Convencí a MariJo de que no viniera más a mi casa. Es peligroso porque tengo en riesgo mucho: Soy casado con tres hijos; profesor universitario. Un escándalo me causaría problemas en lo profesional y también en lo familiar. Ya tuve una experiencia;
En la Universidad hay muchos jóvenes de ambos sexos. Las alumnas siempre andan calientes. Entre broma y broma en clase te avientan miradas francamente desvergonzadas.
Había una chica: Blanca Estela; morena, ojos preciosos, grandes, negros como capulines; pelo a media cintura, dientes blancos muy parejos, esbelta, piernudita como de veinte años. Una vez la recogí en la parada del camión; le di un raid como se dice a la universidad. Todos los días recojo muchachos que van para allá. Platicamos brevemente de la clase y otras cosas. Cuando hice examen, me lo entregó junto con una notita que decía: Fernando, me urge verte y hablar contigo; te espero en la cafetería de maestros. La misiva me emocionó mucho; el hecho de hablarme por mi nombre y de tú, tenía el significado claro de un acercamiento no profesional. Acudí a la cita, tomamos café y platicamos. Casi no había gente en la cafetería; Le dije a Blanca Estela:
-Me gustas mucho. Intenté darle un beso. Sólo fue un acercamiento, ni siquiera la besé. Se levantó alarmada y me dijo:
-¿Qué le pasa profesor?, yo no le he dado motivos para que me falte al respeto, sólo quiero preguntarle algo de su clase y usted se aprovecha.
Me dejó ahí con cara de idiota.
Al día siguiente me llamaron del jurídico para decirme que había una denuncia en mi contra por acoso sexual; la querellante se llama Blanca Estela N.. Asignaron el caso a una abogada muy perrucha que odiaba a los acosadores porque sí hay varios en todas las universidades. La mujer me amenazó con llevar el asunto hasta el Ministerio Público; pero antes me daría oportunidad de presentar mi defensa ante el Consejo Universitario. La muchacha negó haber escrito la nota; fue un error porque un perito grafoscópico dictaminó científicamente que la letra era de ella. Sus testigos dijeron que yo la esperaba en la parada del camión todos los días para ofrecerle raid y durante el trayecto le hacía proposiciones y amenazaba con reprobarla si no consentía. El asunto no llegó al Consejo Universitario, el Rector me llamó; le dije exactamente cómo fueron las cosas; me creyó. Llamó a los papás; llegaron ignorantes de lo sucedido. Les explicaron la gravedad del incidente. Mortificados la presionaron para que dijera la verdad. Había muchas contradicciones que no pudo explicar. ¿Por qué no informó a sus padres?, ¿ por qué mintió con lo de la nota? además la niña y sus testigos no eran buenas estudiantes. El papá dijo:
-¿Por qué inventas cosas hija?, ¿no te das cuenta de que eso es enfermizo?, puedes hacer mucho daño a personas inocentes.
La muchacha se puso a llorar; pidió perdón. Dijo que todo fue una broma inventada en su pequeño grupo de amigas. El asunto sí pasó al Consejo Universitario para sancionar a ellas.
Blanca Estela fue expulsada de la universidad. Las otras dos recibieron un semestre de castigo.
La experiencia me traumó; le conté a MariJo y le pedí que ya no lo hiciéramos en mi casa. Ella propuso cortar por lo sano la relación. Buscaría a su novio, intentaría reivindicar con él una relación que se perdió por nimiedades. Nos despedimos como buenos amigos.
Cuando fui a Tampico por un asunto de trabajo le pedí a mi primo Ismael hospedaje por dos días. Me recibió amablemente. Instalado en el cuarto de huéspedes en la planta alta, me puse cómodo en un espacio decorado con buen gusto; baño con breve solar que da a una terraza menor en la parte de atrás. Cuando estuve solo exploré mi entorno. Pronto me di cuenta de que era fácil mirar a la casa vecina. Me asomé cuidando de no ser visto. Andaba por ahí una muchacha joven, morena, no muy alta pero bien hecha. Me pareció conocida, no lo podía creer: era ¡¡MariJo!!. Volví a revisar para estar seguro. No hay duda: ¡Es ella!. Tenía el pelo recogido en una colita de caballo; vestía blusa ligera blanca y un pantaloncito corto azul marino, guango en las piernas
Esperé la noche; estuve pendiente de la chica que más ha movido mi erotismo en los últimos siete años. De pronto se me ocurrió pensar que desde mi escondite podría ver a su novio. No tardó mucho, supe que era él porque la saludó cariñosamente con un beso en la boca de laaaaarga duración. Se instalaron en la sala sentados en un cómodo sillón con la televisión encendida. Estaban solos; mi emoción subió imaginando que me tocaría verlos haciendo el amor. Es notable la alegría que derraman cuando están juntos: ríen, se tocan; ella alborotó su pelo para lucir más sexi; saca el pecho en el intento inconciente de parecer más dotada en esa zona; se besan y se vuelven a besar; ella es experta besadora. Hay mujeres que aprenden a besar desde niñas; adoran los besos porque sienten una gran necesidad de ternura oral probablemente asociada a la percepción de la primera infancia relacionada con el institnto de mamar para vivir. Por la boca entra el alimento; por ahí también entran muchos estímulos eróticos; los besos, las chupadas y lamidas que damos en los genitales a nuestra pareja corresponden según Froyd a esa fijación.
El muchacho es robusto, atlético; viste pantalón blanco, camisa a cuadros manga corta. Sentado en el sillón recibió a su pareja arrodillada encima a horcajadas, ofreciendo los pechos y la boca que no paraba de besar. Él levantó en vilo sus nalgas como buscando una posición más propia para el roce de sus partes que ya reportaban dureza y humedad. Recordé que en mi equipaje traigo una cámara de video. Nervioso fui a buscarla regresando en cuestión de minutos. Ya habían perdido ropa. Ella sólo con brasier y tanguita anaranjados; él su calzoncito rojo.
Sin cambiar de posición terminaron la desnudez mostrando a mi cámara las deliciosas imágenes de un par de tetas duritas; meloncitos jugosos y tiernos; brazos fuertes de hombre joven entrenado en el gimnasio. Así estuvieron un rato hasta que ella bajó como se dice a “beber al río”. Arrodillada en el piso tomó el pene en sus manitas, lo peló, una, dos, tres veces; lo besaba, olía, jugueteaba con él hasta que lo introdujo en su boca. Chupaba, lamía y lo entraba profundo. Era muy intenso el placer del muchacho porque se convulsionaba y gemía. Cambiaron de posición; él se tiró en el sillón a lo largo y ella se subió exponiendo su vulva a los chupetes de su novio en un sesenta y nueve. Ahí pude ver las nalgas femeninas, paraditas en movimientos arriba y abajo, en círculos; la cabeza igual arriba y abajo pegada al mástil.
Es una emoción delirante ver a hurtadillas coger a alguien. Es la morbosidad de lo prohibido; la sensación de estar viendo lo que todo mundo hace a solas; tan privado que socialmente pareciera que no existe; nadie quiere aparentar que coge cuando puede con su pareja, y los que no tienen, se cogen solos. Eso es lo morboso: ver lo que muy pocos pudieron ver alguna vez. También hay morbo en dejarse observar; el exhibicionismo es típico de mujeres que trabajan en show nudistas en los table dance. Los espectáculos sólo para mujeres muestran viriles jóvenes atléticos entrenados para bailar y moverse voluptuosamente recreando escenarios coitales con las nalgas al aire. Al calor de dos o tres tragos, las féminas enloquecen de lujuria; mujeres de conducta intachable: madres de familia, esposas amas de casa, ejecutivas, estudiantes, profesionistas y hasta doctoras cometen actos de extrema audacia en estado de excitación: se tocan, gritan, se chupan los dedos, se quitan los calzones mojadísimos para entregarlos al divo que las sacó de su estabilidad emocional y hasta se han prestado a hacer un show de apareamiento genital en vivo con el bailarín.
Desde mi observatorio, con mi cámara grabando todo, seguí mirando aquel escenario furtivo y gratuito. Se escuchaban algunas expresiones Ahhhhhh mi amor. Como quince minutos estuvieron en posición de sesenta y nueve con ella arriba; después cambiaron. El muchacho se incorporó; sólo entonces pude verlo en toda su viril dimensión. Es un macho atlético, alto; el color de su piel dorado aperlado, nalgón con su mata púbica negra, tupida sobresaliendo un pene no muy grande pero cabezón afilado; el glande rosado por la excitación del momento; pelado, mojado ¡listo para entrar en acción! Y los testículos colgando inocentes, pendientes de su función. Mari Jo se echó en el sofá con las piernas muy abiertas, vulva expuesta, pies levantados. Así la encontró él, apoyado en el piso se acomodó llevando pies a hombros muy cerca de la cabeza. Con la mano tomó un pie; lo besaba, chupaba los deditos uno por uno, luego otro pie pero no entraba, seguía besando: De los pies iba a la boca, se quedaba un minuto; bajaba a las tetas; pero no entraba, sólo hacía “violincitos” por fuera de la vulva rosando los labios, el clítoris, regresaba al periano y otra vez a lo mismo. A punto del colapso, la hembra sintió a profundidad los estímulos de algo entrando y saliendo, arrancando a cada acometida girones de placer, expresiones lujuriosas de abandono, descomposición del rostro, de toda su humanidad despatarrada a punto de la “muerte” por el terremoto fisiológico que sentía venir. Abrió el compás todo lo posible; tomó al amante por los cabellos para prenderlo contra el pecho; sentir ahí la humedad de una lengua caliente. Se dejó correr como enagenada: AAAAaaaauuuuuuyyyyyyyy.
El juego siguó, la posición siguió, con las piernas en los hombros, era la locura ver aquella imagen con el zoom de mi cámara, apuntando a la zona de acoplamiento genital muy mojado, derramando hilos de fluído blanco lechoso y espeso a través de la línea que separa las nalgas de MariJo pasando por los pliegues del orificio anal.
Estuve revisando en el monitor las imágenes que grabé. Más allá de la morbosidad de las posiciones que adoptamos durante el acto sexual; son imágenes eminentemente humanas. ¿Qué hay más humano que la sexualidad en nuestra especie?, única de la creación a la que le ha sido regalado el sexo y el orgasmo no sólo para perpetuar la especie sino para deleite, diversión y recreo cotidiano durante toda la vida.