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Memorias de un lesbiano

Domingo, 3 de julio de 2005, 4:35 pm.

Tengo que vivir cuatro meses y veinte días más. Si mi destino me juega la mala pasada de sustraerme dos de mis más fervientes deseos me hará la gran putada, pues no podré cumplir los cien años ni volver a tener la cabeza entre los muslos de una mujer guapa y con un cuerpo de mi gusto.

No es necesario que sea muy joven; entre los veinte y los cuarenta años me iría muy bien, porque es cuando la mujer está más en sazón y, según mi experiencia, también sus orgasmos rezuman con mayor abundancia el néctar de la vida, que es lo que me permitirá llegar a centenario. Escribir todo esto me ha costado más de media hora, y todo por culpa de mi puñetera artritis que me ha dejado los dedos como sarmientos cortados el año pasado.


Domingo, 5:15 pm.

El médico me ha dicho que no fume y el muy hijo de pluma enciende cada puro que ni mister Churchill al que, por cierto, ninguno de ustedes ha conocido; que no beba alcohol, y tengo que cerrar la botella de whisky bajo llave, o, en cuanto me descuido, me la deja vacía. Y no me ha prohibido las mujeres porque imagina que la tengo tan chuchurrida como él, y eso que sólo tiene sesenta y ocho años. Tampoco le voy a explicar como podría llegar a centenario… ¡Qué se joda y aprenda! No está hecha la miel para la boca del asno.

Si los hombres supieran la mitad de lo que yo sé, tendrían a las mujeres macanudas en un altar; de pie también se puede libar miel, ya lo creo y, si se sabe libar, te puede caer un maná tan abundante como el que les cayó a Moisés y a los hebreos en el desierto de Egipto… y ya ha llovido desde entonces.


Domingo, 5:55 pm.

Es una pena que no pueda ir más rápido escribiendo porque podría contarles cada comida entre muslos que ni un becerro famélico mamando de la ubre de su madre sacaría más leche. Pero bueno, tengan paciencia, nos quedan cuatro meses y veinte días, aunque habrá que descontar el tiempo que pase alimentándome entre unos satinados y macizos muslos femeninos y eso lleva su tiempo.

Debe hacerse con paciencia, sin apresurarse; cuando ella quiere correr tú te paras y cuando ella quiere pararse, le pones el motor en marcha otra vez, y así, poco a poco, se le va llenando el vaso hasta que se desborda. Entonces es cuando te suelta un lingotazo de Jalea Real que ríete tú de la miel de la Alcarria.


Domingo, 6:43 pm.

Yo calculo que, desde la primera vez hasta hoy en día, me habré bebido de esa sabrosa y alimenticia Jalea Real un par de piscinas olímpicas. Gracias a ella me he mantenido y me mantengo en forma, quizá por aquello de que la función hace al músculo. Con la práctica he adquirido más destreza lingüística que el Presidente de la RAE, y eso me permite hoy llamar por teléfono a cualquiera de las trescientas sesenta y cinco damiselas que tengo anotadas en mi Dietario, una por cada página.

Ahí está anotado todo lo que necesito saber referente a forma, textura, color, sabor, temperamento, cantidad en centímetros cúbicos, en fin, lo necesario para ir variando de comida y, créanme, así como no existe ninguna huella dactilar igual a otra, tampoco existe ningún sexo femenino exacto al de otra mujer, ni en sabor ni en forma ni en tamaño, aunque se trate de gemelas nacidas del mismo óvulo. Lo sé porque tengo en el Dietario tres pares de gemelas univitelinas que son tan parecidas físicamente, que sólo las distingo por el coño.
Al principio tenía que probarlas, pero ahora ni eso, con abrirles la vulva ya se quien es Carmen y quien Lola. Eso, naturalmente, sólo se consigue con la práctica.


Domingo, 7:08 pm.

Creo que será mejor que empiece por el principio antes de que llegue Elvirita para hacerme la sopa “Bullabesa” con langosta para cenar que luego se toma ella, mientras yo la voy preparando con la cabeza entre sus muslos para que, cuando acabe de cenar, me alimente ella a mí abundantemente.

Es una muchacha de veintiocho años que se casará dentro de unas semanas; está muy bien confeccionada, con unos muslos y unas piernas que para sí los quisiera Marlene Dietrich, la actriz alemana del Ángel Azul, que ya las tenía aseguradas en 1.928 por un millón de dólares… ¡¡que ya era dinero, eh!! Pero bueno, ustedes de esto no saben nada porque, como aquel que dice, son unos pipiolos casi recién nacidos.

Pues bien, allá por 1.910 cuando yo tenía unos cinco años, pasaba tanta hambre que ni siquiera tenía uñas, algo había que comer y yo tenía los dientes más afilados que el lobo de Caperucita Roja, y eso que eran los dientes de leche aún. Ahora que tengo uñas no tengo dientes y como no hay mal que por bien no venga, a ellas aún les gusta más ahora que cuando los tenía porque, por mucho que me exalte, ya no muerdo y sólo sangran cuando tienen la regla; es lo que yo digo, de la mujer, como del cerdo, se aprovecha todo. Toda ella es alimenticia y hasta tal punto lo es que tengo que vigilar mi peso porque, como me pase un poco comiéndola, engordo como un buey y el peso a mi edad no me conviene debido a que pierdo agilidad bucal.

Yo siempre he sido un ferviente admirador de las mujeres, soy feminista, ¡Qué le vamos a hacer si las encuentro deliciosas! Lo que no entiendo es que habiendo mujeres pueda haber maricones y encima los hijos de pluma se quieren casar y tener hijos. No me explico por donde quieren parir al niño, excepto que en vez de parirlo quieran cagarlo. Dejemos éste tema que me da asco y me repugna.

¿Habrá algo más hermoso que una buena tía, con par de tetas erguidas, unas piernas esculturales, unos mulos satinados tan firmes como las columnas del templo de Salomón sosteniendo un Arca de la Alianza que es una obra de arte hecha carne tierna, suave y rosadita como un solomillo de ternera? No, para mi no hay nada más hermoso.


Domingo, 8:05 pm.

Como iba diciendo… perdón, ya está ahí Elvirita. Lo siento, tengo que cenar. Nos vemos mañana.
Datos del Relato
  • Autor: Aretino
  • Código: 16048
  • Fecha: 26-02-2006
  • Categoría: Confesiones
  • Media: 5.68
  • Votos: 34
  • Envios: 0
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