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Las confesiones de Marta (2)

Ese era el último de los diez emails que BukkakeBarna había dejado en mi buzón sólo 10 horas después de cortar aquella conversación. En los nueve primeros hacía referencia a qué había pasado, a que estaba seguro que yo no habría cortado porque le desagradara aquella visión, que me volviera a conectar y cosas así.



La sola idea de que uno de los múltiples chicos adolescentes que en la calle se volvían para mirarme el culo, o a los que se les desencajaban los ojos mirando a mi escote, pudiera cobijar un miembro como el de mi ‘ciberamigo’ entre sus piernas, hacía que mis paseos hubieran cobrado un atractivo especial.



Las dimensiones de aquella polla me habían robado la mente. Las horas y días posteriores a aquella visión no me habían hecho sino desconcentrarme, obsesionarme con las medidas y comparar compulsivamente los 13 centímetros de Enrique, con los veintitantos de aquel chico, o con los trabucos, gordos, enormes, con glandes gigantes, de los protagonistas de aquella película que me hizo sudar, alcanzar el orgasmo, perder el tiempo, buscar la soledad, arremangarme la falda y diluir mi humedad en aquellas fantasías.



Una de aquellas escenas, en especial, me obsesionaba. Tres chicos de no más de veinteaaños, con enormes falos en sus pubis, bombardeaban a una señora castaña, que entraba en la escena elegante, superior, orgullosa, con un traje de chaqueta caro, con tacones de los que a mí me fascinan, maquillada y con múltiples joyas en su cuerpo. Su imagen contrastaba con la del final de la escena. Su rimel corrido, su rostro lleno de semen, su pelo de peluquería absolutamente al viento, sus medias rotas, delataban la batalla sexual que había vivido con más de sesenta centímetros de joven carne magra en su interior: en su vagina, en su boca, en su ano. Aquello, dos días antes, me hubiera causado asco. En aquel momento, sorprendentemente y casi involuntariamente, me provocaba a masturbarme una última vez; mi intimidad reclamaba una penetración ante aquella visión, que me provocaba rechazo y morbo ciego. Quizás fuera la atracción. Estaba llena de incertidumbre por el cúmulo de sentimientos y sensaciones. Y no quería aceptar que las dos cosas que más me ponían era el momento en el que el falo más grande de todos, embadurnado en mantequilla, desaparecía dentro del recto de la señora, que bramaba. Lo segundo, aquella capa de semen grumoso, casi goteando, con que maquillaban al final de la escena aquellos niñatos a la señora.



"BukkakeBarna, siento decirte que no voy a quedar contigo a tomar café, desde luego. Ni ahora, ni mañana, ni nunca. Pero, en el caso de que así lo decidiera, ¿no eras de Barcelona?



Por otra parte, el otro día corté porque me cansé de ver el mismo argumento. No me hace falta perder el tiempo viendo en pantalla un pene.



Saludos".



Me pasé diez minutos renovando la bandeja de entrada, esperando como una adolescente una respuesta. Quería dar por terminado aquello, pero mi orgullo de mujer quería una respuesta. Tardó en llegar 15 minutos.



"Hola guapa. Primero, decirte que no sé qué daño te haría un café. Podríamos ir a cualquier sitio de la provincia. Te lo pido por favor. Un café. Sólo eso.



Por otra parte, sí, soy de Barcelona, pero llevo dos años estudiando en Sevilla. Eso facilita las cosas, ¿no?



Y, por último, me dice mi corazón que realmente no piensas que perdieras el tiempo viéndome en la cam. Quiero que eso me lo digas a los ojos. Estoy seguro de que te gustó. Y te lo digo con todos los respetos.



Un beso y gracias por responder".



Estaba en Sevilla. ¡Estaba en Sevilla! De nuevo, mi cuerpo se retorció. Aquel cuerpo de estatua romana, con aquel miembro de gigante, vivía, comía, dormía (y eyaculaba, pensé), en mi misma ciudad. Mi mente se llenó de sombras, de nuevo.



"Me alegro de que vivas en Sevilla. Es una ciudad preciosa. Espero que la disfrutes y que seas feliz.



Hasta otra.



PD. Querido, estoy en plena madurez, supongo que no te llamará la atención que no me sorprenda tu pene ni nada de tu cuerpo. Sí es cierto que puedes estar orgulloso de él, como yo lo estoy de todo lo que me rodea"



"Te propongo un trato. Vamos a quedar en un sitio, una terraza, algo abierto. Yo llegaré 20 minutos antes de la hora fijada y te diré cómo voy vestido. Cuando tú llegues, si en el momento de verme, no te apetece tomarte un café conmigo, por cualquier razón, o te arrepientes, pasas de largo. Yo entenderé que no te presentes. Pero quedemos. Donde tú quieras. En el sitio más recóndito que conozcas. No le niegues una cita a alguien que sólo te quiere invitar a una café y que te da la libertad de no presentarte".



El momento de plantearme si en algún modo perdía algo si quedaba con aquel imberbe chico me sorprendió. El solo hecho de hacerlo me hizo comprender que mi angelito malo estaba naciendo, y con mucha más fuerza que el malo. No sé si había algo que perder, pero creía que no. Y, sinceramente, me daba mucho morbo conversar con aquel chico, saber que bajo sus pantalones se escondía cuarta y media de polla e incluso la posibilidad de que mi cara, mi trasero, o mi escote, pudiera seducirlo. Nunca me había planteado algo así. Pero ese día, en ese momento, lo hice. Enrique ya estaba trabajando y a mí me quedaba aún una semana de vacaciones. Un día entresemana, por la mañana, sería ideal. Tomé el móvil y lo configuré para llamar en privado.



"¿Sí?"



Su voz fue un torrente de energía



"¿BukkakeBarna?"



"El mismo. Hola Marta. No sabes la alegría que me da conocer tu voz. Llámame Marco"



"Bien Marco. Mira, una cosa te voy a dejar clara. Acepto el café. Pero con una serie de condiciones. Y antes quiero dejarte claras algunas cosas. Si acepto la cita es por no ser descortés, aunque me parezca una locura. Si acepto la cita es porque, además, como tú dices, no tengo nada que perder, como mucho media hora. Y, evidentemente, el aceptar la cita no tiene nada que ver con tu cuerpo, ni con el pene del que tan orgulloso estás –mentí como una bellaca-.



Y las condiciones son las siguientes: quedaremos en Lebrija, en una cafetería cuyo nombre de mandaré por correo después. Dos: cuando termine ese café, dejarás de escribirme. Tres: después del café solo habrá una despedida, nada más. Y cuatro: nada de datos personales. ¿OK?"



"Desde luego. Sí buwana a todo. ¿Te parece que ponga yo una condición? En cuanto a que después del café no habrá nada más, será, evidentemente si tú quieres. Si así me lo expresas, así será. Pero mi condición será la sinceridad. Si, después del café, queda en tu cuerpo una mínima gana de volver a quedar contigo, mi condición será que así me lo comuniques".



"Ja, ja. Cómo se nota la edad que tienes. ¿Te viene bien mañana, a las 11.00? Lebrija está a una media hora de Sevilla. Después te mandaré el nombre y la dirección de la cafetería. Y si no me presento, no me culpes".



"Muy bien. No me voy a describir, porque ya me viste, a excepción de mi cara. Pero llevaré unos chinos azules, y una camisa de manga larga, arremangada, marca Polo Ralf Lauren, blanca".



Aquel gusto por las marcas no me disgustó. Sonaba elegante. Yo siempre conjugaba bien con la elegancia. "Bien. Una última pregunta. ¿Qué significa ese nick?"



"Barna significa Barcelona. Lo de Bukkake te lo dejo para que lo descubras tú"



"Vaya. En fin. Si no me presento, que seas feliz. Saludos"



"Te presentarás. Y sí, creo que estoy seguro de que seré muy feliz. Adiós"



Cuando colgué, noté algo extraño en mi cuerpo. No sabía a dónde acudir, hasta que encontré por qué me sentía tan rara. Mi pubis estaba completamente empapado. ¿Qué me estaba pasando?


Datos del Relato
  • Categoría: Maduras
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