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EL ESTUDIANTE 7

cAP- 7


Desperté con ella en brazos, casi en la misma posición en que se había dormido. Era una niña - pensé al mirarla - no aparenta más de doce años pese a su cuerpo de ánfora romana.

Dormía tranquila e inocente sus sueños de amor y pasión. Espero que no se quede embarazada ¡Maldita sea mi estampa! Tendríamos que casamos sin remedio, puesto que es menor de edad. No me disgustó la idea y estaba seguro de que al abuelo le gustaría aquella inocente criatura. Quizá había cometido otra barbaridad, pero tenía la esperanza de que aquella niña, de la edad de Sharon, sería la única persona capaz de impedirme seguir pensando en mi hermana y en su cuerpo despampanante.

Tenía que amarla, tenía que enamorarme de ella, y pensé, con toda honradez, que enamorándome de Merche encontraría la fuerza suficiente para olvidarme no sólo de Marisa, su madre, cuyos dengues de mujer temerosa de Dios me tenían más que harto, sino también de Sharon, y eso era lo más importante para mí. Como si supiera que estaba pensando en ella, se despertó, me miró y sonrió cerrando los ojos de nuevo sin cambiar de postura, murmurando perezosa.

-- Soy muy feliz, Tomy ¿Qué hora es?
-- Las siete y media. Todo el día es nuestro, nena – comenté, besándola suavemente.
--¿Aún me deseas?
Tenía una erección de caballo que ella notaba contra su vientre. Y volví a penetrarla despacio,
-- Oooh... mi amor... que bandido eres - y buscó mi lengua con la suya al tiempo que adelantaba la pelvis.
--¿Eres feliz, nenita? - pregunté, pensando en las enseñanzas de su madre y lamiéndole los labios suaves y tiernos como pétalos.
-- Si... si... si... me gustas todo tú... toda tu virilidad...
--¿Disfrutas así? - pregunté de nuevo hundiéndome en ella despacio.
-- Oh, si, por fa... vor, más... más... más... -- suplicó, mordisqueándome los labios.
Hundió la cabeza en mi pecho y volvió a succionarme una tetilla con tanta fuerza que me hizo daño con los dientes. Le apreté una de sus preciosas tetitas y me soltó, gritando de dolor.
-- Oh!, que malo eres, estaba a punto de...
--¿De qué? - pregunté haciéndome el inocente.
-- Ya sabes... de eso.
-- No, no sé lo que es eso - dije, para hacerla rabiar.
-- De... de... venirme... caramba.
--¿Quieres disfrutar ya?
-- Sí. Sí... quiero sentir... como me disfrutas.
--¿Y qué pasará si te quedas embarazada?
-- Pues que tendré un hijo tuyo, un hijo guapísimo, más guapo aún que tú.
--¿Te imaginas el escándalo? – pregunté, mientras la penetraba profundamente.
-- Me importa un pito el escándalo... te amo... te deseo... no me lo saques... por favor, así, así... mi amor... más... más... más
Le susurré mordisqueando su lóbulo de la oreja:
-- Cuanto más te aguantes, más profundo y largo será tu orgasmo luego.
--¿De verdad? - preguntó deteniéndose.
-- Ya lo verás, déjame hacer y no te muevas.

Durante más de quince minutos continué con el lento vaivén. De cuando en cuando se la hundía hasta la raíz. Entonces abría la boca como un pez fuera el agua, dilatando las aletas de la naricilla cuando comenzaba a sacársela despacio, me detenía, volvía a hundírsela hasta la mitad, salía y así hasta que no pudo más y reventó con un orgasmo descomunal, gritando casi a pleno pulmón mientras se retorcía entre mis brazos como una anguila, me vacié por completo y tan prolongadamente al sentir como me succionaba los labios con ansia.

Tanto ella como yo, perdimos el mundo de vista durante unos segundos. Fue un éxtasis inenarrable, larguísimo e intenso.

Nos dormidos. Cuando de nuevo me desperté dormía casi con los brazos en cruz y los muslos abiertos. La destape, admirando sus preciosas y delicadas formas. Chupé uno de sus pezones muy levemente, luego el otro y la miré. En sueños, distendió los labios con signo de felicidad. Se removió en sueños, levantando levemente las caderas para ofrecerse a la caricia, y la penetré lentamente mirando como el potente dios se escondía en su habitáculo natural. Abrió los ojos y sonrió cansadamente.

Me dejó hacer pero no participó. Eyaculé mirando su carita infantil y su sonrisa inocente.

Me levanté para ducharme y ella se estiró como una gata, poniéndose de lado tapada hasta las cejas. Se levantó cuando oyó que abría la puerta.

--¿Adónde vas? - preguntó sentándose en la cama y tapándose con la sábana como si fuera la primera vez que la veía desnuda.
-- Dentro de una hora, más o menos, volveré. Arréglate, ponte guapa y coge un neceser con tus cosas de aseo personal.
--¿Por qué?
-- Quiero llevarte conmigo de viaje. ¿Te gusta el plan?
-- Si... ya lo creo pero, ¿y si regresa Mabel o mamá y no me encuentran?
-- Déjales una nota con cualquier excusa.
Le di un beso y cerré la puerta.

Saqué el coche del garaje, reposté gasolina, y me dirigí hacia ''El Picadero ", pues me tenía intrigado Lalo Randeiro y su estancia en Santiago. No podía comprender por qué me había mentido. Paré el coche un poco antes del chalecito. La alameda estaba silenciosa, e igual que todo Santiago, no se veía un alma en las calles, excepto los madrugadores y católicos feligreses y los sacerdotes de la Catedral. El resto de la gente dormía la juerga de la noche anterior.

También el chalet estaba silencioso. Parecía deshabitado. Di la vuelta por la parte de atrás e intenté abrir la puerta de la cocina, pero no pude. Volví a la puerta principal y llamé al timbre dos o tres veces con insistencia. Miré las ventanas del primer piso a tiempo de ver como los visillos se movían.

La cara de Lalo apareció somnolienta, desgreñado y ojerosa: Comprendí que estaba desnudo. Le hice señas de que bajara, se encogió de hombros, indicándome con la mano que esperara y preguntándome por señas que hora era. Le enseñé nueve dedos extendidos y medio. Las nueve y media, dije con los labios. Movió la cabeza disgustado, haciéndome señas de que esperara.

Tardó casi cinco minutos en abrir la puerta, sosteniéndola de forma que me impedía el paso.

-- Vaya horas de despertar a la gente, joder.
--¿Piensas tenerme aquí en la puerta?
Sabía que si le daba un empujón él y la puerta saldrían por la ventana.
-- Entra, hombre, entra, pero no hagas ruido, aún duerme - se hizo a un lado y me llevó hasta la cocina.
--¿Mabel?
-- Joder, no, no es Mabel- murmuró en voz baja.
--¿Y por culpa de una chavala me contaste aquel rollo peliculero del Parador Nacional de Gondomar? ¡Joder, qué amigo tengo!
-- No levantes la voz, coño. Hace dos horas que nos hemos dormido. Pero dime de una vez que es lo que pasa, leches.
-- Coño, que me dijiste que te quedabas en Vigo y tengo que enterarme por los demás que estás en Santiago ¿A qué viene tanto misterio? ¿Es que te estás tirando a la sobrina del arzobispo o qué?
Movió la cabeza negativamente mientras encendía dos cigarrillos. Me alargó uno, expelió el humo a toda velocidad y comentó:
-- Es que me vas a joder el plan si te vas de la lengua, y no quiero perderla, es una mujer casada y espero que comprendas por qué no te dije nada.
-- Pues no, no lo comprendo. ¿Hace mucho que estás liado con ella?
-- Desde el mes de Julio.
-- ¡Cinco meses! ¡Joder! ¿Y aún sigues encaprichado con ella? Si que debe de estar cojonuda la tía para que a ti te dure tanto.
-- Lo está, y te aseguro que estamos muy enamorados, créeme.
-- Lo creo, coño, y tanto que lo creo. Para que tú no me hayas dicho nada en todo este tiempo, tienes que estar encoñado hasta las cachas. Pero, ocultármelo a mí, hombre qué quieres que te diga, me ha sabido a cuerno quemado, la verdad.
-- Ya sabes como son estas cosas, primero lo sabe uno, luego otro y al final lo sabría hasta el marido y acabaría perdiéndola sin remedio y, además, le buscaría la ruina ¿comprendes?
-- Si, hombre, claro que lo comprendo. Y te agradezco la confianza que te merezco.

De pronto, al ver un bolso colgado en el respaldo de una de las sillas de la mesa de la cocina, tuve que hacer un violento esfuerzo para contenerme. Conocía el bolso de piel de cocodrilo que pocas mujeres en Santiago podían permitirse el lujo de lucir. Lo conocía muy bien, porque yo lo había comprado en Lisboa un año antes.

-- Pero claro... siendo una mujer casada - logré comentar con voz neutra - Bien, hombre, bien, y tienes miedo de que yo vaya a pregonarlo por ahí. Ese es el concepto que tú tienes de mi amistad. Me alegra saberlo, Lalo. Y como no quiero violentarte más, me largo.
--Tomy, por favor, cucha...
-- No tengo nada que escuchar, prefiero el silencio a una mentira más, y tú lo sabes ¬--
respondí, caminando hacia la salida oyendo sus protestas, sin hacerle caso. Me giré antes de salir y le espeté a boca jarro sin cuidarme del tono de voz
- Dile, de mi parte a la zorra que tienes arriba, que me alegra mucho saber que su padre se encuentra tan recuperado del infarto. Chao, Lalo, nos vemos.

Se quedó parado, mirándome con la boca abierta sin saber que decir, ni como podía haber averiguado quien era la tía que estaba en la cama. Cerré la puerta y me largué caminando por la alameda silenciosa, hirviendo de ira por dentro y sin saber muy bien contra quien iba dirigido mi encabronamiento.

Ahora comprendía de golpe y porrazo todas sus ausencias, sus negativas y sus engaños, sus dengues, sus confesiones casi diarias y sus malditos embustes. Se había encaprichado de otro, y cuando pasara el capricho de Lalo, lo engañaría a él igual que a mí.

Debió de reírse a gusto cuando simulé cancelar mi viaje con Lalo Randeiro, viaje tan simulado como la llamada telefónica. Acababa de regresar a casa destrozada de tanto follar con él y yo haciendo el imbécil simulando una conversación que supo, desde el primer momento, que era falsa. Me hubiera dado de bofetadas si eso me hubiera servido de algo.
Datos del Relato
  • Autor: Aretino
  • Código: 16234
  • Fecha: 18-03-2006
  • Categoría: Varios
  • Media: 4.9
  • Votos: 69
  • Envios: 1
  • Lecturas: 3315
  • Valoración:
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