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Categoría: En el Trabajo

amor al aire libre

AMOR AL AIRE LIBRE


Estaba muy atareado preparando los elementos necesarios para la grabación de un video que tendríamos que presentar en la inauguración de un evento nacional de software educativo. El día anterior solicité apoyo al departamento de producción para grabar algunas escenas en un paraje natural que nos diera la entrada. A las diez de la mañana se presentó Verónica con su equipo de video, lista para salir a grabar. Mujer madura; dos veces viuda; casualmente de dos excelentes artistas. El primero de sus maridos era pintor y escultor con obras magníficas que se exhibían en las mejores galerías y museos de arte que hay en la ciudad de México. El segundo era pianista egresado del conservatorio nacional de música. Tocaba en la orquesta sinfónica de la Secretaría de la Defensa Nacional y en sus ratos libres podía tocar en algún restaurante de categorías. Era muy guapa; con esa guapura de las damas inteligentes y sensuales que se niegan a base de cuidados y tratamientos a dejar el porte y arrobo de las mujeres más jóvenes. ojos y pelo negros, piel morena clara. Bien vestida en blusa blanca muy fina que dejaba entrever el encaje del brasier del mismo color y adivinar las protuberancias del seno, grandes; tanto que casi le avergonzaban. Había considerado alguna vez, sólo como consideración al vuelo, hacerse una operación de rebaja de por lo menos una talla. Si alguien le hubiese dicho cómo nos gustan a los señores las tetas grandes, probablemente se sentiría orgullosa más que apenada de mostrar sus perfiles redondeados de manera natural, irresistibles a una miradita aparentemente casual, pero bien registrada en la mente de la señora.
En cuanto llegó preguntó:
-¿a dónde iremos a grabar?-
Yo había pensado en un paraje situado en el municipio de Atizapán; es un lugar enclavado entre pendientes y lomas boscosas con variedades de flores y cactus, pinos, oyameles y eucaliptos. Al fondo de la ladera se aprecia el cristal plano de un pequeño lago que la gente llama La Presa Madín. Ciertamente es una presa, ahí se almacena agua que riega algunas parcelas vecinas, pero sobre todo alimenta una planta que limpia y distribuye agua potable a muchas colonias del Estado de México.
-Vamos a la presa Madín, dije a manera de propuesta pero en un tono tal que no admitía réplica.
Verónica estuvo de acuerdo. Subimos el equipo a la camioneta y salimos como a las 9.30. El camino fue breve, la charla casual e inconsistente con periodos largos de silencios que llenaban el ambiente de pensamientos y fantasías. En la carretera hay un mirador. Ahí paramos para ver el paisaje y llenar de aire los pulmones y el pensamiento de energía y ánimo para el trabajo y quizás….sólo quizás….algo más. Verónica hizo tomas del paisaje; lucía verde, húmedo, florido y solitario. De cuando en cuando enfocaba la cámara hacia mi y me pedía una pose o una sonrisa mientras ella posaba lo mas coqueta posible. Con una mano sostenía el equipo mientras levantaba la otra para llamar la atención. No hacía falta levantar la mano, la hembra llamaba la atención por sí sola, la mía por supuesto pues no se veía ni un alma. Bajamos por una brecha aproximadamente medio kilómetro y dejamos la camioneta en un estacionamiento. Había pocos coches, tal vez dos o tres…No se veía gente. Caminamos hasta la orilla del lago, saludamos a un señor que pescaba. Pacientemente, sin prisa ni movimiento se integraba al paisaje en espera de un pez hambriento que se cogiera de su anzuelo. El aire tibio de media mañana, el aroma del bosque cercano, la pequeña playa entre rocas, el olor a tierra mojada y el agua misma que salpicaba en brisas el ambiente, llenaba nuestras mentes de tiernas y melodiosas fantasías. Verónica grababa aquí y allá, panorámicas, acercamientos; los peces que merodeaban en busca de alimento y las flores amarillas y blancas; cactus espinosos afrutados, floreados, intimidaban con picos amenazantes al tiempo que invitaban a colectar nopales tiernos, pitayas o tunas rojas.
Me detuve a observar una flor; me pareció muy bella, pegué mi nariz a sus pétalos para aspirar el aroma. El estímulo me transportó; de pronto me vi acompañado de una linda dama en medio del ambiente natural haciendo el amor. Recordé cómo los animales cortejan a su pareja, la seducen, la llevan a un estado de cautivación irresistible en el cuál acceden al llamado íntimo del ser y se entregan a la cópula para cumplir superiores designios. Verónica me observaba con atención, es más, me filmaba; captó el momento en que corté la flor y la llevé al olfato, cerré los ojos hice un ademán de ternura que terminó siendo caricia a mi propio cuerpo y un suspiro de añoranza.
Me preguntó:
-¿pasa algo?
-No, dije aparentando indiferencia.
Sí, dijo ella, a ti te pasa algo y creo saber qué es.
Aspiró profundo, reposó la cámara en algún lado, abrió los brazos y dijo.
-Te pasa lo mismo que a mi, me he puesto romántica; de pronto sentí que soy de carne y hueso; el contacto con la naturaleza me excita, me lleva a aflorar el animal felino que llevo dentro y que vive reprimido entre equipo de video, laboratorio, coches, trabajo y gente. ¡Trabajo, sólo trabajo. ¡
ojalá todos mis trabajos fuesen como este: En la naturaleza; a solas con alguien atractivo e interesante.
Tomó mi mano, me condujo al borde del agua de la presa y sin decir nada me invitó a besarla. No hacía falta hablar. Me miró fijamente a los ojos; entreabrió la boca y movió la cabeza como echando el pelo atrás, Fue un beso intenso, apasionado y mágico. Boca con boca, labio con labio; lenguas húmedas; ardientes en caricia mutua. Abrí un botón de la blusa, besé el cuello, la línea entre los pechos que amenazaban salir a retozar. Gozosas, inflamadas por la emoción y nerviosismo del momento saltaron al retiro de la tela que las oprimía. Leves gemidos delataban la excitación del momento. Sin blusa, sin brasier,
eran mías aquellas deliciosas mamas apezonadas en botones duros de color café. Me di cuenta de que alguien nos observaba; eran jóvenes de escuela que se divertían arrojando “patitos” al agua, estarían a doscientos metros mas o menos; casi podíamos oír sus risas y comentarios. Verónica sabía que nos miraban pero lejos de inhibirla, los observadores parecían enardecerla más. Retiró la falda mostrando las delicias de tanga hilo dental blancas que translucían la mata negra del monte de venus. Me pidió que le hiciera unas tomas con la cámara de video. Ella editaría el material y separaría el trabajo de la diversión. En eso era profesional. Posó para mi, me mostró las tetas, las piernas, las nalgas y la mata negra en el vellón pubiano, mientras se debatía en arrebatos de lascivia orgásmica. Por momentos la ví fantasear recuperando en la mente el anhelo de su vida: modelar desnuda para un fotógrafo profesional. Echada sobre una cama improvisada con nuestra propia ropa sobre el prado, adoptó las poses que en la intimidad ensaya cuando recrea en su mente y en su cuerpo esa fantasía que por sí misma la lleva al clímax. Luego me pidió cambiar para hacer tomas de mi cuerpo. Consentí sin mayor entusiasmo, sólo por complacerla. De pronto me preocupaba que ella se llevaría el video y yo no tendría control de aquellas grabaciones. Afortunadamente, era tanta su urgencia de mi, que prefirió ir al arrebato de tenerme entre su boca y manos. Arrodillada en el piso, bajó el ziper, desabrochó el cinturón, encontró mis decoros regocijados por el saludo generoso de unos labios y lengua que los humedecieron al ritmo suave de las caricias orales. Bajó toda la ropa para agasajar mis nalgas con caricias manuales y besos de rechupete. Yo gozaba intensamente las delicias del tratamiento sensual que Verónica me prodigaba. Por momentos me preocupaban nuestros observadores. sospechosamente, habían desaparecido entre las matas de algunos arbustos. Los buscaba para saber si seguían observando pero no pude verlos. Entonces terminé de desnudar mi cuerpo ayudando a verónica a hacer lo propio. Para ese momento ella ardía de lujuria y me pedía a gritos entrar en su vagina. Boca arriba, con las piernas muy abiertas y los pies en las alturas acoplé mi tesoro al suyo; entró franco, voluntario, profundo en una variedad de la posición de misionero que le llaman “armas al hombro”. Como no soy soldado y no tengo armas ni me gustan prefiero llamarle “piernas al hombro”. Es deliciosa esa posición: el pene entra profundo y me deja toda la iniciativa de movimientos. Ella está presa, cautiva entre mi cuerpo, brazos y piernas sin apenas moverse pero gozando en su cueva el entrar y salir del falo hinchado, mojado con sus propios jugos, los de lubricación y también los de eyaculación. Cuando dijo ¡Ya papito!, ya me voyyyyy. Sentí sus convulsiones, sus vibraciones, su palpitar intenso en la vagina y todo su cuerpo chinito, ruborizado a palmos y manchando la ropa con sus derrames. Yo sabía que ella apenas comenzaba a venirse así que me administré para darle mas placer. En ese momento cambiamos a la posición de perrito. Empinada con las nalgas expuestas y el orificio anal a la vista, nuevamente me dispuse a entrar en ella y hacerla gozar hasta venirse en medio de gritos y contracciones de su vagina. Nuevamente cambiamos de pose. Esta vez ella quiso subirse y tomar todo el control. Comenzó con la boca entre las piernas y fue subiendo hasta acoplarse muy bien en el falo que seguía erecto como macana de policía. Los movimientos de Verónica eran frenéticos, rítmicos; siguiendo un compás de frecuencia muy estudiado para subir, subir y subir hasta llegar al clímax, quedarse ahí unos segundos y volver a subir, subir, subir y volver a llegar.
De pronto oí voces, con la cabeza en el piso espié entre las ramas y vi a dos chicas y un chico masturbándose. Nos estuvieron viendo hasta que decidieron ellos mismos quitarse algo de ropa y exhibirse entre sí. Las jovencitas traían vaqueros; de esos ombligueros que dejan ver el vientre y las cercanías del monte púbico, tanto que no hace falta mas que bajar el ziper y encontrar expuesto el aparato genital. Una mano ahí alcanza con todos los dedos el clítoris y el vestíbulo vaginal. El jovencito no encontró mucha dificultad para exponer el miembro y darle gratificación manual en mutua exhibición con sus compañeras de escuela. Las expresiones de lujuria los delataron. Verónica supo todo el tiempo que nos espiaban, yo sólo lo sospechaba. De cualquier manera la sensación de sentirse observado, misma que podría pensarse que desalienta las sensaciones en nuestro caso creo que las alentó por lo menos en Vero; porque ella me dijo después que la experiencia le había resultado tan fenomenal, que jamás la había tenido antes y creía difícil reunir tantos estímulos aparentemente casuales para repetir la experiencia.
Datos del Relato
  • Autor: Fer
  • Código: 4786
  • Fecha: 13-10-2003
  • Categoría: En el Trabajo
  • Media: 4.58
  • Votos: 62
  • Envios: 8
  • Lecturas: 3874
  • Valoración:
  •  
Comentarios


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2 comentarios. Página 1 de 1
luis
invitado-luis 16-11-2003 00:00:00

Creo que no hay mejor relacion fortuita que aquella que se tiene con una mujer inteligente y madura independientemente de la edad. Pero aparte el que la mujer que mencionas sea una de las pocas que les preocupa su cuerpo y cara pues que mejor, te felicito.

Raúl
invitado-Raúl 16-11-2003 00:00:00

Pienso que queda trunca la historia yab que es evidente que pudo anexarse a los jovenes y realizar más fantasías, en especial para que está contando la historia ya que hubiera disfrutado no tan solo a Verónica, sino que también a las dos jóvenes, y Ella hubiera hecho puré al joven por lo excitada que estaba.

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