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Besos y lunares

Alexis tuvo que aguardar en la sala de espera tanto tiempo que a medida que transcurría más de una hora, juzgó oportuno retirarse puesto que la ausencia del médico confirmaba que no valdría la pena prolongar la espera por más tiempo.

Sin embargo, a punto de tomar la decisión, el médico llegó al fin, con aire presuroso y ofreciendo mil disculpas por el involuntario retraso. Luego preguntó aún apenado si Alexis tendría inconveniente en tener la cita una hora más tarde que lo convenido. El chico estuvo de acuerdo y el médico lo hizo pasar a su consultorio, ahí le pidió que se instalara cómodamente mientras el alistaría algunos detalles importantes.

Alexis era un curioso innato y aunque no tuvo necesidad de levantarse y mirar de cerca lo que llamaba su atención en ese momento, consideró sensato limitar su exploración a nivel visual puesto que el médico volvería en cualquier momento. Lo primero que llamó poderosamente su atención fue una foto aparentemente vieja de dos jóvenes en traje de baño, con apariencia atlética y al parecer de Alexis, con agraciados rasgos en todos sentidos. Le pareció también que uno de ellos podría encajar como compañero del ambiente, pero esta impresión bien tendría que ver tal vez con su propio gusto. Buscó también alguna pista que le indicara cuál de esos dos jóvenes pudiese ser el mismo doctor, pero no encontró la semejanza que esperaba descubrir.

Advirtió igualmente títulos profesionales, diplomas y otros reconocimientos alineados cuidadosamente, y en equilibrio con la sencilla decoración. Una fotografía familiar le indicó a Alexis que Jorge, el nombre de pila de su flamante nuevo médico, estaba casado y que tenía tres hijos, hasta ese momento. Sus reflexiones se vieron interrumpidas de manera abrupta, cuando Jorge ofreció disculpas por la segunda tardanza.

El médico se ocupó después de recopilar el historial clínico de su nuevo paciente a través de una serie de preguntas que desembocaron finalmente en la tradicional pregunta de un médico ante un chico a finales de sus treinta y sin casarse todavía. Pero Alexis sintió que sus sienes “hervían” tan pronto y el doctor soltó la pregunta alusiva a su estilo de vida. Alexis lo aceptó con aire sin recato. Lo era, pero no parecía coincidir la pregunta en el momento.

El doctor pidió que se abriera la camisa, detrás de la cual surgieron dos pectorales corpulentos, como si un globo interno los empujara hacia afuera. Musculosos y bien rasurados reaccionaron inmediatamente ante la indiscreta mirada del médico primero, y después cuando sin el menor aviso las manos del galeno parecían acariciarlo, pero en realidad sólo se fijaba en los lunares que el chico le mostraba. Poco después, ante el contacto inicial y luego continuo, sin ropa de por medio, y las manazas peludas del médico sin guantes, estimularon a Alexis con fuerza y voluptuosidad. La ligera prenda íntima de espandex, había contenido la hinchazón de un miembro respingón. Por fortuna, el holgado pantalón de Alexis impidió que el médico se percatara de semejante reacción. Pero el dermatólogo, acostumbrado a auscultar a todo mundo, de todas edades y sexos, controlaba su tarea magistralmente, sin la menor turbación. Alexis, de manera inteligente, optó por parecer indiferente para no comprometerse y mucho menos exponerse peligrosamente. Eso era lo que menos deseaba, bajo ninguna circunstancia. El sólo había llegado al consultorio estético para que el médico, varón o hembra, eliminara lunares que ya eran visibles a cierta distancia y que amenazaban con restar atractivo a su grácil pero hermoso cuerpo varonil.

Jorge terminó su tarea y con aire de gravedad pero inseguro, indicó a Alexis que su problema podría estar relacionado con el virus del sida. Repitió la pregunta de que si era homosexual, y que el riesgo de manifestaciones como esta eran significativas. Pero el chico explicó con verdadera seguridad que el problema había iniciado antes de que hubiera tenido su primera experiencia homosexual formal, pero que en fechas recientes se había acelerado relativamente y que buscaba eliminar el defecto sin mayores problemas o enfrentar algún molesto tipo de cuestionamientos. Le interesaba que la tecnología moderna anunciada con espacios importantes en los diarios, ayudara en ese preocupante aspecto estético. Estaría atento, no obstante, ante cualquier señal evidente de estar seropositivo, pero que no parecía corresponder en ese caso.

Insistió en que valdría la pena someterse a análisis para tener un panorama reciente del estado general de salud del joven. Estuvo de acuerdo y prometió que se sometería a todo tipo de exámenes para despejar cualquier duda al respecto. El médico término por recomendar a Alexis que le informara del resultado en su próxima entrevista. Además, captó finalmente el mensaje de Alexis al decir que a pesar de cualquier conjetura o especulación, había llegado con el deseo de iniciar inmediatamente la remoción de lunares.

Alexis pareció olvidarse de los incidentes desagradables para recuperar el buen carácter de siempre. La expectativa de iniciar el procedimiento le devolvió el interés que lo había llevado en primer lugar a esa clínica. Pero antes de iniciar el procedimiento, el médico advirtió a Alexis que el procedimiento podría ser doloroso y que si no lo soportaba, aplicaría anestesia local, pero que dependería de Alexis aplicarla o no. El muchacho aceptó de buena gana la oportunidad de presumir su valentía soportando el dolor.

Transcurrió aproximadamente media hora y Alexis soportó estoicamente las aplicaciones de una minúscula hoja de navaja que quemaba una por una de las protuberancias en uno de los cuadrantes de su bien marcado diafragma. Ahora, a pesar de que el médico seguía tocando sus pectorales e incluso las tetillas sin el menor aspaviento, Alexis no se pudo menos que concentrar más que en el dolor que ya le producían las “quemaduras” y en el olor a carne a las brasas que emanaba de esa parte de su cuerpo.

Cuando el doctor terminó, no pudo menos que felicitar a su paciente. Dijo que muy pocas personas soportaban el procedimiento sin anestesia, pero que Alexis había sido un valiente y que de esa manera ahorraba molestias y efectos secundarios innecesarios a su cuerpo. Una palmada más o menos fuerte dio fin a la consulta y quedaron de verse para una segunda sesión de muchas más.

Las sesiones se repitieron un total de once veces y aunque el nivel de camaradería entre doctor y paciente había alcanzado un punto amable, seguía siendo respetuoso. Alexis había sido invitado por Jorge en más de dos ocasiones a participar en diversos encuentros deportivos como natación, fútbol e incluso béisbol. Como a Alexis no le resultaba indiferente su médico, aceptó en cada ocasión, sin titubear.

La novena ocasión de un tratamiento de 12 sesiones marcó la vida de ambos. Para Alexis, el tratamiento había conseguido devolverle la lozanía a su hermoso diafragma y pectorales. El médico había cobrado una cifra considerable y ambos parecían muy satisfechos a pesar de que el fin de las sesiones estuviera más o menos distante. Pero algo más estaba a punto de ocurrir, totalmente improvisado por el destino.

Jorge informó a su paciente que procedería a efectuar una enésima revisión exhaustiva en busca de más lunares, ocultos y aparte de los que ya se habían contado y retirado. Desnudarse ante el médico tenía y no atractivo para el chico. Por una parte, Jorge nunca le había resultado indiferente y ante la expectativa de que el galeno pudiese auscultarlo en sus partes íntimas le produjo otra erección instantánea. Jorge comprendió que había puesto en un aprieto al chico, pero lo tranquilizó diciendo que no habría de que preocuparse absolutamente por nada. Pero Alexis siguió pensando que sería frustrante desnudarse ante un buga recalcitrante. De nada serviría, creyó. Este pensamiento devolvió la tranquilidad a Alexis, quien procedió a desnudarse. Una vez despejado incluso de las calcetas y recostado completamente sin ropa, se observaba que Alexis era un tipo varonil, fuerte, musculoso y rasurado. Jorge se aproximó al paciente, enguantado y se atrevió a decir, para molestia y halago de Alexis, que privaba a las mujeres de un verdadero ejemplar. Pese a la dualidad del mensaje, Alexis se sentó para luego asegurar que Jorge no tenía la menor noción del placer que Alexis experimentaba haciendo el amor con los de su propio sexo. Lo había hecho con mujeres, pero nunca había alcanzado un orgasmo tan intenso si lo comparaba estrictamente.

Sin embargo, tan pronto como Jorge empezó a auscultarlo con sumo cuidado, Alexis fue presa de una violenta y furiosa erección que Jorge deshizo con un ligero golpe asestado por el índice con el apoyo del pulgar. Fue una acción tan rápida e inesperada que nada dijo Alexis. Por el contrario, en su interior celebraba que su voluptuosidad hubiese sido refrenada de un modo tan simple pero efectivo. La revisión boca arriba no produjo más excitación y duró poco menos de cinco minutos que parecieron a Alexis una eternidad angustiosa e igualmente incómoda. Pero una vez que tuvo que voltearse y el médico le pidiera que con sus propias manos abriera los glúteos para escudriñar la región, Alexis volvió a experimentar la enésima y más furiosa erección. Sintió el calor de la lámpara de revisión directamente sobre el ano tanto como la respiración de Jorge y entonces lo frunció una y otra vez. Jorge trató de tranquilizar a Alexis diciendo que muy pronto terminaría la revisión y que le alegraba haberla hecho porque había encontrado tres lunares más cerca de su “pliegue” (referencia al ano que pareció totalmente descortés para el chico).

Si Alexis estaba de acuerdo, el médico eliminaría ambos lunares en ese momento, pero advirtió que tendría que aplicar anestesia previamente en la forma de gel lubricante para reducir al mínimo la sensibilidad de una zona de convergencia de muchos nervios. Se trataba de tres lunares de tamaño regular cuya eliminación no demoraría más de dos o tres minutos, a lo mucho. Explicó también que para mayor comodidad de ambos, pasarían a otro cubículo, donde disponía de un mueble apropiado para efectuar el procedimiento. Alexis estuvo de acuerdo y afirmó que mientras más pronto sería mejor. Sin embargo, al ver el aparato-mueble al que se subiría y en el que quedaría expuesto abierto de piernas en una posición bastante comprometedora, vaciló.

Pero ahí estaba Jorge, quien lo animó a encaramarse después de colocar una protección para hacer más cómoda la espera e intervención del paciente. Jorge cometió el error de bromear una vez más a Alexis al decir que le prometía que nada malo le pasaría. Entonces el paciente explotó. Reclamó a Jorge al decir que venía soportando sus bromas machistas y que estaba harto de las mismas. Jorge ofreció disculpas y preguntó débilmente si podrían proceder y que de ser así, lo que invitaba a subirse al aparato.

Jorge advirtió que procedería a lubricar esa parte con xilocaína en gel y que transcurridos ciertos minutos haría pruebas de tacto para comprobar el efecto anestésico. Alexis asintió y esperó ansioso la advertencia hecha. Jorge procedió con mucho cuidado y con gentileza procedió a aplicar el gel. Pero Alexis reaccionó como debía. Que un hombre lubricara su cavidad y no hubiera acoplamiento, era inaudito. Hubiera querido masturbarse el rígido mazo, pero se abstuvo. Minutos después, como lo había anunciado el médico, éste aplicó una prueba de sensibilidad que lo hizo gritar. El doctor advirtió que debería repetir la aplicación y que si no surtía efecto, tendría que inyectarlo. Alexis prometio que tras la segunda aplicación aguantaría lo que tuviera que hacerle, pero que no accedería a ser inyectado. Eso sí que no lo permitiría.

Desde que Alexis recibió la primera aplicación no tuvo conocimiento de lo que ocurría a sus espaldas, pero se mantuvo tenso y con una furiosa erección que no fue controlada en ningún momento. Jorge se aproximó de puntillas hasta donde estaba Alexis, y le preguntó si podría pedirle algo. Cuando Alexis volteó la cara y vio a Jorge completamente desnudo, con el miembro erecto y embadurnado de alguna sustancia gelatinosa y resbaladiza, no supo que decir. Su primera reacción fue hacerse para un lado, rehusar a Jorge, pero este lo retuvo y pudo al fin plantear la petición: ¿Podría besarlo en las nalgas?, dicho con un cinismo cómico y morboso, lejano a la personalidad que había mostrado hasta el momento.

No tuvo que asentir Alexis porque Jorge ya lo tenía abrazado, besándolo no sólo en las nalgas, sino donde se le ocurriera, mientras Alexis aparentaba rechazar las caricias más ardientes de ese día. Minutos después, Alexis recibía con entereza el falo hirviente de Jorge a punto de escupir. El médico apuró a Alexis para que se acoplara al parejo y en breves momentos, los chicos descargaron su lava ardiente dentro y fuera.

Jorge explicó apresuradamente, pasado lo ocurrido, que no había sido más que víctima de un momento de mucho arrebato y que lo sentía mucho. Sin embargo, la contestación de Alexis fue más que evidente. Besó a Jorge con gran pasión y aunque este quiso retirarse, Jorge lo retuvo. Forcejearon, pero al final de cuentas fue el mismo Alexis quien paró el circunloquio que amenazaba prolongarse indefinidamente.

Una vez que se vistieron con premura y recobraron la compostura, Alexis pasó al consultorio oficina del médico y antes de partir se le dijo que desde ese momento, la consulta sería gratuita y prometió a su paciente devolver por lo menos la mitad de lo que le había pagado hasta ese momento. Además, antes de levantarse del asiento, el médico hizo prometer a Alexis que volvería por lo menos una vez más. Alexis no contestó, pero su sonrisa fue más que elocuente. Para sus adentros pensó que valdría la pena no sólo una, pues como reza el refranero popular, “uno no es ninguno”.

FIN
Datos del Relato
  • Autor: Rojo Ligo
  • Código: 14567
  • Fecha: 13-05-2005
  • Categoría: Gays
  • Media: 5.58
  • Votos: 78
  • Envios: 4
  • Lecturas: 3082
  • Valoración:
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