Demasiados Ases
Lo habían discutido mucho.Pero él no paraba de insistir. Llevaban casados cerca de diez años y las cosas de la convivencia le iban bien, solo que se estaba apagando la pasión.
Si, definitivamente llevaban meses anclados en la inapetencia sexual, en el hastío.
Lo habían consultado a un terapeuta de parejas, el mismo que le había aconsejado lo de los juegos preparatorios para despertar el interés sexual, no se lo prohibió pero también le advirtió que ese tipo de historias podían ser muy peligrosas a posteriori.
Por fin una noche de insomnio metió en Google la palabra intercambios de parejas y después de asombrarse del numero de paginas encontró un apartado de contactos.
Nunca supo porque se decidió por aquella pareja, tal vez porque ella era rubia y el parecía un tipo agradable.
Su primer email fue rápidamente contestado, era como si alguien estuviese de guardia al otro lado de los satélites.
La otra pareja no puso pegas para actuar de invitados, era la primera vez y le daba confianza “jugar en casa”, además su vivienda en una zona apartada de la urbanización casi pegados al bosque, era un sitio seguro y discreto.
La tarde señalada observó como Lourdes, su mujer salía de la ducha y se enfundaba el modelo de Calvin Klein que le había regalado en su ultimo cumpleaños, era el que mejor le sentaba: las transparencias del sujetador permitían vislumbrar el rosado de los pezones y las braguitas tipo boxes dejaban desnudos la parte inferior de los relevantes y bien contorneados glúteos de su esposa.
Sintió una mezcla de celos y excitación, tanta como la primera vez que la vio desnuda, la cosa prometía.
Cuando sonó el timbre los dos se pusieron de pie como impulsados por un resorte.
Las presentaciones fueron rápidas, pero lo suficiente para comprobar que el visitante era algo mas viejo que aparentaba en la foto, mas de cincuenta años que a pesar de haber estado cuidados habían dejado huella en una barriguita ya excesiva, la camisa verde con tres botones sin utilizar dejaban ver una la gruesa cadena de oro, pelo abundante y entrecanoso peinado hacia atrás, todo le daba un aire de señorito vicioso entreverado con un algo de macarra. Sus únicas palabras tras contemplar la cara de Lourdes: me ponen las pecosas, no sirvieron para mejorar su imagen.
Ella en cambio no desmerecía la foto: alta, rubia, cara mas bien ancha, ojos claros y una magnífica figura, no tuvo que pronunciar muchas palabras para descubrir una nacionalidad eslava sin concretar.
Al cerrar la puerta no pudo ignorar la mirada recriminatoria de su mujer: desde luego ella se llevaba la peor parte.
Habían imaginado unos prolegómenos suaves, tal vez un baño en la piscina de la casa, unas caricias bajo el agua y una discreta fuga a las habitaciones.
Pero cuando le propusieron una plan unido al poker, él no pudo resistirse, el juego era una de sus debilidades mas o menos controlada.
Al principio la suerte le sonrió y había conseguido dejar a la rubia en ropa interior, pudo contemplar su cuerpo escultural de piel blanca acaramelada por los rayos uvas, sus pechos apretados en el centro por un sujetador del que pujaban por escaparse, su culo con la lisura de una bola de billar, solo interrumpido por la cinta del tanga, ya se relamía, empalmado desde que ella perdió la primera prenda, imaginando lo que estaba a punto de pasar.
Pero la suerte cambió súbitamente y fue un ful de ases-kas el que había llevado a su mujer a dejarse bajar las bragas por el visitante, lo hizo de forma rápida casi con brusquedad y ella por los nervios había trastabillado, perdiendo el equilibrio .
Sin dar tiempo a nada, llevo su manaza hasta el delicado pubis de Lourdes y empezó a jugar con su vello de tonos cobrizos, parecía divertirle ensortijándolo con los dedos , hasta que su índice desapareció entre los labios mayores y empezó a frotarle el clítoris, primero de forma lenta y rítmica luego con mas rapidez.
Entre excitado, humillado y profundamente celoso miró por la ventana e intentó dejarse llevar por el vuelo de algún pájaro sin conseguirlo así que posó su vista en la rubia, echada de lado sobre un sofá mantenía una actitud distante, como si el tema no fuese con ella.
Su mujer sin poder reprimir el placer estaba iniciando un balanceo de caderas intentado acompasarse al rito que le marcaba el dedo, sus primeros quejidos parecían estallarle en sus oídos.
Cuando el visitante estimó que su vulva estaba lo suficientemente húmeda y preparada, se desabrochó el pantalón dejando emerger un falo erecto, turgente y enorme.
El nunca había escuchado el ¡Dios mio! que ella exclamó cuando aquello empezó a perforarla..
Aunque lo intentaba no podía despegar sus ojos de la escena, casi hipnotizado vio como ella subía y bajaba en movimientos primero lentos y luego trepidantes, parecía deslizarse por aquel pene igual que una bailarina de puti-club lo hacia por la barra.
El polvo le pareció largo, infinitamente largo y los jadeos de su mujer superiores a los que emitía con él.
Al terminar ella se subió las bragas de forma automática descuidada, la vio dirigirse hacia él con paso dubitativo, con las braguitas desparejadas y la cara todavía enrojecida por el placer y el esfuerzo, solo alcnzó a decirle dijo una frase cortante: ya lo hemos hecho, ahora dile que se vayan.
Pero el visitante le hizo una oferta que el no pudo rechazar, una nueva ronda al mejor de cinco manos y con dos de ventaja para él, por que como terminó recalcando “aquí tenemos que mojar todos”.
Pero las cartas volvieron a jugarle una mala pasada, el juego pareció un calco del anterior: después de ganar las dos primeras manos había perdido las otras tres.
El visitante la había hecho recostarse de rodillas sobre el sillón de respaldo bajo, sacó de su bolsillo un bote rosa y empezó a arrastrar su dedo untado de vaselina a través de los pliegues de su glúteos, el veía como el dedo iba penetrando cada vez mas en las profundidades del culo de su mujer
Hacia las cosas despacio y a conciencia su dedo cargaba vaselina de la cajita y la distribuía con movimientos circulares dibujado con precisión el cerco del ano mientas que con la otra mano separaba con los glúteos, ocasionalmente hundía el dedo, perforándola, lo que provocaba sistemáticamente un respingo y un gritito por parte de ella.
Cuando lo creyó preparado el volvió a dejar emerger de sus pantalones el mismo falo poderoso, con el que la había penetrado la vagina.
Poco a poco la fue penetrando, empalando, ella gemía débilmente tal vez de placer y de dolor, ajeno a sus reacciones el visitante seguía con empujones intermitentes, pudo contemplar como la verga iba desapareciendo progresivamente dentro del culo de su mujer.
El ya no quería mirar mas¡ya era demasiado!, pudo ver como la rubia se metía el dedo dentro del tanga y empezaba a masturbarse, parecía hacerlo mas por aburrimiento que por excitación, intentó concentrarse en esa imagen.
Los fuertes gemidos ya claramente de dolor, le hicieron volver sobre el asunto principal, el visitante asiendo las anchas caderas de su mujer la estaba embistiendo con fuerza.
Afortunadamente el acto duró poco.Cuando cesó la penetración ella quedó inmóvil, despatarragada, el visitante se sacudió el falo contra la grupa de ella, dejando babear una amplia cantidad de esperma retenido por la opresión del esfínter, una vez liberado, el semen discurrió por la estrecha cintura y el flanco de ella, goteando hasta el sillón.
El pensó que la tapicería se estaba manchando, fue esa idea tonta con la que el celebro se protege en situaciones comprometidas.
La rubia termino por correrse más por mecánica que por intensidad.
No dijeron nada al marcharse, él tampoco se levanto de la silla, girada hacia el jardín.
Solo cuando se cerró la puerta, ella fue capaz de moverse y se dirigió con paso tambaleante y las piernas entreabiertas hacia su dormitorio.
Oyó como su mujer abría el grifo del bidet, el agua salía con fuerza.
Fue entonces cuando en la silla donde había jugado su rival descubrió aquello: lo primero lo captó desde su silla: eran cuatro ases de distinto palo, la tarjeta tuvo que levantarse para estudiarla: era de un club de alterne que presumía estar especializado en chicas del este. Sintió una especie de vahído y una fuerte sensación de nauseas.
En la otra habitación el agua seguía saliendo a borbotones intentando aplacar el fuego de muchas irritaciones.Cogió las cartas y la tarjeta, las trituro y las tiro a la basura.Cuando iba por el pasillo con una bolsa de hielo para ella, se conjuró consigo mismo: nadie conocería nunca el engaño.