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Categoría: Maduras

Abril, vendedora de placer

¿Qué tal amigos? Aquí estoy de nuevo y a las andadas, recordando correrías de años anteriores. Como siempre entremezclando anécdotas recientes y otras de vieja data.



La recordación de hoy es para Abril. Ese nombre, al menos en mi país, hace clara referencia a los primeros cambios de temperatura donde el calor del verano se agota dejando paso a los primeros fríos, tardes grises donde la lluvia y la melancolía copan el panorama.



Quizá por ello, al observar su mirada podía notarse que algo de aquel mes se almacenaba en su piel.



Morena, de cabello tipo melena ensortijada, ojos claros como el cielo, baja estatura (1,50 aproximadamente), 43 años y dueña de dos curvas disímiles: pequeñas en la zona superior y de apreciable tamaño en la parte inferior, pasaba las horas tras el mostrador de una boutique atendiendo mujeres que se hallaban en período de embarazo.



Presentada la fémina en cuestión, pasamos a lo más jugoso, el relato.



Por cuestiones de la vida, concurrí a aquel establecimiento comercial acompañando a mi hermana mayor que se hallaba en su 4º mes de preñez y por razones de fuerza mayor estaba impedida de conducir vehículo alguno, por lo que oficiando de chofer llegué a conocer a Abril.



Al ingresar nos saludo muy amablemente, al tiempo que consultaba a mi acompañante sobre el tiempo de gravidez y si sabía ya de que sexo sería el nuevo habitante del mundo, típicas charlas de vendedoras que tratan de congraciarse con su futuro cliente. En un ambiente distendido se fueron pasando los minutos mientras mi hermana dejaba un tendal de ropa que tras probarse no le convencían. Debo confesar que ello me estaba poniendo inquieto y se me debería notar pues Abril se acercó y me dijo:



"Tranquilo papá, las mujeres somos así en épocas de embarazo, nada nos conforma ni calza bien".



Al oír ese comentario lo menos que hice fue reírme y aclararle al momento "Noo, papá no, solamente tío y chofer de turno".



Ante tal comentario, se ruborizó y me dedico una mirada un tanto más exhaustiva que las anteriores. "Ya te tocará entonces, en algún momento podrás entenderla con más naturalidad. ¿Quieres un café mientras esperas?" fue su comentario. Accedí de buen grado.



Mientras el tiempo y el café transcurrían, iniciamos una charla sobre banalidades al tiempo que mi hermana seguía prueba que te prueba. Allí supe que ese era su local y su único medio de supervivencia tras la muerte prematura de su esposo quien la había dejado endeudada y con un hijo que contaba al día de la fecha con 17 años. Su mirada se nubla un poco al recordar aquellos acontecimientos. Le agradecí su confianza al comentarme aquellos hechos, a lo que respondió que algo en su interior le había demostrado que podía decírmelo.



Por aquellos momentos el requerimiento de mi hermana desde el probador la quitó de mi presencia, pero me permitió observar su contoneo y lo marcado de sus curvas traseras dentro de un jean descolorido. El paisaje me cautivó y puso a trabajar mi mente para lograr una cita posterior sin la presencia de cliente alguno.



Se dirigió del probador rumbo a la caja al tiempo que mi hermana salía de aquel recinto y me indicaba que le abonase a la vendedora mientras ella se subía al auto pues se hallaba dolorida por tanto jaleo.



Siguiendo las instrucciones me apersoné a la caja y al tiempo que abonaba las prendas le pregunté a Abril a que horas cerraba el local, pues quería hacerle un regalo a mi hermana y no quería que viese que se trataba.



"A las 20," fue su escueta respuesta. Agradecí y tomé el paquete que me extendía dejándole en claro que volvería antes de aquel horario.



Demás está decir que desde la salida del negocio y hasta que se cumpliera el horario previsto para la vuelta al mismo, por mi mente pasaron las más variadas conjeturas para poder llevarme a la vendedora a una cama.



Siendo las 19:30 llegué al lugar nuevamente. Allí estaba ella, pero acompañada de quien supuse era su hijo dada la imagen que ambos mostraban y lo que parecía una discusión que se llevaba adelante. Ingresé al local al tiempo que el joven le recriminaba a Abril su carácter castrador y afirmando que tras recoger el bolso con su ropa se dirigiría a casa de su abuela. Salió del local hecho una tromba al punto que casi me embiste en su carrera a la puerta al tiempo que profería insultos por lo bajo.



"Perdón por la escena, pero está así desde que tiene noviecita y trato de ponerle límites a sus salidas nocturnas" comentó como si tuviese que justificarme lo sucedido.



"No hay problemas, vengo por el regalo para la loca de mi hermana, ¿me ayudarías a elegirle algo? Respondí.



"Para eso estoy, caso contrario no lograré sobrevivir al alquiler y los gastos" comentó al tiempo que esbozaba una sonrisa luminosa que me dejó helado y sin ánimos para las intenciones que llevaba.



Entre observaciones y selección habían transcurrido unos cuarenta minutos de charla fluida y risas mutuas. Al notar el tiempo pasado una expresión de sorpresa se apoderó de su rostro y tras recibir de mi parte el dinero que cancelaba la compra me dijo: "Debo cerrar, gracias por tu compañía y la compra"



"¿Sería muy atrevido de mi parte retribuirte el café de esta tarde? Si aceptás te espero y vamos a una confitería cercana".



"Ok. Esperame un ratito y estoy con vos"



Salí del local mientras ella colocaba las rejas y cerraba las puertas, luego se dirigió al fondo deteniéndose frente al teléfono, hizo una llamada que habrá demorado unos cinco minutos. Colgó, apagó las luces y desapareció de mi vista para reaparecer por una puerta lateral.



"Ahora si, ya avisé a mi madre para que no se inquiete que tardaría en volver" Se acercó a mí y caminando juntos nos dirigimos a una confitería que se hallaba a escasos cincuenta metros de su local.



Saludó a la moza y tomamos asiento en una mesa un tanto alejada de los ventanales. Pedimos dos cafés e iniciamos la charla inconclusa de la tarde, volvió a reaparecer el tema de su hijo y sus salidas a lo que respondí que era bastante normal que lo chicos quisieran salir los días viernes y sábados por la noche. Quizá allí reparó en que era viernes y en el permiso que le había concedido a su hijo para una salida.



Me pidió permiso y se dirigió a un teléfono publico que se hallaba en la barra del local, supongo que llamó a su casa y le ratificó la autorización a su hijo. Ahora sí su rostro más distendido y su ánimo más templado dejaba fluir una charla mas amable. Tras el segundo café me lancé decididamente a la ofensiva.



Una invitación a cenar, que fue cortésmente rechazada y un "te paso a buscar, tomamos algo y vamos a bailar" que no halló negativa, 23:00 horas y una dirección escrita en la servilleta fueron la confirmación de las defensas en caída por parte de ella.



Puntualmente, llegué al lugar en tiempo y forma. Minifalda negra, una blusa semitransparente con apliques de brillos en lugares estratégicos eran el marco para realzar su imagen de mujer fatal.



Clásica apertura de puerta galante y el primer indicio de una noche cálida, el beso de bienvenida fue un tenue roce de labios.



Dejé que eligiese el lugar, un disco-bar ambientado claramente para gente de nuestra edad y donde la luz no era la protagonista principal. Nos condujeron a una mesa que daba a un jardín de invierno y dos copas de champagne esperaban en el lugar. Brindis de rigor y tras beber apenas un sorbo que humedeciese nuestros labios, una aproximación mutua que dejó a escasos centímetros sus labios de los míos.



Noté una respiración lenta, cadenciosa y una pícara lengua que mojó aun más sus labios. Sin mediar palabra capturé su boca, recorrí sus labios con los míos y la tomé en mis brazos para que aquel paso fuera solo el inicio de un beso más húmedo y prolongado.



Cerró sus ojos y comenzó a jugar con mis cabellos, al tiempo que con la oscuridad como cómplice necesaria deslicé mis manos rumbo a sus pechos por sobre su ropa.



Acaricié primero uno y luego el otro de manera delicada, tratando de comprobar que tan rápido tendría el campo libre para acceder a ellos sin intermedios entre mis dedos y su piel.



La cúspide dura de sus colinas me informó que nada me incomodaría en mis propósitos, produje escalofríos al recorrer el lateral de sus pechos y una ligera erección de sus pezones al aplicarle leves pellizcos mientras acariciaba sus aureolas con la palma de mi mano.



Gimió muy débilmente, y se aferró a mi cuello mientras introducía tanto como podía su lengua en mi boca para juguetear con mi lengua.



Entreabrí los ojos para notar si alguien nos observaba, la ausencia de miradas ajenas me motivó para recorrer en forma descendente su estómago y luego su vientre.



Eludí como pude su breve falda y llegué a los bordes de su tanga. La zona central se hallaba húmeda y podía notar que buscaba abrir sus piernas para permitir una caricia más intensa. No dudé en correr lateralmente, tanto como me fue posible, la prenda e hice contacto con su sexo inflamado, húmedo ansioso de recibir caricias.



Me detuve, llamé al mozo quien con presteza llegó a mi lado. Pregunté por un sector más privado al tiempo que extendía un billete hacia su bolsillo.



Nos condujo hacia un sector donde la luminosidad virtualmente no existía salvo en el sanitario que estaba a mitad del camino. Ella se disculpó e ingresó a aquel recinto en tanto el mozo me llevó a un sector donde los sillones muy mullidos parecían más bien camas de una plaza con altos respaldos que impedían ver lo que ocurría en los demás lugares que tenían iguales prestaciones. Sobre una pequeña mesa en un costado, nuevamente las copas y curiosamente una cajilla plateada acompañada de una pequeñísima toalla.



Me indicó que aquel sector VIP solo podía ocuparse por un máximo de 3 horas, por lo que cumplido el plazo se encendía una luz roja que se hallaba debajo de la mesa. Entendí que clase de sector era y a que se lo destinaba seguramente.



Mi acompañante llegaba al tiempo que el mozo se retiraba, nuevamente el rito de la bebida para humidificar los labios y casi sin solución de continuidad las caricias, ahora sí mucho más directas y atrevidas liberando sus pechos de la prisión de su blusa y ella acariciando mi pecho, bajando lentamente mientras desabrochaba cada botón de mi camisa hasta llegar al borde de mi pantalón.



La ansiedad mutua por recorrernos me llevó a levantarla en vilo y colocarla sobre mí sentada a horcajadas. Me sorprendió que su humedad fuera tal que llegase a mojarme a través de su tanga, pero cometí un error de apreciación, la prenda ya no estaba en su lugar.



Fue entonces que ella liberó mi instrumento y lo llevó a su zona de placer. Lo frotó hacia atrás y adelante para distribuir su lubricación, sin llegar aún a colocarlo en su ser, tortura que extendió por minutos en tanto recibía besos y mordiscos en sus pechos y pezones hasta transformarlos en conos de picos notablemente rígidos que delatándome a mí como el culpable de tanta excitación.



La fricción se aceleraba y nuestros deseos de penetración también, los gemidos se estaban transformando en súplicas por parte de uno y otro por llegar al momento más deseado. Y tal como reza el dicho, "nuestros deseos se hicieron realidad" en una única embestida furiosa y bestial, nos complementamos al máximo de las posibilidades.



Una sonrisa se dibujó en sus labios y una mueca de satisfacción invadió su rostro. Se detuvo como disfrutando el momento, una lagrima recorrió su mejilla y tras besarme profundamente comenzó sus cabalgata por las praderas del placer, desandando caminos que llevaba tiempo sin recorrer, prolongando cada descenso hasta lograr una profundidad máxima queriendo reabrir espacios clausurados por el tiempo y la soledad.



Tal era su gozo que extendió aquel momento por espacio de media hora, para luego lanzarse al galope para sortear la última valla acompañando su arribo al máximo placer con un gemido ahogado por mis labios mientras llenaba sus entrañas del blanquecino néctar seminal.



Permaneció quieta, aferrada a mi con su cavidad completa disfrutando de aquello que la llenaba.



Al cabo de otra media hora se desmontó, tomó la pequeña toalla y la colocó en su entrada para evitar el derrame, se dispuso a mi lado con su cabeza recostada en mi pecho y murmuró: "No imaginás cuanto deseaba esto, pero quiero salir de aquí y disfrutar de una cama".



Tras arreglarnos un tanto las vestimentas nos dirigimos a la salida, ya de la mano o abrazados, prodigándonos besos y caricias de lo más comprometidas. Fue una tortura el recorrido que nos depositó en el hotel donde dimos rienda suelta a toda la locura que puedan imaginar.



Tan solo cruzamos la puerta y nuestras ropas fueron desapareciendo de nuestros cuerpos para tapizar el camino al lecho. Al llegar allí nos trenzamos en un ritual que nos llevó disfrutar lingualmente del sexo del oponente, su recorrido arriba y abajo por el tronco y cabeza de mi verga era retribuida por la succión de sus labios y mordiscos clitorianos. La lateralidad de nuestra posición cambió rápidamente a un 69 glorioso, donde mis labios y lengua partían del clítoris hasta circular por el anillo de su ano. Sus gritos ahogados por la penetración de mi verga en su boca eran cada vez más seguidos.



Sentí la presión de sus muslos en mi cabeza y el brotar de sus jugos abundantes al tiempo de derramar en sus labios bucales la totalidad de una carga seminal. Seguimos frenéticamente, ella tratando de mantener mi erección y yo dilatando su ano para el punto culminante de la noche.



Cuando ya no pudo retener más su tercer orgasmo de la noche, cambiamos rápido de posición y comenzamos la penetración anal, suave y delicadamente mientras la masturbaba. Bramó como una fiera enjaulada al momento de la enculada total y presionando fuertemente mi mano sobre su Monte de Venus se arqueo permitiéndome colocar mi otra mano en su nuca y mantenerla allí mientras en tanto mi entrada y salida a su cola se aceleraba.



La explosión final fue acompañada por una presión mutua y en sentidos opuestos como si quisiéramos rompernos mutuamente.



Rendidos, nos dormimos aun unidos por nuestra última penetración. Despertamos tres horas después, inundados por nuestros jugos pegajosos. Nos besamos y bañamos juntos.



A modo de despedida de una noche de locura, cada uno pidió un deseo para que el otro cumpliese. De su parte, la promesa de repetir aquello pero esta vez directamente en un hotel que tuviese todas las comodidades y juguetes para prolongar nuestros juegos, y de la mía una hermosísima mamada tal mi fantasía, con sus labios totalmente pintados de rojo y arrodillada a mis pies.



Ambos deseos fueron cumplidos, el de ella un mes después como despedida previo a su viaje a España; el mío de la manera más insólita, en el probador de su local un día sábado a las 19:30 mientras dos clientas se probaban ropas pared por medio con nosotros.



 



 



Alejandro Gabriel Sallago


Datos del Relato
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