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En mi grupo de amigos, que es de cierta edad, nos contamos nuestras experiencias, en confianza, En una de nuestras reuniones, lo que me sorprendió fue que Fermín, un amigo mío, tuviera tanta confianza con un nieto, adolescente, para que le contara la aventura que tuviera con una mujer casada.
Esta mujer estaba considerada una mujer decente, muy muy decente. De las de misa, confesión y cepillo. Esto fue lo que nos dijo que le contara el nieto, que vive en una aldea.
"La Decente es una mujer casada, de 1,75 de estatura, de 35 años. Morena, de grandes ojos negros. Grandes tetas. Labios gruesos, pelo negro y rizado, delgadita, y bella, muy bella. Tiene un gran parecido con Angelina Jolie. Podría pasar por su doble.
Yo, iba a su casa a jugar con su hijo, que fue cuando comencé a pajearme, después ya iba a hacer que estudiaba con su hijo, para poder verla y pajearme al volver a mi casa, a pajearme pensando en ella.
Tuvieron que pasar unos años para que me decidiera a entrarle.
Fue en los Carnavales. Habíamos dado vacaciones en el Instituto. Mi padre, mi madre, el marido de la Decente, y su hijo, habían ido a ver el desfile de las carrozas, Yo, llamé a la puerta de su casa. Abrió, me sonrió, y me dijo:
-Mi hijo va con su padre a ver las carrozas.
-Ya lo sé. Quería un poco de sal para echarle a un tomate.
-Pasa, cariño, pasa.
En la cocina, la Decente, se agachó para coger el salero en la parte baja de un mueble. Le levanté la falda y puse mi mano sobre su chochito, al que tapaban unas bragas blancas. Se incorporó, me miró, muy seria, y me dijo:
-¡Las manos quietas, diablo!
Bajé la cabeza y le dije:
-Fue un pronto. No lo pude evitar. Estás buenísima. Ya me duelen las manos de tanto pajearme pensando en ti.
Estaba ofendida y se empezó a reír de mí.
-¡Qué vas a pajear tú! Seguro que tienes un palillo entre las piernas.
No me iba a callar.
-¿Quieres ver mi palillo?
-Sácala, sácala que me quiero reír un poco.
-¡Mira que la saco! Mejor, no, mejor será que me disculpe. No debí hacer lo que hice, aunque en el fondo creo que la culpa la tienes tú por estar tan buena,
Al fin sonrió, antes de decir:
-Estás en la edad del pavo. Busca una chavala de tu edad. Sabes que estoy casada y que soy una mujer decente.
Se creía segura, pero no lo estaba.
Se volvió a agachar para coger el salero. Quité mi polla, gorda y empalmada, (la había tenido hacia arriba para que no hiciera bulto en el pantalón). Le levanté la falda, y le pasé la punta de la polla por el chochito.
Se volvió a incorporar. Se giró. Al ver mi polla, abrió los ojos como platos, y exclamó:
-¡Qué pedazo de polla! Reventaría a cualquier chavala de tu edad con lo gorda que es. ¿Cuánto te mide?
-25 centímetros.
Me acerqué a ella. Le levanté la falda. Apreté su culo prieto contra mí. Mi polla se metió entre sus muslos. La Decente, me quitaba una cabeza de altura. Me puse en la punta de los pies para besarla, Ella, abrió un poquito las piernas. Mi polla se frotaba con su chochito. Sentí como temblaba. Me miraba. Parecía que la situación la dejara paralizada. Estaba colorada como una grana. Juraría que moviera la pelvis un par de veces para sentir mejor mi polla. Puse mi lengua en sus labios. Los entreabrió y los volvió a cerrar con mi lengua dentro. En ese momento, sentí la humedad de sus bragas mojar mi polla. Al fin reaccionó. Me apartó de ella y me dijo:
-Le voy a decir a tu madre lo que acabas de hacer, y no se lo diré a mi marido porque te mataría. ¡Fuera de mi casa, y no vuelvas más!
Me fui para mi casa, caliente, decepcionado y preocupado, pero no me arrepentía de nada.
Al llegar a mi casa, la saqué otra vez. Pensando que en vez de apartarme de ella, apartaba las bragas y se la metía en su chochito húmedo, un chorro de leche salió de mi polla y fue a parar al techo de la cocina.
Al día siguiente, mi madre, no me llamó la atención. La Decente, no le había dicho nada.
Transcurrieron los días. Yo evité encontrarme con la Decente.
Ya pasara más de un mes, cuando me dijo mi madre:
-La vecina quiere que le escribas en el PC una carta para el alcalde. No quiere que lleve faltas de ortografía. La puedes...
-Que se la escriba su hijo.
-Se les estropeó el ordenador.
-¿Te dijo ella que fuera a su casa?
-Sí.
Llegué a casa de la Decente. Llamé a la puerta. Me abrió con una sonrisa en los labios.
-Pasa, gamberro, pasa.
Tenía el pelo recogido en una trenza. Llevaba puesta una falda azul que dejaba ver sus rodillas. Una blusa blanca que casi dejaba ver su ombligo y zapatillas marrones de andar por casa. Al llegar a la sala, me dijo:
-Siéntate en el sillón que ahora te dicto la carta.
Puse el PC, encima de una mesita y me senté en el sillón. Le sonó el móvil. Era su marido, Se sentó en el sillón, a mi lado izquierdo.
-Joder, Paco. Ahora no.
Tenté mi suerte y le puse una mano sobre una teta. Me dio con la palma de su mano en mi mano.
-¿Qué que fue ese ruido? Una mosca... Podía haber sido, pero tu hijo va en Santiago y no vuelve hasta la noche.
Metí una mano entre sus muslos. Me la apartó. Besé su cuello. Me empujó. Le mordí, suavemente, el lóbulo de su oreja. Me apartó y puso su mano entre los dos...
-Vale, Cuenta. ¿Qué te hizo el cabrón de tu jefe?
Volví a meterle mano en las tetas. Me apartó la mano. Me miró. Le quise dar un beso. Me hizo la cobra. Recibí otro empujón.
-¿Tienes pensado dejar el trabajo?
Le metí una mano debajo de la blusa y logré acariciarle las tetas, antes que me la sacara. Me arrodillé. Le levante un poquitín la blusa y le besé y metí la lengua en su ombligo. Apartó mi cabeza, pero ya sin tanta brusquedad. Besé sus rodillas. Con mis manos quise abrir sus piernas para besas sus muslos. No lo conseguí. Volví a besar sus rodillas. Abrió un poquitín sus largas piernas. Las volvió a cerrar al ver que quería meter mi cabeza entre ellas.
-Mejor que no lo dejes. Es probable que no encuentres otro en mucho tiempo.
Me volví a sentar. Besé su cuello. Se apartaba de mi. Logré besar la comisura de sus labios. Volví a meter una mano bajo su blusa. Ya le pude acariciar las tetas un poquitín más, pero acabó por quitármela. Saqué la polla, dura como una piedra y se la acerqué a su mano. Apartó la mano. La meneé un poquito Ella seguía a lo suyo.
-Sí, en todos los sitios se cuecen habas.
Me volví a arrodillar. Volví a besar y meter mi lengua en su ombligo. Me apartó con una mano, con suavidad. Besé sus rodillas. Quise abrir sus piernas de nuevo, No había manera.
-No, no estoy sola. El hijo de la vecina vino a hacerme un favor.
Me senté otra vez en el sillón. Le levanté la blusa. No llevaba sostén. Tenía unas tetazas, con grandes areolas negras y pezones de punta. Quise comérselas. Me apartó de ella con otro empujón. Tapó el móvil con una mano, y en bajito, me dijo:
-Como me sigas tocando las tetas te doy una hostia que te pongo a dormir.
Lo dijo con tanta seriedad que dejé de molestarla. Comencé a masturbarme mirando para sus tetas y para sus labios. La Decente, mientras hablaba con su marido, no perdía detalle de lo que hacía yo con mi polla.
-Sí, la carta para el alcalde.
Mi polla estaba echando cantidad de aguadilla. Nos estábamos mirando a los ojos. Yo, cuando me iba a correr, cerraba los ojos, mordía los labios y paraba de menearla. Así estuve casi cinco minutos. Cuando ya sentí que con otro toque me corría, paré. No quería mancharle el sillón.
A pesar de lo que me había dicho, le volví a tocar una teta, por encima de la blusa. No me quitó la mano. Le levanté la blusa. Seguía sin decirme nada. Acaricié sus tetas. Me emocioné. ¡Se estaba dejando! Mamé, chupé y lamí sus grandes tetas, sin hacer ruido. Me arrodillé. Besé sus rodillas. Abrió las piernas. Se recostó en el sillón. Le levanté la falda. Con mis labios y mi lengua fui besando y lamiendo el interior de sus muslos. Llegué arriba. Tenía las bragas mojadas. Las aparté. Pasé mi lengua por su clítoris. Tapó la boca con una mano, y el móvil con la otra. Después, me apartó la cabeza de su chochito. Se bajó la falda, y le dijo a su marido:
-Se me acaba la batería del móvil. Paco... Chao, chao.
Acabó de hablar con su marido, y me preguntó:
-¿Quién te aprendió a hacer estas cosas?
-Se aprende mirando películas porno.
-¿Es tu primera vez?
-Si.
Cogió mi polla, se la metió en la boca y comenzó a chuparla, con voracidad. Cuando vio que me iba a correr, me dijo:
-¡Dámela!
-¡Toooooooma!
Dejó que saliera el primer chorro. Después, puso su lengua sobre mi polla, y decía:
-Que rica, que rica, que rica...
Acabó bebiendo la leche del final de mi corrida. Luego se echó hacía atrás en el sillón y volvió a abrir de piernas. Le quité la blusa y estuve largo rato magreándola. Chupando, lamiendo, mamando y acariciando sus pezones y sus negras areolas. Le quité la falda. Ella se quitó las zapatillas. Empecé besando, lamiendo y masajeando los dedos y las plantas de sus pies, con mis manos, mi boca, mi lengua y mi polla. Fui subiendo, despacito, por el interior de sus muslos hasta llegar arriba. Volví a ver sus bragas blancas, mojadas. Se las saqué. Ante mí tenía un precioso chochito, rodeado de pelo negro y rizado. Lo primero que hice fue lamer toda aquella aguadilla que inundaba su chochito, La Decente, estaba temblando. Después de masajear su clítoris con mi lengua con movimientos ascendentes, descendentes, laterales y en círculos, de follar su chochito con mi lengua y de oír sus sensuales jadeos, oí como me decía:
-Eres el primero que me, que me, que me, ¡¡que me cooooooorro!
Se corrió entre gemidos, temblores, y fuertes sacudidas, y dejó mi mentón y mi cuello empapados con su corrida.
Al acabar, le pregunté:
-¿Tu marido no te la come?
-No. Nunca baja al pilón. No le debe gustar.
-Él se lo pierde. ¿Hay alguna cosa más en la que seas virgen?
-Hay, pero para eso tu polla es demasiado gorda.
-¿Pienso bien si digo que estás hablando de tu culo?
- Sí, piensas bien.
-Bueno, ¿qué? ¿Follamos o no follamos?
-No dejaría de follarme a un yogurín virgen por nada del mundo, pero antes vamos a hacer algo. La segunda vez que me corro es mejor que la primera.
Me llevó a su habitación. Me desnudó. Me la volvió a chupar, y luego me dijo:
-Vamos a hacer un 69.
Ya comiéndosela...
-Eres un fiera. Me tienes a punto. Tú ya hiciste esto antes.
-No, no lo hice, ya te dije que lo aprendí viendo porno. ¡Si supieras la cantidad de fantasías que tuve contigo por porno!
Se la seguí comiendo.
-Yo también tengo una fantasía, pero no sé si te gustará cumplírmela.
Me la siguió chupando.
-Puedes estar segura de que la vas a cumplir ¿Cuál es?
-¿Me bebes una corrida?
-Claro que sí. ¡La de veces que me pajeé pensando que te la bebía!
Se incorporó. Puso su chochito cerca de mi boca. Metió dos dedos dentro. Al ratito un pequeño torrente de aguadilla viscosa me llenaba la boca. Por sus jadeos, pensé que ya acabara, pero sacó los dedos. Acarició su clítoris y fue cuando empezaron los espasmos, los temblores y las convulsiones, y más líquido viscoso llenó mi boca, el cual bebí con ganas. Al acabar de correrse, le di dos sacudidas a mi polla y me corrí como un bendito.
Descansamos un par de minutos, boca arriba, mirando al techo, sin decir nada. Fue ella la que rompió el silencio.
-¿Te importa que te folle yo a ti? Es que tienes la polla muy gorda y me podrías hacer daño.
-¡Qué me va a importar! Es otra de las fantasías que tengo contigo.
Subió encima de mí. Cogió mi polla. Acarició su chochito con ella, repetidas veces. La empezó a meter. Entraba apretadísima, Cuando iba por la mitad, me corrí dentro de la Decente.
Jadeaba como una loca. Estaba desatada.
-¡Dame más leche, dame más!
Cuando la metió del todo, me volví a correr dentro.
-¡Más, quiero más leche! ¡¡Llénamela!!
Un par de minutos más tarde, mi polla ya entraba y salía con facilidad. Su aguadilla y mi leche habían hecho de lubricante.
La Decente, sabía follar como nadie. Se movía buscando mi corrida. Tres veces hizo que me corriera dentro de ella. Ella, cuando se iba a correr paraba, hacía lo mismo que hiciera yo, sólo que la Decente, al parar me daba las tetas a chupar, y después seguía. A la cuarta vez, después de correrme, le pregunté:
-¿Ya no te quieres correr más?
-Claro que sí, pero haciendo que dure, gusta más cuando viene. Quiero que mi tercera corrida sea mejor que la segunda.
-¿Con tu marido te corres tres veces?
-Ya quisiera, ya. Me corro una vez, y a veces, ninguna. Pero al masturbarme... ¿Te pensabas que sólo te masturbabas tú?
-¿Alguna vez lo hiciste pensando en mi después de lo de la cocina?
-Prefiero no contestar a esa pregunta.
-¿Eso quiere qué sí?
Su respuesta, fue:
-Ya, ya, ya, ya. Ya viene. ¡Ya viene! !!Ya viene!! ¡¡¡Ya vieme!!! ¡¡¡Me coooooorro!!!
¡Y cómo se corrió! Su cuerpo se sacudía como si tocara un cable de alta tensión! Jadeaba sin parar. Hizo un arco con su cuerpo. De su chochito salía flujo de su corrida y leche de las mías. Acabó derrumbándose sobre mí. En mi cuerpo sentí sus últimos temblores, estremecimientos y sacudidas
Cuando se recuperó, me besó, y me dijo:
-He estado en el paraíso.
Le devolví el beso. Y le dije:
-Y yo he visto el cielo en tus ojos. ¿Sabes lo que me gustaría hacer ahora?
-Follarme el culo.
-Lees mi pensamiento.
-Y tú mis deseos, pero déjame descansar un poquito.
Nos besamos, muchas, muchas veces, tantas que ya estaba otra vez cachonda. Se puso en la posición del perrito. Le comí el culo y el chochito, hasta que me dijo:
-No sigas que me corro... Aunque correrme así no estaría mal. Joder. ¡Cómo me pones, pirata mío!
-¡Anda que tú a mí!
Se acercó a gatas hasta la mesita de noche. Cogió una cajita de Nivea, volvió, y me dijo:
-Unta un dedo y métemelo en el culo.
Unté el dedo medio con la crema y le follé con él el culo. Gemía y temblaba mientras la follaba. Saqué el dedo de su culo y metí mi polla en su sexo
-¡Quítala que vas a hacer que me corra!
La quité. Mojada de la aguadilla de su chochito. La unté con Nívea. Se la metí en el culo, despacito. Entraba apretada, pero menos de lo que le había entrado en el chochito. Después de metérsela toda, comencé a follarle el culo, con suavidad al principio y duro después. Ella se estaba masturbando. De repente paró de masturbarse, y dijo:
-Ay que me viene sin tocarme. ¡Ay que me viene sin tocarme! ¡¡Voy a tener un orgasmo anal! ¡¡¡Dame duro!!!!
Le agarré las tetas y la folle duró. Comenzó a correrse. Otra vez se sacudía como azotada por un temporal. Sus gemidos eran escandalosamente sensuales. Giró la cabeza. Sus ojos estaban en blanco. Al verla me corrí dentro de su culo. Se derrumbó sobre la cama. Sus convulsiones y contracciones, eran tan fuertes, que pensé que se iba a morir de gusto. Al final, del placer que había sentido, se desmayó.
Al volver en sí, miró la hora en el despertador que había encima de la mesita de noche, y me dijo:
-Mi marido llega dentro de una hora, Vístete que tienes una carta que escribir.
Le pregunté, mientras me vestía:
-¿Lo volveremos a hacer?
-Cada 15 días mi marido y mi hijo van a Vigo a ver al Celta.
-¿Donde juega el Celta esta semana?
-En casa.
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