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Categoría: Orgías

Una historia que recordarás...

Mi esposa y yo estamos casados hace unos veinte años. A pesar de los años, ella se mantiene en forma, al igual que yo. Ambos gustamos de hacer ejercicios y cultivar el cuerpo. Hacemos una bonita pareja. Nos llevamos bien, con altibajos considerados normales en cualquier matrimonio, sin embargo nunca tuvimos problemas en la cama. Nuestras relaciones sexuales fueron siempre satisfactorias para ambos, lógicamente dentro de los cánones considerados ortodoxos. Después de varios años logré me permitiera hacerle sexo oral y luego que ella me lo haga a mí.

A pesar de tener un carácter fuerte, ella, en realidad es bastante tímida, principalmente a la hora de hacer el amor. Prefiere hacerlo generalmente con la luz apagada. A mucha insistencia , he logrado que lo hagamos a media luz. Aunque tiene un hermoso cuerpo, se ruboriza cada vez que me deleito mirando su desnudes y, en esos momentos hace lo posible por esconderlo.

Hace unos meses noté que, al injerir bebidas alcohólicas, - cosa que ella hace muy de vez en cuando- se pone muy caliente y generalmente terminamos en la cama de un motel cualquiera, envueltos en una fogosidad difícil de describir. La mamadas, las poses, sus gritos de excitación y sus constantes lujuriosas y vulgares frases, así como su desesperación por ser poseída, incluso brutalmente, no dejaron de extrañarme y a la vez de gustarme por supuesto, dado que es una nueva sensación para mí toda vez que al habernos casado ambos demasiado jóvenes, ninguno de los dos tuvimos oportunidad de ganar experiencias sexuales con otras parejas y, durante estos largos años de casados, mantuvimos una fidelidad relativa, por lo menos de mi parte, que es lo que puedo asegurar. Alguna que otra aventurilla por ahí, pero no muchas. De ella nunca desconfié y para ser franco no creo que hubiera sido capaz.

En esos trances de desinhibición total, en pleno acto carnal, me preguntó cuáles eran mis fantasías sexuales. Respondí, un poco ruborizado, más que nada por respeto hacia ella, que mi mayor fantasía fue siempre tenerla como en ese momento. La respuesta no le terminó de convencer e insistió : “He leído que la mayoría de los hombres tienen la fantasía de tener sexo con dos mujeres a la vez, ¿eso es cierto?”. “Puede ser”, -le dije un poco titubeante- “aunque no es mi caso....” . “No seas mentiroso, ¿te gustaría hacerlo conmigo y con alguien más?”, preguntó. Por supuesto que deseaba decirle que sí, qué hombre no ha soñado con esas cosas, sin embargo mi amor por ella, el respeto de tantos años y principalmente el miedo de perderla me obligó nuevamente a titubear: “No lo sé......, no creo que me pueda animar, ni creo que tu lo aceptes.... y yo te quiero demasiado para ofenderte con algún deseo reprimido que pudiera tener en el subconsciente....” .
Ella calló hasta terminar lo que estábamos haciendo.

Nuestra vida continuó apacible y normal, como siempre, sin haber vuelto a tocar el tema nuevamente, hasta que después de una fiesta a la que asistimos, se me insinuó, cosa que nunca hace, y terminamos en un motel. Lógicamente estaba pasada de copas. Como indiqué, este tipo de transes no podrían tener cabida en nuestra casa por el barullo que causaríamos, corriendo el riesgo de despertar incluso hasta los vecinos. En el motel la historia se repitió, pero esta vez ya habíamos terminado de hacer el amor: “¿Te gustaría tenerme a mí y a otra en la misma cama?” – preguntó en forma directa. Yo no había bebido más de la cuenta, así que, en forma lúcida, decidí abrir el juego: “Mira", le dije, "para serte sincero, la idea es muy tentadora, claro que me gustaría, no hay hombre en el mundo que no desee algo así, pero,... del dicho al hecho hay mucho trecho.... Una cosa es lo que uno piensa o desea para sus adentros y otra muy distinta es lo que está dispuesto a hacer; por otro lado, una fantasía sexual de esa naturaleza, no deja de ser eso, ¡sólo fantasía!, algo utilizado para efectos de excitación; lo que no quiere decir que desee hacerla realidad, pues...”. Me interrumpió poniéndome el dedo sobre la boca: “Yo te amo tanto que estaría dispuesta a concederte hacer realidad esa fantasía”, dijo con desbordante seguridad. Su afirmación me dejó pasmado, la miré fijamente en silencio. Nada pasó, nos vestimos y volvimos a casa. En el trayecto ninguno de los dos habló.

Continuamos con nuestras vidas sin mencionar la extraña conversación sostenida en dos oportunidades ya, la cuál venía a mi memoria, cada vez, logrando excitarme con el recuerdo de sus palabras, quedando con la mirada perdida en plenas reuniones de la oficina y teniendo erecciones que trataba de disimular avergonzado. Nunca le mencioné el tema nuevamente, pues consideraba que esas palabras eran fruto de la excitación del momento y del efecto que le causaba el alcohol.

En cierta ocasión se presentó un evento: Cena de las egresadas de su colegio, la misma que se realizaría en mi casa. Cuarenta y tantas mujeres de mediana edad, es decir de 35 años aproximadamente, chismorroteando, bailando y bebiendo. Mi casa es bastante grande, no obstante, el ruido y lo pesadas que se ponen las mujeres cuando se pasan de bebidas, no son de mi agrado. Bajo pretexto de permitirles privacidad , llevé a los niños junto a la servidumbre a la casa de mi suegra, y me dispuse a compartir el viernes con mis amigos, dejando completamente solas y a sus anchas a las damiselas para que de diviertan sin restricciones.

A eso de la una de la madrugada, consideré que era tiempo de regresar a casa, pensando que la fiesta se había acabado. Por mi parte, ya había bebido lo suficiente y la charla con mis amigos me había dejado caliente, pues había rondado en temas de amantes y sexo; además, como no podía ser de otra manera, mi esposa habría bebido alcohol y conociendo el afrodisíaco, esperaba llegar a tener sexo con ella, con la fogosidad ya consabida.

Al llegar a casa me decepcioné un poco cuando vi que aún quedaban vehículos en la acera, señal que todavía había gente. Desde mi coche apreté el control remoto del portón e ingresé al garaje; al entrar pude ver que las rezagadas eran las dos amigas más íntimas de mi esposa. Para no molestarlas, saludé con un gesto de mano y me dispuse a seguir hacia mi habitación, sin embargo mi esposa me dijo: “Mi amorcito, acompáñanos!”. Me dirigí entonces a la sala de estar donde se encontraban, saludé a cada una con un beso en la mejilla. Teresa quien se encontraba sentada en uno de los sillones, es un mujerón: rubia, ojos verdes, tiene la piel canela de tanto broncearse en camas y duchas solares; un cuerpazo de aquellos de película, no sale del gimnasio. Estaba con un elegante vestido de una sola pieza que le llegaba hasta las rodillas, éste, de acuerdo a la forma en que estaba sentada, se había corrido y permitía ver parte de sus rígidos muslos, al igual que el pronunciado escote el cual mostraba, aparte de sus finos y caros collares, parcialmente, sus deliciosos senos; no pude evitar, cuando la saludaba, desviar la mirada hacia dichas partes y sentir cierta excitación. Teresa es una mujer extrovertida y con un carácter muy jovial; un tanto atrevida, arremetedora y bastante directa. En épocas pasadas se me había insinuado a pesar de ser una de las mejores amigas de mi esposa. Yo fiel a la causa, me había hecho el desentendido. Se rumoreó que le había sido infiel a su esposo, de ahí la razón de su divorcio. De acuerdo al lujoso vehículo estacionado en mi acera y a las ropas y joyas vestidas, imaginé que al ex – marido le había costado mucho dinero la separación.

Ana, la otra amiga presente, no es tan llamativa, tiene una belleza exótica: cabellos negros, piel blanca, bastante delgada. Aunque se nota su buen cuerpo este no se puede percibir debido a que lo clásico de su vestimenta delata muy poco. Estaba sentada en el sofá y tenía puesto una larga y ancha falda que le cubría hasta los pies debido a que había subido los mismos en el asiento, estaba descalza pues noté sus zapatos en el suelo. Una blusa manga larga abotonada hasta el cuello cubría su torso. Una mujer recatada, podríamos decir, una mojigata producto de una educación rigurosa por parte de sus padres; llena de traumas y complejos hablaba poco, generalmente pasaba desapercibida, no por que no fuese linda sino por lo extraño de su carácter. Ana aún permanecía soltera y no se le habían conocido más de dos o tres novios.

Mi esposa por su parte, con varios tragos encima, se encontraba muy plácida recostada en el piso con un almohadón en la espalda . Vestía una falda corta y una blusa semitransparente. También estaba descalza.

Cogí un almohadón y me senté en el piso imitando a mi esposa, la cual me alcanzó el vaso de wisky que ella tomaba: “Salud!, me dijo, póngase a tono!”. Obedecí de inmediato.
Entablamos la charla y entre tragos que van y tragos que vienen, mi esposa propuso que jugáramos a la “botella”, un juego que todos en la ciudad conocen y que, normalmente, se juega en la niñez. Consiste en hacer un círculo de personas, colocar una botella de costado en el piso y hacerla girar. Cuando ésta se detiene, la voz de mando la tiene quien le toca la parte posterior y debe dictar penitencias u ordenes a quien le apunta el cuello o boca de la botella. Todos estuvimos de acuerdo e iniciamos el juego en el cual las penas eran hacer beber más alcohol al prójimo. Pronto se puso aburrido y fue, nuevamente mi esposa, quien propuso: “juguemos a las prendas”, en clara alusión de que las penitencias sean despojarse de la vestimenta que traíamos cada vez que nos tocara la boca de la botella. Me quedé estupefacto y miré de reojo la cara de las dos damas. Teresa dijo: “yo topo” y a la vez Ana se encogió de hombros; acto seguido, mi esposa hizo girar la botella sin siquiera escuchar mi aprobación, con tanta suerte que le tocó la voz de mando hacia mí: “Afuera la camisa”, dijo. No me quedó más que, entre risas obedecer, así era el juego. Mi desnudo torso causó algunos comentarios entre las invitadas que no alcancé a escuchar del todo, pero me sentí halagado y a la vez avergonzado. Era mi turno, hice girar la botella y esta vez le tocó a Ana la voz de mando, hacia mi esposa. Para sorpresa mía ordenó, con una sonora carcajada: “afuera esos calzones....” . Pensé que el juego se iba a detener ante posibles protestas de la ordenada, sin embargo ésta, sin decir palabra se puso de pie, vació el resto del contenido del vaso de wisky, metió sus manos dentro de su falda y se sacó el bikini, entre aplausos, risas y gritos de aprobación de las amigas, yo continuaba sorprendido; luego volvió a sentarse entreabriendo las piernas y mostrándome su precioso coño lleno de rizos negros, aprovechando que yo me encontraba frente a ella, lo cual me causó una tremenda erección que no sabía como esconder. Continuó el juego y esta vez me tocó el mando hacia Teresa, aproveché para solicitar el vestido. Esta cumplió permitiéndome admirar su escultural figura, lo cual, por supuesto, me calentó más de lo que ya estaba. Teresa con la voz de mando, ordenó a Ana se quite la larga falda, ésta demoró en obedecer, bebió, dio vueltas, protestó, pero al final, ante la insistencia de todos, accedió. Unas muy bien formadas piernas y una cola perfecta fueron descubiertas por unos segundos, pero instintivamente se los cubrió con un almohadón. Siguió el juego y entre copas, botella y ordenes, luego de un tiempo, mi esposa había quedado completamente desnuda, Teresa tenía su bikini negro puesto y sus perfectos pechos al descubierto. Ana sólo vestía su sostén teniendo al descubierto lo demás, que había impedido ver cubriéndose con almohadones. Yo estaba en calzoncillos, también con un almohadón, tratando de esconder mi desbordante erección.

Fue Ana quien, cumpliendo con el juego, le ordenó a Teresa se despojara de su bikini. Ésta se tomó su tiempo, completamente desinhibida se puso de pie y bajó lentamente la única prenda que cubría su cuerpo. Pude ver sus rizados vellos dorados que coronaban el monte de venus más abultado que jamás hubiera visto. Luego, entre risas, exigió a Ana que mostrara sus encantos quitándole los almohadones. Al hacerlo, divisé los negros y tupidos vellos púbicos, propios de aquellas mujeres que no se los han depilado nunca. Extasiado me quedé mirando aquel bello panorama, el contraste del negro de sus rizos y su tez blanca y sentí que mis calzoncillos se mojaban aún más de lo que ya estaban. El juego estaba llegando a su fin pues ya prácticamente no habían prendas de las cuales despojarse excepto por Ana y por mí; aún así continuamos girando la botella. Casualmente me tocó obedecer y Teresa solicitó mi calzoncillo. Tal como lo habría hecho ella, me puse de pie e inicié el despojo dejando libre mi erecto pene a la vista de las presentes. Mientras lo hacía, Teresa, sin desprender la mirada, instintiva pero disimuladamente, se llevó la mano al coño e incentivó su clítoris. Mi esposa a quien había descuidado la mirada por el espectáculo aledaño, ordenó, ya sin botella de por medio: ¡mastúrbate! . Ella se encontraba haciendo lo propio. Obedecí e inicié la masturbación. Ana por su parte, sin desprender la mirada del acto, había cruzado las manos y haciéndose la que cubría su vagina, pude apreciar cómo, con su dedo meñique, incentivaba también su clítoris. Mi esposa ordenó nuevamente: ¡Ana, chúpasela!. Ésta titubeó un poco, pero, sin dejar de observar mi descomunal paja, se quitó el sostén y se aproximó a mi pene. Yo, que aún estaba de pie, me senté en un pequeño sillón sin respaldar, para facilitar la tarea, dejando a pocos centímetros mi pene de la boca de Ana. Ella lo agarró y lo introdujo a su boca casi por completo. La escena era fantástica, Ana me hacía sexo oral, mientras Teresa y me esposa se masturbaban descaradamente con las piernas completamente abiertas. Teresa no pudo aguantar y se aproximó arrebatándole mi pene a Ana para comenzar a comérselo de una manera desesperada. Mientras ambas se disputaban las mamadas, mi esposa me besaba en la boca y había llevado mi mano hacia su vagina, obligándome a masturbarla. Luego, me tumbaron de espaldas en el piso y mientras Ana y Teresa seguían la faena de lametear mi polla en todas direcciones, mi esposa se sentó en mi boca permitiendo que introdujera mi lengua en su húmeda y caliente concha. Teresa, apartó a Ana, se introdujo mi pene en la vagina y comenzó a cabalgarme, quedando de frente a mi esposa. Ana, agarró una gruesa vela de la sala de estar y también se la introdujo en su vagina mientras se acariciaba y jalaba los pezones color rosa. El placer era indescriptible, pero, para sorpresa mía, mi esposa, en la posición que se encontraba, cogió la nuca de Teresa, aproximó su cara a la de ella y le besó los labios. A partir de allí, comprendí que todo, absolutamente todo, estaba permitido. Cambié mi posición, quité la vela de consolación de Ana y comencé a besar su vagina a la vez de introducir mi pene en la boca de mi esposa quien yacía de espaldas en el piso, ella lo chupaba y bajaba hacia mis testículos para hacer lo mismo. Teresa, por su parte, empezó a lamer mi ano , entrelazando su lengua con la de mi esposa, luego fue bajando y besando los pechos de ella, para terminar sumergida en su vagina. Ana se dio vuelta dándome la espalda quedando de cuatro. Introduje mi pene en su vagina y comencé a cabalgarla con desesperación, mientras con mis manos amasaba sus blancas y suaves tetas. Teresa, susurró a mi esposa: “Ana nunca lo ha hecho por atrás”. “Yo tampoco”, confesó mi esposa, “¿es agradable?”. “Sí”, dijo Teresa, “duele un poco al principio, pero ¡es lo máximo!” . Teresa se puso al frente de Ana, la sujetó de los hombros, escupió el orificio anal de ella y lo lubricó con sus dedos, en tanto que mi esposa sacaba mi pene de la vagina de Ana y lo conducía al ano de ésta. De un empellón sumergí mi polla en el culo de Ana quien gimió de dolor abriendo la boca descomunalmente; situación que aprovechó Teresa sentándose en el sofá, abriendo las piernas para agarrar la cabeza de Ana y sumergirla en su vagina: “Ahora sí Anita, vas a saborear mis fluidos, hace tiempo te tenía ganas, mojigata!, ¡chupa mi concha!”, instruyó. Ana mordisqueaba el clítoris de esta, gimiendo de dolor y placer, en tanto que yo la embestía por el culo. Mi esposa, besaba mis testículos y lamía la concha de Ana.
“Bueno, ahora me toca a mí”, dijo mi esposa sacando mi pene del ano de su amiga y jalándome para que le hiciera lo mismo. Lamí el culo de mi esposa lubricándola lo suficiente e inicié la penetración. Los gritos eran ensordecedores aún cuando no había entrado ni la mitad. “¿La saco?”, pregunté preocupado. “¡No, métela entera!, suplicó. Por su parte Ana y Teresa hacían un perfecto 69. Se la introduje toda y arremetí con fuerza. No aguanté más y eyaculé en el culo de mi esposa llenando sus entrañas de semen, al percatarse de ello por mis gemidos de placer, Teresa, sacó mi pene aún goteante y comenzó a chuparlo endiabladamente intercalándose con Ana. Mi esposa yacía en el piso, agarrándose el ano y su vientre.

Fueron tantas las mamadas que no demoró una segunda erección. Tomé el control y besando a Teresa en la boca, la levanté de las nalgas y la penetré por la vagina. Ana, que al parecer había gustado del sabor agrisalado de los fluidos, lamía la concha y el culo de mi esposa devorando el semen que de él salía. Mi esposa facilitaba la faena abriéndose para Ana. Teresa, con la piernas bien abiertas, cogió mi pene, lo retiró de su vagina y lo desvió hacia su ano: “Rómpeme el culo”, dijo, “soy la única que falta”. Mi pene se sumergió fácilmente en su ano y ésta comenzó a gemir copiosamente hasta alcanzar el orgasmo. Dejé exhausta a Teresa y agarré a Ana sentándola en mi falda, como se sienta a un niño, penetrando su vagina. Ésta abría sus piernas y llevaba mis dedos a su clítoris. No tardó mucho en alcanzar el orgasmo, por lo que dejé a Ana exhausta y cogí a mi esposa quien no se había recuperado del dolor causado por la penetración anal. “¡No por favor!”, suplicó. En aquel momento yo no estaba para condescendencias, así que abriéndole las piernas se la metí en la vagina, para después de un tiempo de sacar y meter, presenciar uno de los mayores orgasmos que había visto en ella. Yo aún no acababa mi segunda ronda, así que al ver a las tres desnudas y tumbadas en el piso, exhaustas, empecé a masturbarme sin ningún reparo. Cuando estaba por eyacular, seguramente al ver mi cara y escuchar mis gemidos de placer, fue Teresa la primera que se aproximó y engulló mi pija. Llené de semen la boca de ésta, notando cómo escurría por la comisura de sus labios el líquido blanco viscoso. Teresa tragó el semen y se relamió. Ana vino a suplirla chupando el resto tanto de mi pija como de los labios y de la cara de Teresa. Mi esposa se mantuvo quieta y en silencio. Extenuado, me tumbé en la alfombra y fue entonces que mi esposa me abrazó, se bajó a la altura de mi miembro, introduciéndolo todo en su boca, aprovechando que ya estaba flácido y allí se mantuvo sin moverse hasta quedarse dormida. Fue una forma de decir: "ya basta, este pene es mío". Teresa aproximó su cara a la vagina de mi esposa y besándola se sumergió en un profundo sueño. Ana se quedó impávida, alejada del grupo.
Así nos sorprendió la claridad del nuevo día. Cuando desperté, Ana ya no estaba, Teresa se apresuraba en vestirse y se despidió sin mirarnos la cara con un : “gracias por una velada fantástica, espero se repita...” y atravesó el umbral desapareciendo; mi esposa apareció luciendo un camisón de seda transparente con una bandeja en las manos trayendo el desayuno y, al ver mi nueva erección, me dijo: “¡esa, es para mí solita!”. “¿No estás molesta o arrepentida?”, pregunré, pensando en los últimos instantes antes de concluida la velada. “Para nada, por el contrario, pasé la noche más feliz de mi vida y vamos a repetirla cada vez que podamos,.... puedes tener la mujer que desees... eso sí........, ¡si yo estoy presente!”.
Datos del Relato
  • Autor: Tímido
  • Código: 14257
  • Fecha: 19-04-2005
  • Categoría: Orgías
  • Media: 5.04
  • Votos: 91
  • Envios: 21
  • Lecturas: 8471
  • Valoración:
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Comentarios


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3 comentarios. Página 1 de 1
isabella
invitado-isabella 13-03-2006 00:00:00

fue increible y creeeme que muchos hombres desearian eso que tu hiciste y si tienes una esposa tan comprensiva creeme que la felicito yo desearia que mi marido fuera aside comprensivo yo si lo haria por el.

tamy
invitado-tamy 10-08-2005 00:00:00

Me encanto tu historia, me enctaria ponerla en pratica fue algo muy sensual lograste que me excitara muchisimo y me mojara, la proxima vez invitame por favor!!!

Soleil Abdel-Kader
invitado-Soleil Abdel-Kader 26-06-2005 00:00:00

Tu cuento capta perfectamente la atencion del lector, tienes una excelente redacción, y siempre nos dejas muy en claro la inmensidad del amor por tu esposa (siempre estuviste preocupado por ella)... Felicidades, me gustó mucho, tiene "eso" que le hace falta a casi todos los relatos eróticos de esta página. NO es chabacano ni grosero. Reitero mis felicidades, es un cuento precioso. Continua Escribiendo!!!

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