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Casado Con Raquel (3 de 9)

Nuestra relación cambió en más aspectos que el sexual. Raquel estaba convencida de la idea según la cual, como mujer, debía de ser como una reina y que mi posición como su marido era poner sus necesidades por delante y por encima de las mías.



Este cambio no ocurrió de la noche a la mañana y, de hecho, debatimos durante interminables horas sus puntos de vista. Al final, Raquel acabó por convencerme.



Me mofaba de algunas de las ideas que comentabamos, pero era por armar algo de polémica sanamente y que ello nos condujera a tratar el tema más a fondo.



Una de nuestras discusiones trataba sobre el propio armazón de estas creencias, que parecían emanadas de un grupo de mujeres infelices con el órden social y sufriendo un severo caso de envidia del pene.



- Parece como si quisierais ser hombres...



Las mejillas de Raquel se enrojecían.



- Estás completamente equivocado. No quiero ser un hombre para nada... Lo que creo es que las mujeres debemos de tener el control.



Para provocarla me gustaba especialmente mostrarle artículos en los que las mujeres eran deplorables fracasos morales. Su defensa era mirar los hombres que habían habido en la vida de esas mujeres. Odio admitirlo, pero Raquel tenía razón. Los hombres habían hecho a aquellas mujeres los monstruos en los que se habían convertido.



También me dí cuenta que paulatinamente sus nuevas amigas parecían todas responder al mismo patrón. La mayoría eran desde luego menos que femeninas. Rara vez llevaban vestidos, maquillaje, joyas, las uñas pintadas y el pelo corto.



Tampoco eran mujeres de vida sedentaria. Les gustaba mucho el deporte y cuando abarrotaban nuestra casa podía llegar a ser tan burdas como un grupo de hombres.



Me mofaba de Raquel preguntandole si es que era una marimacho a punto de salir del armario. Ella me miraba y comentaba:



- Dímelo tú... Sabiendo lo mucho que me gustan las pollas, ¿crees que soy lesbiana?"



Le recordaba nuestra primera noche en el club de parejas y lo mucho que había disfrutado con la otra chica.



- No empieces con lo mismo... Yo no te considero gay porque chuparas una polla.



- No, desde luego que no...



- Entonces, ¿por qué?... Ésa es la etiqueta que me estás poniendo... Disfruto con una chica una noche y mis amigas no son femeninas y de pronto ya soy una marimacho... ¿Cómo sabes tú lo que es femenino?"



Admito que Raquel tenía razón. Le pregunté si en el fondo no estaba tratando de hacerme menos hombre.



- En absoluto cariño, ¿por qué lo preguntas?



- Parece que alguien tiene que tener el control. Si lo tienes tú por completo, ¿qué hace eso de mí?"



- Mi marido...



- Parece que realmente te gusta que esté a tu disposición y la de tus amigas...



- Sí, me gusta... Pero tampoco me importa cuando es al revés y vienen tu amigos a ver un partido... ¿No es una maravilla poder concentrarse en la compañía en vez de estar sirviendo bebidas y haciendo tapas?"



- Sí, por supuesto...



- Por cierto, mis amigas piensan mucho en tí. Les encanta nuestro matrimonio.



- Te estás quedando conmigo, Raquel...



- Lo digo totalmente en serio. Aparte de ser guapo, les encanta como me mimas.



- A veces me pregunto si estoy siendo menos macho...



- Tú nunca has sido un macho. ¿Por qué iba yo a querer un macho?



- Porque parece que son los que te atraen, Raquel



Se quedó pensativa unos instantes.



- Supongo que tienes razón, pero no me gustaría ninguno de ellos como marido... Y a tí no te considero femenino. Eres amable, mi mejor amigo y el hombre con el que me veo compartiendo mi vida y envejeciendo... -Raquel se detuvo antes de continuar- Y eres el mismísimo diablo en la cama.



Habíamos hablado también de su incapacidad para mantenerse sexualmente fiel en nuestro matrimonio, pero era una conducta a la que Raquel parecía no saber poner fin. Se había mostrado desesperada por su honda preocupación a que la dejara.



- Perderte me hubiera matado... A menudo me preguntó por qué te has quedado junto a mí... -Confesó Raquel.



- Porque te he querido, te quiero y siempre te querré, Raquel.



- Pensaba que había arruinado nuestra relación... ¿Estás contento sabiendolo todo?... Que no tengamos más secretos.



- Sí Raquel, es mejor así.



- ¿Y no sientes de forma diferente sobre mí?



- Por supuesto que no, Raquel...



La sensación de enterarme de todo fue muy dura, me dolía físicamente pensar en Raquel con otros hombres. Me pidió que le describiera mi dolor.



- Como si después de la peor quemadura en la piel alguien después todavía te arañara la piel.



- Recuerdo lo muchísimo que te afectó...



Era totalmente cierto. Durante la primera semana fui incapaz de hacer nada; en vez de haber dado rienda suelta a todo lo que sentía, tuve que hacer de tripas corazón y tragarmelo.



Raquel, que había sido quien me había llevado hasta aquella situación, también fue quien me cuidó hasta que me repuse. Y lo que era peor es que físicamente la necesitaba, pero nos abstuvimos hasta que me curé.



Estuvimos muchas noches abrazados en la cama, Raquel disculpandose una y otra vez por haberme hecho enfermar y por haberme traicionado y yo lamiendo sus pezones.



El año siguiente fue muy largo, pero con el tiempo terminé por aceptar a Raquel tal y como era ella misma como persona y no como me hubiera gustado que fuese.



Su irracional deseo de contacto físico con otros hombres sería una adicción que Raquel tendría que combatir durante toda su vida.



Inicialmente me mostré inflexible en que se mantuviera fiel, pero cuanto más escuchaba a nuestro psicologo y me informaba leyendo más nítido se ponía de manifiesto que aquello era un sueño imposible. Tarde o temprano Raquel volvería a recaer y entonces cualquiera de las dos opciones que se presentaban ante mí eran igualmente dolorosas:



Aceptarlo o separarme de ella.



La razón por la que la adicción de Raquel era tan difícil de romper radicaba en su propia esencia: el sexo. Adicciones como la del tabaco, el alcohol, el juego y hasta las drogas hubieran sido más fáciles de romper. Ante ellas una persona se puede abstener, evitar los lugares donde estas actividades tienen lugar, cambiar de circulo de amistades...



Pero luchar contra una adicción sexual es lo más difícil. Uno podría dejar de comer para curarse, pero entonces la propia cura te mataría.



La cura para la adicción de Raquel sería abstenerse de todo tipo de sexo, llevar una vida de celibato, y yo hubiera encontrado esa situación también inaceptable.



Cuando me enteré de las infidelidades de Raquel me ví atrapado en un bucle sin fin. No había tenido ninguna señal de emergencia. No habían habido extrañas llamadas de teléfono. No habían habido cambios de ninguna naturaleza en su apariencia. Nada se había alterado en sus hábitos de vida. Ni siquiera había habido alteración alguna en nuestra forma de hacer el amor.



Pero había sido precisamente nuestra vida sexual el combustible que prendió la llama de su adulterio.



- Es sólo que me gusta el sexo...



- ¿Y por qué no mantenerlo dentro del matrimonio, Raquel?



- No lo sé... Sólo sé que no puedo.



- ¿Te sientes sin fuerzas para resistirte, Raquel?



- Sí... Supongo que podríamos dejar de hacerlo, ¿pero qué tipo de matrimonio tendríamos entonces?... Además, ambos queremos niños.



Tratando de encontrar el equilibrio perfecto nos encontramos aquella primera noche en el club de parejas. Había sido un compromiso al que habíamos llegado, a instancia mía, al advertir señales de emergencia que claramente anunciaban que Raquel estaba a punto de recaer en sus antiguos hábitos.



Por mi parte era bastante esceptico que fueramos a solucionar nada, como no fuera abrir una Caja de Pandora que después no fuera capaz de volver a cerrar.



Cuando propuse la idea, Raquel se mostró entusiasta inmediatamente. Me confesó que estaba pasando una mala racha manteniendose fiel, pero que hasta el momento se había resistido a las tentaciones. A su vez, yo le confesé mis reservas al respecto, pero Raquel me aseguró que era un maravilloso acuerdo.



- Ya lo verás... Nuestro matrimonio saldrá reforzado al ser algo abierto y sin secretos.



Con posterioridad a nuestra velada en el club de parejas, Raquel me confesó que se le había hecho difícil verme con otra mujer, pero que no me podía negar el mismo privilegio que ella recibía. Y que me vendría bien para estimular mi ego saber que todo por lo que estabamos pasando no era algo que había llevado yo a nuestra cama conyugal, sino ella.



A Raquel le gustaba hurgar en las emociones que acompañaban al sexo. Estaba satisfecha que hubiera disfrutado físicamente, pero sin ningún vínculo emocional. Me preguntó si ese vínculo emocional lo había sentido hacia ella mientras el otro hombre la follaba en la habitación de al lado y después delante de mí. Le dije que sí.



Me preguntó si encontraba excitante ser testigo de su placer con otro y admití que sí.



Raquel admitió sentirse celosa al verme, pero al mismo tiempo la excitó que hiciera llegar al orgasmo a la otra mujer. Y con lo que más había disfrutado fue al verme chupar la polla que la había follado a ella dos veces y que admitiera después que me gustaba.



Ahora que todo se había aclarado, fue idea de Raquel volver al club de parejas.



En nuestra segunda y siguientes veladas se puso las botas. Disfrutó de varios hombres que yo le buscaba, seguidos del placer oral que yo le proporcionaba y todo culminado con que me viera chupar una polla.


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