Caminaba hacia mi casa. Era entrada la noche, y el transporte había dejado de pasar hacía buen rato. Esa noche tenía ganas de caminar, de pensar, ya que no tenía prisa: en casa no había nadie, llegarían hasta tarde, y no estaba muy lejos de allí. En una esquina vi a una camioneta que daba vuelta, y me percaté de que frenó un poco; sabía qué tipo de reacción es esa: no quedaba duda a mi pensamiento cuendo volteé, ya que un sujeto de treinta años aproximadamente me miraba. Yo sentí cierta curiosidad y le sostuve la mirada un momento, pero sin detener mi marcha. Él dio la vuelta a la manzana y al pasar nuevamente junto a mi, se detuvo y me preguntó: "!Eh, muchacho!, ¿a dónde vas?". Le dije que a mi casa, sin especificar señálandole vagamente la dirección, y me dijo que él me llevaba cerca, que la quedaba de paso. Por supuesto, accedí a su amable gesto, a sabiendas de lo que podría pasar... Subí a la camioneta y me preguntó mi edad. "Veintitres", le contesté secamente, sin ser grosero. "¿Y tú?", completé. Me contestó que veintinueve, y después de avanzar por algunas calles puso su mano sonbre mi muslo izquierdo, el que más cerca le quedaba. Yo sonreí, algo malicioso, pero sonreí... No se trata de fingir indiferencia todo el tiempo. Y comentamos sobre qué preferíamos en la cama y qué no. En ese punto yo ya estaba con tremendsa erección, y sin más, incluso con un dejo de inocencia, le pregunté: "¿Quieres que me la saque?". Respondio que sí de inmediato, bajé la bragueta y exhibí el pene, ya apuntando hacia arriba. ¡Su reacción! "Oye, ¡qué buena verga tienes!", y me sugirió ir a su casa, "para que me cojas", completó su sugerencia. Me negué, claro está, pero se estacionó, y ante mi negativa pidió hacerme sexo oral. Yo accedí encantado y, un poco entre el placer de tener una boca caliente y húmeda agitándose de arriba abajo sobre mi pene, y el temor de ver aparecer algún peatón o automovilista, disfruté como desesperado esa situación imprevista. Él se despegaba de su trabajo para lamer mis testículos, pero no dejaba descansar a mi pene, porque su mano seguía con el ardoroso trabajo, así un buen rato en mi miembro: boca-mano-boca-mano; y en los testículos, lengua-descanso-lengua... hasta que sentí venirme y el tipo, muy audaz, quedará claro, me dijo, ante la inminente llegada del cúlmen de mi placer: "Te vienes en mi boca". Bien, yo encantado: gemí sin retener la sensación que tenía en ese momento, mi cuello se tensó sobre el asiento del auto, y sentí mi descarga en cuatro o cinco chorros en el interior de su boca. Él seguía estimulando con su mano hasta que no tuve ni una gota más que derramar, se despegó de mi miembro, subí mi bragueta y reposé un momento. Él, por su parte, asomó la cebeza por la ventanilla y escupió la leche, que a esas alturas ya era malteada caliente, sobre la banqueta. Le pedí que me llevara un par de cuadras más adelante, me pidió mi número teléfónico, le di uno falso. Caminé unos pasos, con la certeza de que su camioneta estuviera perdida entre el tráfico, entré a mi casa, casi queriendo olvidanr la experiencia, pero satisfecho de haber desahogado la carga de leche que llevé durante días antes de encontrar una mano -y una boca- piadosa que me ayudara a alivianar ese peso...

Luis Carlos.