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Costa del Sol (2) - Olor a humedad.

PARTE 2



 



Tras el extraño encuentro que tuvo lugar aquel día, apenas me crucé con mi vecina una vez, y fue en presencia del resto de vecinos y gente del lugar, con lo que solamente pudimos mirarnos fijamente durante unos segundos, con una mirada suficientemente penetrante como para confirmar que lo que ambos habíamos hecho seguía presente en nuestras memorias.



 



El encuentro realmente interesante no tuvo lugar hasta pasada una semana, entrando a mediados o finales de julio creo. Al vivir en la misma planta, puerta con puerta, lo más normal era que hubiésemos coincidido antes, pero cada uno llevaba un horario bastante dispar como para cruzarnos. Por ejemplo, ella bajaba por las mañanas a la playa mientras yo dormía, y cuando por la tarde bajaba yo ella se quedaba en casa o no iba a la playa. Por otro lado, el hecho de encontrarme con ella en presencia de su novia o amiga me incomodaba bastante, porque tan solo podríamos intercambiar alguna mirada y nada más.



 



No es que tuviera miedo de hablar con ella. Bueno, quizá sí, quizá bastante, pero también había sido consentido por ambas partes, con lo que en mi mente habitaban todo tipo de pensamientos y argumentos, de frases preparadas para el inminente encuentro, de situaciones estudiadas, de posibilidades consideradas y soluciones encontradas. Todo preparado para llegar al momento clave y ser capaz de acabar logrando un objetivo, que en mi caso era acabar en su casa, follando, haciendo realidad las fantasías, próximas a la realidad, que aquel día pasaron como un torrente por mi cabeza al contemplar aquel regalo.



 



Una tarde como tantas otras, yo me disponía a bajar a la playa como siempre. Serían las cuatro o cinco de la tarde. No hacía mucho que habíamos comido en casa y estaba tumbado en el sofá, cuando me llamaron al móvil para que bajara.



 



Agarré una toalla, me puse el bañador y un poco de protector solar, y con las llaves en la mano y sin despertar a mis padres, que dormían la siesta plácidamente, abrí la puerta de casa y la cerré dejándome fuera.



 



Estaba solo en el rellano y no podía evitar lanzar miradas nerviosas hacia la puerta de mi vecina, a escasos metros de la mía. Tuve incluso que entrar en razón y respirar hondo antes de pulsar el botón del ascensor, y mientras este subía y se abría ante mí, su puerta continuaba cerrada. No fue el mejor momento para bajar, y no lo digo precisamente porque ella asomase y tuviéramos que bajar los dos juntos en el ascensor, más bien porque al abrirse las puertas de éste me la encontré, no a escasos metros como preveía, sino a escasos palmos de mí.



 





  • Hola... - Pronuncié con una voz un tanto tartamuda, acompañado de algún ruido nervioso.




  • Hola. - Pronunció ella a secas, mirándome fijamente.





 



 



Me quedé congelado con su presencia, y como no me movía ni hacia delante ni hacia atrás ni para los lados, la pobre tuvo que decir algo para activarme:



 





  • ¿Bajas?




  • Sí..sí – Le respondí, de nuevo tartamudeando y como para mí mismo, mientras entraba en el ascensor.





 



No caí en un detalle bastante obvio hasta pasasdo el momento, una vez mi mente no andaba tan sofocada y me permitía razonar. La mujer me invitó a entrar en el ascensor, pero se quedó dentro, algo ciertamente sospechoso si había subido. Luego llegué a la conclusión de que se trataba de una indirecta, más bien directa, para bajar juntos y continuar con aquella especie de aventura extraña. Yo, por culpa de los nervios, no supe analizar con calma la situación, y mientras el ascensor nos transportaba hasta abajo, no tuve narices a pronunciar palabra, con lo que toda la iniciativa tuvo que llevarla ella.



 



Yo estaba con la espalda apoyada en la pared lateral del ascensor, y con la cabeza inclinada, memorizando el negro suelo de tan fijamente que lo observaba, y ella estaba justo en frente: aquel cuerpo, todo aquello, estaba a menos de un metro de mí. Yo lo sabía y mi corazón también, pero a éste no parecía agradarle demasiado su presencia; parecía querer espantarla de lo fuerte que latía, como queriendo salirse del pecho y presentarse allí mismo, delante de ella.



 



Un dulce sonido interrumpió mi nervioso razonamiento:



 





  • El otro día me divertí bastante. - pronunció con un tono tranquilo y amigable, nada tímido.




  • Yo también – respondí mientras alzaba la cabeza y me quedaba mirandola fijamente.





 



Aquella voz era la misma que había oído gemir días antes.



 



A ella bien pudo parecerle que estaba insinuándome con la mirada de lo fijo y serio de la misma, pero la verdad es que mi cuerpo lo había mandado a descansar un rato, y toda mi atención estaba en mis ojos y en mis pensamientos, que circulaban sin parar y me impedían decir o llevar a cabo algo de lo que tenía previsto hacer al encontrármela. Con aquellas séis palabras mi mente tuvo suficiente para reproducir una y otra vez el gemido en mis oídos, a la vez que mi pene se iba poniendo endureciendo lentamente.



 



Lo poco que pudiera tapar mi bañador no fue suficiente para disimular la erección, y cuando mi polla estaba completamente dura, que ni pude taparme con la toalla de los nervios, la vecina dirigió su vista hacia abajo, y acto seguido, como si su brazo pesara más de lo habitual, lo fue alzando despacio, y llevando un par de dedos hasta el cordón de mi bañador, aquellos dedos mojados de la otra vez, tiró del extremo del nudo, y deshaciéndose éste por completo, desplazó sus finos dedos hacia el elástico que los mantenía aún prietos en mi cintura. Por aquél entonces sus dedos estaban a pocos centímetros de mi polla, y yo no reaccionaba.



 



Antes de continuar conmigo alzó el brazo izquierdo, que reposaba junto a su cintura, hacia el panel del ascensor. El indicador se aproximaba a cero, y ella, estirando otro de sus largos y finos dedos, pulsó el botón del párquing, una planta más abajo.



 



Al llegar a la planta baja las puertas se abrieron, y ambos nos quedamos mirando hacia a fuera con miedo a que algún vecino estuviera esperando para subir y nos encontrase a los dos, a ella con la mano en mi bañador desatado, y a mí con una cara de tonto nunca antes vista.



 



Unos 10 segundos estuvimos así, aguantando la respiración, desatendiéndonos mútuamente y prestando atención al rellano, hasta que el ascensor de nuevo cerró sus puertas y comenzó a bajar. A los pocos segundos, sin darnos a penas tiempo para volver la vista el uno al otro, éstas se volvieron a abrir, presentándonos esta vez, con un poco menos de miedo por nuestra parte, el garaje donde aparcábamos todos los vecinos el coche.



 



Yo continué mirando hacia a fuera durante unos segundos más que ella, y lo que me devolvió de nuevo la atención fue el tirón que noté en mi bañador, tensándose la goma elástica casi tanto como mi polla aún seguía. Con un suave estirón me sacó del ascensor y me condujo a su antojo hasta el pasillo que estaba justo en frente.



 



El ambiente era húmedo, tan húmedo que hasta se podía oler la humedad, y tan vacío estaba que no hacía falta más que una fría y blanca luz de emergencia para mostrar todo lo que allí había. El suelo era de mármol y las paredes rebozadas y pintadas de blanco: un acabado suficiente para un lugar que la gente solía visitar durante a penas unos minutos en todo el verano.



 



El pasillo donde entramos era el de los trasteros. Allí el olor a humedad y el frío se notaban aún más, y el único sonido de un pequeño extractor se encargaba de añadir más tensión y morbo al lugar.



 



Cuando entramos, o mejor dicho, cuando me metió en aquel pasillo, fui yo quien instintivamente echó mano del interruptor, y otra blanca luz de emergencia iluminó la estancia. Ella me empujó suavemente contra la puerta metálica de un trastero, y el frío que almacenaba el metal sirvió para despabilarme un poco, porque llegados a aquel punto estaba como drogado, no podía reaccionar y todo me parecía surreal.



 



Después de aquello no nos movimos más, y lo primero que noté tras el frío del metal fueron los dedos de su mano izquierda, que queriendo imitar a los de la derecha se apoyaban débilmente en el elástico de mi bañador desatado, dando a entender no otra cosa más que me los iba a bajar. Y eso fue lo que ocurrió.



 



Mientras me bajaba el bañador ella se iba agachando lentamente, y aproveché entonces para mirarla a ella también, ya que hasta el momento tenía la cabeza gacha y solo le podía ver las manos.



 



Cuando el bañador destapó mi polla, salió esta disparada liberándose de la prenda, quedándose recta y completamente dura, apuntando hacia su cara. Ella, ya arrodillada, acabó de bajármelo hasta los tobillos, pero como era ya demasiado bajarlos, fue arqueando su espalda para alcanzarme los pies con los brazos, y a causa de ello su cara fue aproximándose lentamente hacia mi polla, hasta terminar a escasos centímetros. Una vez me encontré desnudo hasta los tobillos, y mientras la miraba fijamente, noté como sus manos se soltaban de la prenda de vestir y su espalda recuperaba su postura.



 



Allí estaba ella, con los brazos completamente caídos, rozando con las yemas de sus finos y largos dedos el suelo. Arrodillada, miraba mi polla como hipnotizada, y yo la miraba a ella hipnotizado también. Así estuvimos unos segundos eternos, hasta que inclinó la cabeza y me miró a mí. El brillo de sus labios reflejaba la blanca luz, y sus ojos grandes y abiertos se clavaban en los míos. Fue el conmutador de la corriente, quien apagando la luz, nos pidió amablemente que encendiéramos la luz. Y yo, que la estaba mirando a ella y ella a mí, los dos sumidos en aquel extraño embrujo, vi como todo se desvanecía al apagar la luz, quedándonos a oscuras.



 



Al apagarse la luz yo no sabía a donde mirar, no sabía que hacer porque no tenía ninguna referencia de ella, no la estaba tocando porque mis brazos imitaban a los suyos, y el interruptor se encontraba demasiado lejos como para separarme de ella sin luz. No se me ocurrió otra cosa que tocar su cara con la palma de la mano, pero cuando me disponía a hacerlo, noté como algo suave, lo más suave que he notado en mi vida, comenzaba a deslizarse por mi glande, y lo envolvía y lo apretaba suavemente, acompañado de un suave gemido nasal. Me la había comenzado a mamar, apretando con sus finos labios de dentro a fuera, mientras que su lengua aprovechaba para lamer y envolver el capullo de su fina saliva, dejándolo todo pringoso. Cuando se la sacaba de la boca, tras bastante rato a dentro, se oia un “ahh..” de alivio, acompañado de un lento y cariñoso beso en la punto del rabo.



 



A los pocos instantes, noté como sus manos entraban en acción. Con una de ellas me agarró la polla y la comenzó a pajear, y con la otra me estrujaba muy sensualmente los cojones, como amasando todo el semen que poco rato después iba a correrme en su cara. Tan bien lo hacía, y cada vez más rápido, con más ruidos y con mas placer, que no pude aguantar y estiré mi cuerpo un poco, interrumpiendo ligeramente la mamada para encender la luz.



 



Mientras el florescente del pasillo nos devolvía la vista, mientras éste aún parpadeaba, pude ver unos hilos de babilla que colgaban como un puente, de mi polla hasta la parte baja de su labio, que aparecían y desaparecían entre parpadeo y parpadeo. Aquellos parpadeos me mostraban cada vez una postura distinta de su cuello, que no paraba de mamar y de mamar, y en uno de esos picos de placer, me pudo la excitación y con las dos manos la agarré de la cabeza, y con la luz completamente encendida, levantó la mirada hasta mí. En ese momento comencé a follarme su boca.



 



Ella bajó los brazos poco a poco, mientras yo no paraba de meterla y sacarla, cada vez más rápido, haciendo más ruidos y ahogándola lentamente. Cada vez que la metía ya sacaba de su boca se oía el sonido de su garganta asfixiada por mi polla, haciendo gargaras en cada nueva embestida. Y solo se oían las gargaras y el extractor, y sólo se olía la humedad.



 



Con los brazos bajados del todo, como si se hubiera desmayado, cerró también los ojos, y dejando completamente flácido el cuello, dejó que la embistiera con más fuerza aún. A aquella velocidad poco iba a durar, y así fue. De una manera casi instintiva dije:



 





  • Me voy a correr...





 



Y ella, retomando nuevamente la acción, me quitó de la cabeza las manos, a lo que yo aproveché para continar pajeándome.



 





  • Córrete en mi cara guapo....- me pidió con aquella dulce voz de madurita.





 



Y así, masturbándome durante unos pocos segundos, mirándola fijamente a ella, y mirando ella fijamente mi polla, llegó la corrida. Agarré con la mano izquierda su cabeza por arriba, colocando la palma en forma de aviso, y cuando estuve a nada de correrme le dije:



 





  • Ya me corro...





 



Y entonces salió todo disparado en su cara. Toda la excitación de aquellos días y del momento se convirtieron en tres o cuatro chorros de semen; unos salieron disparados hasta la pared, un par le cayeron el la cara y la boca, y el último se lo tiré en las tetas. Después de correrme, suspiré de alivio y la acaricié el pelo, aquel pelo grisáceo y liso que tan suave el tacto notaba. Ella, mientras tanto, lamía los restos que estaban esparcidos por su cuerpo, y con los dedos los recogía y se los llevaba a la boca, tomándose hasta la última gota de semen.



 



Tan sedienta estaba que hasta deslizó el dedo índice por la pared para llevarse a la boca los restos del chorro más fuerte, el primero, que había salido sin puntería. Aquel gesto me pareció tan cerdo que mientras se relamía le solté una tortita en la cara, como cariñosa, en la mejilla, a la vez que me reía por lo que había hecho.



 





  • Todo... - dije todavía con la sonrisa en la cara.




  • Mmmm.. - respondió con un gemido a la vez que se terminaba de lamer el dedo.





 



Al terminar, aprovechó para dar un beso, luego sabría que era de despedida, a la punta de mi polla. Fue un beso muy tierno y consiguió prolongar la erección, que ya estaba desapareciendo.



Tras limpiarse del todo echó mano de su bolso de playa, tirado en el suelo del pasillo. Con la toalla de playa que había dentro terminó de limpiarse el pecho y las manos. Yo, mientras tanto, rehice lo que ella había deshecho unos minutos antes, y agarrándome con ambas manos el bañador, lo devolví a su sitio y lo até firme a mi cintura. Me toqué ligeramente el bolsillo derecho para ver si las llaves continuaban allí, y tras comprobarlo, habiéndose puesto ella en pie, me dispuse a tirar del bikini limón que cubría sus firmes tetas y probar el sabor de sus pezones. Ella me detuvo antes de continuar.



 





  • No, no, lo siento.




  • ¿Qué pasa?




  • Esto se nos está yendo de las manos...




  • ¿Pero tú no quieres?




  • No...Perdóname tengo que irme ya.



     





Y de ese modo, mirándonos tan cerca por última vez, cogió sus cosas y desapareció por la escalera. Sin embargo, justo antes de desaparecer frenó en seco, y mirándome por última vez, me adivirtió.



 





  • Que esto no salga de aquí, por favor.




  • Claro, claro...




  • No, en serio, esto me puede arruinar la vida. Prométeme que no se lo vas a decir a nadie, ni a tus amigos ni a nadie. - El tono se volvió un poco violento.




  • Sí sí, a mi tampoco me interesa que se sepa; no lo diré a nadie.





 



Esto último me ofendió, la verdad, y puse en mis últimas palabras un tono algo sarcástico.



 



Ya no volvimos a hablar más. Al final de aquella semana se marchó, con medio mes aún por delante, y pronto llegaron otros familiares a aquel piso. El resto de encuentros que tuvimos fueron en presencia de otras personas, y así fue creo yo a voluntad suya.



 



Ya nunca volvimos a coincidir solos, fue como si hubiera tomado nota de mis horarios y procurase evitarlos a toda costa. Su actitud fue totalmente cordial y fría al saludar, y tan solo los pocos segundos que nos miramos el resto de días que anduvo por allí me permitieron confirmar, comprobar que lo que pasó no fue un delirio ni producto de una ensoñación o alguna droga.


Datos del Relato
  • Categoría: Maduras
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