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A cientos de kilómetros.

~Él me hablaba todos los días. Invariablemente recibía un mensaje de texto en mi móvil por las mañanas, y una llamada, corta pero agradable por las noches.

Él era realmente fantástico.  Jamás pensé que yo tendría la oportunidad de conocer a un hombre de esa magnitud. Y es que Christopher parecía ser de otra dimensión, o por lo menos sus fotos así lo mostraban.

Mi situación es bastante graciosa. No, no conozco a Christopher en persona. Lo conocí en uno de esos sitios de citas en Internet, y fue por mera casualidad.

Desde que vi su rostro en su foto de perfil, me quedé maravillada. Él me había enviado una solicitud de amistad y yo estaba atónita. Su bellísimo y claro cabello rubio congeniaba perfectamente con sus ojos verde esmeralda y espesas cejas. ¡Ni qué les digo de su sonrisa! Una dentadura digna de aparecer en un comercial, acompañada de lindos labios carnosos.

¡Y su cuerpo! Creo que esa era la parte que más me gustaba de Christopher. Como él mismo me había contado, le encantaba ejercitarse. Supongo que esa era una de las cosas que ambos teníamos en común. Su pasatiempo era la natación. Ya se imaginarán la enorme y bien formada espalda que tenía. Me hacía volverme loca.

No podría decirles con exactitud si nuestra relación era seria o formal. La verdad, no me interesaba. Él estaba a cientos de miles de kilómetros lejos de donde yo vivía, y no había necesidad de ser una pareja en realidad. Sólo nos divertíamos un rato.

Vamos, somos jóvenes. Ni siquiera tenemos treinta años. Lo único que ambos buscamos es un escape de la vida real, del trabajo y de los estudios. Y él es el escape que más me ha gustado.

Nos enviamos mensajes diariamente. Él siempre procura llamarme por la noche, y yo, encantada. Creo que lo nuestro se definiría como una relación de amigos con derechos a distancia.

Y como buenos amigos con derechos, hay ocasiones en que nos gusta dar rienda suelta a nuestros instintos y disfrutar, aunque estemos tan lejos.

A pesar de llevar un año de conocerlo, nunca le había enviado fotos mías que fueran provocadoras. Ni siquiera había aceptado a quitarme la blusa frente a la webcam en una de nuestras conversaciones nocturnas por Skype.

Pero la vez que ocurrió por primera vez fue una de las más excitantes de mi vida. Ninguna de mis experiencias reales con hombres se puede comparar a la que pasé con Christopher esa noche. Y eso que él vive en otro continente.

Era viernes. Cómo me gustan los viernes.

El día en el hospital había estado demasiado tranquilo. Soy enfermera, y aunque la mayoría del tiempo estoy ocupada, ese día en especial no había mucho qué hacer.

Desde la mañana, había estado hablando con Christopher mediante mensajes de texto, pero las cosas comenzaron a subir de tono cuando dio la hora del almuerzo para mí.

Las cosas que él me decía eran ardientes. Y mis compañeras se podían dar cuenta al ver el rubor subirme por las mejillas.

“¿Te masturbas muy seguido, hermosa?”, me preguntó él.

“Casi todos los días”, respondí.

Debo admitir que sus preguntas me tomaban de sorpresa. Quién lo diría. Él dulce Christopher preguntándome cosas íntimas. Pero eso me gustaba, y me excitaba.

“Daría lo que fuera por verte mientras te tocas”.

Unas horas después, yo ya estaba deseando con hartas ganas retirarme a mi casa. Mi entrepierna estaba palpitando desesperadamente. Bien pude haber ido al baño en ese momento y darme una mano, pero la deliciosa sensación que Christopher despertaba en mí no me lo permitía.

Supongo que su plan era irme excitando poco a poco. Lo hacía de forma gradual y lenta. Se sentía tan bien.

“¿Te tragarías todo mi semen, linda?”, me preguntó, siguiendo con nuestra conversación.

Yo misma estaba perdiendo la cordura.

“Todo. No derramaría ni una gota”.

Gracias a Dios mi turno había terminado. Ya podía irme a casa, y claro que se lo hice saber a Christopher. Él, como yo, estaba ansioso. Sabía lo que ocurriría una vez que estuviera ahí. Era como un punto sin retorno. La perdición. Y a mí me agradaba la perdición.

Cerré la puerta de mi apartamento detrás de mí. Tenía un nuevo mensaje de Christopher.

“Conéctate a Skype”.

Y así lo hice. Maldita sea. Me sentía fuera de mí. Estaba excitadísima. De mi entrepierna ya podían salir fluidos. Ni siquiera había tenido tiempo de tomar un baño o beber agua. Eso pasó a plano menor.

En menos de cinco minutos ya estaba recibiendo su llamada por Internet.

Ahí estaba él. Su rostro perfecto me sonreía. En mi estómago sentí una fuerte oleada de emoción.

—Estuviste provocándome todo el día —Pronto le reclamé yo.

Christopher soltó una carcajada. Imagínense, hasta su risa era encantadora.

—Discúlpame, linda —Me guiñó un ojo—, aunque esa era la intención.

Me sonrojé, pero claro, eso no se puede apreciar muy bien desde una webcam.

—Tú también estuviste provocándome —Me dijo—. Por lo menos, en todo el día, me la jalé dos veces y todas pensando en ti.

—¿No pudiste controlarte?

Me sorprendió mi propio tono de voz. Era sensual, invitaba a algo más. Hace muchísimo tiempo que yo no hablaba así.

—Por supuesto que no, y creo que ahora tampoco podré.

Noté cómo se mordía el labio. ¡Tiene los labios más exquisitos del mundo! Y su mirada tan audaz, tan dominante. Yo me estaba perdiendo en una especie de limbo, acercándome cada vez más al paraíso.

—Me gustaría ver más de ti, cielo —Me pidió amablemente.

Creo que debo darle sus méritos a Christopher, pues estaba visiblemente excitado y aun así podía controlar su tono de voz para que sonara caballeroso.

Qué hombre. Y yo no estaba en posición de negarle nada.

—¿Qué te gustaría ver? —Incliné mi cabeza hacia un lado y junté mis brazos, haciendo que, a su vez, mis pechos lo hicieran también.

—Tú bien sabes lo que me apetece —Dijo él.

No necesitaba valor ni aires de fortaleza para hacerlo. Iba a tener mi primera experiencia de cibersexo y me encontraba demasiado excitada para pensarlo o darle mil vueltas al asunto.

Tomé una pequeña bocanada de aire. Lo miré. Estaba ansioso.

En mis labios se dibujó una sonrisa pícara. Comencé quitándome la sudadera gris por la cabeza, lentamente, dejando al descubierto una blusa de tela ligera de color negro.

Quizás yo no tenía los pechos más grandes del mundo, pero creo que podía defenderme.

Proseguí a quitarme la blusa, sin dejar de echarle vistazos a la pantalla y observar las reacciones de Christopher. Una vez que estuve sólo en bra, noté que él llevaba una de sus manos hacia abajo. Definitivamente se estaba comenzando a masturbar.

Sentí cómo el color subía por mis mejillas. Me sentía deseada, hermosa y mucho más sabiendo que un hombre como él me estaba observando, deleitado.

—Me gusta tu ropa interior —Me dijo él, al ver mi bra de color verde perico.

—Gracias —Le sonreí mientras me ponía el cabello de lado—, ¿te importaría mostrarme algo a mí?

—Con gusto.

Agradecí a los dioses del Olimpo y de cualquier lugar que me dieran la dicha de presenciar cómo este bello hombre se quitaba la camiseta.

Sus abdominales bien marcadas me hicieron alucinar, y casi me caigo de la silla.

—¿Te gusta?

Asentí, mordiéndome el labio. Ni siquiera noté que lo estaba haciendo. Sólo ocurrió. Sólo lo vi, y, mierda, ahora estaba más excitada que antes.

Además, su voz no me ayudaba en nada.

—Hermosa, me estoy poniendo duro —Vi cómo se tocaba su entrepierna—, ayúdame.

Pero claro que lo iba a ayudar. Yo estaba su merced en ese momento y no había nada que me importara más que complacerlo.

Junté mis pechos el uno con el otro con mis manos. Los froté, haciendo movimientos circulares y me acerque a la cámara para que se enfocara en ellos.

Christopher comenzó a sacar su miembro del pantalón. Era grande. No les miento, ¡era grande! Jamás desee tener algo dentro de mí tanto como eso.

Decidí que era tiempo de dar el siguiente paso. Le sonreí y desabroché mi bra por atrás.

Deslicé los tirantes con delicadeza por mis hombros, y luego por mis brazos. A cada movimiento, mi piel sentía que ardía. Y los ojos de Christopher me estaban comiendo viva.

Al final, dejé caer el bra y mis pechos quedaron expuestos. Mis pezones se endurecieron apaciblemente, a la par que los estimulaba.

—Qué tetas tan ricas, linda —Se mordió el labio—, mira lo que han provocado.

Me mostró su pene erecto, totalmente descubierto. Vaya que era grande, y lo estaba frotando lentamente.

Él se quitó el pantalón, quedando así completamente desnudo. Miraba hacia la cámara, sin dejar de masturbarse.

—¿Te estás mojando? —Me preguntó.

—Sí.

Podía sentirlo. Llevé mis dedos hacia mi entrepierna y comprobé que sí, efectivamente estaba mojada.

—Déjame ver, princesa.

Mi respiración estaba agitada. Me quité los pantalones.

Al quitarme las bragas, me aseguré de que él lo viera. Me puse de pie y le di la espalda, mostrándole mi trasero. Bajé la prenda suavemente hasta quedar desnuda.

—Me gusta que no tengas vello —Dijo, mirando mi pubis perfectamente bien depilado.

Y es que yo no puedo soportar el vello en ninguna parte del cuerpo. Simplemente, no.

De pronto, me sentí muy diferente. Estaba desnuda, frente a un dios, y estaba dispuesta a hacer lo que él quisiera.

Recargué mis manos en el escritorio, dejando expuestos mis pechos y así él podía ver el resto de mi cuerpo. Me relamí los labios.

—Haré lo que quieras esta noche.

—¿Lo que yo quiera? —Sonrío perverso. Era como si estuviera esperando a que yo se lo propusiera.

—Todo lo que tú quieras, Christopher.

Él no paraba de masturbarse, pero siempre con el mismo ritmo. Lento y apacible.

—Mastúrbate para mí.

Y también sería mi primera vez masturbándome frente a alguien. Una noche llena de sorpresas, ¿verdad?

Le sonreí, tomando asiento en la silla de piel. Coloqué mis piernas arriba de las recargaderas y comencé a tocar mis pezones.

Los pellizqué, y después bajé mis manos tocando mi torso hasta mi entrepierna.

—Estoy muy mojada —Le hice saber, al pasar uno de mis dedos por mis pliegues y dejar ver un hilillo de fluidos.

—Qué rico —Me dijo con una mirada dominante—. Sigue tocándote, zorra, quiero ver cómo llegas al orgasmo.

Algo que jamás me había pasado era que me insultaran durante el sexo, y resultó divinamente excitante.

—¿Soy una zorra? —Le pregunté, entre leves gemidos.

—Eres mi zorra.

Empecé a estimular mi clítoris con dos dedos, y con la otra mano, tocaba mis pechos.

—Sigue haciéndolo, qué puta eres. De seguro te gusta que te vea.

De mi garganta salieron gemidos extraordinarios. Jamás había gemido tanto en toda mi vida.

—Mírate, estás gozando como toda una zorra. Penétrate con los dedos, puta, no niegues que te gusta.

La idea de ser algo sumisa me estaba agradando. Seguí sus instrucciones, metiéndome primero un dedo y después dos.

—Métete tres, penétrate.

Y así fui, con tres y luego cuatro. Poco a poco, mi entrepierna comenzaba a palpitar de placer. Las palabras de Christopher me estaban excitando muchísimo.

De pronto, sentí que cualquier corriente de aire que tocara mi piel me haría estallar. Me estaba aproximando al orgasmo, pero no a uno normal, parecía que éste sería grande.

—Christopher, estoy llegando —Le dije entre gimoteos.

Mi pecho subía y bajaba. Estaba respirando con agitación. En cualquier momento mi corazón podía salir disparado.

—Córrete para mí, zorra, mírame mientras lo haces.

—Christopher…

Ya no podía más.

—Córrete, hazlo por mí. Hazlo como la puta que eres.

El éxtasis más delicioso de mi vida llegó por fin. Lo sentí. Todos mis músculos se tensaron, como si fueran una sola masa. Eché la cabeza hacia atrás y gemí. Mis piernas estaban temblando por encima de la silla.

Miré a la pantalla. Christopher se estaba viniendo también. Fue como una explosión y desee con hartas ganas poder comérmelo todo.

Ambos estábamos cansados, pero realmente felices.

—¿Qué tal? —Me preguntó una vez que ya estábamos más relajados.

—Dios, nunca había disfrutado así —Le dije, y créanme que fui sincera.

—Me alegro que te haya gustado —Otra vez volvía a hablar como el lindo Christopher que conocí—, ¿te cansaste?

—La verdad, sí —Le sonreí, satisfecha.

—Creo que deberíamos ir a dormir.

—Sí, supongo que es la mejor opción.

Nos desconectamos de Internet y me fui a la cama. Debo confesarles que me masturbé otra vez pensando en lo sucedido.

Después de ese encuentro, no volví a saber más de Christopher. Cuando intenté comunicarme con él, resultó que su celular estaba fuera de línea, y su correo electrónico, dado de baja.

Han pasado ya varios años.

Intenté buscarlo, pero no resulté exitosa.

Algunos de sus amigos a los que logré contactar, me dijeron que se casó. Otros, que tiene hijos y vive en unión libre con una mujer americana. Y otros, simplemente saben lo mismo que yo, que desapareció y no dejó rastro.

Pero conmigo dejó rastro, y jamás olvidaré la gran experiencia que viví a su lado, aún a cientos de kilómetros.

Datos del Relato
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