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Adolescentes

Cuando llegó a segundo año de secundaria, con aproximadamente 14 años, Nicolás sintió todavía más pavor de los adolescentes de su misma edad, y más aún de aquellos próximos a cumplir 18 porque tenían fama de crueles y agresivos ante sus propios compañeros. A pesar de que se sentía protegido por ciertas circunstancias y su capacidad para manejar las situaciones intelectualmente y con suerte lo favorecían, los chicos también le producían una sensación extraña cuando se le aproximaban en términos cordiales y por más que se esforzaba, no podía reprimir el sentimiento y mucho menos explicarlo.

Uno de los primeros chicos en acercarse a Nicolás en ese año fue Luis Enrique. A diferencia de la constitución delgada y flaquirucha de Nicolás, L. E. había alcanzado la madurez física en el cuerpo de un chico a punto de cumplir los 18. Sus padres lo obligaban a hacer deporte y también lo estimulaban porque no concebían una mente sin un cuerpo sano. Obviamente el chico era mayor y de constitución superior en comparación con cualquier otro muchacho de talla promedio en la secundaria. Además, el hecho de que hubiese pasado varios años en un país donde para aprender requería de una institutriz o educadora particular, significaron el atraso de su preparación. Pero Luis Enrique disfrutaba mucho de la compañía de sus compañeros menores aunque a veces los molestara o se sobrepasara en su fuerza física al jugar con ellos. Tampoco le causaba la menor vergüenza decir ante otros que cursara apenas el segundo año con casi 18.

Luis Enrique mostraba constantemente a Nicolás sus cuadernos de materias. Escribía cuidadosamente y marcaba algunos conceptos importantes con diferentes colores. A Nicolás le fascinaba ver el esmero de su compañero a través de sus impecables cuadernos de notas. Y no era que L.E. escribiera en borrador y luego las transcribiera. No, a medida que el profesor daba su cátedra, el muchacho empezaba a anotar con gran seguridad y rapidez, con el resultado para todos conocido.

Como Nicolás no siempre salía a recreo a la hora del receso, llamó la atención a L.E., quien preguntó sin ningún reparo el por qué de ese motivo. Nicolas, cohibido, contestó que lo hacía para prepararse para la siguiente clase ya que le había faltado el tiempo en su casa. L.E. siguió preguntando y preguntando hasta que averiguó por qué Nicolás carecía de tiempo en su casa. Era hijo de una familia muy numerosa y debía encargarse de ciertas labores para apoyar a su madre en los quehaceres domésticos al igual que sus demás hermanos. Escuchar lo anterior conmovió a L.E. al grado de colocar su mano sobre el hombre de Nicolás, quien estremecido hizo un movimiento para que la mano dejara de tocarlo. Consciente de la reacción del chico, L.E. le pidió que no temiera, que quería ser su amigo y platicar con él. Pero Nicolás era muy precavido y no quiso caer en una situación que en el pasado, y con diferentes compañeros, le había granjeado muy mala suerte.

En el siguiente receso L.E. quiso aproximarse a Nicolás una vez más, pero desistió cuando se percató que su amigo se reunía con sus hermanos y durante el resto de ese día escolar decidió no molestarlo más. Aprovecharía circunstancias más propicias.

Para ese invierno, el clima cobraba víctimas entre todos y Nicolás tuvo que ausentarse de clases. Transcurrieron los días y L.E. se preguntaba si su compañero volvería pronto o no. Poco después, un profesor les había informado que el chico padecía bronquitis y no sabían cuando volvería. Dos semanas más tarde, Nicolás se presentó a clases. Su aspecto lucía demacrado y había perdido peso. Apenas si se alimentaba en la escuela. L.E. se sentó junto a él y no dejó de preguntar cada vez que el profesor se distraía o escribía al pizarrón. Nicolás le pidió que callara en varias ocasiones, pero L.E. no hizo caso. Para no empeorar la situación, Nicolás propuso a L.E. que durante el receso, si estaba de acuerdo, platicaría con él.

Como L.E. pertenecía a una de las familias más adineradas de cierta población en provincia, pero radicados en la ciudad capital, tenía dinero siempre. Sus tortas o emparedados eran abultados todos los días, con queso y jamón abundantes. Siempre llevaba fruta, fueran manzanas o uvas y un refresco de fruta natural, viandas que preparaba la cocinera de su residencia única y exclusivamente para él. Era hijo único…

Ese día platicaron más que todo el periodo semestral de clases que había transcurrido hasta ese momento. Incluso, Nicolás pareció dejar su sombría actitud habitual al sonreír un poco por las bromas y otras chanzas que L.E. le hacia. Pero claro, la impulsividad de L.E., vino a afectar la incipiente relación de amigos. En algún momento, poco después de haber vuelto al aula y todavía no llegaban los demás compañeros, L.E. preguntó a Nicolás si le gustaría meter la mano dentro de su calzoncillo. Lo sentía muy caliente y tieso, dijo a manera de invitación…

Nicolás no pudo reaccionar y lo primero que dijo fue que enteraría al prefecto de lo que había escuchado hasta ese momento de L.E. El chico ni se inmutó. Por el contrario, fue amable, pero claro al asegurar que Nicolás no se atrevería a hacerlo porque hasta cierto punto era su cómplice y desde hacía días, desde su enfermedad, los habían visto juntos y ya había habladurías entre los compañeros de que eran “novios”, como solían acusar a cualquier pareja de compañeros que se frecuentaran a la hora del receso. Nicolás no podía creer lo que escuchaba y sintió tal rabia que decidió no hablar a L.E., por lo menos no en ese día.

L.E. parecía estar vinculado sentimentalmente a un chico porque la actitud de Nicolás lo había desconcertado a un grado insospechado. Para reparar su acción tomó la manzana que llevaba ese día y sin que nadie lo viera, la metió en la bolsa de útiles de Nicolas, quien presente ante ese acto, no dijo nada. Por el contrario, lo ignoró olímpicamente. L.E. insistió una vez más antes de iniciar la clase, pero Nicolás no correspondió a las palabras de su compañero.

Cuando llegó a casa, Nicolás sintió culpa por haberse mostrado tan duro con su amigo. El otro, en cambio, murmuraba su coraje más que nada por la humillación de que fue objeto a manos de Nicolás. Ambos pensaron que el día siguiente les depararía un cambio favorable, pero no ocurriría así.

L.E. fue directamente hacia Nicolás tan pronto lo vio a llegar en el patio escolar y dijo que le traía unas galletas, pero que debía tomarlas de entre su calzoncillo, porque las traía “calientitas” para él.. Nicolás retomó el insulto y continuó en dirección de su aula, no sin sentirse completamente ruborizado. L.E. sabía que no podría detenerlo pues a pesar de su vigor físico, no se atrevía a despertar la cólera de los hermanos mayores de Nicolás. Pensó que debería aminorar sus intentos y que le convendría retomar la amistad que apenas le brindaba el otro chico pocos días atrás.

Ofreció disculpas a Nicolás y le dijo que como estaban a principios de semana, tal vez estaría de acuerdo en venir a comer a su casa para el próximo viernes, al final de la semana de trabajo. Pero el chico ni siquiera contestó a la amable invitación para proseguir con la atención centrada en los apuntes de la clase que vendría después. L.E. dejó de insistir y se concentró en lo propio. Ni siquiera volvió a dirigir la mirada a su esquivo compañero.

Durante el receso, ambos se eludieron otra vez y cuando volvieron al salón de clases, Nicolás tomó la iniciativa de cambiarse de lugar, aduciendo que no alcanzaba a leer bien lo que el profesor escribía. Para L.E. fue la declaración de indiferencia más dolorosa que había sido hasta ahora por parte de Nicolás. ¡Cómo se atrevía! Después de regalar al chico frutas, sándwiches y demás bocadillos, no lo esperaba. Le parecía que Nicolás era un tipo muy duro, pero confió en que lo doblegaría.

La invitación quedó en el aire porque Nicolás jamás se dignó a confirmar su visita a casa de L.E. Este, en cambio, dijo a pesar del silencio de su compañero, que su madre estaba enterada de que lo traería a casa y que seguramente habría preparado algo especial, en su honor. Como L.E. sabía de los gustos de su compañero, se atrevió a inventar que se le ofrecería su platillo predilecto. Nada de eso convenció a Nicolás para variar su comportamiento. No lo haría porque como ya lo había expresado, las experiencias dolorosas del pasado habían templado su carácter.

L.E. pasó un fin de semana desagradable y que se reflejó en su expresión hasta el próximo lunes. Su rostro lucía desencajado, le molestaba algo, pero no sabía cómo desahogar ese sentimiento. Ni siquiera sentía ganas de asistir a clases porque se encontraría con Nicolás y pensaba que no podría soportar un desaire más porque explotaría. Advirtió en su interior, como si Nicolás pudiera escucharlo, que no lo soportaría.

El encuentro con Nicolás no varió a partir del viernes pasado. El chico se mostraba en sus trece y no reconvendría su posición. L.E., furioso se acercó para preguntarle, antes de entrar a clases, si no le contestaría. Como no hubo respuesta, preguntó una vez más y ante el silencio e indiferencia de Nicolás, L.E. explotó, como lo tenía previsto durante la mañana. Había sido una advertencia, pero no la tomó en cuenta.

Nicolás sintió un golpe seco y duro que fue a incrustarse directamente a su pómulo izquierdo, próximo a la nariz. Inmediatamente después comenzó una hemorragia y Nicolás abandonó el aula violentamente, seguido a prudente distancia de L.E. Los demás chicos dieron por hecho que L.E. había golpeado a Nicolás, pero se negó a confesarlo al recordar que nadie los había visto discutir. Advirtió tardíamente que su temeridad le costaría caro, en muchos sentidos y se arrepintió todavía más cuando supo que el chico había perdido sangre y que se mantenía en la enfermería. No le permitieron verlo, y luego, cuando Nicolás volvió al salón de clases, recuperado media hora después, L.E. no se atrevió siquiera a mirarlo de frente. Nicolás, en cambio, sin mostrar siquiera esa actitud de duelo o fragilidad, se sentó una vez más a la par de su amigo pero sin pronunciar palabra. Luis Enrique se sintió profundamente inquieto y en un instante, pidió permiso para salir y no volvió sino hasta la semana siguiente, para el miércoles entrante. No había podido soportar la actitud de su amigo. L.E. se enteró que Nicolás no lo había denunciado y que insistió en padecer hemorragias recientemente, y tal vez causadas por la contaminación del ambiente.

Luis Enrique se percató repentinamente que no habría delito que perseguir y que había sido objeto de una lección que nunca olvidaría. Sin embargo tenía por ahí el dolor guardado por la indiferencia de su amigo, pero ahora se quedaría latente por algún tiempo. Sintió la obligación de ofrecer algo a cambio, para resarcir el agravio, pero creyó que lo primero sería esperar y permitir que el tiempo obrara su cura milagrosa.

Pasaron los días, las semanas y el incidente se olvidó completamente. Nuevamente, L.E. y Nicolás se habían reunido una vez más. Platicaban y jugaban siempre. Para Luis Enrique llegaba la oportunidad de llevar a Nicolás a su casa. Tímidamente lo invitó para el próximo viernes, pero Nicolás dijo que como no se mandaba solo, tendría que solicitar autorización a sus padres. L.E. sabía que ese permiso era necesario y dijo que esperaría con gusto su respuesta.

Nicolás, mientras tanto, inició una serie de especulaciones sobre la invitación de su amigo, pero al final de cuentas decidió pedir permiso a sus padres. Las preguntas de rigor no se dejaron esperar, pero Nicolás obtuvo el permiso para pasar el viernes y volver a casa en sábado. Había sido tan fácil que Nicolás juzgó que se divertiría mucho en casa de su amigo.

El viernes llegó al fin para aplacar la desesperación de L.E., quien lucía nervioso y en ocasiones un tanto indispuesto por circunstancias que no quiso explicar a nadie. Claro que se mostró satisfecho al advertir que Nicolás, al momento de llegar, portaba un pequeño maletín. L.E. había invitado a Nicolás a pasar la noche en su casa y todavía no podía creerlo. El huesito, ese tan duro de pelar, había cedido por fin a su invitación. Si se hubiera podido leer el pensamiento del chico, Nicolás habría dudado en acudir.

La mansión de L.E. deslumbró a Nicolás visiblemente. Tan pronto llegaron al vestíbulo, L.E. anunció a la servidumbre que antes de comer me llevaría en recorrido por su casa y los alrededores. Alguien contestó de manera muy atenta y ambos chicos salieron. L.E. preguntó con ansiedad si todavía le guardaba rencor y no pudo ocultar la dicha cuando escuchó decir de su amigo que ese incidente había quedado sepultado. Llegaron a una pequeña colina que separaba el jardín de la casa principal. A un costado había otra construcción pequeña, identificada por Luis Enrique como la dirección de la servidumbre. A otro costado estaba la piscina con agua caliente y a la que volverían algunas horas después de la digestión, prometió L.E. El jardín estaba impecablemente cuidado. Margaritas y petunias formaban círculos alrededor de varios árboles de cerezo. Un camino de piedras nos condujo a la parte trasera de la casa, por donde entramos y con la expresa intención de asustar a la servidumbre.

L.E. exigió a Nicolás sentarse a su lado. El chico no se opuso, pero sintió la mirada inquisitiva de una cocinera desconfiada. Cuando expresó el temor ante Luis Enrique, recibió las explicaciones más tranquilizadoras y en verdad, Nicolás se calmó. Se maravilló al ver una colección de elefantes de marfil sobre una carpeta negra y muchos otros objetos que lo deslumbraron. El mismo L.E., al percatarse de la fascinación del chico ante tanto lujo y derroche, le dijo que si le gustaba algo él se lo regalaría. Estaría dispuesto a darle lo que le pidiera, lo que quisiera…

Nicolás no sólo se cohibió, sino que ante semejante actitud de generosidad (encubierta tal vez para su temor) se quedó completamente callado hasta el momento en que escuchó la pregunta de que si volvería a castigarlo con su silencio. Nicolás aprovechó la oportunidad para sonreír dulcemente y asegurar que no había motivo para eso, sino para todo lo contrario.

Repentinamente se sintió acosado por las atenciones de L.E., quien se le aproximaba cada vez más. Esquivarlo durante varios minutos fue necesario hasta que el mismo Nicolás pidió que jugaran a algo. L.E. aprovechó para plantear un juego democrático. Jugarían a lo que Nicolás quisiera, pero luego, tendrían que jugar bajo las reglas de L.E., sin chistar al respecto.

Nicolás estuvo de acuerdo y aceptó de buena gana que él iniciara con el juego que propusiera. Preguntó si tenía juegos, ante lo que respondió Luis Enrique que sólo tenía que mencionar el nombre para traerlo. Nicolás se aventuró a pedir un “Scrabble” y eso fue lo que jugaron en principio. L.E. se dejó vencer rápidamente y el juego concluyó con cierto desánimo para Nicolás por no encontrar retador de su nivel.

Cuando Nicolás escuchó las reglas del juego propuesto por L.E., aseguró que lo mejor sería volver a casa. L.E. recordó que habían pactado una promesa y no podrían romperla. Los argumentos de Nicolás para no aceptar el juego fueron perdiendo fuerza a medida que el leguleyo L.E. resistiera todos y cada uno de ellos para anularlos. Nicolás aceptó que jugarían a los dados y que el perdedor se iría despojando de la ropa hasta quedar desnudo. Para su tranquilidad, el juego comenzó favoreciéndolo porque no tuvo que despojarse de nada. Su delgadez lo ponía en aprietos y no le gustaba que lo vieran sin ropa, ni siquiera sus hermanos. L.E., en cambio, quedó en un momento en calzoncillos y poco después, sin ellos mismos. No tuvo siquiera el recato de cubrirse un miembro que respingaba y endurecía por momentos.

La parte final del juego, consistía, de acuerdo con la improvisación de L.E. en despojar al otro de su ropa y luego, retozar y retozar. Nicolás insistió en que debería irse en el acto, pero L.E. lo retuvo y lo derribó en la cama donde dormía. Le exigió silencio porque no quería que la servidumbre se enterase de nada. Sus padres no volverían sino hasta pasada la madrugada y no había escapatoria.

Nicolás no pudo contestar porque ya luchaba con un cuerpo que lo abrazaba y que poco a poco lo iba despojando de la ropa que traía puesta. Quedó en calzoncillos y L.E. descubrió la dureza del miembro en la entrepierna de Nicolás a manera de aceptación de lo que hacían y no prestó más atención a las cada vez más débiles protestas de Nicolás.

En algún momento quedaron completamente desnudos y luchando. L.E. sujetó las muñecas de Nicolás a la cama y cuando pudo, hizo lo mismo con las extremidades inferiores. Después hundió su lengua en la boca de Nicolás y no lo soltó por varios minutos, hasta que el chico pareció que podría ahogarse con semejante pasión. Como si quisiera desprender su lengua en el interior de Nicolás. Inmediatamente después, lo mordió en el brazo, a la altura del incipiente bíceps e hizo prometer a Nicolás que se dejaría hacer todo, en caso contrario, no dejaría de morder. Nicolás no tuvo más que aceptar, pero Luis Enrique le exigió una prueba de que no tomaría represalias al dejar que su lengua entrara lo más profundo que fuera sin que Nicolás opusiera resistencia. Así se hizo, al pie de la letra.

Cuando L.E. untó lubricante el ano de Nicolás este gimió, presagiando algo peor. Un leve hilillo de sangre de alguno de ambos cuerpos preludió el acceso del erguido miembro de L.E. mismo que. traspasó la barrera hundiéndose en las entrañas de Nicolás. Los dos chicos gimieron y en pocos minutos alcanzaron el clímax de un orgasmo nada común, el segundo mejor para Nicolás y el enésimo para L.E., tan pronto y escupieron rabiosamente sus fluidos internos.

Uno quedó recargado sobre el otro, en un momento en que los cuerpos acaban de entregarse a la comunión de dos cuerpos hambrientos de amor y de ensartar cavidades entre sí. La única promesa que L.E. esperó escuchar de Nicolás era que volvería. Si tenía algo más que decir, distinto a esto, sería mejor no decir más. Sin embargo, el orgullo de Nicolás no se había doblegado del todo, a pesar de la pasión que había despertado el otro chico por lo que se quedó callado.

Cuando destendió la cama en la que supuestamente dormiría, a la par de otra idéntica ocupada ya por L.E., y expectante, Nicolás procedió a extinguir la luz de la habitación. A su regreso, comenzó a palpar el derredor y se encontró con una mano, mientras que la otra ya lo acariciaba. Sellaron su encuentro con un beso, y otro, y otro y muchos más en la misma cama. Terminarían rendidos, uno en brazos de otro. L.E. tranquilizó a Nicolás al decir que había tomado todas las precauciones del caso. No había que preocuparse de nada más.

FIN
Datos del Relato
  • Autor: Rojo Ligo
  • Código: 15827
  • Fecha: 18-12-2005
  • Categoría: Gays
  • Media: 5.61
  • Votos: 112
  • Envios: 6
  • Lecturas: 5068
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