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Categoría: Lésbicos

EL REGALO

"Tres mujeres, una casa solitaria y todo el verano por delante."

Lo que a continuación narro ocurrió hace unos años. Más adelante explicaré cuando porque es muy importante. Yo y mi amiga Leonor estudiábamos en Salamanca, nos habíamos conocido en primero de carrera. Mi nombre es Ana y a partir de aquí intentaré no ser muy específica en datos que pudiesen revelar, no tanto mi identidad, como la de mi amiga y su familia. La verdad es que yo nunca he ocultado que soy lesbiana pero guardo un enorme respeto por todos aquellos que prefieren mantener su condición sexual en un ámbito privado.

Como decía, Leonor y yo nos conocimos en nuestro primer año en Salamanca. Las dos éramos de pueblos distintos no demasiado lejos, pero dadas las terribles comunicaciones por tren y carretera nuestros padres decidieron que lo mejor era que nos quedásemos a vivir en Salamanca durante el curso para que así nos centrásemos en nuestros estudios. Nuestras familias no se conocían por lo que podemos decir que fue el destino el que nos unió. Me explico: nuestros padres alquilaron el piso en el que pasamos todos esos años a través de una agencia, y por supuesto, la única condición era que la otra inquilina fuese chica. Por lo tanto las dos acabamos compartiendo una pequeña pero cómoda buhardilla no lejos del centro.

Desde el principio de nuestra convivencia Leonor, Leo como yo la llamaba, supo ''lo mío''. Cuando se lo confesé a los pocos días de vivir juntas, soltó una enorme carcajada. Te crees que no me había dado cuenta? me dijo. Me dejó desconcertada. Pero tanto se me nota le pregunté. Pues sí, me dijo. Me miras las tetas a todas horas. Y sí, era cierto, de la anatomía de Leo si algo sobresalía eran dos enormes pechos que eclipsaban su bonita cara llena de pecas, ojos azules, pelo largo muy liso y de un castaño casi rubio que le daba un aspecto nórdico. Por abajo su culo tampoco estaba nada mal. Ni grande ni pequeño pero muy bien acompañado por unos muslos que si aparecían más gruesos de lo habitual pero muy proporcionados con unas preciosas piernas que para mí tortura y placer solía lucir casi todos los días del año con unas minifaldas que quitaban el hipo.

Cómo decía tras mi confesión y su carcajada creí que nuestros caminos se separarían ahí, pero no. Leonor me dijo que no le importaba en absoluto, que aunque a ella le gustaba una buena polla más que nada en el mundo respetaba mi opción sexual y se sentía incluso alagada por mis miradas. Y claro que se sentía alagada, durante todos esos años, tuve mil oportunidades de disfrutar en la distancia de su cuerpo. Llegué a conocerlo palmo a palmo. Leo disfrutaba sintiéndose observada. Como todo el mundo sabe Salamanca es una ciudad en la que hace frío casi todo el año pero en casa nunca pasábamos frio; Leo ponía siempre la calefacción al máximo y nos pasábamos todo el tiempo en tanga y camiseta. Ella disfrutaba cuando la mía saturada del jugo de mi chochito cambiaba de color y transparentaba al pegarse a mis labios que yo en aquellos años llevaba afeitados ''al cero''. Solía pasarme horas y horas empapada con el clítoris inflamado y los pechos duros como piedras. Era tal mi excitación que aunque me masturbaba un par de veces al día, a los pocos minutos mi cuerpo pedía más y más. Mi momento favorito del día era cuando ella se iba a la ducha. Aunque cerraba la puerta, la antigua cerradura, más grande que las de ahora me ofrecía un puesto en primera fila para recrearme. Ella solía pasarse casi una hora en el baño cada noche. Yo me acomodaba tras la puerta con mis piernas abiertas y con cuidado de no calentarme demasiado rápido jugaba con la entrada de mi coño hasta que no podía más y me corría observando a mi diosa. Muchas veces la suerte me sonreía y Leo también se masturbaba al otro lado de aquella puerta que para mí era el paraíso. Solía llevarse objetos de cualquier tipo para frotarse y meterse por el coño, yo acabé por hacer lo mismo y además descubrí que alguno podía serme de gran utilidad dada mi postura frente a la cerradura. Mi favorito era una cuchara grande de metal que sujetaba por el mango con la que trabajaba la entrada de mi vagina, llegue a meterla en el congelador en alguna ocasión y cuando estaba mi chochito bien caliente me la acercaba con cuidado para disfrutar esa sensación de frio, aunque ni así apagaba ese fuego que me hacia acabar en el suelo muchas veces al correrme. Alguna vez dejaba objetos en el baño para que ella se los encontrase y estos acabasen en su coño. Cuando funcionaba me excitaba muchísimo. Buena parte del utillaje de la cocina acabo pasándose por nuestros conos pues luego yo me los llevaba a mi habitación y volvía a darles un nuevo uso. Recuerdo una botella de cristal para decoración que todavía olía a su coño y me relamí de placer con ella durante un buen rato. Nunca supe si ella conocía mi vicio por aquella cerradura. Y tuve oportunidades para preguntárselo pero siempre preferí quedarme con la duda.

 

Ella, en aquella época nunca mostró interés por mí, en el aspecto sexual. Me confesaba divertirse al saber que yo la deseaba, lo hacía sin mala intención, no me hacía sentir mal ni humillada ni nada por el estilo, yo aceptaba la situación e incluso rechace alguna pretendiente que surgió en aquellos primeros anos en la facultad porque aquella extraña relación con Leonor me llenaba. Yo, la verdad, no estoy nada mal. Mido un metro sesenta y cinco, soy morena de pelo, buen pecho no demasiado grande y eso si mi culo es mi parte favorita: grande, carnoso con forma de melocotón, buenos muslos... no me considero guapa pero de haber querido, con los hombres hubiese tenido mucho éxito. Lo noto en sus miradas. Pero nunca me han interesado.

 

A quien si le interesaban y mucho eran a mi amiga Leonor.

Tras nuestros dos primeros años de convivencia, en que había flirteado con un par de chicos empezó a salir, y claro a traerse a casa, a un chico un par de años mayor que ella. Tengo que decir que evidentemente esto no me gustaba, no es que yo estuviese enamorada de Leo, que no lo estaba, pero me sentía como el niño al que le quitan su juguete favorito. Lo único positivo de aquello fue que yo empecé a centrarme un poco más en los estudios y pasaron muchos meses en los que mi desenfreno masturbatorio descendió en picado. Ellos solían follar como locos un par de noches por semana, a veces sentí la curiosidad de acercarme a su habitación a echar un vistazo pero no era algo que me llenase tanto como cuando estábamos solas las dos aunque separadas por la puerta del baño.

 

Esto cambio para mi sorpresa un día. A eso de media noche me levante para ir al baño y al pasar por delante de su habitación note un ruido extraño. No era el traqueteo habitual de Leo y su novio follando a todo trapo, la cama hacia mucho más ruido de lo habitual. La curiosidad me pudo. Abrí ligeramente la puerta y vi a Leonor con su novio y otro chico al que creí reconocer de la facultad. El otro chico, un estudiante portugués de origen africano, estaba tendido boca arriba en la cama con Leo encima, tumbada de espaldas sobre él. Su novio completaba la escena por encima. Me fijé y aunque no había demasiada luz vi como alternativamente los dos metían sus pollas por el coño y el culo de mi amiga. Ella gemía de placer, si no me hubiese despertado para mear ella me habría despertado igual con esos gemidos. El chico negro la penetraba con al menos veinte centímetros de polla que entraban por su agujero de atrás con tremenda facilidad. A los dos o tres segundos este retiraba su verga y su novio desde arriba hundía su polla en el coño, por como sonaba ese agujero también gozaba de muy buena lubricación. Así estuvieron varios minutos. Yo me quede en la puerta oculta tras la rendija y enseguida note que mi raja pedía guerra. Tenía un pijama viejo puesto porque era invierno, sin nada debajo. Hacía meses que apenas me masturbaba y casi sin querer al acercar las yemas de mis dedos y apartar los labios para acariciarme la entrada, estos se colaron hacia dentro primero dos y luego un tercero, era como si mi coño se los tragase. Cuando volví a prestar atención a lo que ocurría en aquella cama Leo tenía ya las dos pollas dentro simultáneamente. Estaba totalmente desnuda abierta de piernas con dos pollas entrando y saliendo al mismo tiempo de su culo y vagina. Se la veía feliz, quizás era una de esas fantasías que ahora podía marcar como conseguida en su curriculum. Todos hemos visto alguna vez una peli porno con alguna penetración doble e incluso actrices profesionales del cine X tienen problemas para rodar ese tipo de escenas, se las nota incomodas. Leonor al contrario gozaba cada segundo. Al cabo de unos minutos cuando creo que ya había tenido varios orgasmos los chicos deshicieron la postura y se pusieron uno a cada lado de Leo, ella irguió su torso, apoyo su espalda contra el respaldo de la cama y como si tuviesen todo ensayado de antemano agarró cada polla con una mano y empezó a comérselas. Su cara reflejaba felicidad, tan pronto se metía toda la polla negra de su lado izquierdo en la boca como la dejaba y se iba a por la de su novio que esperaba en su moflete derecho. En cuanto a mi conseguí no correrme rápidamente. Intentaba no tocar ni mi clítoris ni la parte exterior de mi vulva. Tenía ya toda mi mano derecha dentro menos el pulgar. Nunca antes había notado mi cono tan, no sé, elástico por dentro, parecía de silicona, suave, húmedo, flexible. Su jugo llegaba ya a mis rodillas por la parte interna de mis muslos. Quería sacar ya mi mano y frotarme el clítoris hasta hacerlo sangrar. Pero quería esperar y hacerlo cuando Leonor acabase el espectáculo que me estaba dando. Y no me hizo esperar, noté que aquellas dos pollas tampoco podían más y estaban a punto de estallar. Parecía que hasta para correrse habían ensayado porque por un momento pensé que iban a hacerlo sobre sus enormes melones pero no, Leo agarró fuerte las dos pollas y se las puso delante de su boca abierta casi entre los dientes. Los chicos la regaron casi al unisonó. La mayor parte de la leche lleno su boca. Resplandecía blanca en la tenue luz que iluminaba la habitación desde la calle. Ella lejos de darse por vencida todavía tenía ganas de más. Dejo salir todo el semen de su boca y poco a poco fluyo hasta sus pechos. Se lo repartió con las manos hasta embadurnar los dos pezones. Luego se los frotó y pellizcó durante unos minutos como si fuesen dos clítoris. Yo me corrí en ese momento, a pesar del frio tenía el pijama empapado de sudor y de mis jugos, casi no podía andar llegue como pude a mi cama y ya más cómoda rememore lo que había visto y como seguía muy cachonda y mi chocho ya no podía mas empecé a acariciarme el culo, mi enorme culo, no sin dificultad por su tamaño conseguí llegar al ano y tras juguetear con mi dedo unos minutos acabe metiéndome el mango de un cepillo con un poco de crema que remato mi noche más caliente en mucho tiempo con un orgasmo anal.

 

Al día siguiente ninguna de las dos fuimos a clase. Yo no podía casi caminar y me dolía el culo. Cuando por la mañana me di cuenta del tamaño del cepillo me asuste y pensé que realmente debía estar muy caliente la noche anterior. De todos modos al verlo me puse cachonda de nuevo y me dije que al menos había valido la pena. Con el paso de los días Leonor se fue colgando más y más por su novio. Desde la noche del trió yo estaba preocupada por ella, por un lado me preguntaba qué clase de novio era aquel que compartía a su novia con otro hombre y al mismo tiempo me avergonzaba de mi misma y me veía como una mojigata llena de prejuicios y chapada a la antigua. Precisamente yo no era ejemplo de ortodoxia sexual. Todos estos pensamientos, bastante paradójicos, me hicieron alejarme un poco de la hasta entonces mi Diosa. Pasaron los meses y los años y poco a poco ambas fuimos avanzando con nuestras carreras. Aún así andábamos las dos ya por encima de los veinticuatro y aun nos faltaban varias asignaturas para nuestra graduación. Fue en el ultimo invierno que debíamos pasar juntas en aquella buhardilla cuando Leo recibió en muy poco tiempo dos duros golpes que la sumieron en una especie de depresión que yo, como pude, intenté hacerle pasar del mejor modo posible. Por un lado su novio de ya varios anos rompió con ella, no le pregunté por qué ni ella quiso contármelo pero lo cierto es que ella veía en esa relación un futuro que probablemente su novio nunca había contemplado. Por otro lado Leo se enteró, casi por casualidad, de la muerte de su madre biológica, con la que apenas había convivido y que casi no recordaba pero aun así esto la afectó muchísimo. Ella había sido adoptada muy pequeña, adoraba a sus padres adoptivos, su padre se dedicaba a negocios relacionados con la agricultura y la ganadería, podía decirse que era un hombre rico. Su madre, bastante más joven que su padre, tenía negocios relacionados con la peletería y esto era en lo único que chocaba con su hija adoptiva que odiaba ese mundo y juró desde muy joven que nunca se pondría una de esas prendas. Por lo demás, como digo, se adoraban.

 

A Leonor le llevó varios meses ir saliendo de ese pequeño gran hoyo en el que había caído, yo estuve como decía muy pendiente de ella en todo momento. Perdí muchas clases incluso por estar a su lado. Nos habíamos hecho muy amigas, llevábamos ya casi cinco años conviviendo casi todo el año, salvo en verano, que cada una nos volvíamos con nuestros padres. Lo que le ocurría a la una afectaba a la otra. Yo seguía haciéndome mis pajas a su costa, pero no con la frecuencia del principio. Verla triste no me excitaba.

 

Creo que era un lunes por la noche, ya en primavera cuando Leo empezó a salir a flote. Llegamos juntas a casa después de clase. Como cada día después de mi ducha me puse mi tanga y una camiseta, era nuestro uniforme oficial para estar en casa, así lo llamábamos. Me fui al sofá e iba a poner la tele, esta no se había encendido aún cuando vi en ella reflejada a Leonor. Me sorprendió verla casi desnuda, sin camiseta, solo con un tanga, nuevo por cierto, color purpura, minúsculo como todos los suyos.

Había tardado una decima de segundo en darme la vuelta y la tenia detrás mía, casi desnuda, a centímetros. Yo la había visto cientos de veces desnuda, pero no a esa distancia, sin la puerta del baño entre nosotras. Estaba increíble, sus pechos cada vez me gustaban mas, con los años se habían caído un poquito y eso a mí me encantaba. Además había cogido un poco de peso y su culo lucia mucho más que años atrás. Sin decir nada se sentó a mi lado en el sofá, y como veía que yo no sabía que decir bromeó como solía hacer antes sobre el color de mi tanga, decía que nunca me las compraba blancas porque ese color delataba la calentura de mi rajita que enseguida las empapaba. Tenía razón llevaba siempre tangas oscuros.

 

Tienes calor? Le pregunté medio en broma.

No, me dijo. En realidad quería tener un detalle contigo.

.

Pues lo has tenido y muy bueno. Sabes que esas dos sandias me vuelven loca, le contesté.

No, me refiero a un detalle real, material. Tráeme unas tijeras para desenvolverlo.

 

Hacía tiempo que no veía una sonrisa así en su cara, miré a mí alrededor y no vi ningún paquete ni nada parecido a un regalo pero decidí seguirle el juego y me levanté a por unas tijeras. Con la excitación que tenía tarde en encontrarlas. Cuando regresé me senté de nuevo a su lado y ella se giro en el sofá hacia mí y abrió sus piernas indicándome con un gesto su coñito afeitado bajo la tanga.

Por una vez el triangulo de tela no era transparente, ella siempre elegía los tangas más atrevidos, pero yo sabía que aquella raja siempre estaba perfectamente depilada. Yo no sabía qué hacer, estaba más cachonda de lo que había estado jamás, Leo hizo con dos de sus dedos el gesto de la tijera, indicándome que cortase el tanga por el triangulito. Así lo hice, y por su chocho vi asomar un enorme vibrador. Me quedé a cuadros. Sin esperarlo, para nada, había llegado el momento de quitarme el calentón que duraba ya años. Mi primera reacción fue preguntarle, como una tonta, como podía caminar con aquello dentro. No dejé que respondiese a la pregunta, cuando abrió la boca mi lengua estaba ya llegando a su garganta. Nos dimos un morreo que debió durar más de cinco minutos. Nuestras lenguas súper calientes se hacían un nudo, llegamos a hacernos daño sin querer al chocar nuestros dientes, ''mi'' vibrador seguía dentro de Leo pero hicimos un pequeño alto para encenderlo, mi coño ardía al frotarlo contra el muslo de mi diosa, dejaba caer todo el peso de mi cuerpo sobre mi rajita que se aplastaba contra aquel muslo que ya estaba completamente mojado con mi jugo. Nuestro morreo se convirtió en algo más parecido a un beso, yo me moría por bajarme a sus tetones pero su boca me atraía y mi primer orgasmo estaba a punto de llegar. Agarré a Leo por la parte superior de sus brazos y usándolos como punto de apoyo recorrí con mi coño todo el camino que iba desde su rodilla hasta su cadera varias veces, ella empezó a sobarme las tetas y chuparme los pezones y movía su muslo ligeramente para darme todavía más placer. El sofá se movió casi un metro cuando me corrí, caí rendida sobre Leo, mi boca volvió a besar su boca, y no perdí tiempo alguno para viajar hasta sus pechos que ahora estaban debajo de los míos, caídos hacia los lados, parecían dos flanes, nunca los había tenido tan cerca. Agarré uno de ellos primero y lo sobé y sobé mientras me comía su pezón, duro y enorme. Podría haberme dedicado a ello durante días pero también quería seguir hacia abajo, me faltaban manos y bocas para realizar todo lo que mi cerebro calenturiento me pedía en esos momentos. Decidí intentar calmarme y regalarle a Leonor un buen orgasmo, se lo merecía, imaginé que aquella era su primera relación lésbica y quería que fuese el polvo de su vida. Era difícil porque ella no paraba de hablar, me decía cosas que ni me atrevo a escribir aquí, y me ponía todavía más cachonda. Acabé acercándome a su coño para ver lo que había por allí. Estaba rasurado como siempre, el vibrador se había salido ligeramente hacia afuera y por los lados salía tanta ''gelatina'' que podía habérmela comido con una cucharilla.

Lo apague y retire hacia afuera dejándolo sobre el vientre de Leo, ella lo cogió y se lo llevo a su boca para disfrutar de su jugo, la muy golosa estuvo callada durante varios minutos. Yo me lleve lo mejor: al quitar el vibrador de su agujero trajo tras de sí un torrente de sus jugos, parecía semen, blanco y espeso, una parte me lo cené en ese momento, otra parte fui extendiéndolo con mi lengua por todo el coño y me puse a la tarea de llevar a mi diosa al orgasmo. Fui trabajando con paciencia el clítoris y la entrada alternativamente con mi lengua hasta que por su respiración note que ya estaba a punto y le provoque el orgasmo pasándole toda la superficie de mi lengua varias veces de abajo a arriba, presionando con fuerza. Casi me desencajo la mandíbula, como decía antes quería que ella recordase ese día durante toda su vida. Leo tuvo que cerrar sus piernas al correrse. Mi cabeza se quedo atrapada entre ellas y yo empecé a reírme. Ella no se reía, por sus ojos me di cuenta que seguía disfrutando del orgasmo, volví a buscar su boca con la mía y ella me pidió que le dejase lamer mis labios y mi cara llenos del sabor de su coño.

 

Estuvimos besándonos durante un buen rato. Mi conejito pedía cuidados de nuevo y Leo me soltó algo así como: Anita, me lo estoy pasando muy bien pero mi coño quiere algo más que caricias y un poco de látex. La pregunta era retórica pues antes de que yo abriese la boca ella había salido del salón. La oí acercarse a la puerta del piso y luego estuvo un momento en la cocina. Cuando volvió al salón me di cuenta que por muy guarra que yo llegase a ser, nunca podría competir con ella. En su mano traía un bate de beisbol que llevaba años junto a la entrada de casa, quizás propiedad de los antiguos vecinos. Mi cara le hizo gracia, me quede con la boca abierta. Me pasó el bate, y mientras se recostaba boca arriba en el sofá me susurraba: Ana, fóllame, fóllame bien, lléname el chocho. Agarre el bate con mis manos por la parte más gruesa y me puse a la tarea. Mi rajita tenía que esperar. Leonor enseguida me hizo un gesto: no quería el lado ''delgadito'', su fantasía era con el extremo gordo. Solté un uff. Tenía miedo de hacerle daño. Empecé con cuidado, acomode el bate sobre la vagina que abrió todo lo que pudo, tenía un pie en el suelo y el otro casi en la parte superior del respaldo del sofá. Fui presionando y girándolo suavemente ella movió un poco las caderas y aquello entró poco a poco hacia adentro, sin prisa, cuando tenía ya unos diez centímetros dentro agarre bien el bate con las dos manos y me puse a follarla con él, note que podía llegar ya al fondo de su vagina y que la madera estaba ya totalmente embadurnada de su leche así que pude sacárselo y penetrarla de nuevo, ya mucho más fácil. Ella no perdía detalle, me miraba, miraba al bate, se miraba sus pechos, creo que la excitaba mas el verse así abierta de piernas frente a mí con todo aquello dentro que el propio bate en sí. Seguí dándole un buen rato, mi raja ya goteaba de nuevo. Le pedí a Leo irnos a la cama para estar más cómodas, yo me lleve el vibrador y nada mas tumbarnos en la cama ella me pidió que continuase con el bate y le metiese el vibrador por detrás. Me negué rotundamente, no quería acabar la noche en urgencias. Ella me lo pedía por favor de una manera que era muy difícil decir que no. Ana, me dijo, pídeme lo que quieras a cambio. Yo no pedí nada porque ya tenía todo lo que quería. Finalmente llegamos a un acuerdo. La situación era un poco grotesca pero también divertida. El vibrador acabo empotrado hasta el fondo en su culazo y el extremo mas delgado del bate en su coño. Aguantó varios minutos y acabó corriéndose envuelta en sudor, su cama estaba empapada, tuve que ayudarle a caminar hasta mi cama, sus piernas seguían temblando un buen rato después. Mi Leonor era una mujer agradecida y me obsequió con otra hora inolvidable, el último orgasmo de la noche fue mío, con el vibrador esta vez en mi culito y su mano por delante, con paciencia, con maestría, me llevó al paraíso.

Estuvimos hablando un buen rato antes de dormirnos. Yo le di las gracias por el regalo y de repente se puso seria, casi trascendente, me dijo: Anita, te debo un regalo pero uno grande, lo más grande posible y aun así no conseguiré compensar todo lo que me has dado tú todos estos años, especialmente este último. Lo de esta noche ha sido muy divertido, hace tiempo que te había comprado el vibrador y quería dártelo de un modo original pero muy pronto espero ofrecerte algo que te haga tan feliz como tú me has hecho a mí. Yo sé cuando Leo dice algo en serio y me dejó descolocada. Su familia tiene muchísimo dinero, mis padres también tienen una buena posición, aunque a otro nivel, ninguna de las dos teníamos grandes necesidades materiales. Como a cualquier chica joven nos gustaba la ropa, y podíamos comprar toda la que necesitábamos, ambas teníamos coche, aunque solo los utilizábamos en verano, en fin, podría citar cincuenta cosas más que aunque ella me regalase no justificarían la trascendencia de sus palabras. Le hablé claro: Me asustas un poco cuando te pones tan seria. No soy desagradecida pero sabes que tu amistad es el mejor regalo que puedes hacerme. No necesito más. Quiero tenerte cerca el resto de mi vida, aunque te cases y tengas ocho niños yo quiero seguir ahí, seré la tía Anita, tu marido me odiará. Leo cambió su expresión y sonrió de nuevo. Vale tía Anita, me dijo, no tienes ni idea de lo que puede ser. No todo se compra y vende necesariamente. Te va a encantar y no me va a costar ni una peseta. Un perro!, exclame yo. Leo soltó una carcajada y gritó un largo No.

Dormimos juntas y yo me dormí pensando en las palabras de Leonor, mi mejor amiga y también la persona más obstinada que conocía La conocía tan bien que sabía que ese regalo llegaría, tarde o temprano, y esto me producía cierta desazón.

Nuestra relación fue, si es posible, todavía mejor a partir de ese día. El verano se acercaba y cada vez pasábamos más tiempo juntas. Apenas un par de fines de semana nos fuimos a visitar cada una a nuestros respectivos padres. Hacía varios veranos que Leo me invitaba a su casa en verano. Sus padres solían veranear en un pequeño pueblo en la costa portuguesa. Un domingo por la noche cuando ambas regresamos de visitar a la familia le di la buena noticia a Leo. Mis padres se iban de crucero durante casi un mes para celebrar con varios años de retraso sus bodas de plata. Nos abrazamos y nos pusimos a saltar y chillar en el salón como chiquillas.

Las dos volvimos a tener alguna relación esporádica Leo se trajo a un par de chicos a casa, de uno en uno, quiero decir. Con el segundo me avisó al mediodía y me dijo si quizás me apetecería participar, yo decliné y me lanzó una de sus habituales diatribas: que lesbiana eres. Lo bueno era que siempre adornaba este tipo de comentarios con un beso en la boca. Así era muy difícil tomárselo a mal. Yo por mi parte, también tuve mi rollito. Un día invite a casa a una chica que trabajaba en la frutería, cerca de casa, en la que solíamos comprar. Era una chica muy guapa de unos treinta años, un poco gordita. Sus padres eran los dueños y hacía mucho tiempo que solía hacer lo posible por atenderme para entablar conversación. Varias veces nos habíamos dicho que teníamos que quedar para charlar y tomar algo y finalmente me decidí. No estaba segura de que fuese de las mías, ella tenía novio, pero me atraía bastante. Al mediodía le pedí a Leo que si podía quedarse en su habitación y dejarnos solas por la noche.

-Leo. Quien es ella? La conozco?

-Ana. La chica de la frutería

-Leo. La gordita?

-Ana. Si la gordita.

-Leo. Y vas a poder tu sola (sonrisa picara)

-Ana. Si necesito ayuda te aviso.

-Leo. Pero es lesbi?

-Ana. Pues (dudando) no estoy segura.

-Leo. (Divertida) Pues a estas alturas yo no quiero cambiar de frutería, empléate a fondo y déjala satisfecha.

-Ana. No sé, ya tanteare el terreno antes de lanzarme. Espero no quedarme con el calentón.

-Leo. (Medio en broma medio en serio) Si la cosa no va vente a mi habitación, tengo la regla pero te hago un favor.

Acompañó sus palabras con un explicito movimiento de sus dedos. Yo contesté con un beso en su mejilla.

Desde nuestro polvo inaugural habíamos dormido varias veces juntas, no queríamos hacerlo habitual, sería caer en la rutina. No éramos pareja. Eso lo hacía especial, era como una cita. Por supuesto esas noches eran muy largas, por la mañana solíamos repetir, nunca nos levantábamos sin habernos regalado tres o cuatro corridas la una a la otra. Por la noche mi cita fue bien, mi amiga la frutera tenía un desnudo impresionante y me excito muchísimo cuando me di cuenta que Leo nos espiaba desde la puerta entreabierta. Estábamos las dos con nuestros coños pegados haciendo la tijera cuando vi que la puerta se abría unos centímetros, la chica estaba tan caliente que no hubiese oído un terremoto, por una vez yo era la observada y no al revés. Leo se quedo allí un buen rato, luego lo primero que me dijo fue que si no hubiese tenido la regla se hubiese unido y habríamos tenido fruta gratis el resto de nuestras vidas. La chica se fue a eso de las doce. Quedamos en que había que repetirlo. Por suerte, para ella fue solo sexo, porque yo lo había pasado bien pero nada más. La despedí y me fui disparada a meterme en cama con Leo. Me soltó lo del trió nada más entrar. Ella me estaba esperando, le pregunte si quería que me diese una ducha y ella contesto comiéndome la boca y lamiendo mi cara. Deliciosa, me dijo, sabe a fruta. Estábamos solas, nadie podía oírnos, pero en cama siempre hablábamos bajito.

-Ana. Pero tú no eras hetero?

-Leo. Y lo soy, me susurro. Entre miles de millones de mujeres solo me gustas tú, eso es ser hetero con un pequeño tropiezo.

-Ana. Y lo de que te hubieses hecho un trió con mi amiga?

-Leo. Ya, pero te habría pedido permiso. Sería más un halago hacia a ti que otra cosa.

Me hablaba en un tono que me recordaba a la casi niña que conocí años atrás cuando comenzamos a vivir juntas. Era casi imposible hablar en serio con ella sobre nosotras, enamorarme hubiese sido una locura, ni ella misma tenía claro lo que sentía por mi y, si lo tenía, no encajaba en ninguna convención social para definirlo. No había palabra en el diccionario para adjudicarle a lo nuestro, éramos novias, amigas, hermanas o nada de eso.

A la mañana siguiente estaba claro que nadie me subía al paraíso como Leo. Nos despertamos abrazadas, era sábado y estuvo jugando con mi rajita durante más de una hora, me llevaba casi hasta el orgasmo y paraba cuando estaba a un solo roce de explotar. Dejaba que me enfriase un poco y volvía a la carga, escuchaba mi respiración, su boca y sus dedos mandaban en mi vagina, me aceleraba y frenaba como si fuese un simple mecanismo en sus manos, ella estaba en mi cerebro. Llegaba a un punto en que yo intentaba acercar la mano a mi clítoris y correrme ya de una vez porque no podía más pero ella, que era más fuerte, me agarró con firmeza y me ordenó darme la vuelta. Estuvo acariciando mi culo varios minutos, vigilaba mis brazos para que no los acercara a mi vulva. Con su lengua empezó a lamerme el ojete con mucho cuidado y untando sus dedos en mi conito se los lubricaba tan bien que sin necesidad de crema hidratante enseguida acabo metiéndome dos de sus dedos por detrás. Era toda una experta los metía y quitaba con total facilidad. Mi vagina se beneficiaba de cómo me follaban aquellos dos dedos y yo movía mis caderas como si fuese un caballo salvaje, Leo ponía todo el peso de su cuerpo sobre mi espalda y sujetaba mi brazo derecho pero ni así podía contenerme. Yo le suplicaba correrme ya pero ella se acercaba a mi oído y me decía que no quería que aquello se acabase nunca y eso me calentaba todavía más. Al final se apiadó de mí y me ofreció elegir como quería correrme. Estábamos las dos jadeando, Leo dejó que me diese la vuelta y en cuanto pude llevé mi mano al chocho y empecé a frotarlo como nunca antes, ella se rindió y me dejo hacer, no podía besarme en la boca porque yo necesitaba aire, me hubiese ahogado pero me besaba en las mejillas, cuello y orejas. Me sorprendí a mi misma al no correrme en menos de cinco segundos, aguante quizás un minuto o dos frotándome todo lo rápido que podía Por fin me corrí diciendo gracias, gracias sin parar y apretándome mi cuerpo contra el de Leo. Estaba rendida intente corresponderle a Leo pero no pude, ella se masturbo a mi lado. Levaba el tampax puesto y se corrió enseguida tocándose el clítoris Nos dormimos de nuevo toda la mañana y nos despertamos por la tarde muertas de hambre. Fue un gran día .

Julio llegó y solo tres días antes de irnos de vacaciones a Portugal el padre de Leonor nos visitó para pasar un par de días con su hija. Se alojo en un hotel no lejos de nuestra casa. Se iba a Madrid durante unos días y luego de viaje de negocios a Argentina, Uruguay y Brasil por un mes. Yo ya lo conocía y fue muy amable conmigo, les acompañe a comer y cenar el primer día en los mejores restaurantes de la ciudad, nos llevo de compras, hizo varios regalos a Leo sobre todo un bolso carísimo y alguna joya. Era un hombre muy educado, sesenta y cinco años, había triunfado en los negocios pero no pensaba en retirarse y disfrutar de lo conseguido, al contrario estaba lleno de planes y soñaba con que Leo se hiciese cargo algún día de sus negocios. Había llegado a Salamanca en el coche de Leo para dejárselo a ella y se fue a Madrid en un coche de alquiler con chófer. El segundo día les deje solos para que pudiesen hablar de sus cosas. Yo había recibido también la visita de mi madre unos días antes, quería despedirse de mí antes de irse de crucero con mi padre y la tuvimos en casa un interminable fin de semana. No paraba de preguntar a Leo si yo tenía novio, porque yo no le contaba nada y Leo decía: bueno, algo hay lo que pasa es que Anita es muy reservada. A ella le parecía divertido, a mi no me hacía gracia, pero que iba a decirle? No señora, a su hija me la estoy tirando yo y también la gordita que atiende la frutería al final de la calle. Se hubiese muerto allí mismo.

 

Prefiero no dar detalles sobre nuestros estudios, ni hablar de graduaciones, asignaturas etc...

Mis padres estaban a punto de comprar el piso en el que vivíamos de alquiler así que dejamos nuestras cosas en él, además todavía deberíamos pasar algún tiempo en allí al año siguiente. Nos hubiese resultado duro despedirnos de aquella casa, Leonor se alegro muchísimo cuando le comenté lo de la compra.

Antes de continuar me gustaría describir la casa de Leo en la que pasamos aquel maravilloso verano. Es el lugar en el que he sido más feliz en toda mi vida.

 

Estaba situada a apenas un kilómetros del pequeño pueblo a orillas del Atlántico. Era una casa de tres plantas, la única de esa altura en todo el pueblo y probablemente en toda esa zona. Eso la hacía parecer un castillo, majestuosa en lo alto de un pequeño acantilado. A apenas 100 metros de distancia un estrecho y empinado camino bajaba hacia la playa. Había sido construida en los años 70 por los abuelos paternos de Leo. Ella había veraneado allí desde que era capaz de recordar e incluso tenía algunos amigos en el pueblo. La casa tenía tres plantas más sótano. La primera estaba enteramente dedicada a garaje, un pequeño trastero, y una despensa con un gran congelador donde se guardaban todo tipo de precocinados, también había vinos y licores en abundancia y muchas más cosas, parecía un pequeño supermercado. Un viejo deportivo era el único '' inquilino ''del garaje, se encontraba a medio restaurar, su padre había empezado hacía años y era su eterno proyecto inacabado, su Escorial. La madre de Leo siempre dejaba su coche, un gran todoterreno, fuera. La primera planta estaba dedicada casi por completo a cocina y comedor más un pequeño tendedero con una lavadora, allí la pared tenía huecos por donde entraba la brisa del mar pero no la lluvia. Acabó siendo uno de mis lugares favoritos. La cocina no parecía en absoluto la de una casa de veraneo, al contrario, estaba equipada con los mejores utensilios y electrodomésticos de aquel momento. Tenía un gran ventanal justo detrás del fregadero y la encimera desde el que en días sin niebla podían verse varios kilómetros de costa hacia el sur. Solíamos comer allí, aunque al lado teníamos un enorme comedor. Estaba decorado con bastante buen gusto, mesa para comer, un enorme sofá, rodeado de varias butacas muy cómodas donde solíamos dormir la siesta si no hacía buen día. Otro ventanal en la pared opuesta al de la cocina ofrecía otra vista de postal pero hacia el norte del pueblo. También había un televisor con un Dvd y un receptor de satélite, aunque apenas lo utilizábamos. Por último en esta planta había un cuarto de baño que había sido añadido hacia pocos años ya que la casa fue construida con uno solo en la tercera planta y un pequeño despacho. En esta última planta había tres habitaciones, eso sí bastante grandes las tres, dos de ellas estaban abuhardilladas y la más grande contenía ahora el baño original de la casa, en la reforma se le había incluido una enorme bañera que tenía justo encima dos ventanas en el techo que era en realidad el tejado. Esa era la habitación de la madre de Leo y tenía también un vestidor repleto de toda su ropa, eso sí ni una sola prenda de piel pues ella sabía que eso la podía enfrentar con su hija. Aunque en ese momento no lo sabíamos incluso estaba comenzando el proceso para vender su negocio. Su habitación tenía también una gran caja fuerte en la pared, me pareció curioso que no tuviese un cuadro encima, es lo que todos hemos visto siempre en el cine. En un descansillo, entre las tres habitaciones, por una puerta de aluminio se llegaba a una terraza llena de macetas con flores, que la señora que venía por la mañana a hacer algo de limpieza cuidaba durante todo el año. También se podía desayunar o cenar allí en una pequeña mesa y no faltaban unas tumbonas para tomar el sol. Había también varias sombrillas y un toldo que podía cubrir gran parte de la azotea. La vista era increíble desde allí arriba. Casi daba vértigo mirar hacia abajo, a la altura de la casa se sumaba la del pequeño acantilado a un extremo de la playa en cuya parte norte nos encontrábamos. A lo lejos se veía el pequeño pueblo repleto de casas de planta baja que se apiñaban en torno al puerto. Aparte de esto ni un solo rastro más de actividad humana. Ni casas, ni coches, ni campings, ni urbanizaciones a pie de playa ... solo más y más kilómetros de costa hasta donde la vista alcanzaba. La casa tenía un sótano, con (sorpresa) una piscina climatizada. Solía tener el agua a unos veinticinco grados para evitar problemas de condensación y aunque apenas tenía un par de metros de ancho si tenía unos doce de largo, casi la longitud de la vivienda. Con la iluminación del fondo azul de la piscina el sótano parecía más una habitación de lujo que otra cosa. No faltaba detalle, a un lado había un gran mueble bar repleto de bebidas, también una nevera, otro mueble con toallas y más tumbonas y una pequeña mesa. La madre de Leonor disfrutaba mucho con el agua. Por eso me extraño que estando rodeada la casa por unos muros de unos cuatro metros de altura y teniendo un enorme jardín de unas tres hectáreas no se hubiesen construido una piscina. Supongo que estando el mar al lado de casa no les habría parecido necesario. El jardín estaba repleto de árboles, por lo que no necesitaba grandes cuidados. Muchos de estos árboles habían sido traídos por su padre de sus viajes. En una zona más cercana a la casa si había un huerto de apenas cinco por cinco metros donde Lara cultivaba tomates. Se me olvida mencionar que la piscina ocupaba solo una parte del sótano, un tabique con una hilera de pequeñas ventanas opacas en su parte superior y una puerta de metal con un gran candado guardaba la única estancia de la casa a la que en principio no teníamos acceso.

 

Tras casi seis horas de viaje con varias paradas para comer, repostar y consultar el mapa de carreteras, por fin Leo, que conducía, reconoció el lugar donde nos encontrábamos. No estábamos perdidas. Empezábamos a dudar de los lugares por dónde pasábamos, quizás el padre de Leo, con el que ella siempre había hecho el viaje, siguiese otra ruta, pero Leo dijo conocer ya aquella zona. Estábamos a media hora de casa. Por si acaso yo había llamado a Laura, la madre de Leo, mientras ella repostaba en la última parada que habíamos hecho. Queríamos tranquilizarla, por si se nos hacía tarde. La cobertura para los móviles era bastante desigual durante todo el viaje.

Por fin vas a conocer a mi madre, me dijo Leo. Tenía razón. A las dos nos parecía increíble que nunca, en tantos años hubiésemos coincidido. Yo había hablado con ella muchísimas veces, sobre todo los primeros años cuando todavía no teníamos móviles, luego menos porque en vez de llamar a casa lo hacía al de su hija. El caso es que varias veces que se había acercado a Salamanca para visitar a Leonor yo estaba en casa de mis padres. Ella tiene muchísimas ganas de verte, se alegró de que tus padres se vayan de crucero y te dejen sola, me dijo Leo. Ya sabes que yo también. Mi amiga había estado callada durante todo el día, podría decir incluso varios días. La notaba preocupada, pero no sabía por qué. Intenté tenderle mi mano durante el viaje varias veces para saber que ocurría pero fue en vano.

Finalmente a lo lejos apareció la casa de Leo. Pudimos verla bastante antes que el pueblo. Leo acercó el coche al enorme portal de la finca, yo busqué en la guantera el mando a distancia que lo abría y por fin entramos. La madre de Leonor nos esperaba a medio camino hacia la casa. En ese momento mi corazón empezó a latir a toda pastilla. Supongo que todos tenemos un ideal de hombre o mujer, cuando digo ideal doy por supuesto que esa persona no va a existir, es solo eso: una idea, una ensoñación. Cuando yo fantaseo me excita pensar en una mujer a la que le pongo cara, pechos, culo, piernas, no necesariamente por este orden; es mi fantasía y elijo lo mejor, le pongo un buen par, si es mi sueño por qué voy a conformarme con unas tetitas pudiendo tener dos buenos melones. Pues bien lo terrible es que mi fantasía existía y estaba allí de pie esperando a que bajase del coche para abrazarme. Y así lo hizo, primero se fundió en un abrazo con Leo, que continuó con el coche los cincuenta metros que nos separaban de la casa y luego vino hacia mí y me beso en las mejillas antes de abrazarnos. Mi corazón latía tan fuerte que podía oírlo. Me encantó el olor de su cuello, era un perfume que no conocía pero ya era mi favorito desde ese momento. Lara era una mujer muy guapa, ojos marrones, pelo castaño recogido en una trenza, piel ligeramente morena por las dos semanas que llevaba ya de vacaciones, me encantaban sus brazos, especialmente esas manos grandes pero de finos dedos. Llevaba puesto un vestido de los de ir a la playa, casi hasta la rodilla, parecía algodón, ligerísimamente transparente, de color blanco con franjas azules horizontales, bastante apretado, tirantes que dejaban sus hombros a la vista con poco escote por arriba y dos grandes aberturas por los lados que llegaban hasta sus caderas. La madre de Leo tenía una figura increíble, muchísimo más alta que nosotras, casi un metro ochenta, no llevaba sujetador y me mareaba al ver aquellos pechos, en eso se parecía a su hija, aunque fuese adoptada, ambas competían en talla de sujetador con, quizás un par de tallas a favor de la madre. Aunque aparentaba mucho menos de cuarenta yo sabía que Lara tenía cuarenta y seis, aún así esas dos tetas se aguantaban perfectamente erguidas, solo ligeramente aplastadas a los lados por aquel vestido que claramente estaba un par de tallas por debajo de lo que cualquier mujer menos segura de sí misma se atrevería a lucir.

Tragué saliva y tras los saludos subimos parte del equipaje que traíamos a las habitaciones de la tercera planta. Leo y yo cogimos las maletas más pesadas y Lara una mochila mía y una bolsa de deporte de su hija. El mundo se paró cuando me encontré subiendo escaleras arriba. Leo me cedió amablemente el paso y Lara subía delante de mí. Entonces pude contemplar lo que hasta ese momento solo había intuido. Delante de mis ojos, a apenas unos centímetros, tenía el culo más impresionante que en mi vida había visto. Era un culazo al límite. Era todo lo grande que podía ser sin llegar a lo grotesco, pero no lo era porque sus formas eran perfectas. Redondito, parecía mullido como una almohada de algodón. Las nalgas se movían como flanes escaleras arriba. Un tanga tan ajustado como el vestido gritaba estoy aquí, envidiame. La naturaleza me regaló una imagen que aún arde dentro de mi cerebro años después: al llegar al primer descansillo del primer piso el sol del atardecer atravesó la fina tela de aquel vestido y llegó a mis ojos mostrándome aquellas caderas y piernas que completaban la anatomía de mi mujer diez. Aquellos muslos que las aberturas del vestido dejaban ver eran lo suficientemente gruesos para acompañar con solvencia semejante trasero, más gruesos o más delgados también hubiesen desafinado en una partitura que sonaba muy bien de principio a fin. El resto de las piernas de Lara hablaban de una mujer que se quería y se cuidaba, depiladas a la cera, con ese brillo inconfundible y sobre todo aquella piel tan joven, tan sedosa, ni rastro de celulitis ni varices, incluso en la frontera entre muslos y nalgas que el vaivén del vestido me dejaba ver. Seguramente participé en la conversación mientras subíamos pero ni me acuerdo. Al final el mundo arrancó de nuevo, llegamos al descansillo del tercer piso y tuve que separar mi cara de aquella escultura. No me gustan mucho expresiones machistas como mujerón o maciza pero reconozco que no hay adjetivos mucho mejores para definir aquel cuerpo. Y dicho esto Lara vista en conjunto era una mujer, si no delgada en absoluto pasada de peso , su vientre era la envidia de cualquier veinteañera como nosotras, cuello y cara estilizados. Era un sueño de mujer. Me duele definirla como si fuese un objeto, un purasangre en un concurso equino, pero ya tendré tiempo más adelante de hablar de la mujer que había dentro de ese cuerpo a la que pronto valoré como ser humano, más allá de ese físico que tan impresionada acababa de dejarme.

Debí parecer tonta mirando al suelo cuando Lara nos preguntó si íbamos a compartir habitación o no. Sentía en mis mejillas ese calor que acompaña a la rojez de la piel. Tenía miedo que ellas notasen el shock que acababa de experimentar. Me tranquilicé al ver que las dos jadeaban después de subir hasta la tercera planta. Hice un comentario, algo así como: guau la próxima vez nos traemos menos equipaje y levanté la vista. Mis ojos se cruzaron con los de Leo y su sonrisa pícara me decía: a mí no me engañas. Qué bien te lo has pasado escaleras arriba. Me conocía demasiado bien. Podía leer mi mente.

Mami, si no te importa ya decidimos mientras veníamos hacia aquí usar las dos habitaciones. A mí me parece perfecto, dijo Lara.

Lara se llamaba en realidad Laura pero desde niña empezaron a llamarla así. Leo arrastró su equipaje hasta su habitación de todos los años y Lara me acompaño a mí para ayudarme a instalarme. Su voz era suave como su piel. Estuvimos unos veinte minutos poniendo mi ropa en los armarios, me ofreció todo aquello que pudiese necesitar y no me hubiese traído. En tan poco tiempo ya me resultaba una persona muy cercana. Su carácter era muy parecido al de Leo, bromeando continuamente, abierta, sincera, segura de sí misma, generosa y además muy joven de actitud ante la vida. Mis padres tenían un par de años más que ella pero una moral mucho más cerrada. Tras preguntarme si podía dejarme sola unos minutos para bajar a ducharse en el baño de abajo, nos ofreció a Leo y a mí la enorme bañera que su baño tenía. Me imagino que estaréis muy cansadas. De acuerdo mami grito Leo desde su habitación.

 

En ese momento me di cuenta de que Leo había recuperado su habitual buen humor. La habitación de Lara estaba abierta y al fondo también el cuarto de baño tenía su puerta abierta con la enorme bañera ya llena de agua tibia. Me llevé mi bata y tras desnudarnos nos metimos en la bañera y empezamos a charlar.

-Ana. Me alegro de que estés más animada. Me habías preocupado estos últimos días, sobre todo hoy. Ahora te veo feliz. Echabas de menos a tu madre?

-Leo. No. Olvídalo. Algo me preocupaba y ahora ya no. También un poco cansada. No te preocupes. Y tú qué tal? Qué te parece mi madre?

-Ana. Me encanta. Tan amable, me ha ayudado con todo mi equipaje, me hace sentir muy bienvenida.

Mientras yo hablaba Leo esbozaba esa sonrisa suya que tan bien conocía.

-Leo. Sabes que no me refiero a eso.

-Ana. Es muy guapa pero sabes que solo tengo ojos para ti.

-Leo. No me digas esas cosas que no soy de piedra.

En ese momento ella salto hacia mi lanzando un montón de agua fuera de la bañera y empezó a hacerme cosquillas y meterme mano, era algo que hacía muy a menudo. No la rechace pero tenía miedo que su madre subiese y nos sorprendiste en esa tesitura. Leo paró y se quedó a mi lado rodeándome con su brazo sobre mis hombros. Nos quedamos en silencio mirando al cielo a través de las ventanas del techo, justo encima de la bañera. Ya era de noche pero hacía calor. Leo separó mis piernas y metió su mano bajo el agua, le gustaba saber si mi conejito estaba húmedo. Lo hacía algunas veces desde nuestra primera noche . Aun dentro del agua sus dedos notaron perfectamente lo resbaladizo de mi coñito. Yo hice lo mismo. Ella también estaba caliente. Note que hacía tiempo que no se depilaba, me gusto el tacto distinto al habitual. Oímos subir a Lara, se había duchado y preparado algo para cenar. Nos habló desde la habitación sin entrar en el baño.

-Lara. Chicas, vais a dormir en la bañera

-Leo. Se está tan bien.

Lara se acercó al dintel de la puerta, llevaba una bata blanca de seda preciosa que le cubría hasta la mitad de los muslos. Ahora tenía el pelo suelto y todavía mojado. Las dos la miramos con admiración. Parecía una actriz de Hollywood.

-Lara. Lo sé cariño, tenéis que estar muy cansadas. He preparado unas ensaladas, solo falta aliñarlas. Cuando os parezca bien bajáis.

Las dos le dimos las gracias y prometimos bajar enseguida. En cinco minutos estábamos secando, recogiendo y limpiando el baño que Lara nos había cedido. Era precioso, grande, con azulejos azules y blancos a distintos niveles. Poniéndote de pie en la bañera podías ver el mar. No hacía nada de frío y la noche era estrellada, sin una sola nube en el cielo.

Al acabar de secarnos me surgió una duda. Todo apuntaba a que Leo iba a bajar de uniforme, tanga y una mini camiseta de tirantes, pero yo no sabía que ponerme.

-Ana. Leo vas a bajar así?

-Leo. Si, se está muy bien. Todavía hace calor. Por qué?

-Ana. Yo no sé qué ponerme. No sé qué va a pensar tu madre si bajo medio desnuda como tú.

-Leo. Ana te quiero mucho y no quiero ofenderte pero mi madre no es como tus padres, de misa de domingo y comer pescado en semana Santa.

Leo me habló con mucho cariño, con voz muy suave, estaba detrás de mí secándome la espalda y me beso en el hombro con mucha suavidad. Tenía razón mis padres eran de moral bastante estricta. Yo había estudiado en colegios religiosos desde los diez años.

Uy, nos hemos puesto demasiado serias dijo Leo. Empiezo a hablar como una vieja. Mira ponte lo que quieras pero te aseguro que lo qué somos nosotras, se refería a su madre y ella, te vas a cansar de vernos el culo todo el verano. Leo salió disparada del baño riéndose y gritando: el baño me ha abierto el hambre. Me quedé sola y opté por el término medio. Me puse una de las pocas bragas que tenía y que por suerte había puesto en mi equipaje. Era casi transparente por detrás y por supuesto oscura, pero un azul bastante bonito. Antes de bajar me sequé mi rajita con una toallita, estaba empapada.

Bajé y Lara y Leo me esperaban sentadas en el sofá frente al enorme televisor que presidía esa parte del salón. Me mareaba ver a Lara ahora en bata que apenas llegaba un poco más abajo de su cintura. Me pareció que no llevaba nada debajo. El pecho derecho casi se salía de su sitio, estaba anudada de un modo muy descuidado, además como solía hacer su hija iba descalza y eso era algo que a mí me encendía todavía más. Las tres nos fuimos a la cocina y esta vez yo me adelanté. Y mi culazo fue el protagonista.

Mientras cenábamos Lara nos puso al corriente del problema que tenía con la señora que cada mañana ayudaba en casa.

-Lara. Haber niñas os cuento la situación. Fátima tiene a su hija a menos de una semana de dar a luz y no va a poder venir más que dos o tres días más. Tenemos dos opciones, Fátima puede ayudarnos a contratar a alguien nuevo, pero evidentemente sería meter una persona desconocida en casa, la otra opción es que nosotras nos distribuyamos las tareas.

Las dos al unísono apoyamos la segunda opción. Nos repartimos las tareas. Cada una se ocuparía de su habitación y yo y Leo ayudaríamos a Lara con la suya, mucho mayor y con el baño que usaríamos para evitar, especialmente de noche tener que bajar al de la segunda planta. Yo me ocuparía de la colada, Lara de cocinar, Leo de pasar el aspirador etc..

Era ya tarde y estábamos muy cansadas, recogimos la mesa, pusimos el lavaplatos y tras comprobar Lara que tanto el portal de la finca como la única puerta que tiene la casa estaban correctamente cerradas subimos juntas hacia las habitaciones. Esperé un momento para ver si Lara o Leo cerraban sus puertas, Lara dejó la suya abierta pues el baño estaba en su habitación y Leo también así que yo hice lo mismo. Me quité la camiseta y me metí en bragas en cama. El silencio era absoluto, no se oía ni el ruido del mar, tenía sueño pero también estaba muy excitada. Las imágenes de Lara iban pasando rápidamente por mi cabeza. La cena había sido muy agradable, habíamos charlado como si nos conociéndonos de toda la vida, había disfrutado viendo aquellas piernas, aquellos muslos. Aquellos melones inquietos debajo de la seda moviéndose como flanes. Oí la fuerte respiración de Leo, conocía ese jadeo, yo no podía dormir tampoco con mi coñito latiendo como si fuese un segundo corazón. La habitación de Leo estaba pegada a la mía, su jadeo me ponía aún más cachonda, me quité las bragas y me puse a darle un buen masaje a mi clítoris, quería correrme rápido, hacia horas que ya no podía más con las ganas. Oí a Leo, se corrió enseguida y yo tardé muy poco más.

Dormí de un tirón, me desperté triste, preocupada. Era absurdo, no había sido un sueño, mi mujer ideal existía, la has conocido ayer me decía y debe seguir en algún sitio de esta casa. Intenté quitarme esa angustia y me fui hacia su habitación, además me estaba meando. Vi su cama vacía, por suerte porque iba completamente desnuda, se me había olvidado ponerme algo. Volví a la habitación y cogí mi bata, volví al baño y luego me lancé escaleras abajo. Leo estaba todavía dormida. Encontré a Lara en la cocina, necesitaba asegurarme que mi imaginación calenturienta no me había jugado una mala pasada. Lara estaba sentada en la mesa de la cocina desayunando. Al verme se levantó preocupada.

-Lara. Cariño te encuentras bien ? Estás completamente blanca.

-Ana. Sí, bueno he tenido una pesadilla y me he levantado algo angustiada.

Ella me abrazó y pegó mi cara contra sus pechos. Sentí sus brazos rodeándome, me tranquilicé al ver que todo seguía en su sitio. La caída de la bata sobre su cuerpo delataba la presencia de aquel culazo, seguía en su sitio, mi tortura continuaba. Llevaba una bata más bonita todavía que la del día anterior, de estilo oriental, roja y con motivos dorados. Corta, muy corta. Poco a poco iba perdiendo la vergüenza que siempre tuve cuando me gustaba alguna chica mayor que yo y empecé a mirar con menos disimulo. Cuando nos separamos la cadena de mi cuello se enganchó en la bata y esta se abrió casi del todo. Lara me dijo cuidado Anita y se acercó de nuevo a mí para evitar romperla. Arqueo sus brazos y encontró el cierre de la cadena en mi nuca, lo abrió y está vez si pude apartarme. Delante de mí deshizo completamente el nudo de la bata para poder acercar a sus ojos la zona, al nivel del pecho, donde mi cadena seguía enmarañada. Vencí mi timidez y me recree en la vista, Lara no llevaba nada debajo, me quedé mirando el coño más goloso que he visto en mi vida. No me sorprendió que estuviese casi totalmente depilado, sabía que Lara se había hecho la depilación láser el verano anterior, algo bastante novedoso y exclusivo en aquella época, lo más goloso para mí era lo marcada que tenía la vulva, carnosa, con muy poco vello, parecía un melocotón amarillo, jugoso, quizás la depilación, que solo dejaba ya crecer vello en los labios externos ayudaba a crear aquel efecto. Se me hizo la boca agua pensar que delicioso sería comerse aquel manjar. No presté atención a los pechos ni a los muslos ni a aquella barriguita tan hermosa, me quedé hipnotizada mirando y guardando cada detalle para dedicarle mi próxima paja.

-Lara. Ya esta cariño.

-Ana. Gracias.

-Lara. Te gusta?

Se refería a su pubis. Conteste tomando la pregunta en el estricto sentido estético.

-Ana. Me encanta. Está precioso.

-Lara. La verdad es que sí y resulta muy cómodo pero su sacrificio cuesta. Son muchas sesiones de laser.

-Ana. Duele?

-Lara. Bueno, a mi edad si una quiere cuidarse hay un precio que pagar.

-Ana. No digas eso. Tu edad es perfecta. Estás increíble.

La bata seguía abierta y yo continuaba mirando a alternativamente sus ojos y su coño cuando las dos nos asustamos. Leo rompía aquel silencio con un sonoro: buenos días, si molesto me vuelvo a la cama.

Las tres nos reímos, la bata se cerró y Leo nos dio una buena palmada a cada una en el culo.

-Leo. Me alegro que hayáis intimado tan rápido (riéndose y mirándome). Has visto el coñito de trescientos mil escudos.

-Lara. Bueno ha sido un pequeño accidente.

-Leo. Lo sé, os he oído desde el salón. Me alegro mucho de que os llevéis tan bien.

-Ana. Pero qué es eso de los trescientos mil escudos?

-Lara. Bueno, es el precio del tratamiento, me lo hice el año pasado aquí en Portugal.

Continuamos charlando mientras desayunábamos. Lara ya había acabado y se puso a recoger algo la cocina. Yo, tras el mal comienzo del día me sentía ahora feliz. Lo tenía todo. Las dos mujeres que mas me habían gustado en mi vida y yo, solas en aquella casa, el día era radiante, no eran ni las nueve y ya hacía calor.

Aunque innecesario precisar fechas sí que tengo la sensación de que en un tiempo más cercano nada hubiese sido igual a como lo fue en aquel verano. La sensación de aislamiento que vivíamos nos hacía estar más unidas, un teléfono fijo en el salón con un supletorio en la habitación de Lara era toda nuestra comunicación con el mundo. Internet todavía estaba naciendo, las tres teníamos ya un móvil gsm pero en aquel lugar de la costa portuguesa faltaban años para que llegase el servicio. Aparte de la televisión y un equipo de música solo la lectura y la conversación eran nuestro entretenimiento. No nos pasábamos el día pendientes de redes sociales ni páginas web ni smartphones. El tiempo discurría despacio, los días parecían eternos, pero eternos no significa aburridos, de eso estoy muy segura.

Leo había bajado medio desnuda y yo seguía con las bragas transparentes del día anterior. Lara nos dijo: chicas a las diez llega Fátima y seria una falta de respeto que nos paseásemos así por la casa, mientras ella esté aquí, poneros algo, luego ya si os apetece os cambiáis de nuevo y sois libres de vestir como os apetezca. Así lo hicimos, sabia por Leo que su madre apreciaba mucho a su empleada, de hecho, habíamos traído varios regalos para Fátima desde Salamanca por encargo de su madre. Cuando subimos a cambiarnos Leo tuvo la idea de bajar a la playa, a dar un paseo o quizás tomar el sol. A mí no me apetecía demasiado, prefería quedarme con su madre en casa, pero accedí. Nos pusimos los bikinis, el mío naranja y azul él de Leo, eran de los que se atan con lazo a un lado y sujetador de triangulo. Creo que eran la misma talla por lo que los tetones de Leo parecían a punto de salirse y a mí no llegaba casi a taparme ni la raja de mi culazo. Antes de bajar a la playa pedimos a Lara unos pareos, y nos dejó dos iguales. Tuvimos que terminar de descargar el coche y subir a casa lo que habíamos dejado la tarde anterior y en menos de diez minutos ya estábamos paseando sobre la arena. Al quedarnos solas temí que Leo llevase la conversación hacia lo que había sucedido por la mañana. Yo seguía pensando en aquel pubis depilado y aquellos labios que parecían hechos para mi boquita y ya estaba lo suficientemente caliente como para que ella me encendiese todavía más. De momento tuve suerte, la playa todavía estaba casi vacía. Leo conocía a algunas de las personas con las que nos cruzábamos y saludaba graciosamente en portugués, lo hablaba, para mi sorpresa bastante bien. Llegamos caminando por la playa al pequeño embarcadero por donde los barcos eran sacados del agua cada día, no existía lo que conocemos como un puerto propiamente. A esa hora casi no había nadie pero vimos a un chico que se acercaba rápidamente caminando, Leo lo reconoció y corrió hacia él se saludaron y vinieron hacia mí, el chico me dio dos besos al estilo español e hizo el esfuerzo de hablarme en castellano. No tenía más de dieciocho años era guapo, no demasiado alto y por sus manos y sus brazos se veía que ya no se dedicaba a estudiar sino a trabajar en el mar.

Los tres juntos continuamos paseando por la playa ya alejándonos hacia el otro lado del pueblo, caminamos unos die minutos, poco a poco yo me fui quedando atrás deliberadamente, lo suficiente para que pudiesen charlar sin escucharles. Les seguí durante un rato hasta que vi correr a Leo de vuelta hacia a mí. Repitió mi nombre varias veces como siempre que me pedía algo y junto las dos palmas de sus manos como rezando. Sabía que esa era la llave para que yo no hiciese preguntas y accediese rápidamente.

-Leo. Ves ese hueco entre las rocas con arena.

-Ana. Si lo veo.

-Leo. Súbete a la roca y vigila que no venga nadie.

Pregunté absurdamente para qué. Cuando llegué a mi puesto de vigilancia Leo ya estaba sacando de los vaqueros del chico su polla y empezando a dar lengüetazos en su glande. A ella el tamaño si le parecía importante porque era la tercera polla que veía entre sus manos y todas eran de categoría XXL. Yo estaba a unos dos metros de altura, prácticamente sobre ellos. Intentaba mirar a mí alrededor por si venía alguien pero no era fácil concentrarse en la vigilancia. Me gustaba ver la cara redondita, preciosa de Leo mientras se metía toda la polla en la boca, todavía llevaba el bikini y el pareo y su larga melena lisa brillaba al sol pareciendo más rubia de lo habitual. El miedo a que yo tuviese que interrumpirlos hizo que ella enseguida se desatase uno de los lazos de bikini en su muslo y se tumbase sobre la toalla extendida en la arena. Se apartó el triangulo del bikini que seguía atado a su otro muslo y el chico la penetró sin contemplaciones, hasta el fondo, sin cuidado alguno, me dolió hasta a mí, si no llega a estar muy bien lubricada le habría hecho mucho daño. Ella soltó un grito que parecía de placer, yo me tranquilicé, el chico no parecía tener gran experiencia como amante, o quizás fuese la prisa, lo que si tenía era la polla dura como el acero, la sacaba totalmente del coño de Leo y la metía violentamente hasta el fondo de nuevo, una y otra vez. Ella debajo, el encima. Yo seguía mirando y reprimiendo mis ganas, los veía desde arriba, el chico de espaldas a mí. Veía el cono de Leo y aquella polla que seguía taladrándola. Ella de vez en cuando me miraba y me hacía sentir parte del polvo. Ponía sus ojos en los míos y parecía decirme: me gusta mucho mas contigo ahí mirando. Follaron como posesos unos diez minutos y el chico cuando ya parecía estar a punto agarró su polla yéndose hacia las tetas de Leo, ella había perdido la parte de arriba del bikini hacia un rato y el portuguesito se las había comido mientras la penetraba, bastante torpemente, en mi opinión. Pero Leo no estaba de acuerdo. Pronuncio un no, no, no, dentro, dentro, y la polla volvió a su cueva. Aquel chico debía llevar tiempo sin descargar porque desde que note por la cara de Leo que empezaba a correrse todavía dio varias embestidas mas, cada una de ellas lanzaba los pechos de mi amiga hacia el cielo y caían de nuevo haciendo un sonido muy característico. Leo se puso rápido el bikini dio unas chupadas a la polla, que todavía continuaba goteando algo de leche y se despidió del chico. Este me miró y me dio las gracias, le saludé con la mano, como despidiéndome y se fue por un sendero entre las rocas que yo no me había ni percatado de que existía. Menuda vigilante estaba hecha. Bajé de mi atalaya y ayudé a Leo a recoger sus cosas, la ayude a atarse bien el lazo del bikini, ella jadeaba todavía. No dije nada, empezaba a darme cuenta de que ella no buscaba en los hombres lo mismo que buscaba en mí, eran sexualidades diferentes, no sabría explicar las diferencias pero conmigo no follaba como con los chicos y no me refiero a las obvias diferencias anatómicas. Caminábamos en silencio de vuelta a casa. Leo tenía en su cara una mueca de satisfacción y orgullo.

Por fin me atreví a romper aquel silencio.

-Ana. Supongo que te lo habías tirado ya antes. Cuántos años tiene?

-Leo. Unos 19. Hace años que follamos tres o cuatro veces cada año. Es muy torpe pero tiene la mejor polla en todo el pueblo.

-Ana. Me hace gracia la resignación con que lo dices.

-Leo. Que quieres, esto es muy pequeño y me he pasado aquí todos los veranos de mi vida. Eso son unos tres años seguidos de tiempo. Por eso estoy tan feliz de que estés aquí conmigo, bueno,

Datos del Relato
  • Categoría: Lésbicos
  • Media: 9
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