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Categoría: Confesiones

Un viaje de negocios se convierte en una aventura sexual

PARÍS MI AMOR

De regreso del trabajo a casa la chacha me entregó un paquete que me había llegado por mensajería, no me imaginé de quién podría venir, no esperaba de nadie, pero me dio una alegría enorme al ver que lo enviaba Maurice desde París.

Era tal mi alegría que inmediatamente traté de abrirlo, pero a Horacio se lo tenía que decir antes de ver el contenido, quería abrirlo junto con él. Le llamé por teléfono y con mucha alegría le informé Ya me imagino la sorpresa que se llevó él, nos pertenecía a los dos este regalo junto con sus recuerdos. Solo alcancé a describirle que era una cajita como cubo, del tamaño de discos CDs, pero alta. Inmediatamente dijo que lo esperara y vendría a la casa dejando todos sus pendientes.

Abrimos la cajita rápidamente y había un solo CD, pero rellena con unas pantaletas y un brasier, un juego color café claro y encaje blanco. Traía también un brazalete, pero Horacio quería que me pusiera inmediatamente las pantaletas y ni observó el brazalete, antes que todo pusimos el CD que traía y que contenía exactamente la música romántica francesa que tocaban aquel día y algunas fotos de la barcaza y del bistró donde nos conocimos. Sin faltar la pieza de Shakira, que se repetía en el CD, y la frase que me repetía:

“¡Mon amour, mon amour! ¡Comment est la maîtresse de ces belle jambes!”

Una frase solo para nosotros, muy privada.

Acompañaba también una carta, muy extensa que leeríamos en la intimidad más tarde.

Horacio trabaja en una compañía francesa y yo tengo un puesto administrativo en una compañía de auditores. Nos conocimos en uno de los cocteles que ofrece mi compañía anualmente al que invitan a sus clientes importantes, entre ellos a la compañía en donde trabaja Horacio. Desde esa reunión se desarrollo una relación maravillosa entre nosotros dos.

Decidimos tomar un curso de francés, a su compañía francesa le agradó y le pagaron el curso y en mi trabajo, como también tenemos que ver mucho con personas que habla el francés también estuvieron de acuerdo.

Hicimos el curso y al finalizar el maestro opinó que lo que no habíamos aprendido con él lo teníamos que aprender directamente en Francia, no había una opinión más acertada, así que desde ese momento los dos comenzamos a planear un viaje a Francia. Tuvimos suficiente tiempo para planearlo al estilo de Horacio, que construyó la ruta, enlistó los lugares que íbamos a visitar y compramos boletos de entradas a diferentes espectáculos que nos recomendaban amigos o compañeros de trabajo. Solo íbamos a visitar París. Todo lo llevaba escrito Horacio en su bitácora, que después se convirtió en nuestro diario y se llenó de narraciones de recuerdos de todo tipo.

Yo ya tenía la idea de que París era una ciudad bellísima, muy activa, gente bella, tiendas y ropa hermosísima. Desde el momento que la ve o respira uno su aire percibe un aroma que invita al amor, su música que suena suavemente por todas partes. Desde que llegamos, todo el tiempo estuve muy animada, excitada y muy romántica.

Nos hospedamos en un hotel cerca del rio y de ahí íbamos a los espectáculos que teníamos programados, paseábamos y nos dejábamos contagiar por el ambiente romántico. Una noche fuimos a caminar por donde se reúnen los artista y pintores, uno de ellos insistió en que quería pintar un retrato de mí. Después de un rato de observación vimos que las muestras que tenia estaban bastante buenas así que Horacio aceptó que pintara un retrato mío. El pintor hizo sus esbozos, pero nosotros teníamos que llegar a un show, que no deseábamos perder y estaba tardando demasiado así que se le pagó una parte con la promesa de que al día siguiente volveríamos.

Efectivamente, al día siguiente regresamos y mi retrato sí había avanzado bastante. El acuerdo era solo un busto, pero el pintor se extendió y hasta pintó mis pies. Todo se veía bien, así que no hubo objeción y el artista podía seguir con su obra.

De ahí regresamos al hotel, caminamos el último tramo empedrado y alumbrado por arbotantes antiguos, de poca luz. Nos deteníamos a ratos y nos besábamos, disfrutando de nuestro amor y oyendo la música de algún restaurante que nos ponía más románticos. Un atardecer hermoso, estábamos bajo uno de esos postes de alumbrado, abrazados y acariciándonos cuando me di cuenta de que estaban alumbrándonos desde el rio. No se lo mencioné a Horacio, pero si me hizo sentir cosquilleo y solamente me di una vuelta sobre mis talones, pero ya con una sensación agradable y maliciosa de provocar al autor.

Caminamos hacia el bistró al que íbamos a comer y beber algo cada vez que se nos hacía tarde. En el camino se nos acercó un señor y nos comenzó a hablar en un inglés muy malo. Le dijimos que nosotros estábamos en Francia porque queríamos hablar francés. Cortésmente nos invitó a platicar y a comer algo sabroso en el bistró. Aceptamos, cenamos y bebimos platillos y vino exquisito, típico francés. Este señor solo bebió, pero al final él pagó nuestro consumo, ¡claro!, después de una gran discusión entre Horacio y él, que al final dijo que lo hacía porque había disfrutado de una mujer muy bella, con piernas tan bonitas y plática interesante. Nos despedimos con los besos, entre él y yo, más ricos que nunca me habían tocado de un extraño, besos que nunca olvidaré, claro que con Horacio los practicamos mejor.

Al día siguiente Horacio tenia una invitación por parte de los dueños de la compañía francesa en donde él trabaja. Yo fui a un paseo en bicicleta que teníamos programado. Nos llevaron a lugares muy bonitos, a unos jardines de puras rosas de muchos colores y formas y comimos francés. Por recomendaciones de los que dirigían el paseo, había que llevar un sobrero o gorra para protegerse del sol y ropa ligera. Yo llevé una falda corta que al pedalear se me subía hasta la cadera a pesar de que la detenía entre las rodillas cuando se podía, exponiéndome al sol, que me quemó bastante mis muslos. Desde un principio ví que la falda se me subía y enseñaba todos mis fondos, me la detenía y corregía, pero no me era posible ponerle mucha atención. Muchos me volteaban a ver lujuriosamente. A medida que pasaba el tiempo ya no me importaba que la falda la llevara totalmente enredada en la cadera, luciendo mis pantis blancos y bonitos, ofreciendo un espectáculo maravilloso que muchos gozarían.

Ya en el hotel tomé un baño para esperar a que Horacio llegara de su cita y tuve la oportunidad de probar, en mucha calma, el bidé. Mueble antiguo que es parte de los baños franceses y lo encontré muy útil y agradable. Como niña, me entretuve jugando con el chorrito un buen rato, dejándolo que me acariciara todas mis partes íntimas.

Llegó Horacio y descansamos, al anochecer salimos a caminar, ese día no teníamos nada programado. Fuimos a ver al pintor, ya casi estaba terminada mi pintura, pero ¡que sorpresa! me había pintado toda entera y demasiado expuesta. En la pintura enseño más de lo que me imaginé que tengo. La pintura estaba programada para colgarla en la sala de la casa, pero al final quedó en nuestra recámara excitando a Horacio cada vez que la ve. No estaba aún terminada, pero Horacio le dio el visto bueno y regresaríamos al día siguiente cuando ya estuviera terminada.

De la zona de los artistas callejeros regresábamos al hotel, vimos el alumbrado y lo romántico de nuestro lugarcito, nos besamos y acariciamos un buen rato, en eso apareció la luz proveniente del rio, Horacio me la enseñó y me preguntó si me molestaba, ya le dije que era de alguno que quería verme las piernas, bueno, las piernas y algo más. Me preguntó si me molestaba, ya le respondí que no, me gustaba que me vieran, sobresalía mi instinto de exhibicionista. Desde pequeña las madres le repiten a uno que los hombres quieren vernos las piernas y hasta arriba y, creo que a mí me gusta provocarlos. Horacio me abrazó de la cintura y me dio una vuelta en el aire, naturalmente ayudando al mirón a que tuviera mejor espectáculo. A mi no me quedó otra más que pedirle que me volviera a dar una vuelta más en el aire. Suspendimos nuestro espectáculo y caminamos al bistró que estaba totalmente lleno.

Al llegar al bistró encontramos a Maurice que nos recordó que era viernes y que todos los lugares iban a estar llenos, iba a ser difícil encontrar lugar, sin embargo, logró conseguir 3 lugares en una mesita, apenas cabíamos y estábamos pegados uno contra el otro, muy mal atendidos, mientras tanto platicamos y los temas fueron más y más íntimos y más candentes. Nos explicamos cómo eran los besos franceses y practicamos en vivo. Otro de los temas fue lo de las piernas, cómo le gustaban a Maurice y a Horacio, así que las tuve que enseñar y permitir me las tocaran, los volví locos a los dos.

Como no nos atendían Horacio propuso ir a otro lugar, ya Maurice le explicó que solo en bares americanos encontraríamos lugar, pero que si no nos importaba porque no íbamos a su lugar, ahí solo hablaríamos francés, aunque solo un poco complicado había que bajar por una escalera como de pintor. Horacio y yo nos volteamos a ver, como consultándonos o llegando a un acuerdo, ya sospechábamos desde antes algunas intenciones y le pregunté si estaba de acuerdo en seguir, pasara lo que pasara.

Él me preguntó que qué pensaba yo que podría pasar.

“¡Que entre los dos me usaran!” Contesté, solo de chiste.

“¿Y aguantarías con los dos?”

¡Hay, caray, difícil de contestar, pero se me ocurrió!

“¡Claro, si me das chance y me ayudas!”

Me di cuenta de que mi respuesta fue como que le cayó un rayo de placer y lo excitó.

Al salir del bistró Maurice llegó con tres bolsas, en una iban 2 botellas de vino tinto, en la otra una de tinto y un champagne y en la tercera platos con comida. Nos las repartimos y caminamos hacia el rio. Cuando Horacio no podía oír Maurice me repetía que mis piernas lo habían vuelto loco, hasta en una ocasión me sobó suavemente un muslo y yo me levanté algo la falda y lo dejé me acariciara hasta arriba de las rodillas. El ambiente ya se estaba poniendo caliente, en mi mente solo buscaba excitarlos, a los dos, más y más, ninguno debía de quedar en desventaja. En ese momento ni había decidido a quien de los dos darle prioridad, o respeto.

Llegamos al rio, su lugar era una barcaza, bajamos la escalera, Maurice primero para adelantarse y hacer algo de orden en su lugar, poner lugares para sentarse y hacer espacio y orden en su interior, todo a una velocidad rápida. Al bajar nosotros él puso gran atención para no perder ni un detalle de lo que yo lo dejara ver debajo de mi falda, bajé con gran cuidado de no dejarlo ver más allá de las rodillas a sabiendas que lo estaba desesperando más sabiendo en donde estaba clavada su mirada.

Es una barcaza que sirve como taller y almacén de artículos relacionados con la iluminación, además de ser su hogar los días de trabajo. Maurice explicó que él era el encargado de la iluminación de todos los edificios en las riberas del rio y, o sorpresa, Horacio y yo descubrimos el faro con el cual me alumbraba desde abajo, nos sonreímos pícaramente y callamos.

En la parte de atrás de la barcaza Maurice había colocado un carrete de esos de cables frente a la banca redondeada que forma la cola de atrás, la popa. Además, otros 2 carretes más cortos frente al carrete grande que hacía de mesa, como 2 sillas. A mi me sentó en la banca de atrás y ellos se sentaron, inicialmente, en los dos taburetes de enfrente.

Los platos con el magnífico Bullabesa se repartieron, vasos solo había dos, así que en ellos se repartió algo de vino, del que todos tomamos un poco. Luz solo la del reflejo del alumbrado público, música del radio de la embarcación, muy tenue e invitadora, romántica, de amor. Recuerdo que nunca había sentido al oír música ese romanticismo y el cosquilleo dentro de mí, que me hacía moverme al ritmo.

Platicábamos y reíamos, ni los platillos ni el vino tuvieron nuestra atención, solamente mis piernas. Maurice se armó de valor y le pidió a Horacio lo dejara verme todo el largo de ellas. Horacio, lentamente, me ayudó a ponerme de pie y cada uno de ellos se encargó de levantarme la falda del lado que le quedaba justo junto. Me sobaron y Maurice comenzó a besármelas y lamérmelas suavecito. Horacio le tomó una mano y se la dirigió al elástico de mis pantaletas, unas blancas muy lisas, como de seda, que traía puestas. Le tomó la mano y le extendió su dedo y me di cuenta de como le metió su dedo entre mi piel y la tela de las pantaletas, animándolo y dándole prácticamente permiso de hacerme lo que quisiera. Maurice, todavía con precaución y cautela, me abrazó con sus dos manos de la cadera, apretándome las pompas aún sobre las pantaletas, se inclinó y me besó el pubis que se me abultaba sobre la seda de las pantaletas.

En este momento yo ya no sabia bien lo que estaba haciendo, ni cómo. Horacio me subió a lo que era la mesa y Maurice aprovechó la música que en ese momento era de Shakira y me pidió que bailara. No se cómo me inspiré y disfruté mucho el haberles bailado, me contorneé imitándola a ella, copié sus movimientos seductivos y tarareé la canción. Terminó la pieza y siguió una de amor así que bajé y fui directo con los dos y me los comí a besos a la vez que les restregaba mi cuerpo, mis pechos y trasero.

Agotada y después de haber tomado unos traguitos de vino me senté, pero ellos querían que me sentara al frente y pusiera las piernas sobre la mesa. No había problema, pero me imaginé que de lo que se trataba era de que por debajo les dejara más espacio para manipularme. En eso la barca se balanceó y Maurice propuso nos bajáramos al camarote pues las barcas con turistas ya estaban acercándose demasiado.

Bajábamos los tres, queríamos seguir juntos, pero no pasábamos por la puertecita sin separarnos, así que me cargaron, me besaron y mordisquearon algo mis pompas y pasamos. El camarote olía a industria, solo tenía un pequeño espacio como baño y un camastro del tamaño de una cama matrimonial, que olía bonito, a hombre, con el techo muy bajo. Adentro Maurice tuvo que liberar la mesa que había, era un poco más alta que una normal, apta para sus planos y fue ahí donde me recostaron.

Me quitaron la falda y la blusa y me dejaron con las asentaderas en la orillita, así que mi cosita quedaba a buena altura, levantada y mis piernas colgaban haciendo que mi cosita se levantara como ofreciéndose. Maurice me bajó las pantaletas a la vez que yo hacía movimientos hacia los lados, para ayudar a que me bajaran fácilmente y comenzaron a comerme y provocarme un estado de inconciencia y excitación. Como perdida, les pedí a los dos me dejaran tener sus miembros en la boca, a cambio de que ellos tuvieran mi cosita para que le hicieran lo que quisieran. Maurice me preguntó si era para comparar, en realidad eso ni siquiera me pasaba por la mente, pero no, los dos estaban del mismo largo, uno circundado, pero hermosos los dos.

En la mesa me comieron, me chupaban mis pequeños labios vaginales y sentía como alguno de los dos me succionaba el clítoris a la vez que me metía algún dedo dentro de mi vagina. El otro se concentraba en mis pechos, me los estaba succionando con fuerza, sentía sus mordiditas muy sabroso, sus lamidas en mi barriga y en mis axilas dejándolas muy mojadas, nunca pensé que eso me excitaría tanto, con este trato hubiera sido suficiente para lograr en mí un orgasmo, si no hubieran interrumpido repentinamente.

Me enderezaron, me quitaron el brasier y me acostaron en el camastro, limpio, pero con olor a hombre, que me encanta. Fue muy bonito que los dos vinieran hacia mí y ya acostada volvieran a comerme, me besaban, chupaban y mordían, estaba desesperada y deseaba con ansias que vinieran a mí y me la metieran los dos, no recuerdo haber deseado antes que me la metieran, uno de los dos iba a ser el primero, pero yo ansiaba a los dos a la vez, sin embargo, en el fondo deseaba a Maurice, el extraño, tenía que sentirlo, pero a la vez fantaseaba tener a los dos a la vez, dentro de mi vagina, no tenía otra idea, solo pensaba en ese, mi hoyito.

Afortunadamente Horacio decidió que fuera Maurice el primero, le pedí que viniera a mi y me dejara chupárselo para después me entrara, así fue, después de chupárselo y ensalivárselo subió a la cama y sin miramientos, verdaderamente me clavó todo su pene de un solo golpe, me dijo que ya no podía contenerse, sin embargo tardó lo necesario para que yo lo disfrutara, después de vaciarse quedó un rato quieto, al rato lo dejó salir y me lo metí en la boca, se lo limpié con mi lengua y acaricié y después de chupárselo y admirárselo me di cuenta que estaba listo y paradito nuevamente.

Conociendo bien a Horacio, sabía que presenciaba todo con gran placer al estar viendo cómo hacían gozar a su mujercita, pero él también estaba ya en su límite y no dejaba de acariciarme. Lo traté de calmar a mi manera, descansó y me dio una de las más hermosas cogidas, no creí que yo fuera a sentirla con tanto amor habiendo tenido un orgasmo tan cerca uno del otro que había tenido con Maurice, orgasmos que habían sido maravillosos al sentirlos de un extraño, un cuerpo extraño hasta ese momento y semen también extraño ya mezclado con el de Horacio.

¡Rico, lo sentía ahí, en la entradita, lo conservé lo más que pude, aunque escurrió un poco! Se me salía, ya no lo podía retener dentro, pero lo que se me salía me lo untaron en las piernas y en mi vientre. Mis bellos púbicos quedaron impregnados.

Descansamos y platicamos sobre lo que los tres habíamos sentido, sin dejar de mencionar todos los detalles y me hicieron describirles todo lo que yo sentí. Sentados en el camastro tomamos otro trago de vino, nuevamente poco y platicamos de que otras cosas podríamos hacer entre los tres aprovechando esta oportunidad única antes de dejar Francia, según nos recordaba Maurice.

Nos recostamos sin dejar de acariciarnos y sin que les chupara los miembros de vez en cuando.

Maurice preguntó que si deseaba que me volvieran a coger y respondí

que, con mucho, mucho gusto, con mucha alegría,

“¡Sí, vengan!, repetía yo sonriendo.

Y les confesé que no me aguantaba más sin otra escena como la que acababa de pasar, que iban a ver que nunca nos olvidáramos de lo que yo tenía en mente e iba a darles.

No me imagino de dónde saqué tanta fuerza y fantasía, tal vez el vino me animó, aunque solo fueron realmente probaditas. Ya de rodillas en la cama les pedí que se paran juntos y les iba a acariciar los penes, tal como lo hice y logre que ambos estuvieran listos y fuertes para reiniciar la faena. Me recoste boca arriba en la cama, me acaricie mis labios vaginales con la cabeza del pene de Horacio, con su glande que ya estaba muy bien lubricado con sus jugos y las porciones de semen que me habían depositado y me la metió en mi pepita, mientras Maurice se dedicó a acariciarme y lamerme el ano que me llenó de saliva y me lo dejó bien lubricado, pero también aprovechando el poquito de semen que se me había salido y que Horacio, al meterme su pene, hizo que brotara un poco más.

Estando con el pene de Horacio dentro no se movía y lo detuvo para que tampoco me moviera yo, a los dos nos pasó por la mente algo que iba a venir, mientras tanto Maurice me trabajaba por detrás y yo ni protestaba.

De repente sentí como me iba entrando el pene de Maurice, lentamente, lo sentía como si estuviera junto al de Horacio, en el mismo hoyo, como que no los separaba nada, sentí claramente como le brincó al pasar mi esfínter y como mi ano le permitía la entrada. Sentía como empujaba él para lograr que me entrara más, yo movía mi trasero para hacerle cabida y que me entrara mejor. Cualquier movimiento que hacia cualquiera de los dos yo lo sentía en mi interior y ellos también. Maurice se movió muy poco, pero iba metiéndomela más y más, se resbalaba lentamente, sin esfuerzo, yo no quería que se moviera, que solo lo dejara irse metiendo hasta el fondo, lentamente, pero en eso comencé con movimientos fuertes, como convulsionándome y retorciéndome, movía las caderas como bailando y gritaba que estaba muy bien y con la mano jalaba a Maurice buscando me la metiera más.

“¡Horacio, Maurice más fuerte, más dentro, los amo, más y más! ¡Amores míos, más fuerte, por favor! ¡Papitos, papitos, máááás …!”

Ellos estaban bien clavados dentro de mí, vaciándose y gozando el mismo orgasmo que yo estaba teniendo. ¡Que sexo tan fabuloso, inolvidable, un orgasmo triple, sincronizado!

Nos quedamos exhaustos, sin fuerza, Maurice todavía con su pene dentro de mí, que yo sí lo lograba retener apretándoselo para que no se le saliera. Nos quedamos dormidos, pero al amanecer decidimos era hora de separarnos. Maurice tomó la botella de vino que aún estaba llena y me la vació en todo el cuerpo. Bebimos un poco de lo que me escurría, pero después abrió la botella de Champagne y me bañó con él. Lo que escurría ellos alcanzaban a beber un poco pero cuando me lavó la pepita los tres gozamos de eso, yo porque me chupaban todo lo que le vaciaba y ellos porque gozaban de poder tenerme otra vez y de mamarme los pechos y el clítoris. Les dije que sentía alivio con el Champagne que alcanzaba a metérseme dentro de mi vagina. Maurice me vació una parte sobre las piernas y me las limpió con la lengua provocando que mi piel se me pusiera chinita de gozo y sintiendo alivio en la quemada que tenía, mis piernas se me notaban enrojecidas. Ya les dije que nunca me había imaginado metérmela por el ano y menos imaginarme una doble penetración, me encantó y más en la forma que me lo dieron.

Ya listos para salir a Maurice se le ocurrió preguntarme si todavía aguantaba otra metidita, si me iba a gustar,

“¡Claro! ¡Vengan!”

Me puse en cuatro y le pedí a Maurice me cogiera por ahí, como perrita. Inmediatamente Maurice se preparó y me la metió y me bombeó hasta llegar a su clímax. Horacio se excito otra vez mucho solo de vernos y al terminar le pregunté también, si todavía quería tener su pene dentro de mí.

“¡Claro, no puedo irme sin cumplir contigo, amorcito!”

y también me cogió de perrita, se tardó, pero los dos terminamos a la vez, ya estábamos agotados, pero yo no quería que lo notaran.

Nos vestimos y salimos, yo claro, sin pantaletas, Maurice quería conservarlas. Subimos la escalera, Horacio primero, yo segunda y Maurice detrás de mí, metiendo la cabeza debajo de mi falda, lamiéndome y chupándome la colita y metiéndome un poco de dedos por delante, sin olvidarse de acariciarme las piernas. Tardamos en subir, nos recibió Horacio y nos despedimos tristemente, pero con promesas.

El día siguiente era nuestro último día en París. Horacio tenia una cita en su compañía e iba a estar ocupado en la mañana. Después de un desayuno amoroso en que platicamos de lo acontecido la noche anterior, nos despedimos algo calientes. Tomé un baño y nuevamente aproveché para probar el chorrito del bidé que al salírseme el agua de mi vagina noté que estaba viscosa, claro, los restos que aún no se me habían salido de los sémenes de mis dos amores. En mi estado medio caliente decidí ir a probar si podía encontrar alguna aventura o recuerdo de amor de esta ciudad, considerando que sería solo una coquetería que contarle a Horacio y nada más, salí tarareando una pieza típica, iba muy alegre y contenta. Primero visité las tiendas de lencería más bonitas por las que pasé, me probé y compré montones de la ropa más sexi que encontré. De ahí deambulé por las calles más elegantes, soñando, pasé por un salón de belleza que ofrecía depilaciones y me dejé depilar, primero las piernas y luego el pubis, hasta quedar lisita. Al terminar me untaron una crema que olía a rosas, precioso el aroma. Días antes ya había estado en este salón e hice algo de amistad con las empleadas que me hicieron recomendaciones para que visitara más lugares de París, entre ellos no debería de dejar de probar la pastelería típica. Aún con tiempo libre seguí mi camino y pasé frente al aparador de una repostería, busqué un lugar para comer mi pastelito ecler y descansar. Dos señores que estaban en otra mesa me invitaron a sentarme con ellos y platicar.

De los cafés y pastelitos siguió un aperitivo, dulce y suave, ellos lo escogieron, muy agradable, pero creo se me fue a la cabeza inmediatamente y la plática entre los tres se orientó a lo erótico, cada uno contó algo excitante, pero las explicaciones comenzaron a ser muy demostrativas, mi piel estaba exageradamente sensible, me tocaban y me estremecía de placer, a lo mejor como consecuencia de lo de la noche anterior. Ellos lo notaron y aumentaron sus tentaleos. Decidimos ir a un bar cercano, nos sentamos y delante de los asistentes me besuquearon y me metieron manos por el pecho y hasta por debajo de la falda. Me hicieron lo que les vino en gana, cosas que probablemente ninguna mujer hubiera aguantado sin derretirse y olvidándose del pudor, como yo ya estaba.

En eso estaba cuando me di cuenta del tiempo y tuve que desprenderme y huir a la carrera para llegar a la hora acordada con Horacio, creo que muy a tiempo me fugué no sé que hubiera pasado si hubiera habido más tiempo. Al encontrarnos en la calle, Horacio me vio y me recibió muy efusivo y con mucho cariño, me preguntó si había pasado una bonita mañana. En ese momento se me ocurrió platicarle de mi encuentro, pero él se dio cuenta de que traía la blusa muy desarreglada y desabotonada de enfrente. Se rio y me dijo que después le tendría que platicar, así quedamos y me la arregló.

Descansamos y ya tarde fuimos a recoger mi retrato. Nos enamoramos de él. Al llegar el pintor le estaba dando los últimos retoques y me pidió posara para él unos 5 minutos y terminar de pintar mis pechos. Me sentó en una silla alta, me pidió me descubriera casi totalmente los pechos, ahí, frente a tantos paseantes, pero lo hice y creo fue una cosa buena, aunque yo estuve muy cohibida. Ya terminó de pintarme y de gozar verme. Nuestro retrato hasta la fecha lo apreciamos mucho y lo vemos con cariño y recuerdos.

Regresamos por nuestro camino de siempre. Yo temblando ya de excitación, el haberle posado al pintor, casi con los pechos a la vista de todos los transeúntes, me había puesto así, además con la esperanza de que se apareciera Mauricio.

La luz del faro no se hizo esperar, pero esta vez nos besamos con más amor y tiempo y al mirón le dimos el espectáculo más hermoso que creo en su vida haya tenido. Yo llevaba puesta una falda corta, hasta arriba de la rodilla, con mucho vuelo y pantaletas nuevas de las que acababa de comprar y que Horacio aún no conocía. Como estaba haciendo mucho calor en todos los días que pasamos en París solo use pantaletas y brasier debajo de la ropa de calle, esta vez no fue la excepción y el mirón tuvo la suerte de admirarlos todo el tiempo que quiso, antes que mi marido. Con un beso nos despedimos del lugar y fuimos al bistró de siempre, a despedirnos también, saldríamos de madrugada al día siguiente.

¡Oh, fabulosa sorpresa! Maurice nos alcanzó, nos dio mucho gusto volverlo a ver y platicar de nuevo, solo para decirnos las últimas palabras de amor no sabíamos si nos volveríamos a ver. Nos abrazamos muy apretaditos los tres, nos besamos a la francesa y enredamos nuestras lenguas y nos pasamos saliva. Entre los dos me apretujaron los pechos y las caderas me las jalaron de las asentaderas contra sus cuerpos delante de los huéspedes.

Pero después de ese reencuentro, Maurice inventó que mejor en su lugar podíamos ir a despedirnos. Mi corazón dio un sobresalto por la idea de volver, aunque fuera poco rato, al bote de Mauricio y repetir algo de la noche anterior. En el fondo de mi corazón era lo que yo llevaba esperanza de que se me realizara ese plan. Maurice fue dentro y trajo otra vez tres bolsas, en una 1 botella de vino y dos de champagne, en la otra baguete y otra botella de vino rojo y en las otras carnes frías y algo de queso.

Al llegar bajamos la escalera, Maurice me recibió cuando bajaba, apenas en el cuarto o quinto escalón, me tomó la bolsa y la puso en el suelo y me cargó en brazos, me le abalancé y lo abracé con fuerza, como niña, le pasé mis dos piernas por detrás de las suyas guardando el equilibrio, me llenó de muchos besos ricos, quedándose con el último hasta que me sentó en mi lugar en la banca de atrás.

No paraba de decirme:

“¡Mon amour, mon amour! ¡Comment est la maîtresse de ses belle jambes?” palabras muy sugestivas, pero me sonaban a caricias.

“¡Attendant que mes deux hommes me rendent les leurs! ¡Mon amour¡”

Le contesté, palabras que me salieron del corazón y que entendió claramente.

Estas palabras las guardé y me las repite en cada carta que nos envía.

Horacio y él se abrazaron y por un rato hablaron en voz baja al oído del otro, Horacio me dijo que le aseguró que lo apreciaba mucho, que le deseaba mucha felicidad y lo felicitó por mí, que lo quería como hermano y que no lo besaba, como se acostumbra en Francia, entre hombres, porque entendía, pero sus sentimientos eran grandes, como el amor de hermanos y lo abrazaba y le daba palmadas muy fuertes en la espalda.

Se sentaron, para Horacio y para él estaban los banquitos listos. Todo estaba cambiado, se veía diferente, muy limpio y ordenado, libre de herramientas. Repartimos las baguetes en pedazos y la comida y el vino en sus dos tradicionales vasos, todos tomamos antes unos tragos de vino, realmente del mismo vaso, mordisqueamos algo del pan y carne, pero no hubo tiempo, esta vez Horacio inició la plática enseñando mi retrato, que todo el tiempo lo llevó cuidándolo como su gran tesoro.

Al abrirlo ¡Causó una reacción explosiva en los tres! lo admiramos, nos reímos y gozamos al verlo, Horacio mostró lo que más le gustaba y, ¡claro! fueron mis piernas, ¡claro! lo secundó Maurice quien siempre dijo estar loco por ellas. Les encantaron mis pechos, que en realidad yo me había sentido cohibida por lo expuesto y más porque aparecían más grandes de los que en realidad tengo, pero los emocionó y me los acariciaron encima de la blusa. También les gustó lo que se dejaba ver de mi cintura y mi vientre, que a mi sí me parecía que lo tenía bonito y una de mis partes con la piel más sensible, me encantaba que Horacio me besara esa parte de mi cuerpo y mi ombligo.

Mis piernas, que yo nunca les había puesto atención, han sido las atrayentes, o el pretexto para tener esta aventura y estos recuerdos, las pobres aún estaban rojas y me ardían un poco por la quemada del sol del día anterior pero mis hombres no paraban de meterme sus manos debajo de la falda y acariciarme el trasero y mi pubis, sobre las pantaletas que aún traía puestas. Para facilitarles sus movimientos me movía balanceándome y apretándoles las manos entre mis piernas.

Nos quedamos en cubierta, al aire libre y a la posible vista de los que pasaran, aunque no se veía ninguno que se acercara y ya estaba oscuro. Yo no paraba de abrazar y besar a Maurice, pero a Horacio también, nos jalábamos, queríamos estar juntos.

Me apretaban mis pechos muy fuerte, al abrazarme, recordándome la intensión que yo traía en mi mente y que ya no podía esperar, la de volver a tener a los dos, de nuevo dentro de mí, ¡a la vez! Maurice de nuevo por detrás en esta última oportunidad. En mi mente consideraba que no se iba a repetir en el resto de mi vida una aventura igual, para que volviera a suceder tendría que ser un trio con algún amigo muy íntimo, sin compromiso y no creo que sería fácil encontrarlo, ni nunca me había interesado antes un trio.

A Maurice verdaderamente lo ansiaba con desesperación, nuestro tiempo ya no nos estaba alcanzando. Sentir a mi Horacio y a mi Maurice a la vez dentro de mí es lo que me interesaba.

Maurice abrió una botella de Champagne y me la empezó a vaciar lentamente sobre mi piel con el pretexto de que me iba a aliviar la quemadura. Mientras tanto Horacio con todo cariño y ya muy excitado me quitó la falda y me bajó las pantaletita que al verlas hizo una expresión de alegría,

“¡Mira, que bonitas se le ven a esta linda mujer!”

feliz al ver lo coqueto que se me veían, eran las nuevas y no las conocía. Realmente sí se me veían preciosas, me sentía soñada. Me las bajaron a jalones y Maurice se las llevó a la boca succionando y aspirando el olor que tenían, probablemente si ya era olor a mí, a mis jugos ya de lo caliente que estaba que ya hasta me sentía muy mojada. Me acariciaron un rato los pechos y la piel de mi cintura y al final, discretamente, me sobaron el pubis y me acariciaron los labios, provocando sensibilizarlos más, bastaba con que me los tocaran para estremecerme del placer, alguno de los dos me los chupó y succionó mordisqueándome con cuidado.

¡En eso se dieron cuenta de que estaba depilada, mi piel se sentía lisita en el pubis! Por esa razón me vaciaron un poco de Champagne y riéndose diciendo que la bautizaban.

Me metieron entre los dos, dedos en mi vagina, los sacaban y se los relamían como si fuera el más rico manjar, Maurice dijo que ese hoyito solo lo iban a penetrar él y Horacio, nadie más. ¡Qué bueno que no saben que tal vez esa misma mañana a otros dos se los tuve que prestar, seguro que también me metieron dedos y lo aprovecharon discretamente! es tonto, pero no estoy segura porque en el estado en que estaba no recuerdo que fue lo que dejé qué me hicieran.

Me siguieron vaciando champagne, me puse de pie y me bañaron desde la cara, el cuello, el brasier, que le tocó a Maurice quitarlo ya empapado y también exclamar sorprendido de lo bonito que me quedaba haciendo juego con mis pantaletitas, medio apretadito y que solo la mitad de los pechos me cubría. Que sensación tan hermosa, jugaron con mis pechitos y me mamaron, chupaban fuerte y me daban mordiditas en los pezones que los sentía bien paraditos duritos y muy sensibles. Sentía una excitación tremenda, todo mi cuerpo se me estremecía y mi vientre pedía que le dieran ya sus penes, aunque en el fondo de mis deseos era el de repetir el que los dos me la metieran, estaba realmente obsesionada, me sentía como perrita en celo, desesperada, muy loca, probablemente nunca se repetiría esa oportunidad y no la podía perder, así que tenía que aprovechar

¡ahora y ya!

“¿Te está gustando?”, me preguntó Horacio.

“¡Muchísimo, inolvidable!”

Horacio continuó con el baño de Champagne mientras Maurice se desnudaba, se me acercó por detrás, me abrazó y me empinó de frente en la barandilla del bote abriéndome ligeramente las piernas para ajustar la altura de mis pompas con la de su pene, seguro que adivinaba lo que yo deseaba. Yo movía mi cadera y restregaba mi trasero contra su pene aprovechando el Champagne, el chorrito que Horacio me vaciaba en la rajada entre las pompas comenzó a beberlo de mi culito y lo que juntaba en tragos me lo vaciaba en el ano. Yo no podía mantenerme quieta y rígida, se me doblaban las piernas por la excitación y solo quería que me la metieran y se vinieran dentro de mí. Jalonee a Maurice guiándolo para mi trasero, yo ya estaba en una posición como preparada, con las piernas entreabiertas, con la barriga sobre la barandilla del bote y con el trasero paradito, de ofrecida, de perrita caliente. Se dieron cuenta de que lo deseaba desesperada por el trasero, así que no les costó ningún trabajo convencerme y metérmela despacito. Quien iba a decir que a mí que nunca me habían metido nada por detrás ahora me estaba gustando tanto y lo pedía, esta vez entraba ya sin dolorcito, no como la noche anterior que si dolió un momento al iniciar, que sí me dolió a pesar de que sentía que estaba muy bien lubricado con sus salivas, me aguanté, no era mucho, pero tenía que probar. Mientras tanto Horacio se desvistió y continuó vaciando el resto del champagne entre nuestros dos cuerpos pegados, el de Maurice y el mío. Horacio le pidió a Maurice me vaciara en la espalda y por debajo él recibía el Champagne que escurría desde mi espalda, de mis nalgas, del pene de Maurice y de sus huevitos.

Ya con el pene de Maurice bien dentro de mí, esperando, nos dimos vuelta sin despegarnos, y Horacio, que ya no se podía detener, teniéndome de frente me levantó una pierna abriendo mejor el camino, cuidando que no se me fuera a salir el pene de Maurice, se inclinó para mordisquearme y succionarme el clítoris, se decidió y al final de cuentas se decidió y me la metió, nunca olvidaré esa sensación, hoy ya estaba más consciente de lo que debí haber sentido ayer, que cuando me di cuenta de que me iba entrando, yo ya había perdido totalmente el conocimiento, ¡hoy estaba más alocada, pero consiente y pedía y pedía más! ¡No dolía y sentía mucho placer!

Me la iba metiendo poquito a poco, muy suavecito y con cada empujoncito yo me debilitaba más. Mis piernas ya no me detenían de pie, eran los brazos y las manos de mis amores los que me detenían en el aire, gozando ese momento.

Besaba a Horacio como nunca lo había hecho y de desesperación lo mordí sin darme cuenta. Maurice se había mantenido dentro de mi ano todo el tiempo, muy quieto, ahora sí tenía a los dos de nuevo dentro de mí, más consientes y pudiéndonos los tres dar cuenta de lo que sentíamos y como lo íbamos regulando.

Estábamos de pie, una de mis piernas temblando de excitación, abrazando y deteniéndome de Horacio que bombeaba con mucha fuerza y muy rápido y Maurice de pie, detrás, apoyándose en la barandilla y abrazándonos, evitando nos cayéramos, o nos despegáramos. Sintiendo y abrazándonos muy fuerte para que nuestros corazones se comunicaran y vivieran el romance que nos acompañaría por el resto de nuestras vidas. No decíamos nada, callados nos mantuvimos un buen rato y solamente por las pulsaciones involuntarias y los pequeños espasmos que nuestros cuerpos producían tuvimos nuestro orgasmo a la vez, sin movernos, como escurriéndonos.

¡De repente explotamos y me llenaron del semen que mi cuerpo recibió con ansiedad y cariño!

Fue entonces cuando desperté del letargo y comencé a moverme alocadamente, metiéndome y sacándome los penes paraditos que tenia dentro, hasta que volví a tener una nueva explosión. Me debilité tanto que sentí como me derretí y caí sin que me pudieran detener.

Después de un rato bajamos al camarote y me recostaron en la mesa. Entre los dos bebieron champagne que pasaba y escurría de mi pepita que estaba rebosante de semen, a ellos les lavé sus penes con Champagne y también bebí de lo que escurría de ellos. Se los sequé con la lengua y como se les pararon de nuevo, yo ya me había recuperado y solo quería que en ese momento Horacio me la metiera, a él le tocaba, lo había descuidado y lo hice que me la metiera por el culito, yo lo deseaba me lo hiciera por primera vez, nunca me la había metido por atrás, me lo hizo como perrita, tal como yo quería, se vino con mucha fuerza y cariño y luego Maurice por delante, pero también de perrita, ya mi vagina y mi trasero quedaron con el semen de los dos dentro, como yo lo había deseado como para conservarlo dentro para siempre, junto con sus palabras.

“¡Mon amour, mon amour! ¡Comment est la maîtresse de ses belle jambes!”

El retrato mío me gustó mucho, muy bueno y si soy yo, lo malo es que refleja mucho erotismo, definitivamente no puede quedar en la sala sino para la recamara, en donde luce hermosa. En el cuadro aparezco enseñando una gran parte de mis senos, que sí los pintó como se me ven, pero agrandados, más eróticos, en uno hasta una orilla de la aureola se ve, desbordándose fuera del escote de la blusa, se ve mi pezón paradito debajo de la tela. Las piernas sí me gustan, aunque se ve que no llevaba pantaletas. Me enfatizó el inicio de la nalga arribita del muslo, se me ve una parte de mi pompa, mi pubis quedó semicubierto, pero cuando vemos el cuadro Horacio y mi hija opinamos lo mismo. Nos encanta verlo. Gracias pintor atrevido.

Al salir del hotel nos entregaron un paquetito alargado con una rosa encima. Creíamos que era una galantería del hotel, pero descubrimos una nota y no fue hasta en el avión que la abrimos y ¡Qué sorpresa! Venían unas pantaletas muy bonitas, también en color café y con encaje blanco encima, de marca. Fui al baño y me las puse, al regresar se lo dije y como en el paquetito venía una nota que decía que eran para los dos, se los tenía que enseñar. En el asiento doble que íbamos, me levante la falda y se los enseñe puestos, hasta le di oportunidad de acariciarle mi pepita por un buen rato. Nos abrazamos y charlamos acerca de lo que habíamos vivido en estos dos días y de todo el viaje. Una verdadera fantasía, inolvidable. En nuestro diario teníamos que dedicarle un capítulo extra, tal como lo hicimos, uno muy largo.

Hemos vivido juntos ya varios años y en nuestras platicas íntimas nunca habíamos considerado llegar a hacer sexo con otra persona, como ahora, y menos que yo lo quisiera haberlo hecho por detrás. Era feliz con un orgasmo en cada vez que hacíamos sexo, que siempre había sido muy bonito, pero nunca imaginé que yo iba a tener capacidad para haber tenido varios orgasmos seguidos y con cada uno de ellos gozaría tanto, o que yo iba a tener el ánimo de hacer sexo varias veces seguidas y menos de dejarme y gozar a otro hombre que tuviera sexo conmigo, que hiciera uso de mi cuerpo y, luego, menos de mi trasero. Estuvimos juntos todo el tiempo, Horacio y yo y gozamos el participar del placer juntos.

Como en todas las ocasiones, desde que nos conocemos, apuntamos todos los detalles vividos, en nuestro diario, o bitácora. Esta vez se llevó muchas páginas y muchos días.

“¡Mon amour, mon amour! ¡Comment est la maîtresse de ses belle jambes?”

Datos del Relato
  • Categoría: Confesiones
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