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EL ESTUDIANTE 6-1

CAP- 6-1

-- Ya lo sé, Tomy, seguramente celebrará alguna fiesta con los amigos.
--¡Qué raro! - exclamé extrañado - creí que estaban todos de vacaciones. Pero en fin, no es eso lo que me interesa, lo que quiero saber es quien tiene la suerte de poseer tu corazoncito. Aunque ya me imagino quien es.
--¿Sí, quién? - y levantó sus ojos azules risueños y traviesos hacia los míos.
-- El hermano de Mireya.
--¿Quién, Toni Cárdenas?
-- Sí, Toni Cárdenas.
-- Frío, trío, Tomy.
-- Pues es un chico muy majo
-- Seguramente, pero no es él.
-- Vale, me rindo, dime quién es.
-- Ah, eso si que no.
-- Pero ¿por qué no, preciosa mía?
--¿Te parezco preciosa?
-- Me pareces divina, Merche.
-- Eso lo hace el champán, Tomy.
-- Creo que te estás burlando de mí, así que no cambies de conversación y dime quien es.
-- No te lo voy a decir.
-- Por lo menos dime como se llama.
Se rió a carcajadas antes de contestar:
-- Que gracioso eres, Tomy.
-- Lo que soy es un desgraciado. Mira que tener a la mujer más bonita de Santiago a mi lado y dejar que se la lleve otro. Hace falta estar ciego.
--_Vamos, Tomy, no te hagas el mártir que no te va, sabes muy bien que la mitad de las universitarias andan loquitas detrás de ti.
-- Y qué me importa a mí eso, si la que me interesa me la birlan delante de mis narices.
-- Vaya, por Dios, chico, te han herido en el amor propio, mira que quitarle la chica más bonita de Santiago al mismísimo Tom Berenger ¿cómo se han atrevido? ¡Serán canallas!
-- No me provoques o te doy un beso que te dejo sin aliento.
-- Eso será si yo quiero, guapito de cara.

Intenté besarla varias veces, pero apartaba el rostro tan rápidamente que no lograba mí
objetivo. La sujeté por la cintura, con la otra mano inmovilicé su cara, besándola sin dejar de bailar. Rocé sus labios con mi lengua, y aunque los mantuvo cerrados algún tiempo, finalmente los separó y pude meterle la lengua hasta encontrar la suya. Nos detuvimos mientras jugábamos con nuestros besos en una prolongada y deliciosa caricia.

-- El gran Tom Berenger ha logrado besar a Cenicienta - me espetó al separarse, sonriendo con malicia.
-- Te estás burlando de mí ¿verdad, Merche?
-- Igual que tú de mí.
-- Palabra de honor que te estoy diciendo la pura verdad.
--¿Palabra de honor? - preguntó, separándose como un relámpago.
--¿Pero, adónde vas?
-- Vuelvo enseguida - respondió sin girarse. Las braguitas se le marcaba a cada paso y sus nalgas se bamboleaban cadenciosamente en vaivén como el péndulo acelerado de un reloj.

¿Pero dónde ha estado este monumento todos estos meses? Tengo el pájaro en la mano y lo dejo escapar. Hace falta ser idiota. Me senté en el sofá y volví a llenar las copas, esperando que cuando acabara de hacer pis seguiríamos bailando. Algo en ella me atraía de forma irresistible. Me pregunté si sería efecto del champán. No, era una chica deliciosa, que parecía más jovencita todavía de lo que era.

Tampoco hubiera imaginado que fuera tan simpática. Hablaba muy poco cuando estaban delante su madre y su hermana, como si delante de ellas se sintiera acomplejada por alguna razón desconocida para mí. Pasaba desapercibida, completamente desapercibida, sin embargo, aquella noche había cambiado su aspecto y su silenciosa forma de ser, para convertirse en una muchacha completamente distinta.

Parpadeé cuando la vi entrar sonriéndome con la ortodoncia puesta, los rubios cabellos despeinados y lacios, y una bata larga hasta los tobillos, ceñida por la cintura con un cinturón del mismo tejido.

Se había lavado la cara, porque no quedaba en ella ni rastro de maquillaje.
Me levanté de nuevo y comprendí que también se había quitado los zapatos de tacón alto. No paraba de sonreír, enseñándome la pieza metálica que tanta grima me daba. Supe lo que intentaba demostrarme. Me acerqué a ella y con sonrisa traviesa preguntó:

--¿Aún te parezco la más bonita de Santiago?
-- Y la más traviesa, preciosa mía. Me incliné, la estreché por la cintura y la levanté hasta que su carita de niña quedó a la altura de la mía. Me miró parpadeando y la besé abriéndole los labios para morderle la pieza metálica intentado arrancársela.
-- Me haces daño - se quejó entre dientes - Tomy, por favor.
Dejé de morderla para besarla. Se apartó
-- Perdona, Tomy, ha sido una estupidez, déjame en el suelo - comentó, e hice lo que me pedía.
Se giró en redondo, llevó las manos a su boca y cuando de nuevo volvió a girarse, su dentadura blanca y pareja relució en una pícara sonrisa
-- Lo siento, Tomy, soy tonta de remate.
Volví a levantarla y me rodeó el cuello con los brazos. Nos miramos y pregunté:
--¿Quieres decirme ahora quien es el afortunado al que amas?
-- Eres más tonto que Abundio, Tomy - me besó suavemente y se apartó de nuevo para mirarme con media sonrisa - Si tú no lo averiguas, no seré yo quien te lo diga - susurró, besándome de nuevo.
-- Vamos a ver... ¿Se llama Tomy?
-- Hum... hum - nasalizó, sonriendo sin despegar los labios.
--¿Y te tiene abrazada ahora mismo?
-- Hum... hum - volvió a repetir.
--¿Hace mucho que lo amas?
-- Fuuiiio - silbó entre dientes, abriendo los ojos de par en par.

La besé apasionadamente, saboreando la tierna suavidad de su lengua y con ella en brazos me senté en el sofá. La batita se abrió y pude ver sus muslos soberanos, desnudos hasta las braguitas de encaje. Cerré la bata de nuevo, sus cejas se arquearon con gesto de sorpresa y puso la suavidad de sus labios sobre los míos con una caricia de ternura casi infantil. Cogí una copa de cava de la mesita y bebimos los dos alternativamente hasta agotarla.

-- Así que lo amas hace mucho tiempo ¿no es eso?
-- Quieres que te regale los oídos ¿verdad, bribón?
--¿Sabes si él te ama también? - volví a preguntar, sin darme por enterado.
-- No, no me ama, quizá me desea esta noche, pero mañana me olvidará.
--¿Y no te importa que no te ame?
-- No puedo obligarlo.
--¿Y si estuvieras equivocada?
--¡Ojalá! Habría ocurrido un milagro.
--¿Quieres ser su mujer esta noche?
--¿No es eso lo que se dice en las bodas?
-- Si, señorita, eso es, ¿qué responde usted?
-- Que si quiero.
-- Puede que no tenga nada que ofrecerte.
-- Yo si tengo algo que darle.
--¿Ah, sí? ¿El qué?
-- Mi virginidad.
-- Pero, niña, tu no sabes lo que dices. ¿Quieres darme tu virginidad sin más ni más?
-- Sin más ni más, no, quiero dártela porque te amo ¿te parece poco?
-- Me parece demasiado. No merezco tanto amor, porque yo no sé si te amo.
-- Pero me deseas ¿o tampoco? - había ansiedad en sus infantiles ojos azules
-- ¡Hombre! - exclamé excitado - claro que te deseo, tendría que estar ciego pero...
-- Entonces - cortó, mimosa - llévame a la cama.

Se me ofreció voluntariosa, aprisionada bajo mi peso su pequeña figura de brisa marina, sentí el placer de aballestar su cuerpo tenue y delicado bajo las caricias de mi boca y de mis manos. No hubo rincón, ángulo ni recoveco de su seráfico y cristalino ser que mi lengua no recorriera paladeando el dulce y amarinado sabor de su carne impoluta.

Deseaba saciarla de caricias hasta la extenuación, sentirla gemir bajo la candente succión de mi boca y, ella, como una cervatilla, dócil, joven y fresca, me ofrecía su carne rosada y húmeda, trémula y apasionada de gozo, desmayándose en los éxtasis, ansiando ser poseída para entregarme la ofrenda de su virginidad.

Temía dañar su frágil cuerpo pese a la humedad que los primeros orgasmos le produjeron. Logré hundirme, deteniéndome cuando sus gemidos de placer se transformaban en lamentos de dolor.

Gritó abrazada a mí, temblorosa y doliente, se fue abriendo la flor, hasta que la sentí gozar con un orgasmo largo y profundo que la desmayó. Fue una noche inacabable que disfrutamos hasta quedar completamente rendidos y extenuados. Se durmió en mis brazos, y finalmente, también yo me dormí, pese a la dulce caricia de su apretada vagina sobre mi erección
Datos del Relato
  • Autor: Aretino
  • Código: 16233
  • Fecha: 18-03-2006
  • Categoría: Varios
  • Media: 5.15
  • Votos: 62
  • Envios: 0
  • Lecturas: 3242
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