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Sabía que te gustaría

Sonriéndome, abre la puerta y me invita a pasar. Cuando cruzo la entrada, se aparta ligeramente y noto como sus manos, vestidas con guantes negros, me acarician por detrás y se detienen en mis nalgas. En el pasillo, me empuja de cara a la pared y sigue acariciándome mientras me susurra al oído.



-Has hecho muy bien viniendo conmigo, cariño. Lo vamos a pasar muy bien juntos.



En el salón, ella se sienta en un sofá y me pide que le sirva una copa. Mientras sigo sus instrucciones, ella me observa con un brillo extraño en los ojos. Levanta sus botas de tacón y me deja ver sus muslos bajo las medias negras. Le doy la copa. Ella bebe un trago y me mira.



-Ahora desnúdate –me ordena-. Quiero verte.



Me quito la ropa y la voy dejando a mis pies, mientras ella no deja de mirarme en silencio. Estoy en ropa interior frente a ella, con una potente erección que abulta en mis calzoncillos.



-¿Y tú –pregunto, mi voz ahogada parece casi una súplica- no vas a hacer lo mismo?



-¿Por qué?- pregunta-. ¿Es que no te sientes cómodo? A mí me parece que te gusta esta situación. ¿Por qué no te quitas el resto?



Cuando estoy completamente desnudo, ella se levanta y se sitúa junto a mí. Me indica que dé una vuelta. Lo hago medio en broma, como una modelo en una pasarela. Mientras, ella acaricia mi cuerpo con sus guantes. Me coge de la mano y me hace caminar frente a ella hasta una habitación con luces tenues dónde hay una cama con rejas de hierro. Me doy la vuelta para intentar besarla pero ella me detiene y me hace retroceder hasta la cama, en la que me hace acostar con un suave empujón.



Como una gata avanza sobre las sábanas y pone una rodilla a cada lado de mi cara. Noto el calor de su sexo sobre mi boca y empiezo a lamerlo por encima de su tanga. Ella se retuerce y siento el peso de su cuerpo sobre mí, mientras arquea su espalda para que su ano quede sobre mis labios. Yo lamo ansioso, cada vez más excitado, y ella gime y me tira del pelo apretando mi cara contra ella. Acaricio sus nalgas, duras y suaves. Ella con una mano me acaricia el pecho y empieza a pellizcarme los pezones, cada vez con más fuerza. Yo no puedo gritar ni pedirle que pare, mi boca llena de su sabor a través del tanga negro. Su cuerpo se agita cada vez más rápido, su respiración se acelera, su espalda se arquea en un espasmo.



Cuando ha terminado, me acaricia el pelo y me habla con voz suave, como a un perro bueno. Mi pene está inflamado y palpitante. Ella lo acaricia con sus guantes y luego baja a mis huevos y luego, lentamente, pasa a acariciarme entre los muslos y se desliza sobre mí hasta quedar sentada sobre mi pecho. Mirándome a los ojos, empieza a acariciar mi ano. Estoy tan excitado que mis piernas tiemblan. Intento pedirle que pare, pero ella me pone un dedo en los labios para que siga en silencio.



-Quédate aquí, no te muevas –me dice, y acerca su boca a mi oído para susurrarme-. Si te portas bien te follaré como a una putita buena. Lo estás deseando, ¿verdad?



Intento responder pero tengo un nudo en la garganta y sólo puedo asentir con la cabeza. Ella se ríe y sale de la habitación ajustándose la falda sobre sus preciosas nalgas. Antes de salir se vuelve hacia mí. Cuándo me deja sólo miro la habitación, sin cuadros ni adornos, con un enorme espejo frente a la cama. Veo mi cuerpo desnudo reflejado, el pene a punto de explotar, mis testículos hinchados. Y sé que no me voy a ir, que haré lo que ella me diga sin quejarme, porque su cuerpo es glorioso y su voz me llega directamente al estómago y me ata a su voluntad sin que pueda hacer nada para evitarlo. El olor de su sexo llena mis fosas nasales y me excito aún, más, retorciéndome sobre las sábanas.



Ella vuelve a entrar, lleva puesto un traje de cuero ajustado que tiene aberturas en su ano y entre sus piernas. Esconde algo a la espalda, y sonríe maliciosa mientras lo deja a los pies de la cama sin que pueda verlo. Hace que me incorpore en la cama, y me ata las muñecas. Luego se pone de pie sobre la cama y sitúa su coño a la altura de mi boca para que se lo lama. Con una mano abre sus labios para que pueda rozar el clítoris con la lengua. Después, se da la vuelta apretando su culo contra mí para que bese su ano. Yo saco la lengua y la introduzco suavemente, y ella se ríe y se retuerce contra mi cara hasta que queda satisfecha.



Mirándome a los ojos con sus ojos oscuros y brillantes, gira alrededor de la cama y se da la vuelta. Me sigue mirando desde el espejo mientras coge el consolador y el arnés que había escondido a los pies de la cama. Sonriendo, se lo coloca en la cintura y se gira, poco a poco, y se ríe cuando miro asustado su tamaño. Se acerca y me acaricia la cara haciendo pucheros de niña pequeña.



-No te asustes, cariño –me dice con voz suave-, te va a encantar que te follen como a una zorrita guarrona. Te va a encantar ser mi puta. Anda, pórtate bien y trágatela entera.



Me acerca el consolador a la cara y la introduce en mi boca. Siento su tacto frío entrando hasta mi garganta mientras ella me acaricia la cara.



-Te gusta, ¿verdad? –dice-. Chúpala, chúpala entera, así entrará más fácilmente en tu culito.



Cuando se ha aburrido de follarme la boca, me abre las piernas y coloca una almohada bajo mi espalda para elevar mis muslos. Coge mi polla con fuerza y se ríe cuando mi cara se contrae de dolor, luego retuerce mis huevos. Con su otra mano ha empezado a acariciar mis nalgas y se va acercando a mi ano, describiendo lentos círculos con su guante negro. Levanta mis piernas hasta poner mis rodillas a la altura de mi cabeza, y sin dejar de mirarme a los ojos, va introduciendo el consolador en mi ano. Yo gimo, más de sorpresa que de dolor. Y ella se retira un poco, y luego vuelve a metérmelo, esta vez más profundamente. Mis gemidos aumentan, ella va acelerando sus sacudidas, introduciendo más y más el consolador, hasta que siento sus muslos vestidos de cuero rozando mis piernas.



-Te gusta, ¿verdad? –pregunta mientras va acercando su boca sin dejar de follarme-. Cómo te gustan las pollas, ¿verdad que quieres más? Pídemelo, pídemelo por favor, zorrita.



Entre gemidos cada vez acelerados, casi sin aliento, le pido por favor que siga follándome, que me deje ser su puta. Ella se detiene, y sin sacarme el consolador, me desata las manos y me hace girar hasta quedar de espaldas a ella. Entonces me obliga a ponerme a cuatro patas y sigue follándome, ahora más fuerte. Yo arqueo la espalda para conseguir que el consolador entre más profundamente, empujo con fuerza hacia atrás sintiendo sus muslos de cuero golpeando mis nalgas. Ella se da cuenta y empieza a azotarme con sus guantes, acelerando el ritmo de las embestidas. Se inclina hacia delante y noto sus pezones duros acariciando mi espalda. Mientras aprieta mi polla con una de sus manos, se acerca a mi cuello y me dice al oído, fingiendo asombro.



-¿Cómo se puede ser tan zorra? ¿Cómo se puede ser tan zorra?



Casi no puedo respirar, ella aprieta mi polla con todas sus fuerzas, estoy a punto de correrme. Ella introduce el consolador hasta el fondo y mi esfínter se contrae a su alrededor mientras un orgasmo intenso y brutal recorre mi columna desde la base del cráneo y el esperma cae sobre las sábanas, llegando a mojar mi cara. Casi no puedo mantenerme de rodillas, me tiemblan las piernas y caigo a un lado mientras ella se ríe y me da palmaditas en el culo.



-Sabía que te gustaría, zorrita –me dice- Ahora límpialo todo y márchate. Vuelve cuando quieras, si me apetece te volveré a tratar como una puta.


Datos del Relato
  • Categoría: Dominación
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