Está allí encerrada en el dormitorio. Sus manos tiemblan. Su corazón galopa como un caballo a punto de desbocarse. Sus brazos son el nido seguro que protegen a su pequeña. Oye sus pasos. Sus ojos vigilan continuamente la entrada de la habitación.
Los muebles amontonados reflejan en sus rostros el espanto. ¿Parece imposible entrar?, pero quizás todo
sea inutil y Rafael abra al fin la puerta.
Los ojos infantiles de su niña, la miran. Acurrucándose aun más en su regazo pregunta: Mamá,
¿si abre nos va a matar?
Trata de dar a su voz una seguridad que no tiene.
-No, mi niña, duerme tranquila que mamá cuida de tí.
En el pasillo cruje la madera. Los pasos son un ir
y venir constante. La voz casi irreal se oye por toda la casa, ¿dónde le tienes?, ¿dónde está tu amante?Esperaré y juro que voy a mataros a los dos. He dejado la puerta abierta, pues él sin duda vendrá.
Las lágrimas de ella son negras como la angustia y la compasión que embarga su alma. ¿Dónde está aquel hombre al que había amado tanto? ¿qué quedaba de él? Fue su compañero durante tantos años; tierno, dulce, cariñoso. Capaz de hacerla viajar al cielo; y sin embargo poco a poco descendieron al más horrible de los infiernos.
Isabel va retrocediendo en las páginas de su recuerdos. Vuelve a sentir aquel día igual a todos; pero en que Rafael la miró de forma diferente. En que sus palabras comenzaron a no tener sentido. De pronto, comenzo a resucitar viejos muertos. Hablaba sin cesar de un hombre que fue engañado por su mujer y asesinó a los dos.
Los fantasmas se iban adueñando cada vez más de Rafael. Ella no comprendía que estaba sucediendo. Sólo sintió como si ladrillos invisibles hubieran construido un muro que la alejaban de su marido. Voces que se van apoderando de él, amantes imaginarios, un teléfono sin descolgar que sólo Rafael oía. Fue preciso visitar al Neurologo. Un escaner intentó averiguar si había alguna alteración en esa cabeza; pero todo fue en vano.
Su marido sufría alucinaciones que sólo un psiquiatra debía tratar.
Con la primera sesión de psiquiatría llegó la esperanza. Después de un largo interrogatorio pusieron un tratamiento. Y, con él calmaron tanto desvarío, trasformaron su cara en una faz serena, sosegada. Dormía y dormía, pero al menos durante unos meses volvió a ser suyo.
El invierno dió paso a la primavera y como si el germinar de las flores fuera contagioso, estalló en su mente esa estación con toda la fuerza. Surgieron viejos amantes, sus espectros, sus sombras, su violencia.
Isabel no pudo aguantar más cogió; a sus hijos, su vida, su maleta y se alejó.
Pasó algun tiempo y él regresó a buscarla. Su crisis había remitido y necesitaba de ella.
-Lo siento. Quiero que vuelvas conmigo. La casa está vacía, mi corazón está vacío, mi alma está vacía.
-Pero, si soy yo tu problema será mejor estar lejos de tí.
-No, mi vida, el problema está aquí y señaló la cabeza.
Había vuelto porque aun sentía un resquicio de amor por ese hombre, y un mucho de piedad por el padre de sus hijos.
Sin embargo, ahora, ¿qué hacer? Sabía que llebaba su sentencia de muerte como una sombra, pegada a ella, pero su niña no tiene más que seis años. Aquel hombre es un desconocido, una fiera herida por el arma de la locura.
Su crisis es tan intensa, que cada segundo se respira más a muerte.
En el exterior los ruidos son más extrepitosos, el
nerviosismo aumenta. Tiene que buscar una solución, al menos por su hija. El tiempo se le va de las mano. De pronto, recuerda. Su hija mayor estuvo ordenando el armario y dejó el bolso, quizás el movil esté allí.
Busca con la desesperación de quien se le acaban los minutos. Apenas tiene carga, pero debe intentarlo. Sólo una persona pude ayudarla. Ese es Don Carlos, el médico en el que Rafael tanto confia.
Marca el número.
-Por favor, Don Carlos, soy Isabel mi marido sufre una gran crisis, necesito su ayuda.
-¿Es como otras veces?
-No, mucho peor.
-No te preocupes voy enseguida.
-Don Carlos la puerta esta abierta, pues él está esperando a ese amante imaginario, hablele antes de entrar.
-Estate tranquila todo ira bien, Isabel.
Al fin se oye un ruido de motor. Un coche para en la calle. Reconoce la voz familiar de Don Carlos. Separa los muebles de la puerta y mira por la rendija. Le estan poniendo una inyección. Sale con la cautela de un animal asustado y él al verla hizo su último intento de avalanzarse sobre ella.
-Voy a ingresarle. He pedido una ambulancia, será lo mejor para los dos. Ella entró de nuevo en el dormitorio, y como una automata se cambia de vestido.
Al fin llega la ambulancia. El permanece tranquilo por el efecto del fuerte sedante. Está ausente, desvalido. Le duele el alma al mirarle.
Hubiera dado la vida por quitarle las ataduras de sus fantasmas.
Por fin llegaron al hospital, cuando firmó los papeles de su ingreso no supo que sentir, estaba libre del miedo, pero necesitaba la esperanza. La esquizofrenía se había apoderado totalmente de sus vidas y lloró.
Pero, tenía que ser valiente, seguir adelante. Viste su tristeza de una leve sonrisa y camina despacio. Sus pensamientos van tejiendo sueños de esperanzas, quizás mañana, él podría volver a sus
brazos para ser siempre dulce, tierno, sin sombras, libre para siempre de fantasmas y asi poder viajar una vez más juntos a ese cielo en el que un día estuvieron.