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– Perra, sube al coche – conminé a Muriel, quien sin dudarlo se puso junto a la puerta trasera, esperando que le desbloqueara la puerta. Era verano. Iba con ropa no demasiado elegante, pero suficientemente provocativa: un pantalón vaquero supercorto que dejaba asomar la parte baja de sus cachetes, sin bragas, nunca le autorizo que las lleve, especialmente cuando lleva vaqueros, me gusta que la tela del vaquero roce su clítoris anillado, y una camiseta negra de lycra de tirantes algo escotada. Siempre calza esclavas en verano, a los dos nos gusta el nombre y la estética de estas sandalias. La ausencia de sujetador y la sutil lycra también hacían destacar las anillas de sus pezones, la anilla de su clítoris permanecía oculta a las miradas, pero ambos sabíamos que iba haciendo su silencioso trabajo a lo largo del día.
Llevaba una semana aleccionándola. “Que venga a vivir otra chica con nosotros, no significa que deje de quererte y valorarte, solo significa que puedo querer a más mujeres, siempre lo has sabido”. “Deberás mostrarte siempre alegre con Katia, ella ha dejado su país, su bonita ciudad, su marido y su familia para vivir con nosotros”. “Que a ti te llame Perra y a ella Amor, no significa que tú seas menos importante en mi vida, solo ocupáis diferentes posiciones, no sé si ella querría ocupar tu posición, pero estoy seguro de que tú no te cambiarías por ella”. “Trata a Vika como una hermana, ella no tendrá amigas este verano, hasta que empiece el curso”. Todas esas frases contenían verdades difíciles de explicar para quienes no viven en el BDSM.
Mi reciente viudedad junto a la triste herencia de mis padres, habían hecho que cambiase de vida y que dispusiera de una liquidez sin precedentes. La convicción de la fugacidad de la existencia me había decidido a elegir cada detalle de mi nueva vida alejado de todos los convencionalismos. Mi hijo se había ido a estudiar a otra ciudad y aún así compré una casa de tres plantas más ático con un jardín de 1500 m² cerca del parque más grande de la ciudad y con vistas despejadas. Hacía dos años que conocía a Muriel y catorce que conocía a Katia, la conocí poco antes de quedarse embarazada de Vika. Con ambas había mantenido relaciones esporádicas. La libertad real que disponía ahora, me llevó a la convicción de convivir con ambas en una relación BDSM abierta.
La perra Muriel, se mostró entusiasmada al principio cuando se lo comenté, siempre había soñado con comerme la polla arrodillada junto a otra perra, para después ofrecerme su propio culo o prepararme con su lengua el de la otra perra. Cuando me oyó dirigirme por videoconferencia a Katia como “Amor”, no pudo evitar sentirse un poco celosa, pero aún así, apreció su belleza eslava, su cuerpo esbelto, su culo redondo en forma de corazón, sus piernas largas, sus ojos azules, su pelo trigueño, su piel nívea, su gracia moviéndose y bailando salsa con las sandalias de tacón de Ermes que le regalé por su cumpleaños. Esos celos fueron corregidos por Gregor esa misma noche mientras permanecía sujeta en la cruz de San Andrés del sótano. Gregor era el nombre con el que habíamos bautizado al látigo más largo y cuya punta era más estrecha, porque dejaba unos bonitos mordiscos en la piel y recordaba a los bocados que daba el pit bull terrier del vecino, que se llamaba Gregor.
Muriel siempre ha apreciado la belleza femenina, tal vez por eso trabaja de modelo. Es muy diferente a Katia, aunque sean de la misma altura, Muriel es más delgada, con el pelo rizado y largo, los ojos negros, la sonrisa pícara y algo infantil. Se anilló los pezones con 18 años y fue precisamente una foto de sus pezones anillados en Twitter lo que me decidió a comenzar una conversación sobre ellos en Twitter, le comenté que pocas cosas dejaban traslucir más la realidad sumisa y masoquista de una chica que mostrar sus pezones anillados. Ella me dio la razón y comenzamos una mágica conversación sobre BDSM, cuyo embrujo me permitió embaucarla hasta convencerla para vivir conmigo como una perra.
Aún así, cuando la conocí, ella empezaba a saber que era sumisa. Le comenté que leyera Historia de O y aunque la historia le excitaba, no acababa de ver el claro consentimiento explícito en esa relación BDSM, algo que para ella era muy importante. Yo le intenté explicar que antes de 2008 no existía ese consentimiento explícito, las chicas nunca decían que querían acostarse con un hombre de forma clara la primera vez, siempre parecía que solo los hombres queríamos sexo de forma urgente. En la novela se interpreta que la chica expresa su consentimiento al no decir que quiere marcharse, al no negarse a nada. A partir de 2008, las chicas empezaron a proponer sexo claramente a los hombres o a expresar su voluntad de mantener relaciones una noche, pero antes, eso no ocurría, pero no es que no quisieran sexo, solo no querían ser tachadas de casquivanas, guarras, descaradas, salidas,…. También existía el miedo a un embarazo no deseado y también en esa fecha se aprobó la venta de la píldora del día después sin receta médica, al menos en España.
Muriel nunca se había corrido con un chico, pero conmigo empezó a correrse después haber sido severamente castigada y aprendió a agradecer tanto el castigo, como el uso posterior que hacía de su cuerpo. Tal vez, la diferencia que me encontró con otros amantes anteriores, era precisamente que yo no me preocupaba en absoluto por sus orgasmos, solo por mi propio placer. Ella que cuando se notaba cerca del orgasmo solía reprimirlo y reprimirlo aún más si veía a su amante expectante, al descubrir cómo la usaba yo egoístamente sin preocuparme por su placer y solo concentrado en el mío, se dejó llevar sin querer. También es cierto que a ella le excita especialmente proporcionar placer a otros Esforzándose solo en mi orgasmo, le sobrevenían los suyos. Otra versión de los hechos podría ser que mi sexo encajaba mejor con las necesidades del suyo y lo llenaba completamente como ella alguna vez había sugerido, alabando el enorme tamaño de mi polla. Después de anllar su clítoris, sus orgasmos fueron muchísimo más frecuentes, claro que la estimulación de su clítoris no tenía descanso noche y día.
Me encantó la primera vez que la vi correrse después de un castigo severo y follándomela a cuatro patas, mientras golpeaba sus cachetes previamente marcados por un látigo y tirando con fuerza de su pelo largo. Su mirada la mostraba admirada, agradecida, sorprendida, entregada,…. No pude evitar obligarla a demostrar su agradecimiento limpiando concienzudamente mi polla ardiente con su lengua, no sin antes hacerle besar la palma de mi mano, muy caliente por las palmadas de la pasión reciente. Ella estaba tan excitada, que volvió a correrse frotando su sexo contra mi pie como una perra en celo, mientras me limpiaba mi polla y lamía con ansia los restos de mi semen y sus jugos.
Recuerdo otra de aquellas conversaciones iniciales en que me comentó que había decidido iniciarse en el sexo anal con su novio enfermero. Ella se había comprado un juego de plug in de diferentes tamaños y formas que utilizaba para sus fotos desde atrás en OnlyFans y que hacían las delicias de sus fervientes admiradores de pago, al ir aumentando el tamaño del aparato que introducía progresivamente. Un día convenció a su novio para que la enculase, y él mostró cierto interés, aunque prefería Muerte en Venecia que las lecturas del divino marqués. Muriel estaba convencida de que podía hacer un amo dominante y estricto del pusilánime enfermero. Cuando Muriel le pedía que le agarrase el pelo cuando se ponía a cuatro patas suplicando que la follase, él cogía su coleta suavemente como un ramo de flores. Cuando ella le pedía que le rompiese el culo, él primero le lamía el ano con dedicación y después lo lubricaba detenidamente con vaselina. Finalmente la penetraba lentamente, preguntándole cada vez que le introducía uno de los escasos centímetros de su pene: “Seguro que no te hago daño, cariño?”. Como mérito hay que reconocerle que enseñó una higiene anal muy estricta a Muriel y a ponerse los enemas con facilidad, de forma que mi polla siempre salía limpia después de haberla enculado hasta el fondo, algo que solo había conocido antes con P, pero nunca me explicó sus secretos íntimos.
Katia se mostró algo más molesta con la idea de vivir todos juntos, ella no vendría sola, vendría con su hija Vika, desde otro país lejano, para vivir con un depravado y su perra humana. No es que ella le hiciera ascos al BDSM, de hecho, la primera noche que pasamos juntos, me llevó a tomar algo al único local BDSM de Lviv (Leópolis para Menéndez Pidal). ¡Qué noches en Lviv! Esa otra Praga con mujeres más guapas aún que las checas y precios del siglo pasado. Katia leyó Historia de O, Las Edades de Lulú y 50 sombras de Grey a instancias mías, pero le gustó más la última que las dos primeras. No se veía en un país extranjero y lejos de su familia para ser tratada como una perra. Es cierto que podría enviar fotos a su madre y a su rubia hermana en la enorme piscina tomando el sol, es cierto que podría hacer videollamadas recorriendo el jardín o mostrando las vistas desde la terraza del ático, es cierto que la casa sabía que era estupenda, es cierto que solo tendría que trabajar si lo deseaba, pero no quería que nadie supiera que vivía rodeada de lujos, pero tratada como una perra.
A Muriel le bastan tres horas al día para dedicar a su arte y dedica el resto del día a mis caprichos y cumplir escrupulosamente mis órdenes. Esas tres horas las negociamos para que conseguir que dejara su trabajo en el supermercado, y supeditara su trabajo como modelo a mis decisiones, ella quería tener ingresos económicos en cualquier caso.
También le dejé la mitad del sótano de la casa como estudio, unos 75 metros cuadrados con vistas al jardín y a la piscina y la otra mitad más interior, la destinamos a mazmorra, donde a menudo Muriel es castigada. Ella me ayudó a conformar ese doble espacio, a apoyar la cruz de San Andrés a la pared, a sujetar al techo la polea cuya cuerda terminaba en un gancho para colgarla con tres diferentes alturas: de pie, de puntillas y casi elevada, a disponer los látigos y las fustas en paredes y vitrinas, a decidir dónde poner el potro,…. Me encanta fustigarla colgada de la polea, haciéndola girar con cada latigazo y observando las marcas en sus pechos y mucho más al saber que ella colaboró gozosa en la construcción de este escenario hecho para torturarla. Al bajarla del gancho se ve obligada a postrarse ante mí, no solo por sumisión, sino también por el dolor de los brazos. Hay que tener cierto cuidado al usar este instrumento y a menudo, la azotó solo en la cruz de San Andrés que es más segura, pero nunca hemos tenido problemas con ninguno de los dos.
La cruz de San Andrés fue casi una imposición de Muriel, le hacía una ilusión loca tenerla en su mazmorra casera desde que la había visto en el estudio de Luppo, el fotógrafo con el que trabajaba para OnlyFans. De hecho, la primera vez que vi marcas de un látigo en su piel, fue después de una sesión con Luppo. Muriel me envió las fotos que había hecho con el fotógrafo y otros selfies que se hizo ella misma al día siguiente para mostrarme la evolución de las rojeces. A los dos nos gusta que su piel siempre tenga marcas de un castigo reciente, para mí es la señal inequívoca de que el cuerpo y la piel de Perra están para hacer lo que yo desee, pero ella siempre sonríe al ver las marcas.
Me gusta que su espacio de libertad creativa esté junto al lugar donde es prisionera de mis caprichos, ella también dice que esa cercanía fomenta su inspiración, de hecho, lo hemos diseñado sin paredes para que no haya frontera entre su realidad como artista y como esclava. También tiene grandes ideas mientras es castigada, pero tiene que esperar a su horario de libertad para irse a crear.
Llegamos al aeropuerto con el sol de mediodía. Katia salió con su hija abrazada a ella, la chiquilla aparentaba cansancio por el madrugón. Vika había cambiado mucho respecto a las fotos que me había ido enviado, parecía más alta, llevaba su largo pelo moreno recogido en dos coletas que caían sobre sus crecidos y crecientes pechos. Katia salió resplandeciente, como siempre, con una sonrisa arrebatadora y su camisa blanca desabrochada hasta el tercer botón. Como el viaje era largo, Katia le dijo Vika que no llevase sujetador y sus pezones se marcaban bajo la camiseta de manga larga. Vika no era de rasgos tan eslavos como la madre, tenía el pelo castaño oscuro, aunque lacio, los ojos negros grandes, una piel blanca, una nariz pequeña y algo respingona y unos labios gruesos y bien irrigados por su torrente sanguíneo inundado de estrógenos.
– ¡Hola, Amor!
Le di un largo beso en la boca a Katia. Su hija permanecía junto a su madre y tímidamente dijo en su escaso español:
– ¡Hola! – respondió la pequeña Vika, aunque mi apelativo no fuera para ella.
No pude evitar sonreír a la niña que empezaba su nueva vida con tan buen ánimo y esforzándose con su nueva lengua.
– Dentro de poco estarás tomando el sol en la piscina o en la playa, como quieras – le dije despacio a la adolescente, sabía que el mar, la playa y el buen tiempo habían ayudado a Katia a convencerla para abandonar a su padre, recorrer cuatro mil kilómetros y empezar una nueva vida en una lengua nueva. Katia le enseñaba español cada día durante dos horas desde que había decidido mudarse, al principio a escondidas de Viktor, marido de Katia y padre o no de Vika, y después, sin ocultarse. Viktor prefería no cortar todo contacto con su hija y aceptó que yo ganaba casi todo.
Perra ayudó a Vika con su maleta y les dije a las más jóvenes, Muriel y Vika, que fueran hacia el coche, le di las llaves a la perra Muriel y Katia y yo nos retrasamos. Llevábamos dos años sin besarnos, pero viéndonos casi a diario por videollamada. Katia llegó como siempre había soñado: con minifalda negra y camisa blanca, algo maquillada. Le pedí que viajase sin ropa interior y así lo hizo. El ansia por reconocer nuestros cuerpos hizo que nos entretuviéramos en un baño del aeropuerto y allí mismo la follé en el minúsculo habitáculo de un retrete. Era fácil subir su falda y desabotonar los pocos botones que quedaban abrochados de su camisa, en esa semidesnudez fue mía de nuevo. Al terminar de follar, ella pronunció aquella frase que tanto reverberó en mi mente: “я твоя”. “Soy tuya”…. ¡Cuántas veces le había pedido que me la pronunciara y nunca me sonó tan sincera como en aquella ocasión! Katia no había dicho una palabra desde que bajó del avión hasta que sintió la necesidad de decir esa frase sin verbo.
Perra y Vika ya habían dispuesto todo en el coche y esperaban fuera.
– Conduzco yo -. Aclaré a Muriel y ella se sentó detrás junto a la niña. Ya en el coche, Muriel se presentó a Katia, aunque no matizó todos los detalles de la relación por la presencia de Vika. Katia finalmente vio bien que viviéramos todos juntos, pero quería que Vika fuera lo menos consciente de la situación posible, no del trío que formábamos, que era imposible disimular, sino al menos, de la condición de Muriel como perra. Le asustaba que pudiera influir en su educación.
Muriel por el camino habló de la exposición que estaba preparando. La temática era el BDSM, eran fotografías, cuadros y esculturas con el punto común de que en todas las obras se podía apreciar el agradecimiento de la sumisa después de ser castigada o la colaboración con el amo para serlo. Katia no se preocupó, porque Muriel hablaba a una velocidad que Vika aún no podía entender el español.
También comentó su gran éxito como videoartista: el anillado de su clítoris, sus curas posteriores, su evolución y una entrevista a sí misma sobre el resultado asombroso en su sexualidad. Este vídeo ha tenido cierta repercusión y muchos estudios de tatuaje y piercings han pagado por publicitarse en él. Yo había grabado algunas escenas, porque ella no podía hacer tantas cosas a la vez y le ayudé con la versión anglófona. Katia no acababa de entender cómo lograba hacer dinero de su arte, pero yo me enorgullezco de la habilidad de Muriel para convertir en arte su propia vida, además de hacer dinero con ese arte. Me gusta que sea tan despierta y espabilada, adoro esa mezcla de chica lista y sensible, buscavidas y sumisa orgullosa de su sexualidad. Cuando se mudó conmigo, tuvimos que invertir en pinturas, materiales para escultura, cámaras y focos, su actividad como modelo y videoartista lo requería y nunca había tenido demasiada liquidez para conseguir el equipo que necesitaba, me gusta ser ese mecenas que cree en ella. Yo solo veo verdad en su mirada, así que no puedo dejar de creer que todo lo que creaba era arte.
Al llegar a casa, le enseñamos a Vika su dormitorio, junto al de Muriel, y Katia dormiría conmigo en el gran dormitorio de siete ventanales sobre el salón, en la primera planta. Perra nos sirvió la comida desnuda y fue la primera vez que los ojos de Vika se clavaron en sus tres piercings, pezones y clítoris, pero permaneció callada y comió con apetito. Después de comer, Muriel le propuso a Vika llevarla a una playa con poca gente y ella aceptó encantada. Su madre, antes de dejarla salir, pintó cada milímetro de su piel con crema altamente protectora, las vacaciones en Turquía le habían enseñado que la piel eslava era muy sensible al sol. Al ver a Vika con el bikini del año anterior, reparó que sus pechos habían crecido mucho y apenas los cubría la lycra. Menos mal que la parte superior del bikini eran unos pequeños triángulos con unas tiras que recolocándolos daban para tapar todo el pezón.
Katia y yo nos fuimos a nuestro dormitorio, Katia estaba entusiasmada con vivir conmigo en aquella casa. Terminamos en la cama en un encuentro sexual muy romántico, con muchos besos y donde ella se puso a cuatro patas, su postura favorita, y mientras la follaba gritó desesperada: “¡Hazme lo que quieras!”. Yo la follé intensamente, aunque con cuidado de no penetrarla hasta el fondo, su sexo apenas se había acostumbrado al mío y ni las pequeñas pollas eslavas podían profundizar demasiado en él, ni las minucias turcas que había conocido daban para mucho. Después la obligué a que lamiera los restos de semen de mi polla aún enhiesta, para terminar besándola sujetándola del pelo. Me gusta que en la dieta de mis amantes siempre esté presente el semen, es cierto que me excita ver cómo una chica se traga mi semen, pero también es cierto que ayuda a que ingiera las cantidades necesarias de zinc para que ella fabrique su propia testosterona y le ayude a tener una sexualidad más activa.
Vika llegó entusiasmada de la playa. Muriel la había llevado a una playa con arena un poco menos fina que otras, pero más salvaje y con menos gente, en una ría cercana. Vika se pasó la tarde nadando y buceando y Muriel tuvo que acostumbrarse a seguirla, pese a que su piel estaba más acostumbrada a las cálidas aguas del Mediterráneo que a estas aguas frías y limpias del Atlántico. Vika había visto un choco (familia del calamar), muchos cangrejos y varias estrellas de mar. Muriel le hizo una foto a Vika con una estrella de mar recorriendo su cuerpo que terminó en el Instagram de la niña e hizo furor entre sus antiguos compañeros de clase. Tal vez no fue la estrella de mar recorriendo aquella piel perfecta la única estrella de ese éxito viral, también la casi desnudez de ese cuerpo de mujer que asomaba bajo su sonrisa infantil tuvo algo de culpa.
Aun así, el animal que más había admirado Vika esa tarde era Perra. Muriel siempre iba a playas donde podía practicar nudismo. Se fijó en sus tatuajes, la serpiente de su muslo, las frases que contenían mensajes oscuros, el símbolo extraño, un retrato de ella a cuatro patas y llevando un collar de perra con unas letras aclarativas: perra de SS…. Prestó atención a las tres líneas rojas que decoraban su culo sobre otras más moradas y difuminadas. Pero lo que más le gustaba era cuando el sol devolvía un destello en cada una de sus tres anillas, pezón derecho, pezón izquierdo, clítoris, remarcando como todos sus órganos destinados a dar placer estaban sometidos y entregados a otro. Vika tal vez no entendía ese concepto, pero no podía dejar de mirar las anillas brillantes y se imaginaba ella misma anillada. Los pechos de Vika ya eran más grandes que los de Muriel, pese a su menor edad, pero Vika se los imaginaba igual de hermosos con sus anillas. En su rudimentario español, le preguntó a Muriel señalando el pezón izquierdo:
– ¿Te dolió? ¿Por qué te los pusiste?
– Me gusta el dolor, sobre todo cuando es para satisfacer a mi amo, pero me han dado más placer que dolor – explicó Muriel, de una forma incomprensible para Vika. Aun así, le gustaba ver las anillas e imaginárselas en su cuerpo. “Pero estas dos me las puse porque siempre me habían gustado”, aclaró Muriel señalando sus pezones.
Al llegar a casa, Vika estaba agotada, su madre le sirvió unos cereales con leche para cenar y con los ojos casi cerrados, la acompañó a su dormitorio. Ya estábamos los tres adultos solos y nos preparamos para cenar. Katia subió a volver a ducharse y bajó convertida en una estrella del baile latino, con otra minifalda negra con vuelo, que sin ropa interior dejaba adivinar su trasero perfecto en cada giro. Sus piernas se veían aún más altas estilizadas por el tacón de las sandalias de baile de Ermes. Su visible ombligo bajo el ajustado top blanco de tirantes disfrutaba ese aroma de mujer que olía a noche de verano en el Mediterráneo, ya a mar salada, ya a dama de noche, ya a jazmín, ya a madreselvas.
Yo estaba sentado en el sillón esperando que Perra terminase de poner la mesa. Desde ese sillón se divisan tres grandes ventanales que muestran todos los picos verdes del entorno, pero que a esa hora iban cambiando de color, y también permite ver las escaleras que bajan del piso de arriba. No sé si era el descenso de un ángel al infierno del vicio, pero sin duda ver a Katia bajar aquellas escaleras es uno de los espectáculos más bonitos que he visto en mi vida.
Puso en el altavoz Adicto de Ozuna y comenzó a dar los pasos aprendidos en la academia de baile latino de Lviv, justo enfrente de mí y mirándome a los ojos. Su baile sensual parecía invitarme a usar su cuerpo a mi antojo. Perra terminó de poner la mesa con la cena fría y se arrodilló desnuda junto a mí a disfrutar del espectáculo. Perra también había nacido para la música, no era tan fanática de la música latina como Katia, pero no podía evitar moverse al son de la música. Mientras sonaba Lento de Daniel Santacruz, le indiqué con un gesto que fuera con Katia a bailar. Ambas se pusieron a contonearse frente a mí, rozando sus cuerpos. “Desnúdala bailando, Perra”, ordené. Muriel fue deslizando el top suavemente sobre la piel eslava, mientras Katia levantaba sus brazos al ritmo de la música. Para quitarle la minifalda, Muriel estrechó su cuerpo por detrás de Katia y contoneándose ambas, desabrochó los botones hasta que salió casi sola. Muriel me arrojó las dos prendas de Katia y yo las doblé con esmero, sabía que Katia no soportaba la idea de maltratar la ropa, ni ningún objeto que ella apreciara. Debía ser un remanente de la educación comunista contra el despilfarro.
– Besaos – inquirí, mientras sus pechos se rozaban bailando frente a frente.
Katia nunca había besado a una chica, Muriel había besado alguna vez a Maui, su amiga y novia de Luppo, el fotógrafo. Luppo solía pedirles que se besaran cuando hacían sesiones fotográficas. De esas sesiones, Muriel había comenzado a fantasear con besar a Maui y terminar las dos arrodilladas chupándole la polla a Luppo. También había besado a alguna que otra amiga para llamar la atención en alguna discoteca. Le encantaba que todos los hombres la mirasen cuando subía a una pista de baile, y no hay forma más segura de que todos los hombres de un local se fijen en dos chicas, que verlas bailando de forma sensual y besándose. Ambas disfrutaron del momento y yo reconozco que volví a sufrir un priapismo que empezaba a volverse crónico.
– Vamos a la mesa – sugerí cuando ambas habían concluido el baile y el beso.
Katia se sentó desnuda y sonriente junto a mí y Perra se arrodilló a mis pies y se dispuso a comer del plato metálico para perros donde solía servirse su comida. Le pregunté a Katia qué había sentido durante el beso con Muriel y me respondió: “Me ha encantado y excitado. Besa muy bien”. Yo ya sabía que Muriel besaba especialmente bien.
Cuando Perra terminó de comer, fue rápidamente a lavarse los dientes y vino a ofrecerme un postre alternativo, como cada noche. Se introdujo bajo la mesa, desabrochó mis pantalones y se dispuso a hacerme una mamada. Estaba adiestrada para hacerlo cada noche y que estuviera Katia no cambiaba nada. Tampoco tenía órdenes explícitas de no hacerlo esa noche. Yo seguí comiendo y bromeando con Katia, mientras me fue posible. En un momento, Katia sintió que debía incorporarse al juego más divertido que en ese momento se estaba disputando debajo de la mesa, y se arrodilló bajo la mesa y compitió con Muriel por darme placer con su lengua. No me quedó más remedio que separar la silla de la mesa para acomodarnos mejor los tres y disfrutar del glorioso espectáculo de esas dos lenguas disputándose darme placer y sus dueñas desnudas arrodilladas a mis pies. Yo sabía que a estas alturas, necesitaría algo mucho más fuerte para correrme, así que las conminé a ambas a ir a la cama, aunque Katia y yo pasamos por el baño para lavarnos los dientes. Los restos de la cena ya los recogería Perra antes de acostarse.
Al llegar al dormitorio, besé a ambas y le indiqué a Katia que se pusiera a cuatro patas sobre la cama. Primero introduje un dedo en su sexo y ella comenzó a moverse rítmicamente. Acerqué mi dedo sabroso a la boca de Perra, que lo lamió con fruición. Su boca estaba muy cerca del sexo de Katia, pues ambas estaban a cuatro patas, pero Katia delante y Perra detrás. Acerqué la boca de Perra al sexo de Katia y guié los movimientos de su cabeza tirando de su cabello. Aproximé mi polla al sexo húmedo de Katia e indiqué a Perra que repartiera sus lametones entre mi polla y el coño de Katia. En ese momento, dirigí el pelo de Perra hasta encima justo del culo de Katia, haciendo que girase su cuerpo sobre el eje de mi polla, dándole palmaditas en su trasero, hasta que su clítoris anillado descansó sobre el cuello de Katia, las manos de perra abrían el culo y el sexo de Katia, y la lengua de Perra estaba equidistante del ano de Katia y de mi polla. En ese momento iba a empezar a follar a Katia y miré a Perra para que ayudase a mis movimientos. Perra me entendió sin palabras, separó los dos cachetes de Katia, me ayudó con sus manos a introducir mi polla en la vagina chorreante de Katia y comenzó a mover las caderas ucranianas con sus propias manos. En ese momento, ordené a Muriel:
– ¡Perra, saca la lengua! – y escupí primero sobre su lengua y después escupí sobre el ano de Katia. Mi mano derecha agarró con fuerza un mechón de la nuca de Perra y así apretó su cara contra el culo de Katia para que su lengua lamiera mi saliva. Había enseñado a Perra a lamer siempre todos mis jugos, incluidas mi saliva y mi orina y demostrar felicidad al hacerlo, pero nunca había lamido mi saliva sobre el ano de otra chica y esa nueva humillación hizo que su sexo se mojara desmesuradamente, por lo que aprovechó lo único que tenía a su alcance para calmar sus ardores: frotó con fuerza la anilla de su clítoris contra el cuello de Katia.
Katia siempre se excita al oírme dar una orden de forma imperativa e imaginarse a Perra obedeciendo aquellas órdenes, ya que solo podía sentir la entrega de su lengua en su ano, pero no podía ver la cabeza hundida de Muriel en su ano sujeta por mi mano ni siquiera en el gran espejo frente a los pies de la cama, al tener su cuello preso por la entrepierna anillada. Esas sensaciones reales e intuidas llevaron a Katia a un estado de frenesí nunca conocido. Estaba tan excitada y Perra seguía moviendo sus caderas con tanta brusquedad, que mi polla se introdujo completamente por primera vez en su cuerpo. Nunca se había sentido tan llena, nunca ella me había visto tan dominante, nunca había sentido los dulces lametones en su ano de una mujer mientras era llenada hasta el infinito por un macho auténtico, que no pudo evitar correrse cuatro veces seguidas. La lengua de Muriel notó todas las descargas y contracciones de la vagina de Katia que se emitieron sin atenuación hasta su ano. Muriel no pudo evitar delatarla:
– ¡Katia se ha corrido dos veces y ni le ha pedido permiso para ello, Amo, ni le ha dado las gracias!
Un sonoro guantazo impactó en la cara de Muriel con mi mano derecha y poco después tenía mi polla en su boca para que se tragase todo el abundante semen que salía de mi fuente fálica, pues mi mano izquierda había conducido su boca al sitio donde las opiniones de su lengua eran mejor valoradas.
– Yo decido cómo tratar a Katia, a ti, Perra. y a quién quiera – zanjé.
Katia se giró sobre si misma, empezó a besarme la mano derecha, que estaba libre en ese momento, ya que la zurda guiaba los movimientos de la cabeza de Perra y repitió incansablemente mientras seguía besando mi diestra:
– Gracias, gracias, gracias, Amo. En realidad han sido cuatro seguidos. Gracias, gracias, gracias, Amo.
Era la primera vez que me llamaba Amo, siempre me había llamado por mi nombre. Usé la mano derecha para posarla sobre su mejilla y poco a poco llevé su cara junto a la de Perra, para que ambas disfrutaran de nuevo lamiendo mi falo de hierro.
– Mañana te colgaré del gancho y Gregor morderá tus pechos hasta dejar unas bonitas marcas, Perra chivata – sentencié a la perra Muriel. Al poco estábamos los tres exhaustos y tumbados sobre la cama. Creo que nos dormimos un rato.
Los recientes gritos de la madre habían despertado a la hija en el dormitorio cercano. No era la primera vez que la oía gemir de placer, el pequeño apartamento de Lviv solo tenía un solo dormitorio y estaba acostumbrada a oír a sus padres practicando sexo en el salón antes de dormirse, pero nunca antes había oído a su madre aullar entrecortada de aquella manera. Ella se despertó en medio de un sueño en el que los tres chicos que habían estado mirándolas toda la tarde e incluso habían bromeado algo con ellas en la playa, estaban sujetándola, uno a cada mano y otro la cogía fuertemente de ambos pies, mientras Muriel le hacía una incisión con una aguja en su clítoris para anillarlo. Este sueño había llevado su mano derecha a tocar su clítoris con energía, e incluso clavarse una uña un poco, se imaginaba sujeta por aquellos tres chicos morenos. Ya que su mano estaba allí, siguió imaginándose sujeta por los tres chicos e incluso se imaginó a Muriel lamiendo su sexo. Su mano siguió frotando su sexo, hasta que su imaginación disfrazó su propia mano como la fuerte mano del chico más alto y con el pelo más largo de aquella tarde, mientras sus amigos seguían amarrando sus brazos. Imaginándose masturbada por aquel chico y sujeta por sus amigos se corrió por primera vez en su vida y volvió a correrse dos veces más con la misma imagen. Llevó sus dedos a su nariz y se durmió de nuevo algo alterada por su descubrimiento y oliendo placer femenino.
Katia dormía profundamente, pero aunque la cama era grande, nuestro cuerpos empezaron a tropezar demasiado y Muriel y yo nos despertamos. Le susurré al oído a Muriel:
– Has hecho bien en delatar a Katia, aunque el castigo de mañana sigue en pie, pero no es por castigarte, es solo para mostrarle a Katia cómo puedes disfrutar siendo azotada. Podrás mostrarte todo lo orgullosa que quieras mañana por ser buena sumisa, pero en realidad no estarás siendo castigada por nada que hayas hecho mal.
– Gracias, amo, me siento mejor al saber que he ayudado a domar a Katia para usted – respondió Perra.
– A Katia no quiero domarla, ella se entrega voluntariamente y disfruta haciéndolo, no todas las sumisas sois iguales – Le aclaré a Muriel.
Muriel no acababa de entender mis palabras porque no conocía lo suficiente a Katia. Algo cansada, preguntó:
– ¿Desea que duerma aquí, en el suelo junto a la cama o que me vaya a mi dormitorio?
– Descansa en tu dormitorio, te va a hacer falta. Mañana despiértanos a los dos, primero a Katia y después de a mí.
Perra se fue sigilosa, terminó de recoger la cena y se acostó en su cama. Se levantó algo antes que nosotros, preparó el desayuno y abrió la puerta de nuestro dormitorio sin hacer ruido. Se acercó primero a la entrepierna de Katia y comenzó a lamer su sexo hasta que se despertó muy excitada. Entonces, Muriel le tapó los labios con un dedo y por señas le indicó que debían las dos despertar mi sexo antes que mi cerebro con sus lenguas. Mi primera sensación aquél día fue continuación de los placeres del día anterior, sentir las dos lenguas disputándose dar placer a mi glande, me hizo despertarme con sensación de continuar en la noche anterior. Sentí la polla henchida y la vejiga reventando, así que solo me quedaba una opción.
– ¡Vamos a la ducha! – Invité a mis chicas. La ducha la había construido especialmente grande y con tres cabezales, pensando ya en duchas rodeado de chicas. Perra ya estaba acostumbrada a despertarme de esa manera y fue a la ducha y se arrodilló esperando mi chorro caliente. Katia no sabía en qué consistía el juego, pero nos acompañó divertida. Como el ángulo de salida de aquel chorro iba muy vertical hacia arriba, Perra tuvo que caminar arrodillada unos pasos hacia atrás para resultar bañada por mi orina.
– Abre la boca – ordené a Perra y sonriente tragó parte mi orina, mientras otra chorreaba por su cuerpo desnudo. Siempre me detengo mis pupilas en sus pechos regados. En un momento, de forma inesperada, Katia se arrodilló junto a Muriel y solicitó algo de mi bendito líquido dorado, mostrando una veneración religiosa por mí. Perra se excita sintiéndose humillada y viéndose a sí misma como la última en derechos, aunque le encanta tener otra sumisa a su lado tan esclavizada como ella y sirviéndome a mí, Katia en cambio, se excita admirándome y situándome a la altura de un dios sobre la tierra. Son dos formas de sumisión complementarias y puedo complacerlas por igual, soy ególatra y egoísta por igual.
Cuando vacié mi vejiga, noté que mi erección seguía allí. Abrí el grifo de agua caliente y tirando de ambas cabelleras, volví a tener esas dos lenguas inquietas lamiendo mi capullo. Tiré del pelo de Perra y con pocos gestos ya entendió que iba a encularla de pie. Puso su trasero a mi disposición, mientras arqueaba su espalda tomando por referencia mi mano en su cadera. Separó los glúteos y se ofreció. Tanteé con los dedos el ano de Muriel, que siempre procuraba tenerlo muy limpio para mi uso y empecé a embestirla sin piedad. Katia siguió arrodillada observando la escena en primer plano y maravillada de mi poder ante Perra. Su instinto le dijo que Muriel debía estar muy excitada y decidió por su cuenta lamer el clítoris perruno. La ausencia de vello en el cuerpo de Muriel, hacía que la lengua de Katia encontrase la pequeña pepita sin dificultad, aunque pequeña era solo para el observador externo, dentro de su cuerpo estaba inflamada y ardiente. En aquella situación, perra no pudo evitar pedir permiso para correrse y yo no quería negárselo. Los agradecidos lametones de Katia llevaron al éxtasis a Muriel hasta tres veces. En el tercer orgasmo de Muriel, no pude evitar acelerar el ritmo, golpear con fuerza su cachete derecho y correrme. Saqué la polla y tirando de su pelo, conduje la boca de Muriel a mi glande, sabía que tenía que limpiarlo bien después de haberla enculado. Katia, que ya estaba de rodillas, decidió que ella no podía dejar de limpiar mi polla sagrada y compartió esta tarea con Perra.
Fue uno de los despertares más agradables de mi vida, pero tenía que ir a trabajar, alguien debía costear todos los gastos de aquella enorme casa. Así que desayunamos entre bromas, los tres con una amplia sonrisa y me vestí para ir al trabajo. Katia tenía muchos papeles que arreglar para quedarse en España, así que Muriel se quedó sola en casa con la durmiente Vika. Al poco apareció en el móvil de Muriel el nombre de Maui. Cuando cogió el teléfono, solo oyó unos sollozos.
Continuará….. o no.
Sigo abierto a vuestros comentarios y también podéis contactarme por los links de mi perfil. En este caso, me interesa especialmente qué os parece mi ficción y a qué personaje os consideráis más cercanas: a Perra (sumisa masoquista sin condiciones), a Katia (mujer enamorada y entregada que disfruta de admirar a su amo) o a Vika (descubriendo vuestro interés por el BDSM, sabéis que os excita, pero no sabéis aún hasta dónde querríais llegar). Solo respondo a chicas mayores de 18 años y que me traten de usted.
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