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Secreto de Familia: Julio

- ¡Estás loca! - Grité sin poder creer lo que había oído.



- ¿Por qué? - Preguntó ella en un susurro.



- ¿Cómo voy a acostarme con tu madre?



Me llamo Julio, tengo cuarenta y tantos años, pero lo que estoy contando ocurrió hace más de 20. Entonces tenía 17. Ahora estoy casado con María, mi novia de toda la vida y tengo dos hijos. Bueno, tengo tres, pero esa es otra historia. Entonces María y yo éramos solo novios.



- A mí me parece la mejor solución – insistía ella sin perder la calma – Resolvería todos nuestros problemas.



Estábamos en los años 80, plena época de liberación sexual en España. María y yo nos conocíamos desde los 14 años, hacía un año más o menos que éramos novios, pero todavía no nos habíamos acostado. De hecho éramos vírgenes los dos. La perdida de la virginidad era un tabú para algunas personas, no precisamente para nosotros, que menos la penetración habíamos hecho de todo, pero aún así nos preocupaba que todo fuera bien en esa futura primera vez, siendo inexpertos. Los padres de María se acababan de divorciar. El que sería mi suegro había dejado a su mujer por su secretaria, todo un cliché. Ella, como es lógico, estaba tremendamente dolida. María temía que se acabara hundiendo en una depresión.



-Mi madre se recuperaría y tú ganarías experiencia para cuando lo hiciéramos juntos. He tenido una idea genial.



-¡Estás loca!



-¿Es que mi madre no te gusta?



Me gustaba, me gustaba muchísimo. Ese no era el problema. Sofía, mi futura suegra, tenía treinta y muchos o cuarenta y pocos, y era un bellezón maduro de pelo negro, curvas sinuosas y sonrisa encantadora. No entendía porque el capullo de su marido había preferido a la niñata de su secretaria.



-Tu madre es guapísima, pero soy tu novio… ¿No ves que no tiene sentido?



-En el fondo eres un reprimido.



En todos los grupos de amigos adolescentes hay uno cuya madre es más joven y más atractiva que las de los demás, una madre que concita la admiración y las fantasías sexuales de los jóvenes. Esa era Sofía. Recordaba cuando la vi por primera vez. Tenía 14 años y María me había invitado a pasar el fin de semana con su familia en su casita en el campo. Me presentó a su padre, que ya entonces me pareció estúpido, saludé a su hermanita a la que ya conocía, una cría llamada Rita de 12 añitos y, finalmente, aquella belleza apareció ante mí.   Los pechos trataban de escapar de su escote y yo solo pude tartamudear un torpe saludo mientras me daba dos besos. Esa misma tarde la espié mientras se cambiaba de ropa. Su voluptuosidad me produjo cierto mareo. Esa noche María y yo nos besamos por primera vez mientras Rita nos observaba intrigada. Pasar de mirón a mirado en la misma jornada me pareció curioso.



-Sí, claro. Un reprimido. Además, no creo que tu madre quiera acostarse conmigo.



-Claro que quiere, pero todavía no lo sabe. Solo hay que seducirla un poco.



-Loca de remate.



Mi relación con María no pasó de unos cuantos morreos hasta que con 16 años comenzamos a salir en serio. Un día en el cine me dio mi primera mamada. Se escurrió del asiento, me bajó la bragueta y acercó esos labios divinos a mi miembro palpitante. Empezó con pequeños besitos en la punta. Poco a poco se fue animando hasta metérsela entera en la boca. María era una chica encantadora, castaña, con el pelo algo rizado. Le empezaban a crecer las tetas, herencia de su madre. No era tan alta como ella, ni tan exuberante, pero también me ponía a mil. Finalmente me corrí en la oscuridad de la sala entre sus labios.



-Está claro que te desea, solo que no se lo confiesa a sí misma. El otro día en la playa fue evidente.



-No sé a qué te refieres.



Sí que lo sabía. La semana anterior habíamos ido a la playa. Como si no fuera bastante tortura ver a la madre y a las dos hijas en bikini, de pronto, Sofía me pide que le ponga crema en la espalda. Lo hice fingiendo indiferencia. Cuando acabé me sobraba algo de crema en las manos. Ponla aquí, me dijo señalándose el busto sobre el bañador, siempre se me quema. El que iba a quemarse era yo. Lo hice temblando. Muchas gracias, afirmó sonriendo y me dio un beso en la mejilla, muy cerca de los labios. Tuve que tumbarme boca abajo un rato para que mi erección no fuera evidente.



-¿Como que no? Si hasta te empalmaste y ella no dejaba de echarte miraditas al paquete.



-Exagerada. Aquello fue por ti, que estabas guapísima.



-Mentiroso…



Alagada por mi comentario, aunque sin creérselo, empezó a besarme. Estábamos en su habitación. Su madre no estaba, pero su hermanita sí. Sin dejar que esto la perturbara echó mano a mi paquete. Nos besamos un rato más y un momento después me la estaba chupando. A media mamada pegó un salto y avanzó hacia la puerta.



-Te pillé- había sorprendido a su hermana, que nos estaba espiando.



-Perdona, es que os oí y…- ya no era la cría de 12 añitos que conocí tiempo atrás. Había crecido y ahora era una señorita de 15 años que se estaba abriendo como una flor, con unas tetitas de pezones puntiagudos, un culito gracioso y una bonita sonrisa. Cada cierto tiempo cambiaba de peinado. En esos momentos llevaba el pelo corto con tonos rojizos. Era bastante normal que nos espiara, yo ya estaba acostumbrado.



-Tranquila, no pasa nada. Tienes curiosidad, es normal. Pasa y mira más de cerca. ¿Te gusta la polla de Julio?- esto ya no era tan normal. A mí no me había dado tiempo de ponerme otra vez los pantalones y mi miembro permanecía enhiesto y reluciente. Mi novia invitaba a su hermana a mirarme la polla de cerca, minutos después de proponerme que me acostara con su madre. Cierto que últimamente iba de rollo liberal, influenciada por el ambiente hippie de moda en aquellos momentos, pero esto ya era pasarse. Yo estaba petrificado y no acertaba a tartamudear una protesta. Mi pene, en cambio, estaba más tieso que nunca.- Mírala. Es bonita ¿Verdad? ¿Quieres tocarla?- Rita alargó la manita y me la acarició lentamente – Te enseñaré a chuparla. – María continuó la mamada por donde la había dejado mientras su hermana seguía masturbándome. Yo estaba sin habla. – Dale un besito – Rita me besó la punta. Casi me corro. Me hacía gracia como prescindían por completo de mi opinión. Pronto estaban chupándomela entre las dos. Sus lenguas tropezaban en torno a mi falo. En un momento dado mi novia pasó a lamerme los huevos mientras su hermana seguía la faena. Luego se arrastró hasta mi oído y me susurró - ¿Te gusta cómo te la chupa mi hermanita?



- Eres imposible- le contesté.



-¿Ves como no pasa nada? Igual que mi hermana puede hacerte una mamada puedes tirarte a mi madre.



-No es lo mismo



María cortó mi argumentación metiéndome la lengua en la garganta. Luego se desnudó y me ofreció sus pezones para que se los chupara. Tras un rato haciéndolo, reptó de nuevo sobre mí, se puso en posición de un 69 y Rita pasó a ocuparse de mis cojones. Era maravilloso sentir las lenguas de aquellos dos bombones en mis genitales. Pronto me corrí entre las bocas de las hermanas. No obstante seguí comiéndoselo a mi novia mientras masturbaba a su hermana, que había deslizado su entrepierna hasta mi mano derecha. Tenía práctica con María, así que Rita no tardó en estremecerse entre mis dedos. Desde mi posición, con mi novia encima, no podía verlo bien, pero juraría que las hermanas estaban besándose.



                              



********************



Ahora mi suegra tiene un par de kilillos más, le asoman unas pocas canas en el pelo cuando hace tiempo que no ha ido a la peluquería y se le nota alguna pequeña arruguilla cerca de los ojos, pero por lo demás está casi igual que en aquellos días en que su hija se empeño en que nos acostáramos. La estoy viendo ahora mismo abrazando a mi hijo, su nieto preferido pese a ser adoptado. Javi, como se llama el chico, le mira el escote con disimulo. Sofía todavía puede perturbar adolescentes.



Unos días después de la primera vez que las dos hermanas me la mamaron a dúo, estaba en su casa viendo una película en el video. A mi izquierda tenía abrazada a María, a mi derecha, muy pegada, a su madre y a la derecha de esta, a su vez, estaba Rita. Una sabana nos cubría el regazo porque se había levantado el airecillo, a pesar de la época estival en que estábamos. En cuanto apareció en la pantalla una escena de sexo, mi novia, traviesa, aprovechando la discreción que la sabana garantizaba, deslizó la mano a mi paquete y comenzó a acariciarme. No contenta con ello me susurró al oído: Métele mano a mi madre. Estás loca, se susurré a su vez a ella, pero ni corta ni perezosa, me cogió la mano y la colocó sobre la pierna desnuda de su madre. Quedé paralizado por la vergüenza. No sé por qué no retiré la mano rápidamente. Supongo que eso hubiera sido aun más raro. Debía estar de todos los colores. Sofía me miraba con más curiosidad que enfado. Más adelante María me dijo que eligió esa ocasión para cometer tal atrevimiento porque sabía que su madre no montaría el numerito con ellas delante. El caso es que mi mano seguía inmóvil en su pierna y ella no la retiraba. La escena que veíamos en la televisión trataba de una infidelidad masculina.



-Que cerdos son los hombres- comentó Rita, ajena a lo que ocurría bajo la sabana.



-La culpa es de la sociedad- terció María- que reprime el sexo y pasa lo que pasa. Si las parejas fuera más abiertas estaríamos mejor todos.



-¿Quieres decir- intervino Sofía en la conversación- que te parece bien lo que hizo tu padre? ¿Tirarse a su secretaria?



-No, eso estuvo mal porque te mintió y porque vosotros no teníais ese acuerdo. Además no solo se la tiró, sino que luego nos abandonó. Si vosotros hubieseis tenido una relación abierta, del tipo él se acuesta con su secretaria y tú… por ejemplo, con Julio, y los dos lo sabéis y lo aceptáis y luego, volvéis a estar juntos, no tendría porque ser nada malo.



-Hay que ver esta juventud- rió Sofía- Así que yo acostándome con Julio, con el novio de mi hija. ¿A ti eso te parecería bien?



-Pues claro- respondió ella- Así todo quedaría en familia



-No puedes estar más loca, mira al pobre, lo tienes asustado- y me arrulló el pelo y me dio un beso en la mejilla.



-¡Qué va! Seguro que él estaría encantado.



Yo no decía nada, me limitaba a acariciarle la pierna a Sofía, ya más animado, mientras María me hacía una paja en toda regla. “Métele la mano en las bragas” me susurró al oído. Obedecí, pero aquí su madre dio un respingo y se levantó.



-Creo que me voy ya a dormir.



Al levantarse, la sabana cayó al suelo, y quedó mi minga al aire sujetada por la mano firme de María, pero Sofía marchaba tan azorada que no se dio cuenta. La que sí que se percató fue Rita, que se acercó mimosa diciendo: Y vosotros que estabais haciendo. María recolocó la sabana y metió su cabeza dentro, para chupármela, mientras su hermana me besaba.



-¿Ves como ya está hecho? Le metiste mano y no protestó- me decía María en su casa al día siguiente. Era un fin de semana que había pasado con ella y su familia. – Y además, cuando sugerí que te acostaras con ella pareció gustarle la idea.



-Porque pensó que estabas de cachondeo. Además en cuanto le toqué las bragas salió huyendo. No me partió la cara de milagro. Por no montar el numerito, como has dicho tu antes.



-No, no, se nota que le gustas, que la pones cachonda. Solo hemos de conseguir que se desinhiba.  – En ese momento entro Rita en la habitación muy excitada



-Lo está haciendo- anunció- En su habitación.



María me cogió de la mano y me obligó a acompañarla hasta la habitación de su madre. Yo no sabía quien estaba haciendo que. Cuando llegamos, paramos ante la puerta y las hermanas me indicaron que mirara por una rendija. Allí estaba Sofía masturbándose desnuda  en la penumbra. Estaba preciosa. Sus pechos enormes se coronaban por unos pezones más tiesecitos que nunca. Su entrepierna, con algo de vello púbico, abierta y trabajada por sus dedos, era un espectáculo. Me empalmé enseguida. Mi novia lo notó y comenzó a tocármela. Me tenía abrazado por detrás y me masturbaba al ritmo al que su madre se lo hacía a sí misma. Su hermanita reía a su lado sin hacer ruido. Cuando Sofía acabó gritó: ¡Julio!, entonces María aceleró sus movimientos y me corrí yo en sus manos. Regresamos rápidamente a su habitación para no ser descubiertos. ¡A gritado tu nombre! Repetía mi novia divertida. ¡Se estaba tocando pensando en ti!



********************



Por supuesto el descubrimiento de que su madre se masturbaba (o se había masturbado una vez, cuanto menos) en mi honor fue detenidamente analizado por María. A su entender probaba que sus apreciaciones eran ciertas y que me debía acostar con ella. Yo seguía sin tenerlo claro. No es que no me excitase la idea (me tenía loco), pero ni veía sana la obsesión de mi novia por algo tan extravagante, ni sabía cómo afectaría eso a nuestra relación en caso de consumarse, ni estaba demasiado seguro de que Sofía no me fuera a partir la cara a la próxima insinuación, por mucho que en sus sueños eróticos gritara mi nombre.



-A lo mejor es otro Julio- argumenté sin mucho convencimiento. María ni siquiera se dignó contestar.



El fin de semana siguiente las “niñas” convencieron a su madre de visitar una playa nudista. Como de costumbre yo no tenía ni voz ni voto y me limitaba a acompañarlas. La expectativa de verlas desnudas a las tres era interesante, pero temía no controlar mi virilidad, como el día de la crema. Una vez allí, las dos hermanas adujeron haberse dejado algo en el coche y volvieron sobre sus pasos, dejándonos a Sofía y a mi solos. Parecía una treta que tenían planeada desde el principio. Ambos estábamos un poco incómodos. ¿Nos bañamos?, preguntó ella. Le dije que sí y nos sumergimos en el agua. Entre las olas del mar la desnudez se hacía menos evidente y, poco a poco, nos fuimos sintiendo más a gusto. Al cabo de un rato chapoteábamos y jugábamos en el agua como chiquillos. Fruto de esos juegos se produjeron ciertos roces, y estos provocaron  que mi miembro despertara. Ella se percató pero no dijo nada. Seguimos jugando un rato hasta que nos cansamos.



-Julio, ¿puedo hacerte una pregunta personal?- dijo al fin.



-Claro



-¿Te acuestas solo con María o con mis dos hijas? Lo digo porque el otro día te vi besando a Rita mientras su hermana tenía la cabeza bajo la sabana.



-¿Cuándo?- pregunté para ganar tiempo, aunque recordaba exactamente aquello.



-Cuando me metiste mano en el sofá y me retiré a descansar. Al cabo de un rato volví a por un vaso de agua y me encontré el espectáculo. No quise interrumpiros.



-Yo… er… siento lo de meterle mano, no pretendía…



-Tranquilo, supongo que fue cosa de mi hija. Me di cuenta cuando te puso la mano sobre mi muslo. No sé qué le pasa a esa chiquilla. Está bien que su generación no sea tan reprimida como la mía, pero creo que se está pasando. Tendré que hablar un día con ella, pero ahora mismo no tengo fuerzas. Los tramites del divorció y todo lo demás me tienen consumida. ¿Y bien? ¿Te acuestas con las dos?



-No… la verdad es que no me acuesto con ninguna. Nos besamos y eso, pero todavía somos vírgenes. Nos asusta un poco dar el paso. – Me miró un momento con incredulidad, pero mi cara de pardillo debió convencerla de que le decía la verdad.



-Mis pobres niños, si aun vais a ser inocentes… - y dicho esto me besó en los labios. Al hacerlo mi polla tiesa le rozó en el muslo. Se dio cuenta y la rodeó con la mano. – Así que solo os hacéis pajillas – y comenzó a hacerme una.



En un alarde de valor, alargué la mano y la situé entre sus piernas. Esta vez no se retiró y pude terminar el trabajo. Nos estábamos masturbando mutuamente en el mar. Cuando el final estaba cerca nuestras bocas se unieron y comenzamos a morrearnos  con ansiedad. Sus tetas golpeaban en mi pecho mientras nuestras lenguas se juntaban y nuestros sexos palpitaban en nuestras manos. Más adelante María me diría que al volver del coche y vernos a lo lejos en el mar le había comentado a Rita: ¿Esos dos no están muy pegados? Finalmente nos corrimos entre nuestros dedos. Sofía murmuró: “No puedo creer que haya hecho esto. Es una locura”. Y se fue a la orilla dando zancadas. Yo permanecí unos segundos sintiendo mi mano derecha más pegajosa de lo que el agua del mar justificaba y, lentamente, seguí sus pasos.



-Cuéntamelo otra vez- en cuanto  María se enteró de que su madre me había hecho una paja en el mar, que fue en cuanto nos quedamos a solas, fue presa de una gran excitación. Estábamos en su cuarto, unos días después del suceso, tumbados de lado, con nuestras manos derechas en la bragueta del otro.



-Pues estábamos más o menos así, pero de pie y en el agua, y comenzamos a tocarnos…



-¿Y entonces os besasteis?



-No, fue un poco después. Cuando ya notábamos el…



-¿Ahora?- preguntó ella acelerando el ritmo. Me limité a asentir y nos corrimos en las manos del otro, mientras nos comíamos las bocas, rememorando lo que había hecho con su madre días antes. Cuando terminamos quedamos rendidos.  – No me dirás ahora que no está deseando que te la tires.



-No lo sé. Cuando acabamos se fue muy rápido y desde entonces me evita- Era verdad. Por un momento hasta yo mismo había pensado que era posible que perdiera la virginidad con ella, como su hija quería, pero desde ese día no había vuelto a dirigirme la palabra y la familiaridad y la simpatía con que me trataba desde que María nos había presentado se habían esfumado.



-Está nerviosa. Se le pasará.



Mi novia estaba preciosa, tendida en su cama, con el rubor post-orgasmo que ya había aprendido a identificar en las mejillas. La miro ahora, ya convertida en mi mujer, dos décadas después, tendida en nuestra cama, después de hacer el amor y conserva ese rubor. Me levanto a por un vaso de agua y paso por la habitación de invitados, donde se aloja Sofía cuando viene a vernos, como sucede ahora. Oigo ruidos y me fijo. Allí esta Javi, besando el pecho desnudo de su abuela adoptiva, mientras el movimiento de la sabana me indica que ésta lo masturba. No le diré nada a María. Todavía lo ve como su niñito y se preocuparía.



Después de la paja en el mar Sofía estuvo semanas sin hablarme. Respondía a mis saludos con un movimiento de cabeza y evitaba quedarse a solas conmigo. Yo tampoco quería forzar las cosas, entendía que aquella situación la incomodase y quisiera dejar claro con esa actitud que no pasaría nada más entre nosotros. Aún así me daba pena. Mis padres eran rígidos y poco afectivos, y, en los últimos años, había hecho de la casa de María un segundo hogar. Su madre se había convertido en alguien importante para mí y maldecía haber perdido su amistad. Cierto día Sofía discutió con su ex marido por algo relativo al divorcio. En la pelea, el maromo le pasó por la cara lo joven que era su nueva amante y lo feliz que estaba con ella. Mi admirada suegra quedó con la autoestima hundida, en un estado de histerismo, durante varios días. Al fin, incapaz de verla así, María, como la hija mayor, se dirigió a ella.



-No puede ser que te afecte así. No le necesitamos. ¿Qué él está con su secretaria de veinte años? ¡Qué más da! Tírate tú a un jovencito y punto. Tírate a Julio, si quieres.



-No digas tonterías.



-¿Por qué no? Te masturbas pensando en él. Hasta le hiciste una paja en la playa.



-Pero es tu novio. ¿Cómo voy a acostarme con él? ¡Estás loca!



-Pues con otro, da lo mismo. Tienes que seguir adelante. Eres una mujer hermosa. No puedes dejarte hundir por papá.



Aquí María estalló en llantos y se fue a su cuarto. Rita la siguió para consolarla. Yo no sabía qué hacer, en medio de esa crisis familiar. Me acerqué a la cama de Sofía, en la que ella estaba sentada, cabizbaja y pensativa.



-Será mejor que me vaya.  No quiero entrometerme en asuntos de familia. Solo le diré que su hija tiene razón en una cosa. Es usted preciosa. Yo no la cambiaría por ninguna secretaria. Es la mujer más bella que conozco.



Sofía levantó la cabeza lentamente y me miró con intriga. Era la primera vez que le hablaba de usted, desde que nos conocimos. Sin decir nada se levantó y avanzó hacia mí. Me cogió la mano con la suya y entrelazamos los dedos. Sonrió tranquilizadora y entonces nos besamos. Fue un torrente de pasión desbordada. Nos tambaleamos hasta la cama y nos desnudamos. Toqué sus senos, los besé, los lamí extasiado. Ella me bajó la lengua por el cuerpo y se puso a comerme la polla.



-¿Sabes? Nunca le hice esto a mi marido- comentó entre chupada y chupada



-Pues lo haces muy bien- respondí entre jadeos.



-Bueno, lo hice algunas veces antes de casarme.



Pasamos a la posición del 69 y así pude retribuirle el placer que me estaba dando, haciendo uso de mi experiencia con su hija. Sofía chupaba de muerte, pese al tiempo sin practicar. No es que sus hijas lo hicieran mal, pero ella… me pasaba la lengua por la base, me besaba la punta, la succionaba furiosa… hacia que me derritiera en su boca. Pronto cambiamos de postura y Sofía me colocó sobre ella, guió mi pene hasta su entrepierna y, de pronto… ya no era virgen. Se la estaba metiendo, me la estaba follando…  La sensación era increíble. Lo estaba haciendo. ¡No me lo podía creer! Me movía con torpeza, pero a ella no parecía importarle. Mi polla entraba y salía de su coño sin descanso. Nos dimos la vuelta y quedó sobre mí. Me cabalgó como una amazona mientras yo veía sus pechos bambolearse orgullosos y extendía la mano para acariciarlos. Estaba bellísima, montándome. Al cabo de un rato se desplomó sobre mi pecho, en el que sentí sus tetas, y me besó ardientemente. Nuestros labios jugaron desatados. Le agarré el culo con las manos y así nos corrimos, lamiéndonos las lenguas, pegados. María y Rita observaban abrazadas desde la puerta.


Datos del Relato
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