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Categoría: Confesiones

LA MUJER DEL VECINO

"Como para vengarme de mi vecino seduje y me follé a su mujer..."

 

La historia que voy a relataros tuvo lugar hace poco más de diez años, y si ahora ha venido a mi mente es porque hace apenas una semana vi de lejos en la calle a su protagonista. Ella no es ni de lejos la mujer más hermosa con la que me he acostado, ni me siento especialmente orgulloso de lo que hice, pero nuestra aventura tuvo una buena dosis de morbo y por ello procedo a contárosla. 

Hace poco más de diez años vivía con mi mujer y mi hijo recién nacido en otra vivienda y localidad. En el edificio había un vecino – que era el típico “tocacojones”, dicho mal y deprisa: se quejaba en todas las juntas de vecinos por cualquier nimiedad – el precio de las cuotas, el color para pintar las escaleras, el horario de recogida de basuras…- Era transportista, un amargado, de esos vecinos que parece que viven para fastidiar a los demás y que no están satisfechos si no lo consiguen.

Para más inri era el propietario de la vivienda situada justo debajo de la mía, y más de una vez vino a quejarse a mi puerta del ruido que hacía, primero los amigos cuando venían a cenar a casa algún sábado, y después el bebé al llorar por las noches. Harto de sus insolencias la última vez que subió a mi casa lo eché de malos modos, al punto de casi acabar a las manos – afortunadamente la sangre no llegó al río, y digo afortunadamente porque por aquel entonces yo estaba mediada la treintena y él pasaba los cincuenta años: además, yo estaba en forma por la práctica habitual de deporte y él era bajo, gordinflón y fofo, con lo que de habernos “enganchado” seguramente le habría partido la cara y tenido que pagarle luego los dientes.

Pero las cosas no hubieran ido a más sino hubiera sido por un último incidente que desembocó en lo que vino a continuación: tras una junta anual de vecinos muy tumultuosa en la que le eché en cara su comportamiento delante de todos y lo puse en su sitio llamándole de todo menos bonito entre el silencio y las burlas de los presentes, José – que ese es su nombre- abandonó la sala rojo de ira jurando a voces

-          Me las pagarás, ya verás…

Acabamos la reunión, se me pasó el cabreo con un par de cervezas y volví a mi vida con mi mujer y mi hijo. Pero tres días después, al bajar al garaje como cada mañana para coger el coche e irme a trabajar me encontré el mismo con una rayadura lateral que abarcaba desde el motor hasta la maleta, por el lado del conductor… era profunda, como hecha con una llave o un destornillador, y yo, que soy muy de mimar mi auto, supe nada más verla que dicho rayazo no estaba la víspera cuando metí el coche en el garaje al volver a casa: dado que al garaje solo tienen acceso los vecinos, que no había ningún otro coche rayado alrededor – lo que descartaba un acto de vandalismo arbitrario- y que yo sólo tenía problemas en el edificio con Manuel no tuve ningún atisbo de duda respecto a quien había sido el autor. Aunque tenía el coche a todo riesgo sin franquicia me fui a trabajar hecho una furia, jurando en arameo, pasé todo el día cabreado y al volver a casa bajé a su casa a la hora de cenar para encararme con él. Llamé al timbre y me abrió su esposa, Clara, una mujer de entonces 52 años, rubia teñida, más bien baja, con curvas y algo de sobrepeso, con unas buenas tetas y un culo rotundo, pero sin atractivo físico para mí – de hecho nunca me había fijado en ella hasta… pero no adelantemos acontecimientos-. Ella pareció sorprendida primero de mi presencia ante su puerta, y temerosa después – era conocedora de la mala relación de su marido conmigo, y como después me confesó sabía lo del coche porque su marido se había vanagloriado de ello ese mismo día mientras comían-.

-          Ho ho hola Daniel, tartamudeó Clara, ¿en qué puedo ayudarte?

Yo, esforzándome por controlar mi ira, ya que ella no tenía culpa de nada – las pocas veces que mi mujer o yo nos la encontrábamos en el ascensor, en la tienda o en la calle ella nos saludaba y procuraba ser cortés, como queriendo significar que los problemas de su marido con nosotros y el resto de vecinos eran  de su marido y no suyos- le repliqué cortésmente

-          Hola Clara, buenas noches. Disculpa que te moleste, pero quería hablar con tu marido. ¿Está en casa?

Ella, un tanto asustada – sabía sin duda de lo ocurrido meses atrás, cuando casi habíamos llegado a las manos, y temía sin duda que ahora por fin ocurriera- me contestó

-          Está, pero nos pillas a punto de cenar y….

Pero antes que pudiera añadir nada más apareció por el pasillo el cabrón de mi vecino, bajo, barrigón y medio calvo como de costumbre, sonriendo ufano, y tras despedir a su mujer para que atendiera los fogones me preguntó desdeñosamente

-          Vaya vecino, qué placer tan inesperado recibir tu visita… ¿Qué te cuentas?

Yo no quise alargar la conversación más allá de lo inevitable, y para evitar enzarzarnos en una discusión y probablemente en una pelea  le dije escuetamente

-          Sabes a lo que he venido. Has rayado mi coche. Cuando me avisen en el taller de lo que costó el arreglo te haré llegar la factura para que me la abones

-          Ja ja ja, porque tú lo digas, se me rió en la cara, muy seguro de sí. Antes tendrás que demostrar que fui yo el que te lo rayó, que no podrás

Yo, sombrío pero tranquilo, acerqué mi rostro al suyo y bajando la voz para que no me oyera nadie más – él vive con su esposa, no tienen hijos, y algún vecino chismoso podía estar detrás de la mirilla- le susurré

-          Entonces atente a las consecuencias, quedas avisado…

Y sin darle tiempo a replicar me giré y me volví a mi casa. Yo no denuncié lo ocurrido a la policía ni a la comunidad, porque como él dijera no podía demostrar nada y era perder el tiempo. Pasaron un par de semanas, y una vez arreglado el coche y negado él a abonar el importe empecé a meditar mi venganza. Descarté sucesivamente partirle la cara o devolverle el rayazo en su propio coche, pues no quería entrar en una espiral que a nada bueno llevaría, pero sabía que no me quedaría tranquilo hasta haberme vengado – yo soy de los que ni perdono ni olvido, qué le voy a hacer-, así que tras meditarlo unos días resolví desquitarme follándome a su mujer y convirtiéndolo en un cornudo.

Hago aquí un inciso para señalar que José, además de fanfarrón, ese el prototipo de muchos hombres de su época: machista, asiduo de los bares, de las partidas con sus amigotes, bocazas - más de una vez en la barra del bar situado debajo mismo de nuestro portal lo oí presumir de tal o cual furcia  que se había follado en un puticlub de la zona-, malencarado además de con  los vecinos con su mujer – nunca lo había visto hablar con ella sin emplear un tono autoritario y suficiente-. Ella, como para su desgracia otras muchas mujeres de su generación, creció en el franquismo, en el adoctrinamiento social y religioso de que al hombre y sobre todo al marido hay que consentirle y obedecerle, y además al no haber trabajado nunca y carecer de sustento económico propio me imagino que su situación se agravaba. Como además como dije no era una mujer joven ni especialmente agraciada supuse que con buenas palabras y malas tretas no tardaría en caer en mis brazos, y ciertamente así fue.

Comencé por estudiar sus horarios, sus rutinas, para planear que nuestros primeros encuentros fueran casuales. Averigüé así que era asidua a determinado hipermercado para hacer la compra, casi siempre a media mañana, al que acudía en autobús por no conducir. Así pues el primer día decidí abordarla allí en un día lluvioso. Me aposté en una cafetería situada enfrente del portal de nuestro edificio, y mientras trabajaba con el ordenador portátil y atendía a los clientes por teléfono no lo perdía de vista. Nada más la vi salir y constaté que en efecto cogía el bus la seguí hasta el interior del centro comercial y allí, tras coger vino y llamar a mi mujer diciéndole que tenía una comida de trabajo y no iría a casa hasta la tarde –ella sin sospechar me contestó que aprovecharía para ir con el niño en casa de sus padres, para que los abuelos disfrutasen del nieto- me hice el encontradizo con la vecina.

-          Hola Clara, que sorpresa tan agradable

Ella pareció gratamente sorprendida, habida cuenta de la sonrisa que espontáneamente mostró y de su respuesta

-          Oh, Daniel, buenos días, yo también me alegro de verte

Tras unos comentarios banales- que si vaya día lluvioso, que si compras aquí también, etcétera- proseguimos cada uno nuestro camino. Yo pagué mi compra y esperé a que ella saliera y se encaminara a la parada del autobús bajo la lluvia e imposibilitada de abrir el paraguas al ir cargada con las bolsas para detener mi auto a su altura junto a la acera y decirle

-          Venga, sube que te acerco

Ella dudó un instante y me dijo

-          Muchas gracias, pero no quiero molestarte

-          No es molestia, no seas tonta que te vas a mojar toda

Clara aceptó por fin, subió rápidamente al coche, dejó las bolsas en la parte trasera y mientras yo arrancaba bajo el aguacero y ella se acomodaba me dijo

-          Ay Daniel, muchas gracias, que la verdad me estaba empapando con esta lluvia

Al llegar a casa insistí en ayudarla a subir las bolsas finalmente precediéndome por la empinada escalera que permitía acceder del garaje a la vivienda: Esa fue la primera que me fijé con detalle en su culo, que a un par de escalones delante de mis ojos y con la tela de la falda húmeda y pegándose a la piel fue como una revelación. Un poco grande, como su dueña,  pero rotundo de formas y carne donde disfrutar… Para terminar de excitarme y decidirme a dar el paso de intentar seducirla – corría el riesgo de que me rechazara y no sólo se lo contase a su marido, sino aún peor, a mi mujer- al entrar en la cocina para dejar las bolsas sobre la mesa y girarse ella para encender la luz, pude advertir de forma fugaz que la blusa blanca mojada también se le había pegado al cuerpo, revelando un pecho sugerente... Nada más depositar la compra en su cocina, y antes de que dijese yo nada, vez fue ella la que me sorprendió

-          No te vayas, te invito a un café. Es lo menos que puedo hacer por ti

De repente ella se sonrojó un poco, como si pensara que se había ofrecido de más,  y añadió precipitadamente y bajando la vista

-          Aunque claro, no lo había pensado, estarás ocupado con el trabajo y ya te he molestado suficiente….

Yo sonreí y mirándola a los ojos le repliqué

-          En verdad Clara que será un placer tomar el café contigo, pero con una condición

-          ¿Cuál? Inquirió ella, mirándome sorprendida

-          Que me dejes a mí preparar el café y vayas a darte una ducha y cambiarte de ropa mientras tanto, pues estás calada y sino acabarás cogiendo un resfriado

Como si de repente fuese consciente de su estado, Merche bajó la vista a su blusa, y tras comprobar su estado se sonrojó repentinamente y me contestó

-          Ahora mismo vuelvo, tienes la cafetera en la estantería de encima del microondas, y el café en la nevera….

Y casi que corriendo salió por el pasillo en dirección a su dormitorio. Yo entretanto puse la cafetera al fuego, cogí las tazas, el azúcar, y cuando el calentador al apagarse me indicó que la ducha había terminado me dirigí sigilosamente tras sus pasos, y una vez llegado a su puerta me asomé por la rendija de la puerta de su dormitorio, que consciente o inconscientemente no había cerrado del todo. Así pude vislumbrar reflejada en el espejo del vestidor como Clara se estaba secando con una toalla el pelo  mientras otra se ceñía al cuerpo, mostrándome ahora sus piernas  hasta el inicio casi de sus glúteos. Cuando dejó caer  la toalla para ponerse la ropa interior tuve una fugaz visión de su coño – cuyo pelo lucía oscuro, abundante y rizado, y que tapó con unas bragas negras semitransparentes-  y un poco más detallada de su vientre – con algunas rollas de grasa- y de sus tetas, que lucían espléndidas de tamaño; un poco caídas por la edad,  pero cuyos pezones me parecieron más enhiestos de lo normal… y lo cierto es que antes de esconderlos bajo el sujetador  Clara se los pellizcó fugazmente, lo que me hizo pensar si no se habría estado tocando en la ducha…sonriendo para mis adentros, y no deseando que me descubriera espiándola ni que se me quemara el café regresé sin hacer ruido a la cocina, meditando sobre lo que acababa de ver: la vecina no es que estuviera especialmente buena, pero sí un poco excitada con mi presencia o con la situación, y mi polla empezaba a reaccionar y a tomar el control de mis actos.

Al cabo de unos minutos, con el café recién hecho y su olor invadiendo la cocina, Clara regresó a la cocina. Estaba espléndida, con medias negras, una falda del mismo color larga hasta las rodillas y una camisa cruda que tenía los tres botones de arriba desabrochados: nada de mostrar el canalillo, entiéndaseme, sino más bien de insinuar que ahí abajo había algo, lo que teniendo en cuenta su forma de vestir era toda una novedad. Tras sonreír nerviosa a mi comentario de ``estás guapísima´´ sugirió tomar el café en el salón, y me indicó que fuese yendo yo mientras ella ponía todo en una bandeja. Mientras ella acababa de prepararlo todo en la cocina, yo me entretuve mirando las fotografías de las mesas y estantes del salón, para hacerme una imagen más clara de su familia y de su vida. Aparecían en ella además de dos ancianos  - sus padres o sus suegros, supuse- su marido, pero ningún niño, lo que confirmaba lo que alguna vez mi mujer y otros vecinos me habían comentado de que no tenían hijos. Absorto en estas elucubraciones llegó ella, y al girarme al oír sus pasos coincidió que la sorprendí mientras se inclinaba sobre la mesita auxiliar  para dejar la bandeja con los cafés y pude observar fugazmente sus tetas colgando poderosas, apenas sujetas por el sostén y tapadas por la blusa. Tras sentarme junto a ella, y mientras removía el azúcar, empecé a interrogarla discretamente, envolviendo mis pesquisas entre halagos

-          Vaya Clara, tienes el piso arreglado con muy buen gusto, se nota tu mano…

Ella sonrió ante mis zalamerías y me contestó

-          Vaya gracias, da gusto que alguien alabe el esfuerzo de una

Yo adopté un tono triste y poniendo cara de no entenderlo le dije

-          Tu marido siempre me ha parecido lo que es, un cretino.  Y refuerza mi idea el hecho de que no parece apreciar lo que tiene. Y si no es indiscreción, ¿cómo es que no habéis tenido hijos? Porque creo que hubieras sido una madre excelente

Ella esbozó  una sonrisa triste y contestó

-          Lo intentamos, sobre todo los primeros años, pero no hubo manera. Después de un tiempo intentándolo me obsesioné tanto que hasta me hice un análisis de fertilidad y resultó que todo era normal, pero…. Ahí se detuvo y apretó los labios, como si temiese ir más allá, o lamentase haber dicho más de lo que hubiera querido

Yo intuí el problema y dándole una ligera caricia en su mano acabé la frase

-          Pero tu marido no quiso hacerse ninguna prueba, casi que juraría que ni quiso oír hablar del asunto, o de otras soluciones como la adopción o la inseminación artificial, ¿me equivoco?

Clara asintió bajando la vista, y yo sonreí para mis adentros, pues sabía que la seducción estaba hecha: la breve conversación con ella había confirmado mi intuición de que era una mujer sola, despreciada por su marido, falta de cariño y de sentirse atendida, amada, especial, y no sólo necesitada de sexo– que también-. Era una mujer madura, discreta, tradicional… pero urgentemente necesitada de cariño, sexo y atención. Llevarla a un punto en que no pudiera contenerse y traicionar todo aquello que desde pequeña le habían inculcado para convertirse en la amante de un hombre casado, su putita… no debería serme excesivamente difícil estando como se adivinaba tan abandonada física y emocionalmente, ávida de cariño pero también de sexo... Yo era bastante más joven y atractivo que ella, que no debía creerse la suerte que llamaba a su puerta, y el hecho de que se vistiera como se había vestido tras la ducha me indicaba que aceptaba entrar en el juego de la seducción.  Volviendo a retomar el hilo de la conversación le dije

-          Claro, para un hombre machista y engreído como él es inaceptable el hecho de saber que su hijo está engendrado por otro, pero dime una cosa. ¿Nunca tuviste la tentación de quedarte embarazada por tu cuenta?

Ella se sonrojó levemente y me contestó

-          Pues no… era mi marido, yo lo amaba, y esas cosas no se hacen

Yo levanté las manos como disculpándome y le dije

-          Perdona, no he pretendido ser grosero ni faltarte al respeto. Pero por lo poco que conozco a tu marido te digo que a poco que fueses cuidadosa con las fechas y con la elección de un amante anónimo él no hubiese sospechado nada, que muy listo no es

Ella sonrió e hizo un gracioso ademán con la mano aceptando mis disculpas y me contestó

-          Pues posiblemente tienes razón. Igual me faltó valor para decidirme. Pero ahora es tarde para eso, aunque lo lamente, porque de haberlo hecho al menos ahora tendría un hijo al que dar y del que recibir cariño, porque nuestro matrimonio hace años que no es más que una fachada ante la familia y poco más. Él cada vez pasa menos tiempo en casa conmigo, prefiere andar por ahí adelante con los amigotes, bebiendo y demás… supongo que le habrás oído contar sus “hazañas” en el bar

Yo le sonreí afectuosamente, aprovechando para poner mi mano sobre su rodilla, y le repliqué

-          Ya sabes lo que dice el refrán: “perro ladrador, poco mordedor”

Ella sonrió cruelmente y me dijo

-          No, si eso puede ser. De hecho hace meses que no…. Igual ya no puede, o es que soy yo que ya no gusto

Yo, fingiendo a partes iguales indignación y sorpresa, y poniendo mis manos sobre sus hombros, la giré para encarar nuestros rostros a pocos centímetros de su cara y mirándola a los ojos le repliqué

-          Eso es como comer hamburguesas fuera teniendo solomillo en casa… y  por otra parte, ¿cómo es que no lo has dejado? porque me pareces una mujer de carácter, guapa e inteligente... perdona, no quiero parecer entrometido, añadí a continuación, desviando mi vista a la mesa del café y sirviéndome otra taza para darle tiempo a asimilar lo escuchado y a contestarme

Ella me explicó

-          Bueno, gracias por tus cumplidos, pero la verdad es que no están fácil. Me crié en una familia de las de antes, donde los hombres tenían todos los derechos y ninguna de las obligaciones. No estudié más que hasta bachillerato, donde conocí a mi marido, y nos casamos apenas se licenció del servicio militar para trabajar en la misma empresa de transportes de su padre. Te encierras en la casa, las tareas del hogar, las comidas, las rutinas… tu vida y tus prioridades se van sometiendo poco a poco a las de tu pareja. Y luego mi marido se empeñó en irnos a vivir fuera y comprar este piso, arrancándome de mi entorno y de las pocas vecinas y personas con las que tenía cierto trato… Aquí me siento fuera de lugar, no conozco bien a nadie y me refugio en mi casa. Y cuando hace unos años descubrí lo que ya intuía – que mi marido es un borracho y un putero, que prefiere andar por ahí con sus amigotes  que estar en casa y dedicarme tiempo a mí, y que cuando está me trata como a una criada interna más que como a una esposa- ya era demasiado tarde para plantearme dejarle. No tengo trabajo ni profesión, ni familia o amigos  a los que recurrir, y para total seguir sola prefiero la mierda de vida que tengo a la inseguridad y el miedo que se apoderarían de mí de dejarlo.

Me acerqué a ella, le cogí las manos para consolarla y le contesté

-          Perdóname, no pretendía juzgarte, pero es que me resulta increíble que una mujer como tú esté así de sola… De matrimonios vacíos que se mantienen por los niños o la rutina también podría contarte yo un rato, pero antes de que nos inunden las penas vamos a tomarnos una copa para ahogarlas

Y levantándome al mueble bar cogí el whisky y dos vasos para preparar la última fase de mi seducción. Volví junto a ella al sofá y entre confidencias y brindis por los matrimonios frustrados y los nuevos amigos fue pasando el tiempo y vaciándose la botella. En eso estábamos, ya descalzos y recostados sobre el chaise-longue, ella un poco borracha, cada vez con la mirada más turbia y la actitud más desenfadada,  cuando de repente su teléfono sonó. Tras visualizar la llamada ella me miró alarmada e hizo señal de que guardara silencio antes de descolgar contestando

-          Hola José, me coges a punto de meter la carne en el horno, ¿querías algo?

Mientras hablaban, yo aproveché el momento para posar mi mano izquierda sobre su rodilla. Clara, que continuaba al aparato con su esposo, me miró e hizo además de retirar mi mano, pero al cabo de un instante desistió de ello y volvió a la charla con su marido. Yo aproveché para deslizar mi mano hacia arriba bajo su falda, acariciándole el muslo por su cara externa, mientras ella cerraba sus piernas y me miraba entre sorprendida y excitada. Con la mano derecha apreté ligeramente su pecho por fuera de la blusa, sintiendo el pezón endurecerse a mi contacto, mientras inclinándome sobre ella procedí a besarla – apenas un roce, pero muy erótico,  de nuestros labios húmedos-. Sorprendida, nerviosa y también un poco cachonda, Clara finalizó la llamada con su marido diciendo que no se preocupara, lo entendía, que guardaría la comida que estaba preparando para la cena, y colgó precipitadamente para encararse conmigo. Pero antes de que pudiese decir nada pasé mis manos una sobre su nuca y otra sobre sus riñones y levemente fui dejándome caer sobre ella, recostándola sobre el sofá y besándola ahora sí con lujuria y pasión.

Al cabo de un instante ella se rindió al placer. Empezó a devolverme los besos con tanta ansia como inexperiencia, a mirarme a los ojos sin dejar de besarme, y a acomodarse en el sofá de tal manera que mi cuerpo  cubriese el suyo. Estuvimos besándonos con pasión y desenfreno, como dos adolescentes, por un tiempo que no sabría determinar, y cuando al final nuestros labios se separaron y nos miramos a los ojos – ella parecía en verdad embelesada y enamorada como una quinceañera virgen- yo me puse de pie y desabrochándome el cinturón dejé caer mis pantalones y mis bóxers hasta los tobillos para enseñarle mi miembro totalmente depilado y erecto mientras le decía

-          Joder Clara, me ha puesto a mil oírte mentirle a tu marido con tanta seguridad mientras me tenías a tu lado, y con lo mucho que me gustas y lo excitado que me tienes no he podido evitar echarme encima de ti , lo siento

Ella se quedó mirando embobada mi polla, que lucía brillante y en pie de guerra, con las pupilas dilatadas, la respiración agitada y la falda por las caderas… pero aún tuvo un último atisbo de mesura, un intento de ser razonable y modosa y me dijo

-          No Daniel, no podemos, los dos estamos casados, tú tienes un niño, esto es una locura….

Mientras me sacaba la camisa para que contemplase completamente desnudo – sin tener un físico de atleta sí mantengo - y más por aquel entonces- mi vientre plano, con piernas fuertes y velludas que hacen resaltar aún más mi pubis y mis testículos afeitados, y el glande húmedo de precum que parecía apuntarla acusador- le contesté

-          Clara, tu marido es un putero que no te merece, yo llevo meses sin follar entre el embarazo y la cuarentena de mi mujer, y  llevo todo el día pensando en ti. Nunca me había pasado esto ni me lo hubiera imaginado, pero ahora mismo siento que estoy loco por ti más y más a cada minuto que pasa...

Y arrodillándome junto a ella procedí a volver a besarla ávidamente. Ella dejó de luchar contestando ferozmente a mis besos, mordiéndome incluso los labios, y supe que ya era mía cuando su mano buscó de manera instintiva mi polla agarrándose a ella como un náufrago a una balsa y comenzó poco a poco a meneármela… Yo desabroché su blusa con ambas manos y descubrí un sujetador negro de encaje que apenas ocultaba dos preciosas tetas, algo caídas y no demasiado grandes, pero de areolas grandes y pequeños  pezones, a las que accedí poco a poco, con besos y lametones por su cuello y su clavícula, mientras bajaba las hombreras de su sostén primero y desabrochaba éste en su espalda a continuación, para retirárselo y dejarlas a mi merced.  Acto seguido empecé a chupetearlas y mordisquearlas. Ella parecía estar fuera de sí: gemía cada vez de forma más alta y constante, agarraba mi cabeza contra sus tetas con una mano y masturbaba mi polla frenéticamente con la otra, de tal manera que para nada me sorprendió cuando, tras meter mi mano izquierda bajo su falda, encontré al tacto sus bragas encharcadas. Empecé a sobarle el clítoris y los labios vaginales con mis dedos – ella gemía cada vez más entrecortadamente- y al cabo de unos instantes,  nada más agarrarle el coño con toda la  palma de la mano, para hacerle sentir lo que venía a continuación, y sin haberle metido siquiera un dedo, mi madura vecina tuvo un orgasmo tan brutal como inesperado, poniéndosele los ojos en blanco mientras gritaba

-          Síííí´…. Diosssss…. que gustoooooooooo……. Aggghhhhhhhh

 Me retiré para contemplar a la modosita vecina toda semidesnuda, desmadejada y dispuesta que tenía ante mí. Permanecí un instante mirándola recuperarse poco a poco de su orgasmo, adecuando su respiración... intuyendo que por sus miedos y recelos cedería más al cariño que a la lujuria me incliné de nuevo sobre ella, volví a abrazarla amorosamente y comencé a besarla cariñosamente mientras le susurraba lo afortunado que me hacía sentir y le daba las gracias por ello. Su rostro era el espejo de la satisfacción física y la felicidad emocional cuando correspondiendo a mi abrazo oprimió su cuerpo contra el mío, tapó mis labios con un dedo en un cariñoso gesto y me interrumpió

-          No digas nada, Daniel, yo sí que me siento afortunada, pero esto es una locura y no creo que debamos continuar adelante

Yo me deshice cariñosamente de su abrazo, y admití

-          Puede ser, pero siento que me he aprovechado de un momento de debilidad tuyo para seducirte. Te aseguro que no ha sido esa mi intención, y no quiero que luego te sientas culpable. Y para que no te quepa ninguna duda ahora mismo me voy.

Y levantándome comencé a recoger mi ropa del suelo…

Clara se puso ella misma la soga al cuello al responderme

-          No te vayas, por favor, no te culpo de nada, yo si que he procurado seducirte, aun sabiendo que eres una buena persona y estando casado, pero es que hacia tanto que no me sentía así…

Yo me volvía a agachar junto a ella en el sofá, y besándola suavemente le pregunté

-¿Así cómo?

Ella volvió a besarme apasionadamente y me contestó

-          Especial, atractiva, deseada….

Yo deslicé mis manos hacia la parte trasera de su falda para soltarle el botón, bajarle la cremallera y sacársela. A continuación hice lo mismo con las bragas, la blusa y el sostén. Acto seguido mis manos se apoderaron de sus nalgas y comenzaron a apretárselas – de su boca salió un gemido ahogado por mi lengua- mientras echándome sobre ella mi torso empezaba a restregarse contra sus tetas. Entonces le pregunté

-          ¿Solo así? ¿y qué más?

Clara estaba cada vez más en mis manos: se dejaba manosear y dirigir por mí, su respiración se agitaba, sus ojos se desviaban al suelo de vergüenza y sus mejillas se enrojecían de deseo. Mientras echaba sus manos a mi cinturón para intentar desnudarme me contestó con voz queda

-          Y cachonda…Oh,  Dios, debo de haberme vuelto loca, pero te deseo tanto

 Dada la torpeza de sus manos temblorosas e inexpertas mi pantalón se le resistía, así que para ayudarla en la labor y para dar paso a su entrega definitiva procedí a levantarme de nuevo y sentarla en el sofá pasando mis manos por detrás de sus axilas, dejándola con su cara a la altura de mi entrepierna. Verla así, toda desnuda, excitada, la mirada fija como hipnotizada en mi rabo depilado y enhiesto, salida como una perra, peleando por bajarme precipitadamente, a tirones, mi pantalones y mis calzoncillos… pensar en los cuernos que le estaba poniendo al cabrón de mi vecino me puso a mil, y olvidándome que su mujer era una mujer de poca  y convencional experiencia sexual agarré con una mano mi pene y con otra su nuca hasta ponerle mi glande a escasos centímetros de su boca y sin más dilación le dije

-          Cómetela, no me dejes a medias

Ella, tras una breve vacilación y entreabriendo la boca se la fue introduciendo poco a poco. Sin duda, tal y como me comentaría después, la mía era la primera polla que se comía – la educaron en la convicción de que el sexo oral, el anal, y prácticamente todo lo que se saliese de las enseñanzas de la iglesia, eran pecado, propios de golfas a las que ningún hombre tomaba en serio-, y al principio mi placer fue escaso: me rozaba con el paladar o con los dientes, no la lubricaba convenientemente con su saliva, y sólo el morbo de ver a la esposa de mi enemigo ante mí desnuda en su propia casa siendo desvirgada por la boca me produjo la suficiente excitación para mantenerme el rabo duro. Pero poco a poco y al carón de mis instrucciones Clara comenzó a mejorar: sus labios formaron una “O” que engullía mi falo golosamente, su saliva empezó a empapar mi polla, y su cabeza a moverse al ritmo de mi pelvis y de la mano que mantenía en su nuca para follarle la cara. Ahora tenía que retomar su excitación además de preocuparme de mi placer, así es que empecé por ordenarle que con una mano me sobase los huevos y con la otra se hurgase en el coño. Cuando lo hizo le ordené que me mirase simultáneamente y volviendo por un instante al papel de tierno amante detuve su felación, me incliné para besarle la boca y aproveché el momento para pellizcarle los pezones - lo que le arrancó un gemido de dolor y placer- y le dije

-          Oh, cariño, que bien lo haces. Sigue y no dejes de mirarme mientras, que me vuelve loco…

Ella me obedeció ya sin rechistar, quebrada su voluntad y perdido el control de sus actos, y progresivamente fui aumentando tanto la rapidez de mis movimientos pélvicos como la cantidad de rabo que le introducía en la boca, mientras le pedía que no dejase de tocarse... Lo cierto es que Clara, cada vez más excitada y agotada, cayó de rodillas ante mí. Las piernas abiertas y el coño  - menos peludo de lo que me esperaba, en verdad- asomando húmedo y rosado entre sus dedos. Agarrándole la cabeza suave pero firmemente con ambas manos inmovilicé ésta para bajar un poco el ritmo de la mamada y mirándola le ordené

-          Métete dos dedos en tu coño y frótate bien hasta que te corras, zorra

Ella gimió al sentirse interpelada de esa manera, pero no protestó mi orden ni dejó de hacerme caso. Mientras notaba cómo aceleraba el ritmo en su masturbación yo empecé a hacer lo propio con mi polla en su boca, empotrándole la cabeza contra mi pelvis. Al notar  próximo mi orgasmo le ordené

-          Quiero que te corras así, desnuda en tu casa, con la polla de tu vecino en la boca, los pezones de las tetas duros como piedras, el coño encharcado y dispuesta a tragar semen

Y acto seguido nos corrimos casi simultáneamente como posesos: ella gimiendo guturalmente, con hilos de saliva cayéndole sobre sus tetas, el rímel corrido, la cara roja carmesí,  posado el culo sobre sus tobillos y mojando la alfombra del salón con los flujos vaginales que escapaban entre sus dedos, y yo vaciando mis repletos huevos – llevaba varios días sin eyacular- en su boca, sujetándola firmemente para evitar que sacara mi polla y obligándola a tragar para no ahogarse, lo que hizo no sin dificultad y sin poder evitar que algún resto de lefa saliese por la comisura de sus labios …

Nos habíamos corrido como dos amantes fogosos, pero una vez dejé de pensar con la polla, y para evitar que una vez “en frío” fuese consciente del sexo tan soez y del lenguaje tan humillante que había usado con ella y se asustase, volví de nuevo a ser el amante enamorado, tierno y cariñoso. Así pues me dejé caer al suelo junto a ella, limpié los restos de semen de su cara con mis dedos y dándole un piquito en sus labios la miré dulcemente y le dije

-          Perdóname Clara si te he ofendido de alguna manera, pero tu cuerpo me hechiza y no puede contenerme

Ella desvió la mirada hacia el suelo y me susurró con voz queda

-          Yo nunca….

Y antes de que pudiese continuar volví a besarla, y cogiéndola en brazos no sin dificultad – además de ser ella una gordibuena a mí aún me temblaban las piernas- la llevé hasta el dormitorio mirándonos embelesados, para ahí  proceder a follármela: llegué hasta su lecho marital y la deposité boca arriba sobre su edredón y sin dejarla  parar a pensar me tumbé junto a ella y sin dejar de besarla comencé a deslizar mis manos por sus piernas, sus caderas y sus orejas. Mientras la besaba y sobaba dulcemente le dije

-          No me tomes a mal mi vocabulario ni mis maneras rudas de hacerte el amor… de siempre me ha gustado el sexo  duro, sin tabúes ni límites físicos ni orales más que los que nos marquemos nosotros mismos, y eso no tiene nada que ver con los sentimientos… confía en mí, déjate llevar y verás cómo lo disfrutas

Y sin darle tiempo para contestar empecé a descender mi cabeza y mis labios hacia abajo, parando primero en sus pechos – sus pezones seguían enhiestos y excitados- luego en su ombligo y finalmente hacia su coñito. A continuación, en lugar de descender directamente hacia su clítoris y su coño – que olía deliciosamente, a hembra excitada-  me desvié hacia la cara interna de sus muslos, que abrí cuanto puede con mis manos: ella  no protestaba ni oponía resistencia alguna, su brillante y húmeda raja por momentos parecía derretirse de ganas de que se la comieran y se la follaran. Pero yo decidí hacerla esperar un poco antes, que la excitación y las ganas fuesen tales que definitivamente hiciese todo lo que yo quisiera, así es que la abrí totalmente de piernas con mis manos, enterré mi cara entre sus muslos, pero sin llegar a rozar sus labios vaginales, y le ordené

-          Incorpórate sobre los codos y mírame, quiero que veas cómo te chupo el coño

Su mirada mezcla de obscenidad y vergüenza y su sometimiento inmediato a mis órdenes me excitaron sobremanera. Sin apartar mis ojos de su cara lamí suavemente su esfínter y poco a poco fui subiendo hacia su clítoris, abriendo lentamente sus labios y gozando de verla apretar los dientes, cerrar los ojos y dejar escapar un gemido y una exclamación de gusto

-          Ufff, que gusto, nunca había sentido nada parecido, no pares…..

Sabiéndola cada vez más entregada, volví a la carga una vez más, enterrando a cada pasada un poco más mi lengua en su coño y comenzando a rozar sus labios vaginales con mi boca, y succionando además el clítoris. Al cabo de unos instantes mi vecina empezó a correrse empapando mi cara, restregándose el coño por mi cara a golpe de caderas y aullando de manera tal que pensé que la oirían en los pisos aledaños

-          Síííí, me matas….. Agggghhhh

Al cabo de unos momentos cayó desmadejada sobre la cama, las piernas abiertas, el cuerpo desnudo reluciente de sudor, los ojos y la boca entreabiertas, el bajo vientre brillante de saliva y flujos y boqueando en busca de aire tras el brutal orgasmo. Era el momento propicio para someterla definitivamente, y de hecho demostró estar más allá de todo sentimiento que no fuera de gusto y de vicio cuando a mi exhortación de  “te gusta, eh zorra, que te coman el coño y te follen en tu lecho matrimonial como a una guarra... ¿eres mi putita?”  ella contestó con voz ronca

-          Siiiii, soy tu putita…. me encanta cómo me besas, me tratas y me comes, y quiero que me folles

Yo me eché hacia atrás, me puse de rodillas entre sus piernas y tirando de sus caderas hacia mí empecé a restregar mi polla de nuevo enhiesta a lo largo de su coño hasta rozar el clítoris con mi glande, haciéndola estremecer de gusto y de ganas. Cuando estaba ya fuera de sí, buscando desesperadamente empalarse con mi rabo, se la metí de un solo golpe de riñones hasta el fondo- pese a su edad y su relativa estrechez por falta de uso, la lubricación de su coño resultó más que suficiente- y cuando al final mis huevos chocaron con su vulva haciendo chof me tumbé sobre ella y comencé un lento mete-saca para que su vagina se adecuara a mi polla mientras la besaba y le decía

-          Bésame y cómeme la boca, así descubrirás cómo saben tus jugos, cerda

Como una posesa Clara procedió no ya a besarme sino a devorarme la boca, a besos, lametazos y hasta mordiscos. Su boca era un volcán y su coño era una piscina. Por fin estaba desatada como había esperado, camino de un nuevo orgasmo que por sus gemidos no parecía lejano…. y era el momento de subyugarla, así es que tras unos minutos de embestirla en la posición del misionero saqué mi polla húmeda y brillante de su interior, me incorporé y le dije

-          Yo no soy el cornudo de tu marido ni tú mi tierna esposa, sino mi amante … así que date la vuelta y ponte a cuatro patas para que te monte desde atrás, perra

Sin dudarlo siquiera se giró, se puso a cuatro patas, enterrando su cara en la almohada. Recreándome en la suerte, comencé a pasar mi glande por sus labios vaginales, y mientras lo hacía le solté repentinamente una cachetada que la hizo sobresaltarse y girar la cabeza en mi dirección. Antes siquiera de que pudiese abrir la boca le corté

-          Venga, abres bien las piernas y levanta más el culo para que la notes hasta el fondo...

Y lenta pero inexorablemente le fui introduciendo mis diecisiete centímetros en su encharcado coño hasta los mismísimos huevos. Empecé a follármela a conciencia, sacándosela hasta la punta despacito y enterrándosela de golpe hasta el fondo, un poco más fuerte y rápido de cada vez, mientras le decía

-          ¿Quieres que te folle suave o que te dé más caña, golfa?

 Agarrada al cabecero de su cama y de nuevo próxima al clímax, Clara jadeaba más fuerte cada vez, y con voz ronca y sin volver la vista aulló

-          Dame duro y lléname el coño, semental mío

Notando próximo su orgasmo, y el mío también, la agarré violentamente del pelo y enrollándoselo en torno a mi mano izquierda tiré de ella hacia mí haciendo que levantase el culo y arquease la espalda, disfrutando del bamboleo de sus tetas y del chof chof de su encharcado coño a cada embestida de mi polla. Recreándome en la situación, pellizcándole los pezones y nalgueándola alternativamente con mi mano libre le dije

-          Menuda cerda eres, te encanta que te folle… ahora te voy a llenar de semen hasta la matriz, aquí, en tu lecho matrimonial, en donde a partir de ahora follarás sólo conmigo. ¿Verdad, puta?

Con un Siiiii…. desgarrador Clara comenzó a correrse de nuevo aún más salvajemente si cabe que antes, a la vez que yo regaba su coño hasta el fondo de semen. Caímos derrengados sobre la cama uno al lado de otro, y girando la vista puede comprobar como tenía la boca entreabierta, los ojos cerrados y la cara parcialmente cubierta por el pelo. Deslizando la vista hacia abajo me recreé en su maduro cuerpo, cuyas nalgas enrojecidas aún se agitaban en los estertores del placer…   acto seguido, y cubriéndonos con el edredón, me acosté a su lado y besándola tiernamente la dejé quedarse dormida entre mis brazos – agotada como estaba por los recientes orgasmos no tardó ni cinco minutos - mientras yo esperaba pacientemente.

Al cabo de un rato, cuando constaté que su sueño era profundo, me levanté sigilosamente para marcharme, me vestí, copié su número de teléfono haciendo desde su terminal una llamada perdida al mío, y finalmente, tras tirar del edredón hacia atrás y deleitarme con la vista de mi vecina toda desnuda y espatarrada en su lecho conyugal, con mi semen blanquecino escurriéndose de los sonrosados labios de su coño, y aún visible en su cara la expresión sonriente y relajada de mujer recién follada, le saqué sin que se diera cuenta una foto– era mi seguro para que nunca se le ocurriera contar a nadie, y menos a mi mujer, lo que acababa de ocurrir- que a continuación compartí con ella vía bluetooth. Luego me marché sigilosamente, y ya desde la calle la llamé desde un teléfono público y le dije

-          Clara, como tú has dicho lo nuestro es imposible y no debe volver a repetirse. Te he dejado una foto para que te sirva de recuerdo de nuestro desliz, pero también de advertencia. Si le cuentas a alguien lo que ha ocurrido le haré llegar la foto a tu marido y a los vecinos, pero sé que ni tu ni yo queremos eso y sabremos mantener en secreto lo ocurrido…

Ella, al principio medio adormilada, intentó luego hacerme ver que podíamos volver a vernos, que ella sería discreta, que nadie se enteraría de lo nuestro… pero como físicamente no me atraía demasiado y mi interés al follármela ya estaba cumplido me negué en redondo. Pese a que un par de veces que volvimos a coincidir a solas en el edificio intentó hacerme cambiar de idea me mantuve cortés pero firme en mi negativa, y acabó resignándose. Para finalizar aclararé que nunca le hice saber al cornudo que me había tirado a su mujer – no le quería ningún mal, y de haberlo sabido el muy cabrón se hubiese divorciado, o le hubiese pegado, o qué se yo-, y que en adelante nos sonreíamos cuando coincidíamos en el garaje, en el portal o en el ascensor – él suponiendo que me había achantado ante él y ufano de no haberme pagado la factura del taller, y yo imaginándome su cornamenta y a su mujer convertida en una putita en mis manos-. No volvimos a chocar más, y al cabo de un año mi esposa y yo decidimos comprar un piso más grande y cambiamos de localidad de residencia. No volví a ver al cornudo, pero por si además de fanfarrón es pajillero y lee este relato que sepas  José que a mí el seguro me pagó el arreglo del coche, pero a ti nadie te podrá afeitar los cuernos jamás.

Datos del Relato
  • Categoría: Confesiones
  • Media: 6.5
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