservando para mí. Quise saber más de la historia erótica de Elisa.



Aprovechando mi condición de amo transitorio la obligué a que me contara.



 



"Mi primera vez fue en la adolescencia, cursaba el último año del Comercial. Era en el pueblo del interior donde nací. Yo era una chica linda, pero muy ingenua. Pablo, el galán de ese tiempo y lugar, me empezó a hacer el tren; creí que era sincero, que de verdad me amaba. Una tarde me llevó cerca del río, y en la espesura del monte me cogió. Me encantó la cogida, pese al dolor de la pérdida de mi virginidad.



Siguió llevándome a una casita que alquilaban entre cuatro chicos para esos fines. Allí me la dio por el culo, eso me dolió horrores y no lo dejé hacerlo más. Aprendí a mamarle la verga y una cantidad de linduras que me enseñó.



Como a los dos meses de estar visitando ese refugio de amor Pablo me anunció que esa tarde debía coger con sus tres socios en el alquiler, era lo que habían estipulado, todos compartían con todos.



Quise negarme, pero el primer bofetón me derrumbó contra la pared. Si no accedía la iba a pasar muy mal.



Esa vez fue una cogida perpetua, cuatro jóvenes calientes me usaban a su antojo.



Me dejaron la concha exhausta y repleta de semen. Mamé cuatro vergas hasta desarticularme la boca. Pero conseguí salvar el culo de un nuevo ataque.



Gocé como una bestia, pero me sentí muy sucia



A poco me encontré embarazada, ¡y no sabía de quién!



Pablo se desentendió.



Mi padre debió llevarme a un pueblo vecino para que un médico me hiciera un aborto.



Como no quise seguir con Pablo el muy cabrón salió en el desfile de la primavera llevando mis calzones como estandarte.



No lo soporté, me fui del pueblo, rendí en condición de libre todas las materias para obtener mi título de Perito Mercantil, y con el diploma bajo el brazo me vine a probar suerte en Buenos Aires.



Eso de buscar trabajo no se me daba, en aquel tiempo la juventud y la falta de experiencia eran factores negativos muy serios. Peregrinaba de un aviso a otro, y siempre sin respuesta.



Una mañana muy temprano llegué a la XXXcorporation, en esos tiempos no era tan grande como hoy, recién llegaba al país. Habían publicado un aviso requiriendo una auxiliar contable.



El señor Contador era un hombre de más de cuarenta años. Para mis recientes 18 un anciano. Y pronto se me reveló como un viejo baboso.



Me dijo que buscaba una persona para que trabajara con él, y que él sería quien decidiera a la que le daba el trabajo. Que necesitaba una empleada que fuera buena con él. Y que fuera joven, y que fuera linda. Cuando me puso una mano en el hombro pensé en salir corriendo. Por suerte también pensé en que mi padre me había dicho que me mandaría unos pesos, este mes y el siguiente, luego nada más.



Lo dejé que me acariciara el hombro. Y que bajara hasta la teta derecha.



Y que me invitara a tomar un café más tarde.



Y que me llevara a un hotel por horas.



Y que me cogiera.



 



Ingresé a trabajar en la XXXcorporation, a las órdenes de Don Andrés.



Con el tiempo supe que Andrés era casado y con tres hijos. También supe que era un buen hombre. Veló por mí, se ocupó de mis ascensos, de mi bienestar. Él me ayudó a comprar este departamento. Él me auxiliaba en mis apreturas económicas. Se limitaba a llevarme dos veces por semana a un hotel y cogerme, hasta dos polvos por sesión. Yo era la cuota de ternura y juventud que no hallaba en su esposa.



Sólo una vez me hizo sufrir, cuando me cogió por el culo. Andrés estaba bien dotado.



Por un descuido de ambos sobrevino un embarazo no deseado. Andrés se ocupó esta vez del aborto. Estuve mal, con muchos dolores y fiebre, por esas experiencias es que insisto tanto con los condones.



Hace cinco años en una tarde de sexo Andrés sufrió un ataque cardíaco que se lo llevó sin remedio.



Por suerte pude escapar del hotel sin que nadie me viera, dejando el escándalo a cargo de la esposa de mi amante.



En el velorio debí disimular mi tristeza y hacerme cómplice de los cotilleos que pretendían esclarecer con quién estaba Andrés en esa circunstancia trágica. Lo nuestro lo habíamos sabido resguardar de las lenguas viperinas.



 



El sexo con él no era fastuoso, pero bastaba para mis necesidades. Lo comprendí cuando me faltó, dos orgasmos por semana no era mucho, pero me mantenía en forma, y, a todo se acostumbra una.



 



He sufrido mucho en estos cinco años de abstinencia y pajas. No me atrevo a comprarme un consolador, ni por correo, ni pedirle a alguien que lo compre parea mí.



 



Cuando ingresaste en la empresa pensé que sería lindo que fueras mi tercer hombre, descontemos los tres amigos de Pablo que a esos no los elegí.



Las fantasías que me hice mirando tu paquete.



Todavía no se cómo me atreví a invitarte al cine, pero está justificado haber dado el paso.



Me has hecho gozar mucho, hasta por el culo me hiciste feliz. No se cuántas veces me hiciste acabar.



Tampoco se si esto va a durar, te doblo en edad, pero espero que me cojas hasta hastiarte de esta vieja"



 



El monólogo de Elisa me enterneció, también yo había disfrutado mucho de ese cuerpo con tan poco uso.



Ahora que la tenía desnuda a mi lado se me antojó algo que no me había dejado hacer antes.



 



Le acerqué mi verga a su boca, así sin forro, se la tragó entera. Ahora sí la sentía mamarme bien.



Cuando noté que llegaba a mi orgasmo se la saqué para derramar mi semen sobre su rostro, sus pechos, sus hombros. La bañé con leche. No dijo nada, no se quejó ni se salió.



Elisa fue mi hembra casi exclusiva por dos largos años, se sometió a todos mis caprichos. Me hizo regalos espléndidos, ropa, salidas, vacaciones, hasta una moto.



En una ocasión ya cansado de ella la compartí con un amigo, y hasta a eso se prestó de buen grado.



No estaba en mí mandarla a hacer la calle, pero si se lo hubiera propuesto seguro que aceptaba. De hecho me mantenía casi, siempre andaba yo con dinero que ella me daba sin que se lo pidiera. Esto fue la perdición de Elisa.



Yo con mi moto, bien vestido y con dinero no tuve dificultad en encontrar una jovencita que quisiera salir conmigo.



 



Y 22 años son mejores que CASI CINCUENTA.


Datos del Relato
  • Categoría: Maduras
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