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Paquita (8)

MAÑANA DEL SEGUNDO DIA

-16-

Al despertar me hallo confuso, creo estar en casa, entreabro con esfuerzo los párpados de un sólo ojo entenebrecido por la bruma del sueño, al lado veo una cama vacía cuya existencia ignoro, ¡me sobresalto!
Como un fogonazo vuelve la luz a mi subconsciente. Estoy con Paquita en el hotel Cavall Blanc, de Nimes.
De inmediato despabilo y salto de la cama. Atisbo se despierta en mi interior una chispa de vergüenza por causa de mi absoluta desnudez, la sensación es pasajera, dura solo un instante.
Acudo al cuarto de baño, no hay nadie, cavilo ¿donde habrá podido ir Paquita?, aprovecho la soledad para atender íntimas necesidades y al aseo personal. Ya dispuesto, dirijo a Conserjería, donde sin que precise preguntar, el encargado me informa que la "madame" ha ido a la avenida Feucheres.
Encamino mis pasos a la Place Liberation para acudir a su encuentro, al poco descubro que viene por el paseo con su aspecto elegante y desenvuelto, le anticipo el saludo con un gesto amplio del brazo agitando la mano, ella corresponde con halagüeño semblante en el que florece la más encantadora y dulce de las sonrisas, acelero el paso y al encontrarnos nos saludamos con un beso en la boca. Alegre, me increpa:
-¡Eres un dormilón! -me tutea.
-¡Cierto! -respondo.- No puedes imaginar el tiempo que tardé en conciliar el sueño. ¿Qué te parece -le sugiero,- si desayunamos y emprendemos la marcha?
-Me parece muy bien -accede con su peculiar docilidad.
Abrazados por la cintura nos dirigimos al hotel, en donde desayunamos mientras el mozo recoge el equipaje. Pago la cuenta y nos aprestamos a reemprender la ruta hacia Marsella.
Siento júbilo al percatarme que Paquita dejó atrás todas las inhibiciones que ayer conturbaban su espíritu. Hoy está pletórica, la alegría rezuma por todos los poros, aprovecha cualquier motivo para besarme y se prende de mi brazo con apasionada fruición.
Poco más de cien kilómetros faltan hasta llegar a Marsella. Hemos cogido la carretera de Arles que va hacia Martigues, porque me encanta cruzar la Comargue y ver a los caballos galopar libres, y, además, porque esta ruta me trae el grato recuerdo de un viaje que hace unos años realice con tres amigos.
Circulamos tranquilos, apenas sin cruzarnos con nadie, y como nada nos acucia vamos despacio, en plan de paseo.
-¿De qué te ríes? -indaga jovial Paquita.
-Pero, ¿acaso me río? -pregunto sorprendido-. A fe que no me entero... Tal vez haya motivado la risa el recuerdo que me ha venido a las mientes de una jocosa aventura que viví por estas tierras.
Paquita acerca más, mordisquea juguetona el lóbulo de mi oreja, y mimosa me emplaza:
-¿Porqué no lo cuentas?, y así, yo también participo de tu diversión.
Su propuesta para que narre las vicisitudes de aquél viaje me hace pensar en la reflexión que Jaime Balmes, en el "El Criterio", hace sobre las relaciones de viaje, que distingue dos partes muy diferentes: lo que uno ve o presencia, y las demás noticias. En cuanto a lo primero, previene sobre la veracidad, y advierte: primero, la desconfianza de la fidelidad del cuadro, por aquello de luengas tierras, luengas mentiras; y segundo, que se corre el riesgo de exagerar, por el vanidoso prurito de hacerse interesante.
Estoy convencido que en nada me atañen estas prevenciones, porque al explicar mis cosas procuro ser objetivo y me ciño a la verdad de los hechos. Disfruto la fortuna de estar dotado de magnífica memoria, ese don que nos brinda la "posibilidad de oler las rosas en invierno" como poéticamente la define J. Garland Pollard, lo que me ofrece el placer de retornar al presente con intensa y excitante nitidez los recuerdos que evoco. Y esto ocurre porque sin atenerme a crestomatía o florilegio aplicados al arte de adornar el relato, mi mente trabaja de modo lineal, acorde con el lema: ¡la verdad, siempre por delante! Por eso, cuando cuento lo que sea, transcendente o amorfo, resulta obvio deducir que no voy a ser tan estulto de pretender engañarme a mí mismo.
Los sorpresivos vericuetos del cerebro me llevan a pensar en el amigo con el que tenemos la inveterada costumbre de compartir mesa para comer todos los miércoles. Acude a mi pensamiento porque, conociendo su formación escolástica, sé que rebatiría sin dilación mi argumento de veracidad, precisamente en función del convencimiento que esgrimo en defensa de la proposición que mantengo, para lo que estor seguro se prevaldría en su impugnación del principio de Nietszche: "Lo contrario de la verdad no es la mentira, es la convicción"
Filosofías aparte, confieso que contar cosas propias o ajenas me causa gran contento, por el simple placer de hablar, y mucho más si me brindan la ocasión de recrearme en acontecimientos felices que quedaron dormidos en la memoria, de ahí que me pliegue complacido al deseo demostrado por Paquita.
Inicio la narración.

-17-

-Un verano, con mis amigos Joaquín, Gaspar y Ramón nos lanzamos a la aventura de visitar la isla de Lavant. El viaje lo hacemos en dos vehículos, un Seat-1400 que pertenece a Joaquín, en el que viajamos él y yo, y el Mercedes-220S, propiedad de Gaspar, al que acompaña Ramón. Hicimos esta misma ruta para dirigirnos a Le Lavandou.
"Al pasar por Marsella, Joaquín y yo conocimos a dos hermanas que invitamos a dar un paseo en el coche. La mayor, que debe contar unos dieciséis años, la sentamos en medio de los dos, y la menor, de trece años escasos, se sitúa sobre mi halda.
"Sin preámbulo, por aquello de tiempo marrado es oro perdido, paso el brazo por debajo del de la niña sentada en mi regazo, e introduzco la mano por el escote de su liviana blusa veraniega a la caza de cuanto de sobresaliente se esconde debajo. La otra mano se aventura por el rincón recoleto donde crece virtud como barrera defensiva, pero que en este caso para nada obstaculiza la labor del dedo montaraz que se adentra por el incipiente bosquecillo hasta profundizar en el chiquito hoyo horadado en su vértice inferior, sin que la penetración rebase la zona vestibular porque algo elástico y resistente impide el paso.
"La otra hermana, a la vista del cariz que toman los acontecimientos, me advierte: "Se correcte, respecter la fillete, encore es vierge".
"La pasiva aquiescencia de la niña, que no hace más que removerse sobre el mastodonte que he liberado de su encierro y que pugna enardecido contra los salaces globos que lo aprisionan, sin atender la advertencia de la hermana da alas a mi desenfreno: extraigo el minúsculo pantalón que se interpone entre el mastodonte y su piel y sin dilación transfiero a éste la labor del dedo que bucea en sus interioridades.
"Entre tanto, mi boca golosa, besa y muerde el torneado cuello, los lóbulos de las orejas, y cuando le vuelvo el rostro para recrearme en su angelical y tierna belleza, liba en los infantiles labios las mieles de la pasión.
"La secreción lubricante, que Anaïs Nin con voluptuoso estilo poético describe como la delicada espuma de una pequeña ola, y el convulso espasmo que crispa a la pequeña sobre mi pecho, advierten de la consecución por parte de ella del clímax. En cuanto a mí, ¡no aguanto más! Un chorro de líquido glutinoso se desparrama sobre el "lavium majus", mancillando, tal vez por primera vez, el virginal regazo de la niña, que a partir de ese día, si no lo aprendió antes, sabrá de la yuxtaposición de esas respectivas herramientas que adornan al hombre y a la mujer y que encajan de un modo tan admirable en la consumación de la cópula.
"La pareja vecina, al parecer, no ha perdido el tiempo, según sus estremecimientos y jadeos lo ponen de manifiesto.
"Con la promesa de vernos al regreso, nos despedimos en la cours Sant Louis, cerca de la Canebiére, intercambiando con ambas hermanas fuertes y encendidos abrazos y besos."
(Continuará)
Datos del Relato
  • Autor: ANFETO
  • Código: 1473
  • Fecha: 22-02-2003
  • Categoría: Varios
  • Media: 5.83
  • Votos: 94
  • Envios: 0
  • Lecturas: 3468
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